travesia

Travesía 2004

Las abuelas voladoras











Alfredo Gaete Briseño



Travesía 2004

Las abuelas voladoras





Historia de las aviadoras que en un avión monomotor convencional, desde Chile, realizaron la hazaña de cruzar el Atlántico Sur para regresar por el Círculo Polar Ártico, uniendo 3 continentes.































Editorial APROC S.A. Valdepeñas 752

Las Condes - Santiago - Chile Fono/fax: 2021179 agaeteb@123mail.cl


Diseño: Oscar Briceño Foto tapa: Thomas López

Fotos interiores: Tomadas durante la Travesía 2004


Primera edición

Impreso en Imprenta Grafhika Copy Center 1ª edición

Agosto 2005


Derechos reservados Inscripción Nº 148.732 Oscar Alfredo Gaete Briseño Madeleine Dupont Dupont

María Eliana Christen Jiménez


Queda rigurosamente prohibida,

sin la autorización escrita de los autores, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento,

incluidos la reprografía y el tratamiento informático IMPRESO EN CHILE

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723

I.S.B.N. 956–7927–16–2


ÍNDICE






Agradecimientos

Poema de Germán Casas La Hazaña

Ruta de ida Alas para soñar A pesar de todo

Unir tres continentes

El drama andino Viña del Mar - Córdoba Córdoba, un oásis en el camino

Último vuelo de prueba Córdoba - Porto Alegre

A través de un túnel Porto Alegre - Salvador de Bahía Últimos preparativos Salvador de Bahía - Natal Lanzarse a lo desconocido Natal - Isla de Sal

Una tierra diferente

Socias honorarias del Real Aeroclub Isla de Sal - Isla Gran Canaria Reencuentro con el pasado Isla Gran Canaria - Cascais - Madrid Recibimiento histórico Madrid - Ginebra

El regreso Ruta de vuelta

Hace ya mucho tiempo La vida continúa Siempre pensé en el cielo

Reminiscencias desde Arica Lima - Arica

La ley de Murphy en acción Panamá - Guayaquil - Lima Aeródromo de Tobalaba Arica - Santiago

Un nuevo desafío Ginebra - Stornoway - Reykjavik Hielos peligrosos Reykjavik - Kangerlussuaq - Iqaluit Decisiones con riesgo de vida Iqaluit - Kuujjuaq

Tecnología en el cielo Montreal - Raleigh - Key West - Managua - Panamá

9

10

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AGRADECIMIENTOS




Queremos agradecer desde el fondo de nuestro corazón a todos quienes nos ayudaron en el logro de tan magna aven- tura, incluida su narración. La lista de amigas, amigos, fami- liares, personas anónimas, colaboradores, auspiciadores y pasajeros virtuales que nos acompañaron con extrema dedi- cación de tiempo y expresión de cariño a través de su apoyo moral, espiritual y material, es demasiado larga como para agregarla. En todo caso, se refleja a través de las páginas del libro.


Deseamos destacar el aporte logístico continuo que el Comandante en Jefe de la Fach, General Osvaldo Saravia, hizo personalmente y a través de diversos miembros de la institución.


Tanta generosidad y solidaridad fue parte importante de los cimientos que nos permitieron unir el comienzo con el fin. Gracias a todos ustedes logramos llevar a cabo nuestro desafiante y maravilloso sueño.


Vaya un agradecimiento muy especial para nuestros maridos, Hans Böck y Valentín Daniels, quienes durante la Travesía 2004 nos apoyaron sin restricciones.





Madeleine y María Eliana

Agosto 2005



AGRADECIMIENTOS  9






Agradecemos también a nuestro amigo Germán Casas, quien al regresar de la Travesía nos obsequió un poema bro- tado de su generoso corazón. Emocionadas, deseamos com- partirlo con nuestros lectores:



A Chile dieron gloria Con su frágil monomotor Las abuelas aviadoras

De todo el mundo admiración


Vencieron el macizo andino Con arrojo y decisión Confiando en Dios y su destino Cuando la turbulencia arreció


Vencieron el gran charco Palpitante el corazón También mucho rezaron Para que no fallara el motor


La vieja Europa enmudecida De la rubia y la morena Admiró la valentía

Orgullo de la mujer chilena


Madeleine y María Eliana La Patria entera las saluda

Quedó grabada en la montaña Con letras de oro su gran hazaña






Primera Parte

La Hazaña






































foto: Omar Contreras























TRAVESÍA 2004 RUTA DE IDA






FECHA


09-Mar 10-Mar 12-Mar 15-Mar 17-Mar 20-Mar 23-Mar 26-Mar 31-Mar 04-Abr

CIUDAD DE

DESPEGUE

Santiago Viña del Mar Córdoba Porto Alegre

Salvador Bahía Natal

Isla Sal

Isla Gran Canaria Cascais

Madrid

CIUDAD DE

ATERRIZAJE

Viña del Mar Córdoba Porto Alegre

Salvador Bahía Natal

Isla de Sal Gran Canaria Cascais Madrid Ginebra

PAÍS DE

DESTINO

Chile Argentina Brasil Brasil Brasil Cabo Verde España Portugal España Suiza

CONTINENTE


América América América América América África Europa Europa Europa Europa

MILLAS

NÁUTICAS

350

445

734

1.300

483

1.539

820

823

282

730

HORAS

DE VUELO

04:06

04:54

05:48

09:42

04:06

12:30

06:42

05:48

02:18

05:30


10 ciudades

7 países


7.506

61:40






Alas para soñar



Madeleine desvió la mirada de la nariz de su monomo- tor Bonanza, para dirigirla durante unos segundos hacia su amiga, mientras afirmaba:

-Increíble todo lo que hemos pasado para llegar a este momento.

En aquel instante las dificultades para sacar adelante ese magnífico proyecto, le parecieron más difíciles que al momento de resolverlas.

-Sin embargo, lo logramos -agregó, junto con evocar el perfil de persona cuyos sueños nunca se diluyen en la impo- sibilidad, alimentados por una inmensa fe.

La gran sonrisa que acompañó su chispeante voz, fue interpretada por María Eliana como carta de triunfo. Estuvo de acuerdo sin reservas y percibió que el espacio les abría sus fronteras.

-Por fin aquí, en lo que nos gusta, como colgadas del cie- lo y con el mundo a nuestros pies. Pase lo que pase, ya pode-


mos sentirnos triunfadoras -comentó a modo de respuesta.

Ambas rieron, a pesar de tripular una bomba voladora.

Para muchas personas comunes y corrientes no era fácil comprender el valor de aquella aventura, incluso más de alguna pudo considerarlas locas. Otros, admirados leían la noticia y les parecían espléndidas, dignas de ser imitadas en los demás ámbitos del quehacer nacional.

Por su parte, ya no era momento para preocuparse y con ello agregar una carga psicológica adicional. Varios meses antes habían determinado que realizar aquel sueño justifica- ba los riesgos con creces.

Prosiguió un silencio en que Madeleine creyó adivinar las divagaciones de su amiga, de seguro relacionadas con su eterna disposición a la lucha y a vencer obstáculos. También con la esperanza de avistar un platillo volador.

“Quién sabe si esta vez le resulte, tal vez hasta le permi- tan subir a uno” se dijo, consciente de su buen humor.

Regresó los ojos hacia la nariz y a través del círculo for- mado por la veloz hélice observó el horizonte, que abierto, les invitaba a continuar el ascenso en busca de la altitud requerida para cruzar la cordillera.

-Por aquí se han avistado muchos ovnis -no demoró en comentar María Eliana.

Su compañera esbozó una complaciente sonrisa y de inmediato regresó la mente a sus obligaciones.

No había turbulencia ni nubes; sin embargo, a pesar de ello y aunque los informes meteorológicos recopilados por la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC) fueron favo- rables, sabía que no era la hora más apropiada. El despegue estaba contemplado para bastante más temprano, pero muy a su pesar, se vieron obligadas a esperar hasta que disipara la niebla.

Miró el reloj. Era casi mediodía y frunció el ceño, cons- ciente del riesgo que enfrentaban.

María Eliana la observó y presa de la misma inquietud consideró adecuado hacerse parte:

-Imagino que piensas en la posibilidad de una intensifi- cación de los vientos...

Todo piloto sabe que ello implica la consecuente apari-


ción de peligrosas turbulencias y la respuesta fue un afirma- tivo silencio.

-Sin embargo, no es condición imperativa que ello suce- da -expresó para animarla y compartir la responsabilidad.

-Yo lo sé, pero no deja de preocuparme.

María Eliana prefirió callar sus aprensiones respecto a los riesgos en la cordillera y se limitó a agregar:

-Necesitamos una corriente que nos dé un empujoncito. Y continuaron. Era fuerte el anhelo que las movía a rea-

lizar aquella aventura. Ambas tenían clara la importancia de no dudar e insistir aún acechadas por el peligro. Era parte del desafío: prudentes, pero gallardas...

“Aunque nunca tan descocadas ¿o sí?” se dice Madeleine en la habitación del hotel, mientras termina de sacarse la ropa.

Entra al baño y abrazada por el agua tibia de la ducha, sonríe por las ironías del destino. Se pregunta qué les depara y piensa en la incertidumbre como condición básica:

“La maravilla más grande que nos entrega la vida”, se dice. Siente que una vez más se ha lanzado de piquero sin temor a nadar.

-Un poco de magia, eso es lo que necesitamos para ser feli- ces -agrega en voz alta contra los pulidos cerámicos del muro.

Le divierte pensar que un vuelo entre Santiago y Viña del Mar, por lo general demora menos de cuarenta minutos. Ellas, lo han hecho en más de cuatro horas. Entonces, cede a la necesidad de soltar una carcajada.

Evoca el amanecer, la nubosidad y la losa de Los Cerrillos llena de sorpresas: familiares, amigos, diversas autoridades, la prensa con una interesante variedad de periodistas y cámaras de televisión, que interfiere sin pie- dad con sus preparativos a través de una persecución pro- pia de su actividad.

Ahí se detiene unos instantes. Hace una mueca, aún poco convencida de que tuviera que mediar tanta distrac- ción, mientras su seguridad estaba en juego.

Las imágenes adquieren movimiento y sonido, como si se tratara de una película que ha comenzado a rodar:


-No puede ser que a esta hora ya estén instalados -le comentó a su amiga, apenas vio el inusual ajetreo sobre la losa.

-Es la televisión -opinó ésta en un intento por justificar- les, consciente de la importancia aportada por su presencia-. Así funcionan y en buena hora, aunque estoy de acuerdo, podrían ser un poco menos invasores.

-Sí, claro, es natural que estén preocupados de su pro- gramación. Yo trato de entenderlos, pero ni piensan que necesitamos concentración para ordenar la salida.

-Déjamelos a mí mientras te ocupas del avión, el infor- me meteorológico y los últimos trámites. Yo me haré cargo de ellos. Están haciendo su trabajo y para nosotras es impor- tante que lo hagan bien.

-De acuerdo, pero mira, están todos los canales de tele- visión. Hasta el matinal de la Universidad Católica está ins- talado desde antes que llegáramos, como si pensaran trans- mitir un programa completo en vivo...

“Y es precisamente lo que hicieron -se dice-. Aun ahora, apenas lo creo”.

La recuerda ir, en medio del bullicio, hacia las cámaras y los periodistas para satisfacer sus requerimientos.

Mientras, ella se abocó diligente al Bonanza y su revi- sión de pre vuelo. La hizo parte por parte, lista en mano y la vista aguzada con especial esmero debido al encandilamien- to originado por los potentes focos de la televisión. Observó el nivel del aceite, verificó que el combustible no estuviera contaminado ni hubiera alguna fuga, probó el funcionamien- to de las luces...

Sus manos acariciaron el metal de los alerones y de los nuevos estanques adosados a las puntas de las alas, pen- diente de cada remache, con ternura, como si se tratara de un ser vivo y muy querido. Pensó en la ley de las coinciden- cias: Julie es el diminutivo de JULIETT, las letras de la matrícula del avión, entregada por la DGAC, que de manera fortuita coincidió con el nombre de su bisabuela materna, Julie Arnous.

Luego se dedicó a la estiba, convertida por la necesidad en una obra de ingeniería. Distribuyó con profesionalismo el


peso para no afectar el centro de gravedad y amarró cada cosa en el lugar asignado...

“Pues nunca se sabe -piensa-. Si nos pilla una turbulen- cia no será momento de ponerse a ordenar, menos para reci- bir un golpe en la cabeza”.

El agua la envuelve mientras imagina que le cae un bulto encima. Emite un ruido seco y ríe. Enfoca unos segundos sus pensamientos en el Julie, como si tuviera alma y al mismo tiempo fuera parte de ella. Lo visualiza generosamente invitado por el Grupo Nueve para pernoctar la noche del lunes. Recuerda a Guillermo Munizaga, quien la fuera a buscar en su Piper Arrow para llevarla de vuelta a Tobalaba. Al llegar le entregó un pequeño cojín que guar- daba en su avión, diciendo:

-Es para el Julie, para la Travesía.

Generaliza aquella ternura y consideración hacia tantos amigos y conocidos, pensando que es un buen augurio que les ayudará a enfilar por el camino de aquella misión.

Descuelga la toalla para secar su cuerpo y cambia de escenario. Retrocede a la celebración del Día Internacional de la Mujer en la Moneda y rueda otra película, esta vez montada en el Patio de los Naranjos.

Evoca al Presidente de la República, quien a modo de despedida les entregó la bandera de Chile y el mensaje de ser llevada como muestra de amistad a todos los lugares donde tocaran suelo. De inmediato piensa en el modelo a escala del Julie, preparado por el Servicio Nacional de la Mujer (SERNAM), que juntas le regalaran. Le parece oírse dando a conocer los propósitos de tan inusual vuelo ante la diversidad de autoridades y desde el fondo de su corazón agradece la colaboración con el proyecto Travesía 2004. Por su mente pasan raudas la Primera Dama, la Ministra de Defensa y la del SERNAM...

A medida que el acto avanzó, las dos aviadoras se sin- tieron cada vez más fuera de lugar, pues aparte de mantener en espera los últimos preparativos para el viaje, aún no resolvían el asunto del seguro contra terceros exigido para despegar: pocos días antes, a pesar de haber iniciado ella


misma los trámites con varios meses de anticipación, la compañía le informó que sólo era posible contratarlo anexa- do al del avión, con un costo tan exorbitante que prefirió ni pensar en cuántos dólares significaba, que además debían ser pagados al contado... Y a veinte horas de la partida, aún les faltaba conseguir una buena parte. Eso, sin considerar que ya habían tenido que pedir un préstamo bancario fuera de programa.

Las arcas estaban demasiado disminuidas, y por fallarles los aportes de un sinnúmero de empresas que en principio creyeron interesadas, tenían que continuar endeudándose.

Sus mentes eran unos torbellinos. Despedidas por las máximas autoridades del país y su aventura en boca de todos los chilenos, se sentían metidas hasta el cuello y luchaban por imaginar una solución que evitara la suspensión del vuelo.

Otra vez ríe con ganas. Luego agrega en voz alta, sabiendo que nadie puede escucharle:

-¡Y ahora aquí, en Viña, apenas a cien kilómetros de Santiago, cuando debiéramos estar en Porto Alegre!

Medita unos instantes y agrega convencida:

-Pero nada nos detendrá.

Gira la manecilla del despertador para programarlo a las cinco treinta y entra en la cama. Agradecida del relajo que siente, deja que un profundo suspiro lleve de nuevo sus pen- samientos a la mañana, al Julie y a la cordillera. Por instan- tes fija su mente en el estanque interior instalado tras los res- paldos. Luego, en los adosados a las puntas de las alas. Agregados a los originales, ubicados en el interior de éstas, permiten cargar un total de seiscientos sesenta y un litros de avgas, combustible que usa el Julie... Percibe que un escalo- frío le recorre el cuerpo.

De inmediato piensa en el rugir del motor y se visuali- za en el sector cordillerano, exigiéndole al máximo en el intento por alcanzar los 14.000 pies necesarios para estabi- lizarse y cruzar con cierta seguridad hacia su primer desti- no, vía Mendoza.

El Julie subió a 10.000, cruzó los 11.000 y llegó a 12.000... Y como niño taimado, ahí se estancó. La cadena


montañosa, perdida en la distancia, comenzó a transformarse en un grueso muro intraspasable.

-Necesitamos subir más. ¡Vamos, Julie! -le animó. Percibió la mirada cariñosa de María Eliana y le obse-

quió una amplia sonrisa.

Sus miradas convergieron en el altímetro: doce mil pies, doce mil cien, doce mil otra vez, once mil novecientos...

Insistió en mantenerlo con su nariz arriba, pero el Continental comenzó a resentir la falta de aire para el buen funcionamiento de su sistema de enfriamiento. La aguja del instrumento que mide la temperatura en la cabeza de uno de los seis cilindros se acercaba al rojo... En eso escu- charon el silbido del pito stall, avisando la inminente pérdi- da de sustentación. Para acallarlo, Madeleine puso un pun- to de flap. Los generadores de sustentación ubicados en las alas se desplegaron los grados requeridos para demorar aquella situación de peligro. Bajó ligeramente la nariz del Julie y aunque ya había compensado la mezcla de combus- tible-aire, según las tablas de performance, empujó un poco la palanca para aumentar en algo el flujo de gasolina y lograr un equilibrio que contribuyera al enfriamiento del motor sin ahogarlo, pues a esa altitud la densidad del aire disminuye... Observó el flujómetro y el EGT, constatando que sus cálculos eran correctos.

Acto seguido, decidió nivelar el avión y bajó más la parte delantera con el fin de aumentar la velocidad. Al poco rato tiró la caña hacia el cuerpo para cambiarla por altura, con lo cual ganó 200 pies; sin embargo, de inmediato perdió 400... Se encontró atorada en un dilema: subir la nariz y ganar altitud con la consecuente calentura del motor o aga- charla para enfriarlo...

La radio interrumpió sus cavilaciones y la sacó de aquel sin fin de trucos:

-Papa Lima Juliett. ¿Intenciones?

-Establecer nivel uno tres cinco como mínimo para ini- ciar cruce y seguir montando a uno cuatro cinco, con dificul- tades para lograrlo. Seguiré insistiendo -respondió.

Pero el Julie no quiso remontar.


-Intentemos más al norte -propuso a María Eliana y niveló para aumentar la velocidad y la refrigeración del motor.

El Julie buscó por las laderas de los cerros a ver si encontraba una corriente ascendente que le ayudara, pero en vano: no pudo subir más.

Madeleine insistió y el avión se desplazó otro buen tre- cho. Cumplidas tres horas de vuelo, bajo las alas observaron descansar pacífico el embalse La Paloma.

-Llevamos demasiado peso -confesó.

-Sí, con todo este combustible y el calor que hace... Tal vez debiéramos haber esperado hasta Mendoza para cargar el estanque grande.

-No te olvides que en Chile nos apoyaron con el com- bustible para este tramo, mientras que en Mendoza lo tendrí- amos que pagar.

Se produjo un silencio. No era necesario repetir lo cor- tas de fondos que andaban.

-Tendremos que interrumpir el vuelo -advirtió por fin, dispuesta a maniobrar para cambiar el rumbo.

-¿Interrumpirlo? -preguntó María Eliana como si ello la sorprendiera, pero sabía que era lo más cuerdo.

-Sí, aunque nos duela el alma, será conveniente esperar hasta mañana y salir temprano. Después de todos los inten- tos que hemos hecho, ambas sabemos que cruzar la cordille- ra en estas condiciones es imposible. Reventaremos el motor y planear sobre las rocas no me hace gracia. Además, ten la bondad de recordar que llevamos algunos litros de líquido inflamable.

-Sí, yo sé, pero no deja de molestarme la idea de tener que partir de nuevo... Pero está bien, tienes razón y más tar- de será peor... ¿Pero dónde aterrizaremos?

-Estamos bastante cerca de La Serena.

-Ni pensarlo, allí tendríamos que gastar en hotel y comida.

-Mmmh, es cierto. Entonces no queda más remedio que volver a Santiago.

-¿A Santiago? ¡Ni locas!

-¿Se te ocurre otra idea?


-Sí, por supuesto, Viña. No te olvides que ahí vivo.

-María Eliana ofreció una sonrisa para de inmediato conti- nuar-. Tenemos mi departamento. Además, se notará menos y no tendremos a los periodistas encima. Por otro lado, recuerda que la Comandancia Aeronaval nos ha ofrecido tanto su ayuda. Es una buena oportunidad que no debemos despreciar.

-Y nos guardarán el secreto.

-Al menos hasta que volvamos a salir.

Ambas sonrieron en complicidad y junto con pensar en iniciar el viraje, agregó:

-Podremos aprovechar su invitación para hacer una práctica IFR en la pista aeronaval -estaba entusiasmada con la idea de practicar un aterrizaje con aproximación por ins- trumentos sin tener que pagar por ello, además de ahorrarse la tasa por la pista y el uso de las luces requeridas para tal maniobra-. No todos los aeródromos tienen las característi- cas necesarias.

Su compañera accedió con gusto:

-Muy bien, al aeródromo de Viña los boletos. Mañana saldremos más livianas. Cargaremos algo menos de avgas que en Los Cerrillos para no atorar al Julie y partiremos temprano.

-Además, capaz que se conmuevan y nos lo regalen, ya que hasta ahora se han portado de maravilla.

-Así se habla, mañana será otro día.

El motor rugió, las alas se inclinaron y obediente, la nariz buscó la nueva ruta.

A las dos y media de la tarde posaron las ruedas sobre la losa y a los pocos segundos fueron guiadas hasta estacionar.

La visión de un individuo común y corriente supondría la postergación del vuelo, incluso más de alguien hubiera pensado en ponerle fin. Pero no ellas. A esas alturas, las cartas tiradas eran un compromiso indestructible: imposible pensar siquiera en echar pie atrás. De hecho, a ninguna se le pasó por la mente. Por el contrario, percibieron hasta en sus cuerpos las ansias por amanecer pronto, despegar y sentir aquella sensación inefable que las colma cada vez que se convierten en pájaros...


Madeleine no logra conciliar el sueño y evoca la llegada a la “Ciudad Jardín” en un automóvil dispuesto por el Comandante de la Base Aeronaval. El dificultoso tráfico producido por la enorme variedad de vehículos le pareció un profundo contrapunto con la soledad de los aires. Por fin lle- garon a su destino: el edificio en que vive María Eliana.

Mientras esperaban el ascensor, la observó hurguetear el interior de su cartera. El comentario que prosiguió se le hizo más grave que divertido:

-No encuentro las llaves -de inmediato cayó en la cuen- ta-. Se las entregué a Valentín...

Su amiga percibió un desasosiego que nada positivo aportaba a su humor y la escuchó agregar sin alterarse:

-También tiene mi celular -y se dio el tiempo de hacer un comentario adicional-. Conociéndolo, no querrá estar solo, al menos no por hoy. De seguro volvió a tu casa con Hans... Pero no lo llamaré hasta antes de dormirnos, para no preocuparlo más de la cuenta.

Transcurridos unos segundos silenciosos la volvió a oír, en un tono propio de quien cree encontrar una solución conveniente:

-¿Pero sabes?, mi vecina tiene un duplicado de las lla- ves. Vamos a pedírselas.

Sin embargo, no respondieron al timbre. Eran las seis de la tarde y habían salido quién sabe a dónde.

Se acercaron al escritorio del conserje, mientras María Eliana aseguró con voz tranquilizadora:

-No te preocupes, ya llegarán.

-Veré si puedo ubicarlos -intervino el empleado con amabilidad, sorprendido de verla parada ante él.

-Hemos tenido que volver, pero partiremos mañana tem- prano -abrevió ella, sin ánimo de dar más explicaciones.

Él no respondió ni se atrevió a indagar, aunque le corro- yó la curiosidad.

-Estoy despierta desde antes de las tres de la mañana

-interfirió Madeleine, salvándola de caer en la necesidad de dar más antecedentes. Se sintió víctima del cansancio, no sólo por el quehacer de esas últimas quince horas, sino tam-


bién debido a la tensión de luchar contra la terquedad del Julie, que las obligó a devolverse para partir al día siguiente casi de cero. A ello se sumaba la presión general, incluido el reventón del neumático en el camino al aeródromo Los Cerrillos y la niebla que atrasó todo y en definitiva fue la gran culpable...

“Porque todo el mundo sabe -se dice- que en un avión chico la cordillera se cruza temprano”.

Deseosa de acostar sus huesos, pensó en un hotel, consciente de las exigencias que les deparaba la jornada del día siguiente.

En consideración a mantener entre ellas una comunica- ción franca y fluida, incluso en muchas oportunidades a tra- vés del silencio, fue al grano:

-No soy capaz de esperar. Anhelo una ducha y acostarme. Ha sido un día duro. Será mejor que nos vayamos a un hotel.

-Pero Madeleine, no tiene sentido hacer tal gasto. Ten un poco de paciencia. Mis vecinos no demoran en llegar

-protestó María Eliana y condujo la mirada hacia el conserje en busca de aprobación.

-Sí tiene sentido, estoy muy cansada -objetó su amiga, haciendo caso omiso de lo que opinara el empleado y com- prendió que su compañera, aunque también agotada, encon- trara absurdo dejar su departamento para ir a un hotel.

-Espérate, lo vamos a solucionar, es sólo cosa de un rato

-insistió, pero la decisión estaba tomada y por lo tanto era imposible que transara.

-Está bien, esperaré a mi vecina. Además, aprovecho de ver cómo están los gatos...

-Ah, tu siamés y la gata...

-Sí, les va a encantar verme entrar -continuó, con lo cual bajó el perfil al desacuerdo.

-Llamemos un radio taxi -propuso Madeleine, que con- sideró inútil seguir ahí, ante la posibilidad de tomar su baño y descansar-. Mañana nos recogerán y nos juntaremos de nuevo. Por lo demás, con el cansancio que tenemos, dudo que hablemos mucho.

María Eliana no hizo más comentarios y solicitó al con-


serje que consiguiera un auto.

Su amiga, deseosa de retirarse lo antes posible, sonrió agradecida por la comprensión...

No ha pasado mucho tiempo cuando se encuentra bajo la cálida lluvia que cubre su corto pelo. Le cae sobre los hombros y escurre por el cuerpo...















A pesar de todo




Luego de acostarse, María Eliana evoca al sonriente hombre que les abrió la puerta del avión. No lo había trata- do tanto como Madeleine y sin su acostumbrada gorra, la cara le resultó desconocida.

Esperaban la recepción de un uniformado aeronaval y sus instrucciones para estacionar el avión, de manera que no comprendió quién podría recibirlas en forma tan perso- nalizada. Por ir sentada al lado de la puerta, lo vio primero y la camisa celeste aumentó su curiosidad, pues era propia del uniforme de la Fuerza Aérea de Chile, mientras los navales la llevan blanca.


Al escuchar el tono de su voz, la figura se le hizo fami- liar y cayó en la cuenta...

-¡Increíble! -exclama en voz alta.

Perpleja por la sorpresa, observó al mismísimo Director General de Aeronáutica, quien sólo unas horas antes las despidiera en Los Cerrillos. Se preguntó en qué momento había llegado ahí.

Él, mientras le tendía la mano para bajar, dijo con tono festivo:

-Pero chiquillas, ¡cuánto se demoraron en llegar a Viña!

-General Rosende, ¿usted aquí? Veo que no nos deja a sol ni a sombra -atinó a decirle con su particular encanto.

-Y las seguiré cuidando, chiquillas -no demoró en res- ponder-. Haré venir de Santiago a dos inspectores de la DGAC para que mañana les ayuden con el papeleo y las escolten hasta el Cristo Redentor...

Deja esos pensamientos atrás, para recorrer algunos acontecimientos ocurridos desde que se levantara en la mañana, cerca de las cuatro. No como Madeleine, que por cumplir con su ritual matutino estuvo dispuesta a abrir los ojos antes de las tres.

Aprovechó para conversar un poco con Valentín y cal- marlo, pues a medida que estuvo más cerca la “hora cero”, aumentó su inquietud. Y ella para no entrar en conflicto durante los días previos, evitó tanto el tema, que sin propo- nérselo tuvo oídos sordos para cualquier sugerencia que planteara, sin saber en aquel momento que después se arre- pentiría por no haberlo escuchado.

Medita respecto a la habilidad que ha desarrollado para manejar situaciones con personas presas de estados emo- cionales. Tiene plena conciencia del vacío, la soledad y el temor que significó para él quedarse. Le parece que, sin duda, fue más insostenible que para ella partir. Porque en realidad partir no era nada de insostenible, sino por el con- trario, correspondía al inicio de una aventura fantástica, sin espacio para fantasmas. Y de haber alguno, era la oportuni- dad de espantarlo, según su costumbre: enfrentar sus mie-


dos con la decisión propia de los valientes...

Sonríe satisfecha y su mente da un salto brusco para enfocar el camino que conduce desde la casa de Madeleine, donde habían alojado, hasta el aeródromo Los Cerrillos.

“Serían como las cinco” se dice y continúa con sus pensamientos. Rememora la noche estrellada y la soledad del lugar. Seguían de cerca el automóvil en que viajaba su amiga y el marido, este último al volante. Con lo bien que la conoce, la imaginó repasar en su mente cada detalle sobre lo necesario para el vuelo.

También recuerda que inició una oración para rogar a Dios que las protegiera. Miró el perfil de su esposo y le asaltó la siniestra duda de tal vez no volver a verlo. Pero no se dejó arrastrar por aquella oleada de pesimismo. De inmediato giró la mente hacia la posibilidad de éxito. Era más atractivo pensar en eso. Tal vez dejaran una huella eterna para la historia de la aviación... Con la mirada aún puesta en él se acordó de algo muy importante y, sin sope- sar cómo le pudieran llegar sus palabras, le recordó:

-No te olvides de darle comida a los gatitos. Él sonrió y puso su mano sobre la de ella.

Ese tierno gesto la hizo pensar en lo feliz de aquel segundo matrimonio y volvió a preguntarse por la influen- cia del destino en sus futuros.

Su esposo anterior, con quien mantenía una buena rela- ción de amistad, entró a su cabeza por algunos instantes. Tendría la oportunidad de despedirse en Los Cerrillos.

¿Sería para siempre?...

De pronto sus pensamientos fueron interferidos, pues Valentín echó el auto hacia la derecha para estacionar tras el de Hans que recién se detuviera. Calculó encontrarse en las cercanías de la población La Legua.

Casi de inmediato vio a Madeleine abrir la puerta de su auto y acercarse. Mientras terminaba de bajar el vidrio, escuchó su voz:

-Es increíble, no me vas a creer, no hemos tenido una pana de rueda en años y ahora, aquí, se nos pincha un neu- mático. No pudimos escoger peor momento ni lugar menos


apropiado... ¿Qué vamos a hacer?

-Cambiarlo -respondió María Eliana con naturalidad.

Su amiga meditó unos instantes y advirtió con acen- to categórico:

-No, no tenemos tiempo para eso. Dejemos que los hombres solucionen el problema y nosotras seguimos en tu auto. Allá nos encontraremos con ellos.

-Váyanse, no demoren, aún tienen mucho que hacer

-indicó afable Hans-. Nosotros podemos llevar el bolso con tus cosas personales.

-No, gracias, lo haremos nosotras, porque tenemos que hacer la estiba. Allá los esperamos -terminó la conversa- ción y trasladó su cartera, el maletín de vuelo y sus cosas personales.

Apenas su amiga cerró la puerta, María Eliana encen- dió el motor y puso el automóvil en movimiento.

Ambos maridos quedaron atrás y en el espejo retrovi- sor desaparecieron envueltos por la niebla.

-¿Tú crees que los volvamos a ver? -preguntó Ma- deleine con un negro sentido del humor.

La observó en silencio. Su sentimentalismo no le daba pase para bromas.

-¡No puede ser, esta condición meteorológica nos atra- sará para despegar! -recuerda haberla escuchado decir. Apenas podían distinguir las luminarias más cercanas, pero al momento la oyó mostrar su vena positiva:

-No importa, tendremos más tiempo para organizar todo bien.

Detiene sus pensamientos para revisar estas señales y una vez más se deja llevar por la importancia que para ella tiene aventurar una interpretación:

“Hay un sentido, una razón para que ocurran las cosas -se dice-. Y éstas, era claro que apuntaban a postergar el vuelo”.

Aunque sin el ánimo de aplazar el asunto, propuso por prudencia:

-¿No crees que sería mejor partir mañana? La niebla no va a disipar antes del medio día y será muy tarde para cruzar la cordillera.


Madeleine la observó sin mostrar inquietud y aseguró con voz firme:

-No, sólo saldremos un poco más tarde. Nos dará tiempo

-repitió- para organizar mejor las cosas. Este tipo de niebla es habitual en este sector de la ciudad y nunca tiene mucha altu- ra. Además, podremos salir instrumental o VFR especial.

Le pareció atractiva la idea de hacer un vuelo visual bajo esa condición especial, en que sólo se permite un avión a la vez en las inmediaciones del aeródromo...

Sonríe al reconocer que ama todo lo que implica salir de la rutina, convencida que la luz de la vida tiene sentido a partir de la oscuridad. Más despierta de lo que desea, continúa con sus recuerdos: rodearon el aeropuerto por el Sur para dirigirse a las instalaciones del Grupo Nueve de la Fuerza Aérea...

Agradece en silencio al coronel García por haber faci- litado las dependencias para alojar el avión durante la noche anterior a la partida.

A las siete y media, policía internacional, constituida expresamente allí para facilitar los trámites, les dio la auto- rización para salir del país; sin embargo, aún tenían que esperar a que disipara la niebla.

En la cabina el espacio disponible era mínimo. Ni siquiera cupieron ambas carteras. El lugar preferencial fue para el maletín de vuelo con las cartas de navegación, el Dalton para hacer cálculos aéreos, los repuestos de planes de vuelo, las calculadoras, un GPS portátil y varios acceso- rios útiles como lápices a mina con goma, una linterna, pilas de repuesto y fósforos.

Luego de acomodar los tres balones de oxígeno echa- ron algunas nueces y pasas para nutrirse, un cartucho de caramelos para mantener el nivel de azúcar en la sangre y dos botellas de tres cuartos de litro con agua y tabletas efervescentes de vitaminas y minerales, necesarias para mantener el equilibrio electrolítico de las células y no des- hidratarse, auspicio estas últimas de una empresa nortea- mericana formada por dos pilotos comerciales mujeres, quienes al igual que nuestras pilotos, son socias de las


Ninety Nines, una asociación internacional de aviadoras cuya sede principal está en Estados Unidos. Su fundadora y primera presidenta fue, en 1929, la conocida piloto Amelia Earhart.

Todo el resto fue a parar atrás: los salvavidas, innece- sarios por el momento; sus reducidas cosas personales; aceite de repuesto para el motor; más alimentos de supervi- vencia seleccionados, o sea más nueces, pasas y caramelos; el resto de las tabletas efervescentes; otro poco de agua en donde disolverlas... Todo organizado a la perfección.

“Y mi cartera” se dice, aún poco convencida por tener que despegarse de tan noble compañera.

Recuerda al General Osvaldo Sarabia, Comandante en Jefe de la FACH, quien luego de un breve discurso, junto a las ministras Michelle Bachelet y Cecilia Pérez, con asis- tencia de autoridades de la Base Grupo Nueve, les obse- quió dos grandes cajas que contenían una delicada bufanda de seda roja estampada con la leyenda “Travesía Atlántica 2004” y un gorro de vuelo con el mismo mensaje bordado delante y sus nombres atrás.

Además, les entregó dos chalecos salvavidas certifica- dos con que reemplazaron los que llevaban. Lamentaron haber gastado en aquella acreditación innecesaria, pero éstos eran mejores y su empaque más pequeño.

Fija la mente durante unos segundos en el General Enrique Rosende: jamás olvidará su calurosa despedida y sabe que Madeleine tampoco. Deja salir una suave risa al pensar en la sorpresa que les diera al aterrizar en el aeropuer- to de Viña del Mar. De paso le agradece por tantos gestos amables hacia ellas, incluidos los dos pilotos de la Dirección de Seguridad Operacional, ambos de nombre Fernando.

Regresa a Los Cerrillos y se emociona: la niebla comenzó a disipar y por petición de la Ministra Bachelet a la Comandancia en Jefe, tendrían el honor de ser escoltadas por dos aviones Pillán con un detalle muy especial: la tri- pulación incluía dos mujeres recién graduadas del primer curso mixto en la historia de la FACH.

Las tiene en la retina. Hermosas y jóvenes en extremo,


orgullosas con sus uniformes verdes y las gorras sobre los cabellos recogidos.

Estuvieron juntas en el improvisado set de televisión, luego quisieron ver el interior del avión y tomarse algunas fotografías con ellas.

Después desplegaron la bandera chilena con la ayuda de las ministras Michelle Bachelet y Cecilia Pérez, y se despi- dieron. Madeleine entró para tomar posesión del mando y María Eliana parada sobre el ala del Bonanza agitó su mano. Antes de cerrar la puerta exhibió una vez más la ban- dera chilena bajo su contagiosa sonrisa y volvió a saludar con la mano, clavando sus ojos en los de su marido al tiem-

po que le decía:

-No te preocupes, volveremos.

A las diez con cuarenta, apenas resistiendo la emoción, solicitaron permiso para  rodar al cabezal dos uno.

Ocho minutos después, completada la última lista de chequeo instrumental y hecha la prueba de motor, recibie- ron la autorización que les permitió correr por la pista.

Fueron momentos de gran sensibilidad. A la altura del Estadio Nacional escucharon, proveniente de uno de los Pillán escolta, una dulce voz. Era una de las muchachas pilotos, quien les transmitía un mensaje oficial de despedi- da por encargo de la Alta Comandancia:

-En nombre del Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de Chile, deseamos brindarles unas palabras de despedida...

Las aviadoras respondieron conmovidas por la fineza del gesto, pues ya habían recibido todos los honores de la partida.

Los Pillán regresaron a la base y el Julie continuó soli- tario con su peculiar tripulación. Viraron a la izquierda y sobrevolaron de cortesía la base de operaciones del aeró- dromo Tobalaba, donde funciona el Club Aéreo de Santiago, del cual son socias activas. Además, allí tiene su hangar el avión.

Conversaron sobre cómo sería aterrizar al regreso y convinieron que, sin duda, un momento sublime.

Sobrecogidas por la emoción entregaron a la torre un


último adiós y escucharon por radio su respuesta:

-¡Buen vuelo, hasta la vuelta!

-Es para nunca olvidarlo -comentaron las aviadoras.

“Es cierto, nunca lo olvidaré” piensa María Eliana, mientras el sueño la atrapa.

Aparece borrosa la escena en ese pequeño pedazo de cielo: un helicóptero montado con cámaras de televisión y un avión sobrevolándolas, repleto de periodistas...








Unir tres continentes



Madeleine no sabe en qué momento se durmió. Dirige los ojos hacia el reloj y se percata de que faltan cinco minu- tos para que suene la campanilla. Son las cinco veinticinco. Estira el brazo y lo apaga.

Recuerda que optó por alojar en un hotel y adivina que es hora de despabilarse, lo que hace sin apuro, agradecida por su costumbre de despertar una hora y media antes de salir. Esto le permite meditar un rato, abandonar la cama sin prisa, tomar desayuno, terminar de arreglar sus cosas e ir al baño con calma. Serán muchas horas en el aire y ninguna la posi- bilidad de contar con uno.

-¡Bien, manos a la obra, ahora partiremos de amanecida!

-exclama, mientras observa por la ventana la tímida luna, empotrada en el oscuro cielo y centra la mente en el aeródro- mo de la Base Aeronaval de Viña del Mar.

Falta aún bastante para que la recojan. Será a las siete. Hora sin tráfico, por lo cual el recorrido se les hará corto. Casi se siente pasando por Con Con y unos pocos kilómetros


al Este, ahí, en todo su esplendor, esperándolas, su querido Julie a punto de rodar.

-Brasil -susurra, como si fuera un secreto entre la noche y ella-. Esta vez sí será nuestro primer destino.

Vuelve a sonreír y finaliza la frase:

-Porto Alegre.

De inmediato piensa en la travesía del Atlántico y el objetivo final. El júbilo que siente la obliga a acentuar en voz alta, expectante:

-¡Ginebra!

Acto seguido piensa en América, África y Europa:

“Unir en amistad tres continentes a bordo de un pequeño monomotor” se dice y visualiza lo inusitado de aterrizar en tantos lugares lejanos y desconocidos, en muchos de los cua- les ya se han posado muchos amigos. “En alguna parte esta- rán esperándonos” piensa y percibe algo del placer que pre- siente, emocionada con el privilegio que significa la oportu- nidad de realizar un vuelo de tal magnitud, especialmente en su calidad de piloto, enfrentada a miles de incógnitas, peli- gros y obstáculos que habrá que vencer; una osadía, sin duda, pero bien planificada. Siente que los motivos para rea- lizar el esfuerzo sobran, entre éstos, la incalculable recom- pensa interior de convertir otro de sus sueños en realidad. “Con la gracia de Dios” se dice para terminar la reflexión.

Sonríe una vez más, pues piensa en todo lo que significa el regreso, lo que incluye repetirse el plato.

-Ahora no habrá contratiempo -protesta-. Aunque con el cli- ma nunca se sabe -recapacita y de inmediato agrega en voz alta:

-En esta actividad siempre es igual, una nunca puede estar segura. Por más que proponga, Dios dispone...

Los oficiales encargados de atenderlas recogen a María Eliana en su departamento y el automóvil abandona el condo- minio para bajar por El Sauce de Recreo. Toma por la aveni- da España y bordea la costa.

Se conmueve con la tranquilidad del ambiente. Observa al costado el hermoso reloj de flores enclavado en el césped, de seguro húmedo por el rocío. Al quedar atrás aparece en su mente Valentín acompañado de sus aprensiones. Recuerda


que para evitar un conflicto, en diversas ocasiones aparentó no darles importancia. Muy en especial cuando él le reco- mendó cruzar la cordillera con el estanque interior vacío.

Era la voz de un ingeniero que, aunque no aeronáutico, tuvo muchos años de experiencia para formar su criterio profesional. Pero ahorrar unos pesos en avgas era demasia- da tentación: “Total, entre volar con dos, cuatro o cinco estanques es la misma cosa. Además, tendríamos que hacer escala para cargar y eso también cuesta -se dice, convenci- da de hacer lo correcto-. Y si los ingenieros de Aeronáutica lo certificaron y es su especialidad... Menos mal que no le hice caso”...

Uno de los oficiales interrumpe sus pensamientos, ella responde y el otro hace un comentario. Así entablan una entretenida conversación que dura mientras hacen el camino que conduce a las instalaciones del hotel San Martín, donde les espera Madeleine.

Pronto continúan, pasan por el Mall Marina Arauco y algo más al Este doblan a la izquierda para entrar al camino internacional que lleva a la ciudad de Quillota.

Contrario a la situación diurna, tal como lo presumieron, es una hora de muy poco tráfico, de manera que no demorarán en llegar y sienten que el camino será agradable, relajo que les parece conveniente antes de iniciar el cruce por la cordillera.

Se produce un silencio y María Eliana, sin darse cuenta, otra vez comienza a navegar en un mar de pensamientos.

Esta vez quien aparece es el General Osvaldo Sarabia y aquella pregunta que les hiciera con un humor que en ese momento les pareció poco divertido:

-¿Por qué no se quedan sentadas en sus casas?...

Observa el perfil de su amiga y sonríe al pensar en lo poco que la convence el apodo “Abuelas Voladoras” y, aun- que a ella no le incomoda, encuentra que en cierta forma tie- ne razón.

Lo han conversado en variadas ocasiones y su amiga opina que le parece discriminatorio respecto del sexo mascu- lino, que puede brillar independiente de la edad o de su con- dición familiar. A los varones simplemente se les considera


su talento: no son hombre presidente, padre parlamentario, abuelo profesional o lo que sea; en cambio, la mujer es madre y presidente o abuela profesional. Sabe que las muje- res tienen tanto que aportar como los hombres, sin perjuicio de lo interesante y útil que resulta ser cualquiera de los dos. Considera que los géneros son equivalentes y se complemen- tan. No se debe mezclar datos biográficos con habilidades profesionales. Respetado esto, no tiene inconveniente que por cariño le digan “Abuela Voladora”, pues considera que ser abuela, así como madre, sin duda son unos tremendos valores agregados. De hecho se siente enriquecida y feliz de serlo, como imagina que le ocurrirá a cada padre y a los abuelos.

“Sin duda uno es tan atractivo como el otro, todo depen- de de los zapatos en que se está” medita María Eliana.

Su compañera le dirige la mirada durante algunos segun- dos, con curiosidad. Sabe lo buena que es para armar made- jas y luego entretenerse en desenrollarlas. Prefiere no pregun- tar y junto con pasear la vista alrededor del vehículo, se atie- ne a continuar con la revisión mental de todo lo necesario para tener un buen despegue y un trayecto de vuelo seguro.

María Eliana se da cuenta y sonríe, pues sabe lo que ella piensa. Pero lo que le hace más gracia es que ignora ser la escogida para la última parte de sus divagaciones.

En la bifurcación el automóvil toma la dirección que lo aleja de Con Con, pues el aeródromo está hacia Quillota, y sus ojos quedan fijos en la ventanilla, mientras pasan velo- ces los postes del alumbrado público y continúa con sus pensamientos:

Al principio muchos no tomaron en serio su inquietud por hacerse protagonistas de una hazaña de tal envergadura, pero el profesionalismo con que actuaron les permitió ablan- dar el terreno.

Aparte de presentar formalmente su proyecto a la FACH y a diversas autoridades, comenzaron una preparación que les tomaría nueve meses.

“Igual que la gestación de un hijo” se dice, intrigada por lo que ello pueda significar. Cruza fugaz por su mente la ima- gen de la joven de su edificio, quien a punto de dar a luz, la


acogió la tarde anterior con tanto cariño...

Su último cumpleaños, el diecinueve de julio, fue la oca- sión escogida para contar sus planes: luego de apagar las velas de la torta, en un gesto de complicidad las dos aviado- ras se miraron. Habían escogido ése como el momento opor- tuno para expresar su decisión. Entonces, hablaron a sus familiares y amigos sobre la investigación realizada y las profundas motivaciones que las indujeron a decidir tan arriesgada empresa.

Cada vez que lo recuerda se molesta por la falta de con- fianza que algunos tuvieron respecto a sus intenciones. Incluso Valentín no las tomó en serio... Se queda pensando. Espera que haya sido por lo que emocionalmente le signifi- caría hacerlo. Con eso lo justifica y zanja el asunto sin entrar en conflicto.

Por algunos instantes fijó su mirada en el colorido de los cuadros que decoran el muro del comedor, todos de su auto- ría, tras Madeleine, sentada al otro lado de la mesa...

Cae en la cuenta de no haber vuelto a pintar desde que dejaron Portugal. Estas imágenes le hacen evocar su reciente estada en el departamento, el desacuerdo con que su amiga alojara en un hotel y los gatos, que funcionan en calidad de hijos adoptivos. Piensa que por ello es conveniente que Valentín vuelva lo antes posible a Viña del Mar.

Regresa a las circunstancias del viaje. Nada les ha resultado fácil. Tuvieron que tomar complicadas decisiones, desde la mis- ma elección del itinerario, donde se contraponían la seguridad y la falta de recursos. Mandó la plata y decidieron cruzar por el Atlántico Sur, aunque era bastante más peligroso que ir por el Norte. También influyó en su decisión el hecho de que esta tra- vesía era más exclusiva y hubo una tercera razón a tomar en cuenta: el deseo de hacer un homenaje a los cien años de la avia- ción a motor y a la memoria de Jean Mermoz, piloto francés de “Aeropostal”, quien junto a otros pioneros, luego de vencer gran cantidad de dificultades, permitió que en 1929 se inaugurara la distribución de correo vía aérea, enlazando por la ruta del Atlántico Sur, Touluse en Francia con América del Sur, hasta la lejana ciudad de Santiago, en Chile.


Se posa en su mente la Ministra Bachelet, gracias a quien tuvieron oportunidad de experimentar en una cámara hipobárica. Allí realizaron difíciles pruebas para conocer sus respuestas y reacciones ante la falta de oxígeno, diferentes en cada cuerpo humano.

Rememora aquello: sentadas en una cabina con cupo para ocho pilotos, con un guante de cirugía colgado al frente, acompañadas de dos oficiales de la FACH y observadas des- de el exterior por médicos especializados, con quienes man- tenían contacto a través de los micrófonos.

Las ascendieron a veintitrés mil pies y vieron cómo la prenda se inflaba debido a la disminución de la densidad del aire, con la consecuente baja de presión, lo que produjo insu- ficiencia de oxígeno.

A esa altitud las instruyeron de sacarse las máscaras para percibir los efectos de la falta de tan preciado elemento.

Madeleine siempre había querido hacerlo, así que estu- vo muy contenta con la experiencia y lo toma con mucho humor cada vez que recuerda que a la tercera de una secuen- cia de sencillas preguntas formuladas por los médicos a tra- vés del micrófono, comenzó a sentirse próxima a perder el conocimiento, por lo cual de inmediato le volvieron a colo- car la mascarilla.

María Eliana, por su parte, también lo recuerda con diversión, además de sorpresa. Su respuesta fue diferente, con un comportamiento del todo desconocido en ella: atacada de la risa y completamente desinteresada en buscar respuesta para aquellas simples interrogaciones.

Ambas reacciones eran catastróficas en caso de suceder en pleno vuelo. Fue una experiencia irremplazable para jamás descuidarse del oxígeno.

La regulación de su régimen alimenticio también fue importante: asesoradas por una médico fisiatra, trabajaron con sesiones de quinesioterapia. Además hicieron largas caminatas, así como yoga y pilates, para fortalecer los músculos. Es algo que están obligadas a realizar periódica- mente: Madeleine para mantener su licencia comercial que debe ser renovada cada seis meses, sometiéndose a un rigu-


roso examen en Medicina Aeroespacial del hospital de la Fach, y María Eliana una vez al año, para renovar la suya de piloto privado.

Y cuando por fin comenzaron a creerles, el Comandante en Jefe de la FACH las enfrentó a la exigencia de completar un vuelo de prueba con diez horas de duración sobre territo- rio chileno, pues era un requerimiento aeronáutico para com- probar el funcionamiento adecuado del alterado suministro de combustible.

Hace una pausa y mira a su compañera de reojo, quien rememora los diversos trámites y actividades: conseguir los tres estanques auxiliares y su certificación, los chalecos sal- vavidas y la balsa, también la documentación técnica y legal, calcular peso y balance para diferentes configuraciones, ela- borar los planes de vuelo IFR de las rutas, contratar el seguro obligatorio por daños a terceros que las obligó a incluir el casco del avión, de lo cual aún no se reponen, obtener y estu- diar las cartas de navegación y aproximaciones...

A estas cavilaciones agrega el alivio que fue la enorme ayuda resultante del ofrecimiento del General Rosende, quien instruyó al departamento encabezado por el Comandante Astorga, para que ellos se encargaran de conseguir los permi- sos de sobrevuelo y aterrizaje en los países extranjeros.

Otro notorio apoyo en que piensa, fue el dado por la ofi- cina de planificación de vuelo del Grupo Diez de la FACH, ubicada en el aeropuerto Arturo Merino Benítez. Con un fajo de planes confeccionados en su casa y provista de las cartas de ruta Jeppesen, fue atendida durante varios días por ama- bles y eficientes oficiales, verificando sus trabajos a través de un programa computacional.

A pesar de sus muchas obligaciones, nunca perdieron el humor ni la paciencia. Además, completaron el set de cartas obtenidas a través de otros pilotos, tanto chilenos como extranjeros. Algunas no eran muy nuevas y otras fotocopias, pero sin duda fue un gran material que sirvió para plasmar los detalles de la ruta. Contenta, les manda unas vibraciones mentales de agradecimiento.

Considera también que durante varios meses anteriores a


la partida tuvo que dedicarse a repasar materias como aerodi- námica, peso y balance, navegación, profundizar conoci- mientos de meteorología y familiarizarse con la reglamenta- ción aeronáutica extranjera, además del lenguaje de comuni- cación entre el avión y los controladores aéreos en el ámbito internacional.

María Eliana, por su parte, hace memoria de la inmensa cantidad de cartas escritas y llamadas telefónicas para conse- guir audiencia con diversas autoridades civiles y uniforma- das, chilenas y extranjeras, lo que le significó hacer muchos viajes a Santiago para reunirse con personas claves, sin dejar de cumplir con la atención de sus pacientes que bajo ningún motivo debían ser postergados. Todo esto entreverado con la confección de sus propios planes de vuelo, muchas sesiones de audio para reentrenar el oído al inglés usado por los con- troladores de tráfico aéreo europeos y un profundo repaso de sus conocimientos de IFR, incluido el trabajo en simulador por si en algún momento se hacía necesario.

Su mente cambia de dirección para recordar lo complica- do que resultó determinar el costo de aquella empresa, que sólo estimaron en sesenta mil dólares, así como las gestiones para conseguir algún financiamiento, acompañadas de grandes decepciones por la nula respuesta de importantes empresas.

Rescatan, eso sí, el apoyo de unos pocos empresarios, en su mayoría pilotos, quienes entusiastas, hicieron grandes esfuerzos para ayudarles en lo que pudieron.

-Hemos llegado a la base -informa el oficial que va al volante.

María Eliana apenas cree lo corto que se le hizo el tra- yecto y frunce el ceño al observar las condiciones meteoroló- gicas reinantes. Madeleine se ve muy seria. Imagina que por el mismo motivo. Están ansiosas por hacer los trámites, la última revisión al Julie y despegar.

-Tenemos niebla baja -comenta.

-Su amiga se limita a responder con un murmullo.







El drama andino

Viña del Mar - Córdoba


La salida vuelve a ser aplazada.

De pronto, mientras hacen los trámites y las revisiones de rigor, se declara una emergencia: un avión naval en vuelo de inspección técnica, que intenta aterrizar, ha informado a la torre de control estar en dificultades.

Toda la atención se vuelve al despliegue dirigido para evitar un posible siniestro. Aparecen carros bomba y ambu- lancias con sirenas, gente que corre, órdenes que retumban por los parlantes...

Y las damas aventureras, transformadas en meras espec-


tadoras, no tienen más remedio que esperar el desenlace de aquello, con la inconformidad de estar por completo fuera del acceso a la información.

La aeronave en apuros aterriza y todo no ha sido más que alarma, de manera que pronto el lugar vuelve a su acti- vidad normal y ellas pueden terminar sus trámites.

María Eliana, acostumbrada a masticar los mensajes des- prendidos de las situaciones extraordinarias, percibe que ambos hechos convergen en un aviso premonitorio; sin embar- go, dichas creencias nada tienen que ver con la idea de demo- rar más el vuelo y por tanto decide callarse. De todos modos, presiente que tendrán más aventura de la que imaginan.

Al abordar el avión agradecen tanta gentileza desplega- da por los oficiales navales encabezados por el Capitán de Navío Luis Fuentealba y se despiden de Fernando Calvo y Fernando Bianchi, los pilotos de la Dirección General de Aeronáutica Civil que las escoltarán hasta la cordillera. Este último traslada su piocha de piloto de aeronáutica desde su casaca a la de María Eliana, con lo cual manifiesta sus bue- nos augurios y el deseo de acompañarlas.

-¡Por fin! -exclama ella misma, cuando reciben la auto- rización para despegar y mira a su compañera, imaginando las ansias que tiene por levantar la nariz del Julie. Sabe que su silencio va dirigido a él.

“Pórtate bien” le transmite Madeleine con el pensamien- to, mientras sus ruedas inician la carrera. El peso de la gaso- lina se nota. Es la razón de por qué el día anterior salieron de Los Cerrillos, pues dicha pista es bastante más larga que la de Tobalaba. Pero están tranquilas. Su confianza, conoci- mientos y experiencia, les dicen que pronto se elevarán...

-Son simpáticos -comenta María Eliana, mientras gira el cuerpo lo que más puede para hacerles una seña juguetona con la mano, como una niña que viaja en el asiento de atrás del automóvil de sus padres.

-Sí, es inusual ser escoltadas por dos inspectores de Aeronáutica.

-Esta vez, en un gesto de cortesía. Ambas se miran contentas.


El Séneca bimotor de la DGAC avanza por el flanco izquierdo.

-¡Mira, nos están fotografiando! -exclama María Eliana, que apenas lo cree.

-Sí, han sido encantadores -dice Madeleine, mientras configura el avión para iniciar una montada.

El Séneca está ahora por el otro lado y sus pilotos se dan la licencia de tratarlas con informalidad:

-Córranse un poco, chiquillas, para sacarles una foto desde este ángulo.

Para dolor de sus bolsillos, llevan veinte galones menos de combustible que el día anterior. Un pequeño precio paga- do para lograr pronto los 14.000 pies de altitud recomenda- bles y cruzar con holgura el macizo andino hacia la República Argentina.

-La compañía de ustedes ha sido muy grata -comunica María Eliana a los pilotos inspectores que las escoltan, agra- decida porque desde un comienzo hicieron caso omiso de su investidura y se portaron como buenos amigos. Mantiene en su mano el micrófono que ha sacado de su soporte ubicado entre los asientos.

Madeleine observa satisfecha la prudencia de ellos, al respetar todo el tiempo las distancias para no poner en riesgo la seguridad.

Sobre la ciudad de Los Andes se ponen las nariceras conec- tadas a uno de los balones de oxígeno y continúan el ascenso.

Irrumpe la radio en la frecuencia interna previamente acordada:

-Papa Lima Juliett, Aeronáutico Dos.

-Adelante Aeronáutico Dos, Papa Lima Juliett.

-Estamos sobre El Cristo y las condiciones son buenas.

Madeleine observa el aire claro con visibilidad ilimitada que ello significa, mientras los escucha continuar:

-Hemos calculado viento a favor de treinta nudos a cator- ce mil pies. No estamos autorizados para cruzar la frontera, así que retornamos a Santiago. Buena suerte y buen vuelo.

María Eliana se despide con la misma informalidad usa- da por ellos:


-Muy agradecidas estamos, Fernandos, por toda la ayu- da y su grata compañía. También les deseamos buen vuelo y esperamos verlos pronto, Lima Juliett.

Madeleine repite:

-Mil gracias por todas las atenciones y que tengan un buen regreso.

Más allá de la nariz del Julie, observan el Aconcagua nevado. Esa parte está tan despejada, que alcanzan a apreciar cómo el viento levanta la nieve y forma con el sol una res- plandeciente estela blanca en dirección Este sobre territorio trasandino.

-Santiago Radar, Papa Lima Juliett, al Este de Los Andes, por nivelar uno cuatro cinco para iniciar cruce visual por El Cristo -avisa Madeleine al control radar ubicado en Cerro Colorado, para enterarlos de que están por alcanzar los 14.500 pies.

-Recibido, Papa Lima Juliett, notifique abandonando zona y frecuencia.

Algunas nubes se forman sobre la cordillera, que no implican obstáculo. Son muy blancas y parecen reposar sobre las cumbres.

El Julie se interna con dirección a Argentina y esta vez demuestra estar de buen humor, por lo que no pone inconve- niente en subir.

Algo relajadas, aprecian el panorama. Madeleine anota en su hoja de planificación el paso por El Cristo, alcanzando la frontera con Argentina.

María Eliana sonríe, pues evoca la escena del día ante- rior, específicamente la cara de espanto de sus vecinos al verla sentada en el recibo del edificio donde está su departa- mento, en un sillón frente a los ascensores. Revive la diver- sión producida por las expresiones de quienes salían del ele- vador, al verla de cuerpo presente, luego de haber aparecido su partida en todos los noticieros de la televisión.

-¿Usted aquí? -le interrogaban, como si estuvieran ante un fantasma.

De pronto apareció Rodrigo González, un joven vecino, quien también sorprendido le hizo la misma pregunta; sin


embargo, atinó a ofrecer algo más que una actitud curiosa:

-Vamos a mi departamento, la invito a tomar un té mien- tras espera. Allí fue recibida por Lorena, su esposa, quien estaba a punto de dar a luz. Aun así, la atendió con sumo cariño durante más de media hora.

Otra vez medita acerca de aquella tierna coincidencia: ambas a punto de dar a luz.

El avión continúa sin dificultad. Todo a pedir de boca. La piloto ha abandonado su comunicación con el Centro de Control de Chile y antes de llamar al de Mendoza, considera oportuno sacar algunas fotografías. Apunta su cámara hacia atrás para hacer unas tomas al monumental cerro Aconcagua y la deja entre los asientos, consciente de la importancia que tiene no distraerse más de la cuenta.

De pronto sienten una vibración y, de inmediato, un inesperado y descomunal golpe de viento las voltea.

Por las ventanas ven los relucientes estanques color terracota ubicados en los extremos de las alas, que parecen estar por todas partes: arriba, debajo, de lado a lado... En la cabina ocurre lo mismo con el tablero y el piso, donde todo se revuelve en forma caótica.

María Eliana no alcanza a introducir el micrófono en el soporte y salta de su mano. Siente el estómago en la boca y sus pensamientos, desordenados, aparecen y se van sin control. Su miedo es tan grande que los incrusta en un posible desastre.

Paralelo al panorama que observa en el exterior, aparece Valentín como una foto al paso. Luego sus dispersos hijos, incluida la pequeña de tres años que no alcanzó a crecer. Como golpes de flash cruzan los destinos en donde ellos habitan: Santiago, Suiza, Hawai y la sepultura... Recuerda los gatos, el departamento, el testamento... Aparece la idea de Dios y la oración rezada antes de salir, con su disposición para entregarse a Él aunque le significara no volver y nunca más ver a los suyos.

También pasan los hijos de Valentín. En ese instante los ama a todos. Sus ojos no cesan de mirar los estanques de punta de ala que suben y bajan.

El Julie hace un roll girando sobre su eje longitudinal.


Parece rozar con las alas las paredes de los cercanos cerros. La vibración continúa, en comparsa con el ruido sordo que se origina en el interior del estanque de cabina.

No dejan de ver los brillantes depósitos agregados a las alas, situados en diversas direcciones, donde no les corresponde estar. Parecen multiplicarse igual que tentáculos y se preguntan cómo normalizar aquella inesperada e implacable situación.

El Julie comienza a precipitarse descontrolado desde los

14.300 pies que logró alcanzar, altura correspondiente a

4.360 metros.

El roll se convierte en un spin. Madeleine, en un flash, repasa la maniobra y trata de corregir para sacar el avión de esa condición. Aplica todo el pedal en sentido opuesto a la rotación. Al mismo tiempo acciona la caña full hacia delante y reduce la potencia. Centra los alerones en espera de que cese la rotación, salir del spin con los controles neutros y poder reanudar el vuelo...

Pero la gasolina del estanque interior sumada a la de los de punta de ala hacen de péndulo, lo que no permite al Bonanza estabilizarse, por lo cual continúa sin control.

Mientras dura el fuerte viento rotor, sus esfuerzos son infructuosos. En poco más de dos minutos cae a 10.600 pies. El suelo se acerca y la aeronave gira, vertiginosa, instantes en picada, otros en círculos, sin pretensiones de enderezarse. Parece chocar con las laderas, mientras la distancia con la tierra se acorta amenazante. En tan poco tiempo ha perdido 3.700 pies, o sea, 1.128 metros.

Experimentar esta falta de dominio en que el avión no responde a la manipulación de los mandos tiene a Madeleine en máxima alerta, a pesar del miedo que siente. Y, consciente de ser la comandante, percibe aumentar su angustia. Piensa en la responsabilidad que lleva a cuestas: María Eliana, ella misma, el Julie... Con su corazón galopante, lucha con todas sus fuerzas por no perder la cordura. Interiormente se repite: “aplicar procedimientos, tengo que obtener el control”... Pero nada. Necesita desahogarse y grita:

-¡Nos vamos a estrellar! -está pálida y el rostro expresa su temor.


Su compañera le ofrece toda la atención con el interés de apoyarla. A la vez, ella también lucha por mantener su cordura. Aplica cada recurso que tiene a mano: su experien- cia en psicoterapia, los conocimientos ganados con tantas horas de vuelo, la instrucción en carabineros para volar en condiciones de alto riesgo y la sangre fría adquirida en la práctica del paracaidismo. Teme que pueda entrar en pánico y regula la respiración con la suya para acoplarla, pues de este modo quiere tranquilizarla.

-No, no nos vamos a estrellar, tranquila... Madeleine... Tranquila... -la alienta. Su voz suena calma y las palabras se alargan como si trabajara con hipnosis.

Madeleine percibe su miedo como algo concreto, pero a la vez no puede aceptar que todo termine de manera tan miserable y continúa la batalla sin dar tregua.

“Debo dominarlo, no puedo entregarme tan fácil” se dice; sin embargo, mientras dure el fenómeno meteorológico resulta imposible hacer algo útil para lograr el control. Ni siquiera puede con la movilidad de sus manos y pies.

En medio del torbellino aparece en su mente, como trá- gica premonición, la fotografía del Julie destruido, en la pri- mera plana de un periódico del día siguiente. Bajo titulares con grandes letras lee: “Las aviadoras de la Travesía 2004 perecieron en la cordillera de Los Andes”.

Escucha golpetear el combustible contra las paredes del estanque recostado tras el asiento. Acaba de comprender lo que ha sucedido y por primera vez advierte el peso de ir en una bomba... Más bien de volar una bomba que no puede controlar.

Y cae, cae, cae...

De pronto el motor suena disparejo...

-¡No, eso no, ahora no! -exclama.

En medio del lío de la cabina y la visión de los estan- ques que aparecen y desaparecen de su vista, aquello resulta patético.

-El motor! -grita-. No puede ser... Ha comenzado a ratear.

El cuerpo le tiembla.


María Eliana entiende la situación: con las piruetas el ala quedó en una postura que no permite alimentarlo con combus- tible y se requiere del procedimiento habitual cuando ratea. Como cree que su amiga puede estar haciendo un cuadro de pánico, aterrada de que el Continental se detenga, vocifera:

-¡Cambia estanque!

Madeleine reacciona de inmediato. Agacha la cabeza y lleva su mano temblorosa hasta cerca del pie izquierdo, a la válvula para cambiar el suministro de bencina del estanque principal izquierdo al principal derecho.

María Eliana aprieta sus manos a la caña y comienza a vivir la tragedia desde los controles...

Si el motor se para, echarlo a andar será tarea imposible.

Entonces estrellarse dependerá sólo de algunos segundos.

Pero de inmediato responde. Su andar se hace parejo y dentro del drama les permite sentir cierto alivio.

Madeleine retoma el mando. “Gracias, motorcito” pien- sa. Su mente continúa la lucha por sobreponerse al pánico que siente su corazón. El avión no responde a las correccio- nes y por tanto ella no logra el control por la fuerza del rotor, el efecto péndulo de la gasolina en los estanques adicionales y la alterada condición general de la aeronave.

María Eliana está consciente de la importancia que en ese momento tiene su experiencia para salvar situaciones difíciles, la costumbre de volar visual a baja altura y la tran- quilidad para no paralizarse, ganada con sus más de trescien- tos saltos en paracaídas y otras situaciones límites en que le ha tocado estar envuelta.

El Julie se encuentra a merced de una turbulencia de aire claro. Saben que nada pueden hacer hasta pasar a una condición más estable. En esta situación, cualquier intento de control es infructuoso. Sus brazos, piernas y manos pare- cen pertenecer a otras personas. Por el parabrisas divisan alternarse las rocas y el cielo. El avión a merced del viento parece retroceder, luego entra en picada. Las rocas se acer- can. El golpeteo interior contra las paredes del estanque de cabina es horripilante. Su efecto péndulo continúa sin permi- tir el equilibrio de la aeronave... Las pilotos, conscientes de


que el Julie no está construido para soportar estas acrobacias involuntarias, temen por alguna fatiga de material. No saben cuánto resistirá; los aviones que califican para ello requieren de un diseño y refuerzos especiales que soporten condicio- nes extremas. No dejan de pensar en la gran cantidad de bencina que llevan a bordo.

El Bonanza no es una hoja zamarreada por el viento, más bien se trata de una bomba en un huracán. La proximi- dad del fin parece inminente. Se preguntan cómo será estre- llarse y explotar de inmediato.

-Dios, ten piedad -implora Madeleine, afligida.

Y una presencia invisible se hace presente. Sienten que Su infinita compasión cubre al Julie con todos sus compo- nentes y mandos, colmándoles el alma.

Se miran entre esa súplica de última esperanza y la incredulidad. Se sienten resucitadas. El Julie ha dejado de corcovear y la vibración desaparece. Todas sus partes parecen continuar en el lugar que les corresponde: la nariz va delante, las alas debajo, el estruendo del estanque ha cesado... Rezan, cada una en su propio silencio, para agra- decer. Apenas creen lo que sucede. La pesadilla parece haber pasado.

-Todo en su lugar -informa María Eliana-. Veo que la estiba ha sido un éxito.

Madeleine no contesta. Su sentido del humor aún per- manece oculto. Respira profundo. La infernal situación vivi- da le ha parecido una eternidad. No para de agradecer con fervor haber salido sanas y salvas de tamaño peligro. También siente gratitud por la compañía de su amiga, una piloto bien entrenada. Sin duda dos expertas aportan más que una. Le reconoce sus habilidades y cualidades. Piensa que la crisis recién sufrida las sometió a una dura prueba y cree que la dupla ha sido una providencial combinación: a pesar del miedo que invadió sus vísceras, mantuvo la cabeza puesta en su lugar y nunca abandonó los esfuerzos por con- trolar el avión, mientras su compañera supo sobreponerse al suyo, imbuyendo tranquilidad al caótico ambiente.

También María Eliana confía en las habilidades de


Madeleine, por lo cual no duda en seguir adelante con la aventura.

Miran a su alrededor y se percatan que ha desaparecido la carretera a Uspallata y Mendoza. La corriente les empujó a un lugar que no reconocen. Intentan encontrar una respues- ta en los instrumentos empotrados al tablero, pero las agujas giran sin sentido. Comprenden que tardarán un rato en vol- ver a dar indicaciones confiables. Sus miradas convergen al centro del panel, hacia el más primitivo de los aparatos: el compás magnético. Indica dirección Sur. Significa que se han desfasado noventa grados. Van paralelas a la cadena montañosa en lugar de perpendicular, por un cañón que comienza a estrecharse. Habrá que dar una vuelta en 180º.

-Trataré de subir -informa Madeleine. “Volar, no deses- perar” se dice, mientras siente que su cuerpo aún tiembla por el susto recién experimentado.

El motor ruge, pero el Julie no puede superar los 10.600 pies.

-Trata de dar la vuelta.

-Está muy cerrado.

-Devolvámonos aquí -insiste María Eliana, tratando de no parecer totalitaria, pues no es momento para entrar en una discusión.

-No, en este punto está demasiado angosto.

Pasan algunos segundos y se produce un distanciamien- to momentáneo entre los cerros. Madeleine decide que ése es el instante preciso para realizar el viraje. Pone un punto de flap, con lo cual disminuye la velocidad stall, lo que ami- nora el riesgo a que se produzca una pérdida de sustenta- ción. Además, aumenta la potencia.

Las alas casi perpendiculares permiten que el avión se aleje de las rocas, para acercarse a las del lado opuesto con el peligro que ello implica.

Se entrega por completo en aquella maniobra. Sus movi- mientos son cuidadosos. Verifica el flap para sustentar el avión en el viraje. Echa un vistazo al pequeño GPS adicional fijado en la caña, donde lleva la ruta grabada. Se pregunta para qué, pues no es relevante en ese instante. De inmediato se reconviene: “No es momento para distraerme. Lo impor- tante es volar el avión, mantener el control, estar alerta”.


Por fin logran el rumbo deseado, pero ninguna canta victoria. Intuyen que las sorpresas desagradables acechan.

Y no se equivocan. Pocos instantes después fruncen el ceño. La nariz del avión busca apresurada el Norte, pero aparecen unas nubes amenazantes que descienden por los faldeos del angosto desfiladero y envuelven el territorio hacia delante.

Agotada, Madeleine acota:

-Después de habernos salvado por milagro de la reciente desgracia, terminaremos como tantos otros pilotos, incrusta- das en la cordillera.

Y agrega con ironía:

-Ella, majestuosa y sin misericordia, silenciando para siempre los últimos gritos de las aviadoras. Su avión, una bola de fuego...

A María Eliana tampoco le hace gracia enfrentar este nuevo peligro, con sus poco alentadoras perspectivas. En aquella situación no es viable volar con instrumentos y su vista no servirá de mucho adentro de aquellas nubes: en tales circunstancias, perder la orientación y chocar contra una ladera es sólo cuestión de instantes.

Los estanques de combustible regresan a su mente, en especial el que va a sus espaldas y la idea de bomba volado- ra vuelve a tomar forma.

Acuerdan bajar más, confiadas en su pericia. Es impe- rioso no penetrar la formación nubosa.

-Anda, vuela, encuentra el camino antes que sea dema- siado tarde -lo anima Madeleine, como si el Julie pudiera escuchar y darle en el gusto.

-Podríamos aterrizar de emergencia -indaga María Eliana y agrega:

-¿Qué hay abajo?

Los ojos de ambas buscan, pero el panorama les provoca escalofríos. Sólo ven rocas gigantes en un lecho de río seco.

-Tratar de bajar ahí no nos garantiza más que una tre- menda explosión -responde Madeleine.

Están atrapadas sin radar ni radio. Las ondas no pueden atravesar aquellos cerros y las nubes aumentan.


-¿Por qué no aparece el camino?... ¿Cuándo?...

De pronto, en la frecuencia escuchan al piloto del jet de una aerolínea argentina dando su posición. La comunicación les llega clara, pues está justo sobre ellas, aunque muchísi- mo más alto.

Resignadas piensan en sus familias y reflexionan sobre la importancia de entregar señales que permitan la búsqueda de sus restos. Entonces aprovechan la oportunidad y Madeleine declara emergencia.

María Eliana, por mientras, pone en el “transponder” la clave de emergencia.

Aclarada la situación, deciden luchar hasta el final y centran la atención en su tarea. Mueven la vista de un lugar a otro, añorando reconocer la ruta a Mendoza. Sus venas parecen un hervidero de adrenalina...

-¡Allí se divisa una entrada! -gritan casi al unísono-. Por ahí podremos tomar nuestra ruta.

Como de milagro, el cerro baja a la altura del avión. Madeleine exige al motor todo su potencial.

-Sube, Julie, sólo un poco...

-Sí, Julie, sólo un poco -remeda María Eliana. El Continental ruge.

Les parece que la parte inferior del avión puede raspar...

Las rocas pasan amenazantes.

El avión avanza y casi roza el suelo.

-¡El camino! ¡Es nuestra salvación!

-¡Es nuestra ruta, estamos salvadas!

-Ahora es cuestión de dejarnos llevar por la carretera.

-Anularé el aviso al jet argentino.

-Está bien, hazlo de inmediato.

Pasado un rato, divisan el pueblo de Uspallata.

Se miran. Están muy cansadas. Les cuesta discernir el trayecto adecuado para proseguir, pero sus sonrisas son amplias.

María Eliana toma el mapa y lo tiende sobre la falda.

-Creo que es por allí -indica Madeleine, mientras alarga el dedo.

-¿Estás segura?


Se apoyan en otro mapa, pues están un tanto confundidas.

-Estamos fatigadas -declara María Eliana.

Su compañera sabe que es cierto. Aún temblorosa obser- va bajo el ala un pequeño salvavidas, siempre que lo quisie- ran: la pista de tierra de Uspallata.

-Qué bien hace reconocer un lugar definido.

Siguen vacilando sin decidir cuál es la ruta a Cacheuta. Para tranquilizarse comienzan a volar en círculos sobre

Uspallata.

Hay un enorme cerro entre esta localidad y Mendoza. Con la altitud que el Julie había logrado antes del incidente, hubiera podido cruzar directo, pero con los 10.600 pies actua- les, la única opción es enfilar rumbo a Cacheuta, la ruta tradi- cional para los aviones chicos que atraviesan la cordillera.

María Eliana ha trabajado con situaciones de fatiga. Investigó y colaboró en la redacción de las normas psicológi- cas para la selección de pilotos. También se desempeñó en el departamento de psicología dentro del Servicio de Medicina Aeroespacial, que depende de la DGAC, para lo cual fue enviada a estudiar y experimentar a la NASA, de manera que conoce muy bien aquel síndrome. Recuerda otra circunstan- cia del pasado en que le ocurrió y para aterrizar tuvo que ser dirigida, incapaz de tomar las decisiones más simples... Lo recuerda como un fogonazo, pero tan claro como si hubiera ocurrido recién, a pesar de haber sido en el año 1975.

Todo comenzó en el lago Vichuquén, donde veraneaba junto a su familia.

Rodrigo, el menor de los tres hijos, fue atacado por una fuerte otitis. Al percibir que se hacía crítica, decidió trasladar- lo a Santiago, lo que hizo desde el aeródromo Torca, acompa- ñada por el marido, en su Cessna 172, el Papa Mike Bravo.

Al llegar a Rapel vio avanzar una neblina desde la costa. Como en aquellos tiempos no había controles radar ni otros sistemas de ubicación, obedeció sin dudar a las recomenda- ciones hechas por su instructor de vuelo:

“Sí alguna vez las nubes te cierran la ruta, debes seguir el curso de algún río. Recuerda que van de la cordillera al mar y, por tanto, encontrarás fácil la carretera, que será tu


punto de referencia y podrás volar sobre ella”.

Ubicó uno y convencida de que era el Cachapoal, sobre- voló con la intención de salir a Rancagua; sin embargo, era de aquellos pocos que nacen en la cordillera de la costa y sin preverlo, pronto se encontró atrapada por una neblina, como “el jamón de un sándwich”. Desapareció el río y debió volar entre las dos capas de nubes, con una visibilidad básica que le sirvió sólo para saber que al frente no había un cerro con el cual chocar.

Volando a 4.000 pies, con el techo de la capa de nubes baja a 3.800 y la base de la alta a 5.000 y según sus cálculos sobre la cadena de cerros de Angostura, sin ninguna posibili- dad de aterrizar, decidió abandonar aquel negativo escenario y regresar a Torca.

Voló durante veinte minutos y la nubosidad aumentó al punto que debió devolverse e insistir en la dirección inicial, siempre por el corredor, que se hizo cada vez más estrecho.

Luego de tres intentos, a raíz de los cuales se desplazaba un poco en cada uno, comprendió que no era capaz de salir por sus propios medios. Consciente de ir con uno de los hijos y su marido, habiendo dejado a los otros dos niños en Vichuquén, decidió tragarse el orgullo y llamó a la torre de control para decir que estaba perdida, aunque dijeran: “Típico, tenía que ser una mujer...”.

Inicialmente, la torre cometió una serie de errores al hacerla cambiar entre frecuencias en lugar de mantener una con exclusividad, lo que agregó estrés a la difícil situación, pues implicaba repetir a nuevos controladores su condición, además del peligro de romper, por el nerviosismo acumula- do, la perilla del único equipo de radio que tenía a bordo. Después de mucho, le preguntaron si sabía su ubicación. No le pareció extraño aquel desconocimiento, pues en esos tiempos la torre no contaba con un radar primario que per- mitiera captar el avión, sin un transmisor instalado en éste para ser reconocido, transponder que el suyo no tenía.

Ella respondió que, según sus cálculos, estaba sobre los cerros de Angostura.

De inmediato le informaron que de ser así, en un par de


segundos, debiera avistar un avión de la línea aérea chilena Ladeco que iba en trayectoria de descenso.

-¡Mamá! -gritó al instante Rodrigo, mostrando con el dedo a la distancia-, ahí está el avión.

María Eliana y el piloto se comunicaron de inmediato y él le indicó que encendiera todas las luces, lo que ya había hecho. Y para mayor desconcierto de ella, en una conducta inusitada, en lugar de socorrerla continuó su ruta.

Enterado por María Eliana, el controlador le llamó la atención por su inexplicable actitud.

El piloto del jet comercial mostró intenciones de volver, pero el Papa Mike Bravo ya estaba fuera de su vista, de manera que le señalaron que siguiera su trayectoria.

En ese momento apareció la voz de otro piloto desde un avión pequeño, que María Eliana confundió con el controla- dor de la torre. A esas alturas, debido a la fatiga, todas las voces comenzaron a sonarle iguales. Le indicó que descen- diera, pues bajo los 3.000 pies estaba despejado. Junto con iniciar las acciones para obedecer, escuchó a otro aviador, cuya voz también le pareció idéntica a las anteriores, gritar que la detuvieran; que por ningún motivo perdiera altitud, porque se estrellaría.

El controlador corroboró la instrucción y María Eliana mantuvo el avión en la misma posición.

Cabe destacar que si le hubiera hecho caso al piloto que le sugirió descender, se habría incrustado...

Sus pensamientos se detienen ahí durante unos segun- dos: aquel aviador era vecino suyo. Él, a la semana siguien- te, voló con su nieto y se encontró en una situación similar. Fiel a las instrucciones que diera a María Eliana, descen- dió... Y se estrelló. Ambos murieron.

Sucedió, también, otro hecho providencial: siempre que podían, con su marido trasladaban a algún lugareño o vera- neante que esperaba en el aeródromo, a ver si algún aviador se compadecía. En esta ocasión un individuo se acercó a él y supuso, como de costumbre, que era el piloto. Le pidió que lo llevara hasta Santiago y él, en lugar de conversarlo con María Eliana, a pesar de haber un asiento disponible, se


negó, probablemente por la situación de su hijo.

Al momento de vivir la experiencia sobre los cerros de Angostura, la calma del esposo y su hijo, que confiaban ple- namente en la piloto, fue decisiva. Quién sabe si un extraño aterrorizado en la cabina se hubiera puesto histérico y alte- rándoles a ellos, habría complicado la situación. Pudo ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Regresa a sus recientes pensamientos:

La torre le pidió que volara al rumbo 270, o sea hacia el poniente, en dirección opuesta a la cordillera.

Luego de eternos veinte minutos, de pronto, en el col- chón inferior de nubes, descubrió un pequeño claro, un hue- co como hecho con una broca en el cielo. Sin pensar más decidió lanzarse de piquero en espiral y descendió 1.500 pies, hasta salir de la nubosidad, muy cerca del suelo. Apenas alcanzó a estabilizar el avión y pudo observar Cuatro Diablos, una pista de aterrizaje cerca de Melipilla, lugar donde acostumbraba a saltar en paracaídas.

Por estar tras los cerros de Talagante, perdió la comuni- cación con la torre, aunque sí podía escuchar al controlador, desesperado, tratando de comunicarse con insistencia. Tal era su angustia que, en lugar de llamarle por su matrícula Papa Mike Bravo, comenzó a gritar su nombre: “¡María Eliana, María Eliana...!”, lo que significaba salirse de todas las normas de control aéreo. Ese lazo afectivo la hizo sentir una mano tendida y le dio fuerzas para continuar la lucha. Viró hacia el oriente con dirección a Isla de Maipo y tomó conciencia de su agotamiento y la incapacidad de aterrizar. Logró comunicarse con la torre y pidió que la fuera a buscar alguno de los tantos pilotos pendientes de lo que sucedía.

Apareció, de pronto, ante sus ojos, un cerro hacia el cual iba directo. Pero tras ella, ya estaba situado el avión que habían enviado a rescatarla. El piloto de éste la hizo reaccio- nar. Piensa que le debe la vida y nunca se lo agradeció de manera suficiente. De no ser por él se hubiera estrellado, pues a pesar de ver y estar consciente de todo, no atinaba a tomar una decisión, ni siquiera la básica de desviar el avión.

Cada vez que lo recuerda, la piel se le pone áspera. Piensa


que no es para menos: parece imposible que a un ser inteligen- te le pueda pasar algo tan tonto; sin embargo, así es la fatiga.

Vuelve al presente. Sabe que ambas la padecen y por eso mismo no atinan a responder como se supone que debieran. Las escenas que ha revivido se le hacen todavía más actuales. Similar a entonces, dudan sobre la ruta que deben tomar.

“Aunque no hay mal que por bien no venga” se dice, pensando que gracias a ello decidió hacer el curso para volar por instrumentos (IFR), un recurso valioso para tener una vía de escapatoria en caso de volver a vivir algo parecido.

Corre el reloj, dan más vueltas y no pueden decidir el camino adecuado.

Conversan por cuál ir. Tienen visiones diferentes. No se ponen de acuerdo y otra vez asumen estar rendidas.

Sobre el cerro observan nubes blancas y grises que corresponden a un frente de mal tiempo procedente de Mendoza. Llevan veinte minutos y aún se mantienen en el mismo círculo, sin coordinar sus ideas con las decisiones. Ahora es importante no equivocar el curso, pues en tal caso una mala elección las puede llevar a un nuevo cajón.

Por fin los argumentos de Madeleine son más convin- centes y María Eliana acepta la proposición de seguir el camino que pasa por Cacheuta.

Salen del circuito y avanzan sin contratiempos, hasta llegar vertical a la pista de Mendoza. Allí Madeleine pide autorización al control aéreo para abandonar el vuelo visual e interceptar la aerovía A 307. Les permiten continuar bajo las reglas de vuelo IFR, con un nivel mínimo de siete cero, o sea 7.000 pies, que con posterioridad se convierte en uno uno cero, es decir, 11.000.

Cada cierto rato el avión vibra y Madeleine piensa en él como si fuera un niño asustado.

-Tranquilízate Julie -le dice en uno de los remezones. María Eliana la mira y trata de sonreír.

Ambas recuerdan que aún están colgadas del cielo. Además, el ruido de la bencina en el estanque interior lo mantienen incrustado en sus mentes.

Encuentran nuevas nubes y pronto están envueltas en


ellas... “Gajes del oficio IFR -piensa Madeleine-. Magnífica herramienta, pero hay que estar muy alerta”.

Avanzan por la aerovía y en general las nubes no repre- sentan peligro; sin embargo, es preciso observar la tempera- tura exterior y hacer lo posible para evitar la formación de hielo. Además, pueden encontrar turbulencia. A Madeleine siempre le gustó una dosis de ésta, pero por el momento está saturada de zangoloteo. Además, nunca es aconsejable entrar en nubes de un frente activo o de tormenta.

El vuelo IFR permite, aparte de proveer mayor seguri- dad, el ahorro de gasolina. En el Bonanza, dependiendo de diversos factores, recién a partir de los 9.000 pies hacia arri- ba, idealmente entre 12.000 y 14.000, se reduce con notorie- dad la razón aire/combustible con que se alimenta el motor. Al ascender el aire es menos denso, por consiguiente la pilo- to tiene que reducir la cantidad de avgas con la palanca de la mezcla. Para alcanzar esas altitudes provechosas para el menor consumo, puede ser necesario cruzar una capa de nubes o de frentón volar dentro de la formación nubosa con las precauciones mencionadas, opciones autorizadas sólo para vuelo IFR.

Los planes de las pilotos eran volar diez horas en dichas condiciones, como práctica antes de cruzar el Atlántico, pero lo recién ocurrido en la cordillera ha sido demasiado fuerte, de manera que cambian su itinerario:

-Creo que estamos muy cansadas. ¿Qué te parece hacer escala en Córdoba? -propone Madeleine.

-Estoy de acuerdo -responde María Eliana, sin dudarlo.

-Aunque no tenemos autorización para aterrizar en Argentina.

-Ni carta de aproximación.

Ninguna comenta que ha sido por falta de recursos. Pero ambas saben que la decisión está tomada.

-De algo que nos sirva la experiencia -comenta Madeleine.

-Digo lo mismo, echémosle no más para adelante.

-Sabes que los aeropuertos tienen el tránsito reglamenta- do según sus propias condiciones ¿no?


-Bueno, sí, por algo difieren uno de otro. Son distintos los lugares de espera, así como el tránsito aéreo... ¿Por qué no pides que el radar te vectoree?

La proposición de María Eliana, a sabiendas de meter la mano en la llaga, es censurada por la mirada de su compañe- ra. Por ello no insiste. Sabe que no se dejará guiar por el control aéreo en calidad de principiante.

Y tiene razón. La escucha comunicarle con tono certero:

-No, pediré información a otro avión que encuentre en la frecuencia interna.

Así lo hace y ubica un jet comercial que una vez plan- teada la situación y su necesidad de realizar descenso y ate- rrizaje imprevistos, se muestra bien dispuesto para colaborar. Madeleine copia las instrucciones en un papel y después repasan juntas el dibujo. Con ello se ha producido una carta

de aproximación hecha literalmente a mano.

-Artesanal, pero cumplirá con su función -comenta Madeleine, divertida por tan insólita manera de llegar.

Acto seguido, solicita al control de aproximación que le informe acerca de la dirección del tránsito del circuito de espera que se encuentra sobre la radioayuda, “detalle” que no preguntó al piloto del jet.

Sucede algo asombroso: la controladora de tránsito aéreo que tienen en la radio no sabe con certeza y pide unos segundos para consultar.

-A la dereeecha -indica exasperado un piloto de línea aérea que está en la frecuencia de aproximación.

El Julie comienza a girar en este sentido y aparece la voz de la controladora de tráfico que alarmada grita:

-¡El circuito de espera ha cambiado, es a la izquierda! -y continúa con su explicación-, porque está activada una zona restringida justo debajo del circuito de espera. Normalmente es a la derecha, pero ahora está en ejercicio la Fuerza Aérea, así que deben hacerlo a su izquierda.

Madeleine, entonces, acciona los comandos para cambiar de inmediato la dirección, mientras su colega observa, entre nubes, cómo una combinación de granizo y lluvia golpea con- tra el parabrisas. Piensa en la gran cantidad de dificultades,


aunque apenas han iniciado su aventura. Medita unos segun- dos, convencida que ese tipo de experiencias son las que sacan de la rutina y permiten crecer interiormente. Así, enfrentar los desafíos permite crear nuevos recursos para de- sarrollar mejor la aventura que se tenga por delante... “Porque la vida sin riesgo no tiene gusto ni sentido” se dice convenci- da, a sabiendas que su amiga armoniza con esta reflexión. Entonces, a pesar de todo, muestra una gran sonrisa.

Lateral a la pista, durante el consabido alejamiento, gra- cias a que por ratos se despeja, pueden verla, pero de inme- diato entran en otro cúmulo de nubes.

-Bien, Córdoba, allá vamos -dice Madeleine, mientras sus manos manipulan la caña, la potencia para mantener una razón de descenso y la velocidad precisa a cada momento.

Las ruedas han salido de su escondite y esperan ser reci- bidas por el asfalto.





Córdoba, un oasis en el camino



Transcurridas alrededor de tres horas de trámites y pagos en el aeropuerto, abordan un taxi para trasladarse a la ciudad. Luego de acordar que se merecían un buen hotel y elegir el Sheraton, que les ofreció una tarifa económica por la habitación compartida, se sienten satisfechas, pues han conseguido una estadía de lujo a precio moderado, necesita- das de un lugar cómodo donde descansar y distraerse.

Allí intercambian algunas palabras sobre lo ocurrido en la cordillera y Madeleine, consciente del miedo que sintió, muestra un honrado gesto de fragilidad humana:

-Yo, ahora, necesito llorar y dejar salir la tensión. Me hará bien y me sentiré liberada.

-Sí, será bueno -consiente María Eliana, que lo conside- ra una gran opción para expulsar los fantasmas acumulados


y recuperar el equilibrio-. Saldré a caminar un rato para dejarte tranquila.

Madeleine agradece aquella demostración de respeto, mientras refriega con sus nudillos los ojos.

Aún está incrédula de haber experimentado en persona la fuerza virulenta de un rotor en la cordillera. Sabía de su existencia. En diversas ocasiones leyó y escuchó relatos sobre ellos, incluso conoció casos con resultados fatales, pero jamás imaginó que les pudiera ocurrir a ellas...

Su amiga abandona la habitación y cruza hasta el Mall que se encuentra unido al hotel a través de un paso interior. De una vitrina en otra, cae de pronto en un ciber-café que le parece de suma utilidad para enviar un e-mail a Jorge Montes, Presidente del Club Aéreo de Santiago. Él, antes de iniciar la aventura, les había pedido que a través del correo electrónico le mantuvieran informado sobre los progresos del viaje.

Ubica en el rincón un sitio vacío y sentada frente a la pantalla deposita su mano sobre el mouse.

Le cuenta algunos detalles sobre el traumático vuelo en la cordillera y la decisión de abreviar el trayecto aterrizando en suelo argentino. A continuación le recuerda que el Comodoro de ese país, en Chile, había lamentado que no pasaran por su tierra para apoyarlas y le pide que lo contac- te, le explique su situación actual y le diga que gustosas aceptan aquel gentil ofrecimiento.

Luego aprovecha la oportunidad para leer sus correos y enviar algunas respuestas.

Satisfecha con aquella gestión que le ha quitado un buen rato, pues la cantidad de mails es descomunal, decide volver a la habitación para acompañar a su amiga, que de seguro se ha relajado un buen poco.

En efecto, la encuentra con su cara bastante despejada. Ha logrado desperfilar sus emociones y accede de buena gana a la invitación de ir a la piscina temperada para disfru- tar de un buen remojón.

Tendidas sobre las sillas para reposar, observan a través de las inmensas ventanas la fuerte lluvia, cons-


cientes de su necesidad de reponer fuerzas.

-Los informes indican que se mantendrá cerrado

-advierte Madeleine, sin percatarse que su amiga otorga con la cabeza, pues ha bajado los párpados para descansar sus ojos.

-Después de todo lo sucedido, tal vez sea lo mejor que- darnos otro día -agrega María Eliana.

-Sí, pasamos un buen susto.

-Más que un buen susto. Yo creo que nos salvó un milagro.

-Sí, es maravilloso que estemos aquí.

-Algo me dice que si no nos matamos en la cordillera, ya no ocurrirá... Aunque por otro lado presiento que no se nos hará fácil el resto del camino.

-Y esto recién comienza, ni siquiera hemos llegado a nuestro primer destino. Es curioso que los dos primeros días hayamos terminado en lugares que nunca estuvieron en nuestros planes. Pero por otra parte, es tan propio de la aviación -Madeleine sonríe al pensar que aun siendo algo metódica, siempre le ha gustado salirse de la rutina y tener que improvisar.

Por momentos pareciera que alguien o algo insinuara que no deben seguir.

-El hecho es que estamos aquí y vivas -insiste María Eliana-. Si tener éxito en una misión fuera tan fácil, todo el mundo sería aventurero. Creo que son, precisamente las dificultades, lo que hace la diferencia entre los que se atre- ven y los que no.

-Estoy plenamente de acuerdo.

-Creo que debiéramos comer algo y acostarnos temprano.

-Me parece bien, pero déjame entrar un rato en la pisci- na antes de vestirnos.

-Está bien, te acompaño...

Mientras cenan, retoman la conversación sobre la cordillera:

-El combustible en los estanques fue el culpable de todo.

-Sí, especialmente el de la cabina.

En sus mentes está vivo el golpeteo contra las paredes...

Al entrar el Julie en un vacío cayó unos pies y como llevaba cargada sólo la mitad de su capacidad, la bencina subió, azotó los costados y afectó el punto de equilibrio,


con lo cual perdió la sustentación. Su efecto péndulo, inten- sificado por los estanques de punta de ala llenos y las maniobras involuntarias, lo transformaron en un potro indó- mito.

Madeleine repasa circunstancias de la escena: su Bonanza había cambiado. Cargado con un peso superior al original y el centro de gravedad corrido a una posición posterior implicaba que sus características de performance ya no estuvieran dentro de los límites establecidos por el fabricante. Por otra parte, con los estanques de punta de ala agregados, sufrió un cambio de categoría aerodinámica, lo que hizo aun más válida la pro- hibición del manual de vuelo para realizar spin o cualquier tipo de maniobra acrobática.

-Casi nos matamos -repiten las dos pilotos al mismo tiempo y se miran a los ojos. Ambas sienten la importancia de mantener esa complicidad que equilibra los momentos de dificultad.

-Todavía nos queda el Atlántico -advierte Madeleine.

-Nos queda casi todo -añade María Eliana.

-Se nos ha ido el día. ¿Te parece si nos paramos de la mesa?

-De acuerdo, nos hará bien dormir, aunque con la sobre excitación, no sé si podamos conseguirlo tan pronto.

-Hagamos la prueba.

-Está bien, vamos.

Fieles a sus deseos están de regreso en la habitación y presas del relajo producido por el baño, se ponen a disposi- ción de Morfeo.

María Eliana, antes de perder la conciencia, alcanza a evocar algunas prácticas realizadas como parte de la prepa- ración física y mental para la Travesía:

Tuvieron la oportunidad de hacer un entrenamiento en el Centro de Medicina Aeroespacial, bajo la tutela del Comandante y piloto instructor FACH, Luis Castillo. Allí enfrentaron diversas situaciones originadas por fallas huma- nas que pudieran ocurrir en pleno vuelo, relacionadas con distorsiones en la percepción, como las ilusiones. Piensa durante unos momentos en el efecto “coriolis”, que consiste


en la pérdida del equilibrio a nivel del oído medio, produci- da por agacharse con brusquedad. El peligro, entonces, radica en que quien conduce cree estar al revés y, por corre- gir tal situación, da vuelta el avión...

También tuvieron acceso a un simulador de vuelo indi- vidual, donde cada una contó con el apoyo de un entrenador personalizado.

En su caso particular trabajaron una tarde completa bajo la presunción de que Madeleine tuviera algún proble- ma imprevisto, como un calambre, un desmayo o un golpe inesperado contra el techo, de tal manera que preparada, supiera qué hacer, como desactivar el piloto automático o guiarse por vectores.

Cruza una vez más por su memoria el percance en la cor- dillera que casi les costó la vida y agradece sus cuarenta y dos años de psicóloga, así como haberse especializado en hipnosis para aliviar enfermos terminales y depresiones. También el intenso trabajo desarrollado con personas víctimas de crisis de pánico. Considera que en aquellos difíciles momentos, eso le permitió alejarse de la experiencia para vivirla desde afuera. Así, estuvo en condiciones de mantener una actitud de calma y apoyo frente a las reacciones de Madeleine.

Piensa en su fe, sin duda la mejor ayuda, pues le permitió entregarse de manera incondicional a los designios de Dios. Siente, en todo momento, que la muerte es parte integral de la vida y por tanto no le teme. Está preparada para que ocurra en cualquier minuto y eso la tranquilizó lo suficiente como para no dejarse arrastrar por emociones negativas.

Evoca los instantes en que consideró verla entrar en pánico, temerosa de que se agarrotara; también el rateo del motor, su advertencia para que hiciera el cambio de estan- que y el momento en que estuvo dispuesta a noquearla si perdía el control e intentaba aferrarse a los controles.

Se detiene allí durante unos segundos. El entrenamiento fue tan riguroso, que hasta incluía la manera de controlar una situación por la fuerza si había riesgo de muerte.

Pero no fue el caso. A pesar del evidente miedo que Madeleine sintió y expresó, supo sobreponerse. Luchó con


todas sus fuerzas y conocimientos para controlar la aerona- ve. Su pericia, así como la tranquilidad y experiencia de su compañera se acoplaron de manera magistral, haciendo pre- valecer el trabajo en equipo y su calidad de profesionales.

María Eliana piensa en sus propios miedos y el gran respeto que desde siempre tiene a la cordillera. La ha cruza- do muchas veces piloteando aviones pequeños y le atrae con fuerza, incluso siente que la ama, aunque la encuentra peligrosa y traicionera. Evoca las veces en que se internó a bordo de su avión por el Cajón del Maipo hacia Lagunillas, donde planeaba sobre sus pequeños hijos en clase de esquí. Luego de soltar kilos de coloridos caramelos, divertida les observaba recogerlos y mirar hacia arriba por si caían más. Recuerda que más adelante el profesor llamaba su atención por el desorden armado... Uno de sus grandes deseos es que al morir sus cenizas sean esparcidas allí, lo que no corres- ponde a un antojo arbitrario: su familia paterna es suiza, de un pequeño pueblo enclavado en Los Alpes.

Hace un giro brusco en sus pensamientos para repasar sus más de ochocientas horas de vuelo en Europa y África. Incluso voló allá con Madeleine. Cuando vivía en París, la invitó en una oportunidad para conocer su club en Saint Cyr L’Ecole, cerca de Versailles, y en dos ocasiones, ya radicada en Portugal, la convidó a volar a su club en Tires, Cascais. Uno de esos vuelos tuvo como destino África.

Voló todo el tiempo durante los casi tres años que vivió en Francia y los ocho que estuvo en Portugal. Lo primero que hizo al llegar a ambas partes, fue revalidar la licencia e integrarse a un club aéreo.

Sin darse cuenta entra en un sueño tan profundo que la mañana llega como si la noche no hubiera existido.

Madeleine ha despertado hace rato. La hora y media que se toma todas las mañanas es una costumbre adquirida desde hace muchos años. Inicialmente era un tiempo destinado a sus ejercicios de yoga, meditar y rezar, como ella dice al hablar del tema: “para entonarme con Dios y conmigo”.

En la actualidad no ocupa más de quince minutos en meditar, ritual que repite luego de acostarse. Es una buena


forma de relajarse y contribuir a su paz interior, además de un excelente recurso para dormir bien.

Entre 1966 y 1993 iba con regularidad a un lugar encla- vado en un tupido bosque alemán, junto al lago Constanz. Ahí se permitía descansar a través del ayuno, la meditación y el ejercicio. Era un acierto para recuperar fuerzas, renovar células, incrementar las defensas inmunológicas y continuar con su movido camino.

La primera vez que disfrutó de ese lugar fue gracias a una retribución con parte de una estadía que le hicieran los dueños del lugar, por realizar el trabajo de intérprete ale- mán-castellano a ciertos corredores de propiedades y unos arquitectos, pues estaban interesados en fundar una sucursal en España.

También estuvo en la India varias semanas, con la fina- lidad de conocer algo de la riqueza envuelta en la espiritua- lidad oriental. Tuvo, entonces, la oportunidad de compartir cerca del Swami, quien en una sagrada ocasión le dirigió sus palabras, lo que la marcó de manera indeleble. Piensa que de 1985 a 1995 vivió una época de contundentes expe- riencias espirituales.

En su mente se cuela la cordillera de Los Andes. Revive una vez más la escena y repasa con minuciosidad lo ocurrido. A diferencia de María Eliana, no le tiene más res- peto que el de actuar con profesionalismo respecto a las dis- tancias que debe mantener con la tierra, por las corrientes descendentes que acechan. La ha cruzado varias veces en el Julie por el Cristo Redentor y por El Plomo frente a Santiago; también por El Planchón frente a Curicó, por Chaitén y, lo hizo desde Pucón, saliendo por San Martín de Los Andes. Además, realizó el paso Bariloche en el peque- ño avión Piper Cherokee 140 que tenía en aquella época.

De paso recuerda algunos de sus vuelos en Europa y Estados Unidos, donde tuvo ocasión de practicar la modalidad IFR. También el efectuado desde Santiago ida y vuelta por el Canal Beagle a la lejana Ushuaia en la Patagonia Argentina, la ciudad más austral del mun- do, lo que hizo llevando a una pareja amiga que nunca


se habían subido a un avión chico.

“Y justo les tocó en esa zona de grandes distancias con condiciones de viento y un clima tan cambiante” se dice, divertida.

Observa el reloj y le parece que es hora de levantarse, lo que hace con su acostumbrada parsimonia matutina.

Llama al aeropuerto y se entera de la imposibilidad de despegar, lo que no las toma desprevenidas, pues como lo supusieran, el frente de mal tiempo se ha cerrado sobre Córdoba.

-Podremos distraernos aquí -sugiere Madeleine.

María Eliana no responde. Piensa que es una buena oportunidad para hacer turismo, pero prefiere no plantearlo, pues cree que su colega tiene todos los sentidos puestos en el vuelo. En todo caso, reconoce que están cansadas y no les caerá mal pasar un día de tranquilidad.

Aprovechan para instalarse en la sala de Internet del hotel a revisar y responder los cientos de mails que les han llegado.

El e-mail del día anterior a Jorge Montes da resultados positivos, pues Roberto Hugo Perrotto, el Comodoro en Córdoba, Jefe de la Región Aérea Noreste, las llama por teléfono y les propone encontrarse en el hotel para compar- tir un rato juntos.

Se entera de los sucesos recientes y qué planes tienen para los próximos días. Comprende bien sus sentimientos y se esmera en que les sea acogedora la tierra trasandina. Sin rega- teos les ofrece ayuda en los trámites del aeropuerto e intercede para que tengan algunas garantías, como una tarifa más baja.

-El combustible corre por cuenta nuestra -les informa con el rostro encendido por una gran sonrisa.

Ellas se miran, sorprendidas y conmovidas.

-Es lo menos que puedo hacer luego de lo que han pasado y no olvido que eran las intenciones cuando lamenté que no fueran a hacer escala en la Argentina.

-En verdad sus atenciones y delicadeza nos han calado hondo, Comodoro, estamos más que agradecidas. Esto es como decimos en Chile, “la guinda del postre”.


Luego de ese agradable rato con él, regresan a la habi- tación y se preparan para ir a tomar un relajador sauna.

En la noche deciden darse el gusto de cenar aquella comida conocida en Argentina como “locro” y que en Chile el matrimonio de Cecilia Bolocco y Carlos Menem hiciera famosa. Es una extraña mazamorra muy condimentada, que les parece trabajada en base a papa, choclo molido y pan remojado. Convienen en que es deliciosa.

Una vez en la habitación, suena el teléfono. María Eliana es quien levanta el auricular.

Madeleine la nota seria en extremo.

Del otro lado de la línea está Valentín, que se refiere al deceso de su padre.

-Estoy preocupada por él -comenta al colgar.

-Sí, te comprendo.

-Me necesita a su lado y es triste no poder acompañarlo.

-Bueno, él percibirá que desde aquí lo haces.

-Si sé, pero no es lo mismo. Debe sentirse muy solo. Tenía una relación muy especial con él... De indiferencia

-agrega, apenas audible.

-Sé que es duro no compartir con él un momento como éste -dice Madeleine y con empatía continúa en silencio.

María Eliana lo recuerda, una semana antes de partir, a sus noventa años, en un asado, como siempre de pocas palabras.

A los tres o cuatro días cayó enfermo de gravedad y fue trasladado al Hospital Militar, donde lo acompañó pese a todo el ajetreo relacionado con el vuelo.

Hay un hecho en particular que la conmueve:

Se encontraba junto a la hermana y los dos hermanos de Valentín, cuando llegó un sacerdote. El papá no era cató- lico y estaba en estado de semi coma. El prelado propuso bautizarlo a lo que ellos asintieron de inmediato. Le habló, entonces, para proponerle convertirse al cristianismo, lo que pareció acomodarle. Así, el cura procedió:

-En el nombre del padre...

María Eliana recuerda haber permanecido tomándole una de las manos hasta que terminó la sencilla ceremonia...


Dos días después de iniciada la Travesía, murió.

Piensa en las cuentas pendientes que, pese a su esfuer- zo, Valentín no pudo saldar. Siempre quiso conquistarlo, pero él, a causa de reminiscencias del pasado, no se dejó. Los intentos del hijo fueron tan intensos, que hasta incluye- ron estudiar la misma profesión...

Madeleine siente deseos de conversar sobre los suce- sos en la cordillera, pero intuye que no es el momento y decide acostarse.

Su amiga la imita y ambas, pronto, caen en un profundo sueño.

Al día siguiente, María Eliana paga el pecado culinario: abre los ojos y siente el estómago a punto de arrancar por su boca. Apenas alcanza a llegar al baño y comienza a vomitar.

Luego de unos minutos que le parecen eternos, vuelve a la cama. Son ya casi las siete de la mañana.

Madeleine traquetea desde hace bastante rato, pero su ami- ga no la involucra. Y ella no interviene, pues sabe que tiene el poder para reponerse, lo que hará sin generar complicaciones.

María Eliana hace un ejercicio de relajación y a los pocos minutos se encuentra repuesta, orgullosa de sí misma. Aunque el mal tiempo no cede y sus sistemas nerviosos están afectados, son muchas las razones que las mueven a continuar pronto el viaje: para empezar, sus permisos de sobrevuelo y las pólizas del seguro tienen fecha tope de regreso. Por otro lado, han alterado su itinerario, por lo cual lo más probable es que las autoridades y los medios de comunicación estén un tanto desconcertados, lo que puede afectar los preparativos para recibirlas en los aeropuertos, atenderlas y cubrir la gran noticia. También deben cuidar de no elevar los gastos. Sin embargo, el argumento de mayor peso tiene que ver con el Atlántico Sur, el paso por la ITCZ

y la protección de sus vidas.

La ITCZ es la zona inter tropical de convergencia, cer- ca del Ecuador, donde los vientos provenientes del hemisfe- rio Norte y los que corren desde el Sur chocan, originando tempestades, tormentas tropicales y turbulencias. Se dice que entre marzo y abril disminuye su violencia.


Esta condición climática menos maligna es fundamen- tal para el cruce que harán sobre el océano, en un monomo- tor que no tiene una autonomía de vuelo suficiente que le permita ocupar combustible extra para esquivar situaciones meteorológicas de peligro.

Suena la campanilla del aparato telefónico. Es el recep- cionista para avisarles que un enviado del Comodoro, encargado de trasladarlas al aeropuerto, las espera en la planta baja.

Abandonan la habitación con calma, pues aún es tem- prano. Ante el mesón de la recepción revisan la cuenta y pagan, mientras el emisario aguarda, dispuesto a salir en el momento que consideren conveniente.

El viaje al aeropuerto es tranquilo; sin embargo, al bajar del vehículo al chofer le parece extraño que se queden paradas junto al auto.

Ellas lo observan acercarse con curiosidad.

-Esperamos nuestro equipaje -dice por fin Madeleine.

-Buenos días, queridas amigas -saluda el Comodoro, que ha salido a recibirlas-. ¿Sucede algo?

-El equipaje de las señoras... -se adelanta el chofer.

-Se ha quedado en el lobby del hotel -completa María Eliana.

El Comodoro pide de inmediato, al mismo hombre, que regrese a buscarlo.

-El chofer sonríe para mostrar su buena disposición, aborda el auto y lo pone en movimiento.

-No se preocupen -dice el Comodoro con amabilidad-. Pronto estará de vuelta. Por mientras, las invito a mi oficina.

Durante la espera Madeleine aprovecha para entrar en Internet y enviar un pésame a Valentín.

Luego, el Comodoro las acompaña en los trámites pro- pios de la salida.

En la oficina de meteorología encuentran personal sumamente colaborador. Además, en la Oficina de Notificación de Servicios de Tránsito, denominada ARO, Madeleine solicita una fotocopia de las cartas SID (Standard Instrument Departure), que se puede traducir


como las salidas normalizadas por instrumentos. De inme- diato comienza a memorizarlas, pues aunque un piloto IFR tiene la obligación de tenerlas a la vista, es de ayuda para la ejecución de las maniobras impregnar la mente con todo lo relacionado a éstas.

La próxima tarea consiste en trasladar el avión al lugar apropiado para cargar combustible.

Algo después de las diez de la mañana, reciben la auto- rización para despegar con destino a Porto Alegre. Los neu- máticos del Julie ruedan por la pista y Madeleine acerca con lentitud la caña hacia su cuerpo.







Último vuelo de prueba

Córdoba - Porto Alegre



María Eliana esparce la mirada por el exterior, mientras sus pensamientos también vuelan. Está consciente del riesgo que implica cruzar el Atlántico y la importancia de saber en qué condiciones hacerlo.

“Todo tiene su tiempo preciso” se dice y medita sobre lo que hasta el momento les ha ocurrido. Le parece insólito estar allí, cumpliendo aquella tremenda hazaña o...

Ahí se detiene. Su cabeza no quiere pensar en eso y se concentra en los instrumentos.

Mientras, su compañera esquiva con destreza, en la medida de lo posible, la actividad eléctrica y los vientos pro- ducidos al interior de las nubes.

María Eliana piensa en una de las pocas cosas del viaje que le incomodan: durante el vuelo sólo ha piloteado Madeleine, a pesar que en muchas ocasiones hubiera podido hacerlo ella.


Pero Madeleine optó por volar toda la Travesía IFR, habilitación que por seguridad usa periódicamente. Tomó la decisión luego de varias reuniones con personal de la DGAC, con quienes concordaron que era lo aconsejable.

María Eliana hizo el curso, aunque hace mucho tiempo y como le gusta volar visual (VFR), sólo realiza algunas prácti- cas IFR en simuladores. Lo que le interesa es tener el recurso en caso de verse acorralada por las nubes, porque para ella la aviación es un deporte donde sentirse pájaro y recrear la vis- ta. Le gusta volar bajo, contemplar los campos, dejarse llevar por la brisa como Juan Salvador Gaviota o como la magistral descripción que Saint Exupéry hace en sus libros cuando habla de los vuelos sobre los techos de los graneros o las siembras de trigo.

No busca desplazarse de un punto a otro en forma rápida y económica, como lo haría un piloto comercial, sino que le interesa la sensualidad y el placer de sentir la magia de volar. Se consideró que bajo las reglas VFR en muchas ocasio-

nes no podrían llegar, despegar, incluso volar, pues los reque- rimientos meteorológicos entre los dos reglamentos difieren bastante en la distancia a la cual debe estar el techo de las nubes y cuántos metros de visibilidad se necesitan para un arribo o una salida.

Aun así, María Eliana lamenta que Madeleine haya sido tan estricta, pues varias veces se dieron las condicio- nes para volar VFR. No puede dejar de considerar que si el avión hubiese sido de su propiedad, ella habría actuado de manera distinta.

Pero no lo habían conversado: Madeleine siempre dio por entendido que María Eliana estaba de acuerdo con la decisión y a la vez, para evitar un conflicto, ésta no quiso plantear la cuestión.

Madeleine, por su parte, guarda reservas respecto al vue- lo visual, en especial si se trata de la envergadura de la Travesía 2004, pues recuerda su experiencia de 800 horas como piloto VFR en pequeños aviones equipados sólo con instrumentos básicos, como vuela la mayoría de los aficiona- dos. Entonces recorrió Chile desde Arica, incluso subiendo a


Calama, hasta Quellón y Chaitén por el Sur. Muchas veces la nubosidad la obligó a volar bajo, con la consiguiente dismi- nución del campo visual, que reduce las opciones de planeo en caso de falla del motor. En diversas ocasiones debió inte- rrumpir el vuelo y buscar un aeródromo cercano donde aterri- zar o devolverse a condiciones más favorables, con el peligro de que la meteorología empeorara también hacia atrás y que- dar encerrada entre nubes.

Al interior de éstas, un piloto sin entrenamiento IFR sue- le perder la orientación en cuestión de segundos, porque su sistema vestibular y propioceptivo le transfiere falsas percep- ciones al no estar el horizonte natural como referencia. En esas condiciones es alta la probabilidad de entrar en vértigo y chocar contra una ladera o con el suelo, con la falsa creencia de que el avión va estabilizado.

A ella le parece muy atractivo combinar el deleite del vuelo visual con la exigencia y precisión inherentes al vuelo por instrumentos.

María Eliana, cada vez que echa de menos no pilotear, piensa en el objetivo que quieren alcanzar y en aras de ese logro está dispuesta a sacrificar aquella pasión. Considera que para un buen funcionamiento en equipo es requisito actuar subordinando los impulsos emocionales al intelecto. Uno no siempre logra lo que quiere y en ese sentido debe saber adaptarse y validar los motivos que tengan los demás miembros del grupo. En este caso Madeleine tuvo sus razo- nes y en parte se produjo un lamentable mal entendido.

María Eliana da un toque de optimismo a sus cavilacio- nes y medita sobre la riqueza de aquella aventura, segura que va mucho más allá del desafío como aviadoras. El verdadero alcance está en su desarrollo de individuos: trabajar sus capa- cidades para enfrentar las crisis, despertar las habilidades que permiten hacer equipo, valorar su relación y la comunicación establecida con otras personas... Aparece en primer plano la idea de amistad, luego el amor, el compañerismo, la confian- za... Y no puede dejar de comentarlo:

-Será una experiencia incalculable. Con esto aprendere- mos mucho más de lo que imaginamos.


-¡Es una experiencia incalculable! -repite su compañera en forma imperativa, para acentuar que su amiga está en lo cierto.

-Esta tormenta es muy bella, pero al mismo tiempo espantosa -dice María Eliana, cambiando el tema-. ¿No te agrada volar IFR? -agrega con tono irónico, aunque afec- tuoso, pues sabe que en condiciones normales su amiga lo disfruta.

Madeleine se limita a sonreír por no más de un segundo, incómoda por una tensión impropia en ella. Aún no logra zafarse del susto cordillerano y calcula que le tomará un tiempo asimilarlo del todo.

“Le gusta hacerse la intocable” piensa María Eliana mientras la observa de perfil.

El Julie continúa impertérrito su ruta, hasta dejar atrás las nubes.

Agradecen en silencio ese cambio de perspectiva. Con agrado observan el paisaje de la planicie argentina: un pano- rama abierto y con gran diversidad de colorido, que les per- mite sentir el placer de reencontrarse con aquellos sentimien- tos tan propios de los amantes del cielo.

A medio camino sobrevuelan Uruguay y tres horas des- pués aparecen algunas nubes, aunque muy dispersas. La vista es algo brumosa. Bajo el ala se extiende la ciudad repleta de edificios, muchas casas blancas y alrededor amplias áreas verdes. Grandes lengüetas de refrescante vegetación se recuestan a lo largo del ancho río.

Luego de cruzarlo inician las actividades propias de la aproximación, deseando que no las hagan esperar demasiado, pues están cansadas, con hambre y muchos deseos de entrar a un baño.

Animadas reciben la autorización para aproximar de inmediato y directo.

En el aeropuerto de Porto Alegre las recibe una unifor- mada de la Força Aérea Brasileira. También es psicóloga y las saluda con alegría, emocionada por la oportunidad que le han dado de acoger a tan admirables mujeres.

Las acompaña a inmigración y hechos los trámites


entran en una sala donde las espera un séquito de periodistas y cámaras de televisión que las sigue hacia donde dirigen sus movimientos. Además, se acercan a saludarlas algunas perso- nas, todas muy cordiales.

La psicóloga las aparta un poco del gentío y susurra:

-Me han pedido que les solicite algunas fotos junto al avión.

Las aviadoras se miran y a pesar del cansancio, coinci- den que no pueden ni quieren negarse.

-Está bien -responden-, pero tendremos que pedir autori- zación para volver a la losa.

-Yo las acompaño para simplificar el trámite -ofrece la uniformada.

Al salir del edificio comprueban que atardece.

-¿Te das cuenta de lo rápido que ha trascendido la noti- cia? -comenta María Eliana.

-Sí, ojalá no nos tomen demasiado tiempo.

-En todo caso, acuérdate que mientras más bulla, mejor para nosotras.

-Está bien, pero ojalá no sea demasiada. O sea, que podamos hacer tranquilas nuestros trámites, descansar un poco, hacer bien la estiba y al momento de salir revisar el avión como corresponde.

Un fotógrafo levanta su cámara.

Madeleine se da cuenta y le obsequia una de sus mejores sonrisas.

La luz del flash la envuelve.

-Me alegro que comiences a acostumbrarte -le dice su amiga y piensa “más bien a no molestarte”.

Al mismo tiempo Madeleine se dice: “tendré que acos- tumbrarme, pero creo que nunca me gustará mucho”.

Se detiene para meditar un poco más sobre eso: no le atrae la popularidad y defiende su espacio íntimo, aunque no es un problema relacionado con la gente; por el contrario, las personas le encantan; sin embargo, de a una o en grupos reducidos. Reconoce que no ha superado su timidez, pero evoluciona gracias a esta aventura. Le desagrada expresar sus sentimientos ante muchas personas y admira en María Eliana


esa facilidad para entregar su visión de manera tan fluida, sin importarle cuántos ni quiénes estén sentados al frente.

Le intimida la algarabía que se produce cuando hay demasiadas personas mezcladas con periodistas y cámaras, pero al mismo tiempo le parece divertido que la reconozcan en la calle o en un supermercado.

“Definitivamente las cámaras y los micrófonos no son mi medio, pero ya lo superaré. Si antes era impensable que me parara ante una muchedumbre, de a poco aprendo a hacerlo. Entonces, quiere decir que lo lograré. Ya podré ser más espontánea. Como todo, es cuestión de entrenamiento. Llegará el momento en que no me cueste exponer lo que quiera ante una multitud”.

Sonríe, satisfecha con estos últimos pensamientos proce- dentes de su conveniente disposición.

Cargado el combustible y hecho el trámite de informa- ción meteorológica, para entrar al país sólo les falta entregar los documentos que informan sobre el avión y la tripulación: pasaporte, datos personales, justificación del vuelo, tipo de carga... Para ello van a la oficina de Aviación General.

Han pasado algo más de tres horas cuando por fin ponen los pies en la calle. Con cierta aprensión, se ocupan personal- mente de que el equipaje sea cargado en el automóvil de la gentil uniformada. Ella misma las trasladará al hotel.

Esta vez, por los mismos motivos que la anterior, han elegido otro Sheraton. Les parece bien que esté ubicado en la ciudad, junto a un mall, con el cual están unidos por un lado del segundo piso.

Allí María Eliana busca un ciber café para revisar su correo y averiguar si allí o en otro lugar es posible vaciar el chip de su máquina fotográfica.

Su colega se ha quedado en la habitación y entre otras tareas llena las cuatro bitácoras y recalcula peso y balance, con la intención de hacer cambios en la estiba que les permita cargar un poco más de combustible para el cruce del Atlántico Sur. Sabe que tendrá una pista larga para despegar y a poco volar el exceso de bencina será consumido. Eso les reportará gran utilidad si durante el trayecto la velocidad es


más baja que la estimada. Es un riesgo menor en compara- ción a la enorme ayuda que les prestará en caso de hacerse necesario.

María Eliana queda impresionada por la cantidad de gen- te que la reconoce. Y a diferencia de la personalidad chilena, de inmediato, sin vergüenza y con mucho cariño, se le acer- can para felicitarla por la hazaña.

Luego de responder algunos e-mail conversa con el due- ño del ciber café, quien no está en condiciones técnicas para vaciar el chip, pero deja su rutina y la acompaña entre la diversidad de tiendas, a ver si encuentran el repuesto. La cámara resulta ser demasiado moderna y sólo existe la posi- bilidad de una pieza cuyo precio es mayor al de la máquina completa, así que se resigna a esperar hasta estar en Europa. Al fin y al cabo todavía tiene su filmadora y Madeleine una cámara convencional.

En aquella ciudad sucede un fenómeno meteorológico similar al acontecido en Córdoba: hay un frente de mal tiem- po que, en este caso, abarca los cielos de São Paulo y Río de Janeiro.

Por esto deciden, también, esperar dos noches. Necesitan un clima benigno, ya que usarán el tramo, que dura diez horas, para hacer su último vuelo de prueba, como comple- mento al efectuado hacia el Sur de Chile por exigencia de la Dirección General de Aeronáutica Civil y el ingeniero aero- náutico Jorge Traub, que inicialmente Madeleine había plani- ficado, ida y vuelta a Quellón, sin aterrizajes intermedios. Prueba gracias a la cual salvaron sus vidas, pues les permitió resolver un inconveniente en el uso de los estanques, que si no, se les hubiera presentado sobre el Atlántico.

Equipar el monomotor con tres estanques adicionales sig- nificó la osadía de una sobrecarga superior al doble del com- bustible soportado por los dos originales, por certificados que estuvieran. De hecho, la odisea vivida en el cruce de la cordi- llera de Los Andes fue una demostración inequívoca de ello.

Los pilotos saben muy bien que en su oficio los errores son imperdonables y ellas no son la excepción. Esta máxima es la primera regla de la seguridad. Nada debe quedar al


azar. La falta de exactitud debe ser reducida a la mínima expresión, de manera que no distorsione el programa. Una equivocación puede llegar a nunca ser contada. Sabido es que la generalidad de los accidentes son producidos por fallas humanas.

Así, previo al cruce del Atlántico, eran y siguen siendo recomendables todas las pruebas posibles.

Iniciaron ese vuelo de ida y vuelta a Quellón con una arrancada previa hacia los cielos de Los Andes, donde hacer una montada hasta 13.000 pies para comprobar la potencia del avión con el peso de todos los estanques cargados. De ahí continuaron hacia el Sur; sin embargo, bastante antes de su destino, algo más allá de Puerto Montt, escucharon un cambio en el ronroneo del motor y casi de inmediato empezó a fallar.

Reconocieron aquel típico síntoma de falta de alimenta- ción y se miraron. Madeleine accionó de inmediato la llave para conectar un estanque principal.

El Continental no demoró en recuperar su acostumbrada suavidad.

-¿Se agotó? -preguntó María Eliana.

-No puede ser -respondió Madeleine-. Según los cálcu- los, este tremendo estanque que llevamos de pasajero debió haber durado una hora y media más.

-Sí, pero se acabó.

-Algo anda mal, devolvámonos...

En efecto, lo ocurrido era del todo anormal, pues la autonomía de vuelo había sido extendida de cinco horas y cuarenta minutos a trece con dieciocho, en consideración a que para cruzar el Atlántico calcularon alrededor de once, más los imprevistos provocados por las posibles condiciones climáticas; sin embargo, el combustible apenas les alcanzó para nueve y media.

Abortado su destino, volaron con dirección a Santiago y mantuvieron constante atención en el consumo, para aterrizar con suficiente reserva en los estanques principales. Vaciados el depósito de la cabina, los de punta de ala, así como parte de los principales, aterrizaron en Tobalaba. Al poner los pies sobre la losa, sus ojos incrédulos vieron chorreada toda la


parte lateral inferior izquierda.

Luego de un análisis técnico, comprendieron la situación: Todas las recomendaciones hechas por ingenieros aero-

náuticos, mecánicos y pilotos, apuntaban a usar primero el combustible del estanque instalado en la cabina, lo que les pareció muy razonable, tanto por motivos psicológicos como técnicos. Llevar una bomba a bordo era ya una inquietud y en nada ayudaba que el golpeteo de la bencina contra las pare- des les recordara esto a cada instante. Tampoco tenía sentido arriesgarse a una posible filtración con la consecuente ema- nación de gas.

La rutina que siguieron, entonces, fue obvia: usar prime- ro el interior, después los adosados a la punta de las alas y por último los principales ubicados al interior de éstas.

Sin embargo, pasaron por alto un importante detalle: el motor del Bonanza tiene la particularidad de formar en los conductos por donde circula el combustible, burbujas de gas que pueden producir un bloqueo. Dicho problema fue supera- do por la fábrica a través de la acción de la bomba del motor, programada para enviar un excedente importante de bencina que las arrastra. Este fluido adicional, luego de cumplir su función, vuelve a cualquiera de los dos estanques principales en uso. Con las nuevas conexiones de combustible instaladas en los estanques auxiliares, este sobrante se devuelve exclusi- vamente al estanque principal izquierdo.

Por tal motivo, antes de vaciar los auxiliares, debe ser usado el principal del ala izquierda durante un par de horas. Ello permite que al conectar el de cabina, el exceso de benci- na devuelto encuentre espacio. Una vez utilizado éste, de nuevo debe hacerse hueco en el principal izquierdo, para usar los auxiliares de punta de ala. Terminada esta rutina, se utili- zan los principales en forma normal.

A la luz de estos antecedentes, el asunto quedó aclarado: Al usar primero la bencina de los estanques auxiliares,

todo el excedente lanzado por la bomba no encontró lugar para volver a ser almacenado y se perdió por el rebalse del estanque principal del ala izquierda.

Unos días después, Madeleine hizo un vuelo de prueba en


solitario, durante cinco horas, para asegurarse del funciona- miento adecuado de esta importante operación. Con alegría y alivio constató, al igual que el ingeniero Jorge Traub, el super- visor Juan Videla y los mecánicos del centro de mantenimien- to aeronáutico, que todo funcionaba de manera adecuada.

Durante los días de espera en Porto Alegre, las pilotos van en varias oportunidades al aeropuerto a revisar el tiempo, inquietas, pues el frente estacionario no se mueve; por el con- trario, amenaza con aumentar su intensidad y extenderse.

-No podemos seguir estancadas más días, sin saber ni siquiera cuántos -opina Madeleine-. Si nos internamos mar adentro será más largo el trayecto, pero podremos esquivar lo más activo de la tormenta -no duda en continuar y lo antes posible, a pesar de tener grabada la traumática experiencia del spin involuntario en la cordillera.

Hace una rápida comparación con su curso de acrobacia básica que disfrutara tanto, así como las veces que hizo de acompañante en fascinantes vuelos acrobáticos. Sin duda en las montañas de Los Andes fue del todo diferente, cuando el pesado avión, que no respondía a las correcciones, prosiguió su peligrosa caída preso en el implacable viento rotor sumado al efecto péndulo de los tres estanques adicionales, impidién- dole recuperar el control. Vivió una sensación de impotencia nunca sentida antes. De momento quisiera evitar nuevos reme- zones del Julie que desafíen al fantasma del recuerdo. Sabe que paulatinamente retomará el gusto al meneo originado por el viento, pero en este instante necesita aceptar que el miedo ha sido real, para confrontarlo y vencerle con su acostumbrado optimismo, confianza en sí y sobre todo en Dios y su ángel de la guarda, a quien siente que la guía como a una niña.

María Eliana, igual que todo aviador, sabe que para un monomotor se recomienda volar sobre tierra, pues puede planear; sin embargo, dadas las circunstancias, está comple- tamente de acuerdo con salir cuanto antes, para lo cual hacen los trámites necesarios.






A través de un túnel

Porto Alegre - Salvador de Bahía



Han volado un par de horas entre nubes, con los vidrios azotados por la lluvia.

Madeleine hace algunos ejercicios isométricos, cons- ciente de ser los únicos que permite el reducido espacio, con el fin de aminorar el riesgo a sufrir un síndrome de cabina, o sea, una trombosis producida por la falta de movi- miento. Pero pronto los abandona para dedicar toda su aten- ción a pilotear, ya que el avión se mueve y vibra demasiado. La tormenta les parece muy bella, pero a la vez espan- tosa. Por eso, lo que en otra oportunidad hubieran conside- rado una entretención, ahora coinciden en darle la califica- ción de “un vuelo muy interesante”. Es tan dura, que inclu-


so los aviones comerciales acusan problemas.

Madeleine piensa en su esposo Hans, quien va de pasa- jero en uno de ellos. Sabe que en algún momento las sobre- volará y trata de adivinar sus sentimientos, al imaginar en medio de aquella tormenta el casco del Julie, zamarreado, justo bajo él. Acaricia con sus dedos la pequeña cruz de oro que le regalara antes de salir y recuerda sus palabras:

“Simboliza mi amor. Espero que Dios te proteja”.

Él va, en efecto, muchos pies más arriba y muy cómo- do gracias a ella. Mientras bebe un sorbo de agua mineral, recuerda su chequeo en el aeropuerto de Santiago, ante el mesón de Lufthansa:

-Usted es el marido de Madeleine Dupont, una de las aviadoras que cruzarán el Atlántico -afirmó la joven que lo atendió.

-Está en lo correcto, señorita, y viajo para acompañarla

-respondió, junto con ofrecerle una cálida sonrisa para agradecer ese reconocimiento que más bien iba dirigido a Madeleine-. Creo que en algún momento, sobre Brasil, nos cruzaremos: el enorme airbus 340 de Lufthansa volando a unos 38.000 pies y el Bonanza, quién sabe, tal vez a 10.000, quizás a 15.000...

-Qué hermoso gesto. He seguido la noticia y sé que usted la ha apoyado mucho... Veo que viaja en clase turis- ta... Déjeme ver si puedo hacer algo al respecto.

Hans la vio desaparecer por una puerta y muy pronto regresó con cara de haber tenido éxito en su diligencia.

-Creo que irá un poco más cómodo en clase ejecutiva, usted se lo merece y mi jefe no ha puesto objeción. Tómelo como un pequeño gesto solidario de Lufthansa.

Hans, sin salir de la sorpresa, cruzó Policía Internacional y esperó hasta el llamado para abordar.

El jet hace escala en Buenos Aires y una vez estabili- zado, ya sobre cielo brasileño, el piloto de relevo se sienta junto a él.

-Sabemos que su esposa vuela bajo nosotros y quere- mos darle a usted la bienvenida. Es un honor, tanto para la tripulación como para Lufthansa.


-Nos ha tocado una tremenda turbulencia -comenta Hans, tratando de visualizar cómo irá el pequeño Bonanza.

-Pero a 15.000 pies no es tan dura como aquí -le ase- gura el piloto para calmar su intranquilidad.

-Ojalá sea así, en todo caso, espero que salgamos pronto... Al rato el tripulante se despide, pues debe volver a la cabina. Insiste en que la tormenta no es para preocuparse por ellas y lo deja. Hans, aunque agradecido por su deferen- cia, mantiene vigente la inquietud. Confía en Madeleine,

pero la condición climática no deja de preocuparle.

Las dos aventureras, por su parte, continúan por la aerovía escogida en su plan de vuelo y evitan los peores cúmulos y las tormentas excesivas. Son cuatro horas sobre agua, parte de ellas en altamar. De pronto, en la frecuencia escuchan al piloto del Lufthansa notificar su posición al centro de control.

-Mira, es el vuelo en que debe ir Hans -comenta Madeleine como flash, pues va muy ocupada, ya que es área de mucho tráfico y debe mantener la comunicación radial sin interferencia.

María Eliana, por lo mismo, se limita a afirmar con un ligero movimiento de cabeza.

Entre los cúmulos de nubes deben seguir con exactitud lo que dice la carta, atentas a instrucciones que en cual- quier momento puedan recibir por el radar del centro, como cambiar de aerovía, variar de nivel o cualquier otra indicación conveniente para la seguridad de todos.

Al sobrevolar la bahía, entre Florianópolis y Río de Janeiro, observan centellear por todos lados, con amena- zantes rayos alrededor. Tienen la intranquilidad de haber perdido el contacto radial con tierra, por lo cual están aisla- das, además deben estar alertas a la presencia de algún cúmulo potente, que por ser de fuerte desarrollo con la tor- menta en su etapa de maduración, desencadena corrientes ascendentes y descendentes con mucha actividad eléctrica, que pueden desintegrar cualquier objeto que lo atraviese. Peor aun sería encontrar una turbonada, que corresponde a una especie de pared eléctrica.


El avión no dispone de radar, pero sí de un stormscope, instrumento que da una visión en 360° de los núcleos de la tormenta y detecta dicha actividad entre 25 hasta 200 millas alrededor del avión, según seleccione el piloto. Es como un juego de computador, en que la aeronave al centro de la pantalla debe ir haciendo el quite a los destellos.

Es recomendable mantenerse alejado al menos por 20 millas, ya que los efectos severos repercuten a distancia. Además, la tormenta se moviliza y puede acercarse o ale- jarse independiente a la velocidad del Julie. Por esto la importancia que tiene no dejar de observar los instrumen- tos y el comportamiento exterior.

De pronto salen de esa peligrosa zona y entran en nubes con mucha lluvia, pero sin actividad eléctrica. Lamentan no tener visibilidad en un lugar tan lindo. Han llegado al cruce con São Paulo y Río de Janeiro, que tiene mucho tráfico aéreo. El primer indicio es la gran cantidad de mensajes en Portugués o inglés con una diversidad de acentos que les permite reconocer la procedencia de los pilotos que hablan.

Apoyadas en el control aéreo, la atención también debe ser máxima, esta vez porque los jet comerciales tienen que cruzarlas para aterrizar, pero no se intranquilizan, pues confían en la buena organización del sistema. Es el princi- pio de toda organización que trabaja en base a la confianza, ejemplarizada por aquellos que al actuar arriesgan la vida y, al mismo tiempo, donde la de cada uno del grupo depen- de de la prudente astucia de sus compañeros.

Al salir de aquel tráfico infernal, intercambian algunas frases relacionadas con el paso por la reciente tormenta:

-Parece que la Virgen escuchó la oración de tu pelu- quera -comenta Madeleine.

-Sí, fue como volar por un túnel -agrega María Eliana y evoca el día antes de salir de Viña del Mar a Santiago:

Fue a peinarse al local de su peluquera de muchos años, quien emocionada se hizo parte de la aventura al regalarle una oración que calzó en forma increíble con la travesía de aquel tramo, como si contuviera una fuerza


oculta dispuesta a protegerlas.

Sin pedir permiso, se le viene a la memoria:

“Bendita Madre Santa / bendito sea tu altar / bendito sea el camino / por donde este avión va a pasar”.

Esboza una mueca de agradecimiento: a la Virgen... Y a Luciana, la peluquera.

-No la voy a comparar con la Virgen, pero también nos ayudó la brujita verde que me regaló Mariana Mesa, la amiga de la Agrupación de Mujeres Pilotos de Chile -acota Madeleine, recordando su leyenda: “Brujita de abre camino”. Perciben un buen aporte en aquel trayecto de diez horas, cuatro sobre mar y seis por la costa, aunque saben que en nada se compara con la travesía del Atlántico Sur, donde tal vez no tendrán durante mucho tiempo la compa- ñía de la radio ni comunicación con el control aéreo, sobre- voladas por una diversidad de aviones que irán a mucha

más altura.

Aprovechan para chequear el uso adecuado de los selectores de combustible y llegado el momento evitar el riesgo de que se pare el motor, que por sus características y ser a inyección, estando caliente resulta muy difícil de encender otra vez.

El clima cambia y aparece un panorama majestuoso: colores esmeralda y azules profundos. Playas solitarias y aisladas. El verde sobre la tierra...

Falta alrededor de una hora y media para llegar a Salvador y María Eliana siente ganas de bajar y tirarse sobre aquellas arenas rojizas.

“Menos mal que no voy sola, porque capaz que me quedara aquí” piensa. Se visualiza aterrizando ni siquiera en una de las excelentes pistas disponibles, sino en directo contacto con la cálida superficie de alguna de aquellas enormes playas.

Madeleine siente algo parecido, pero desde su perspec- tiva: aterrizaría en uno de aquellos atractivos aeródromos, para luego caminar y conocer los alrededores.

Observan, más allá, los gaseoductos a orillas de playa rodeados de barcos petroleros en plena actividad, que les


permite percibir una muestra rápida de la fuerza industrial de aquel inmenso país.

Esta parte del trayecto se les ha hecho muy liviana y se acercan rápido a Salvador Bahía, con una llegada que pro- mete ser espectacular. Sucede al atardecer. El sol se pone y la ciudad prende sus luces.

El Centro de Control les da vectores para interceptar el localizador del ILS en un circuito muy lindo.

La ciudad se ve majestuosa, cruzada por el ancho río y a la vez ambas orillas unidas por un imponente puente.

María Eliana se pregunta otra vez cómo arreglárselas para hacer un poco de turismo; abandonar por un rato la idea de misión y dejarse llevar por las calles y la vista, pero de inmediato recapacita, pues tiene muy claro que no es la ocasión.

A su compañera también le gustaría y en lo más pro- fundo sueña con una próxima oportunidad.

Ambas saben que no deben abusar de su condición física. Para cumplir con éxito lo que se han propuesto es imprescindible estar descansadas al momento de abordar el avión, porque los tramos son largos. Son muchas las horas de inmovilidad y tensión, más las dos o tres de trámites tanto en las llegadas como en las salidas.

-Mira, ahí está -indica Madeleine.

-Sí, la veo. Me encanta aterrizar con esta visibilidad.

-Qué lindas se ven las luces de la ciudad en combina- ción con los rayos del sol.

-Sí, recién se ha puesto... Y mira las luces de la pista.

Son un complemento magnífico.

Hay pequeñas nubes alrededor y bastante turbulencia debido a la alta temperatura, a pesar de la hora.

Madeleine ha bajado el tren de aterrizaje y mantiene la concentración sobre la pista, mientras María Eliana hace un rápido chequeo visual a los instrumentos.

Las ruedas chirrean contra el asfalto y el Julie comien- za a disminuir su carrera...

El encargado las dirige para estacionar el avión y al bajar, nadie las espera. Sin embargo, no les llama la atención,


conscientes de estar muy desfasadas con el itinerario inicial.

Perciben el agrado de mover las piernas y María Eliana averigua sobre algún hotel. Sólo les interesa que sea con- fortable y tenga una gran bañera. No desean piscina, tam- poco playa tropical ni grandes restoranes; sin embargo, las mandan al Catussaba, un típico hotel baiano a orillas de la playa, dirigido a turistas que buscan esos servicios, con varias piscinas y una inacabable hilera de sillas para repo- sar, además de diversos lugares donde poner a prueba la gastronomía.

Por la mañana, luego de un buen desayuno, se cambian a un hotel tranquilo cerca de la ciudad. Sueñan con una gran tina para darse un relajador baño y luego gozar de una caminata.

Tienen oportunidad de recorrerla durante la tarde. Emplazada en una loma, es de arquitectura colonial, con sus calles empedradas y casas blancas, en su mayoría revestidas con azulejos. Llama su atención la curiosa urba- nización, con árboles emplazados en las calzadas, que inte- rrumpen los estacionamientos y el tráfico.

Cruzan el puente que vieran desde el cielo y dan un corto paseo en bus por la costanera, a ratos demoradas por la congestión vehicular, lo que les permite mirar con mayor detención. Madeleine saca fotos de hermosos lugares, consciente de estar contra el tiempo y por lo tanto no se entera a qué corresponden.

Esta pequeña licencia obedece a una treta de María Eliana, desesperada por hacer un poco de turismo:

Salieron del hotel con dirección al aeropuerto para ubi- car un lugar donde cambiar algunos dólares, además com- prar un libro de un escritor peruano traducido al portugués, para Nicole, la hija de Madeleine que vive en Hamburgo.

No encontraron el encargo ni dónde cambiar y regresa- ron en bus. Al momento de bajar, María Eliana porfió en que ése no era su paradero, con lo cual siguieron hasta lle- gar al centro. Ahí, haciéndose la perdida, reconoció su equivocación.

Pero regresar era un problema, pues no tenían reales.


Entonces, obligadas entraron a buscar una casa de cambio.

Madeleine ha disfrutado mucho con este inesperado paseo, aunque no pierde de vista que todavía tiene que informarse sobre las condiciones meteorológicas, estudiar las cartas de salida normalizada de instrumentos SID y las de aproximación para el próximo destino. Cambian unos pocos dólares y vuelven al hotel.

Son las seis diez. Pasan unos minutos por la habitación y bajan para comer en un restaurante aledaño a la tranquila piscina. De inmediato vuelven, pues deben arreglar las cosas, lo que incluye estudiar las cartas, los notams...

Programan el reloj despertador a las cinco y apagan la luz. Llegada la mañana viajan al aeropuerto, hacen los trá-

mites de rigor y están listas para despegar.

El avión preparado, en la losa, se encuentra junto a diversas aeronaves de aviación general, incluidos algunos grandes jets privados.

Al verlo tan pequeño frente a éstos, Madeleine recuer- da uno de sus vuelos a territorio argentino, cuando la avia- ción general no tenía su estacionamiento aparte de la comercial. Visualiza el tráfico en el aeropuerto internacio- nal Ezeiza de Buenos Aires y le parece oír las instrucciones de la torre, que la mandó a estacionar al lado de un inmen- so DC-10 de la línea aérea Alitalia...

Algo después de las ocho pide la rutinaria autorización para dirigirse al cabezal, habiendo escuchado el ATIS, que ofrece información continua, actualizada cada hora, sobre la dirección e intensidad del viento, la visibilidad horizon- tal, alguna formación de nubes significativa, la presión barométrica, la temperatura ambiente y la temperatura del rocío. Es importante este último dato para saber la diferen- cia entre ambas temperaturas, pues cuando se juntan, se forma niebla. También da instrucciones sobre la pista que deben usar.

-Salvador terrestre, buenos días, Charlie Charlie Papa Lima Juliett.

-Buenos días, Charlie Charlie Papa Lima Juliett, prosiga.

-Charlie Charlie Papa Lima Juliett en plataforma avia-


ción general, con información “D”, activando plan de vue- lo, instrucciones de carreteo y copiar autorización IFR.

Control terrestre autoriza el carreteo, dando la secuen- cia de las calles de rodaje.

Mientras el avión rueda hacia el cabezal, irrumpe con- trol terrestre:

-Charlie Charlie Papa Lima Juliett, autorización IFR.

-Charlie Charlie Papa Lima Juliett, listo copiar.  Control terrestre le dicta la autorización IFR. Madeleine la repite al centro, cumpliendo con la cos-

tumbre obligatoria para evitar errores.

Una vez que todo está correcto, escuchan:

-Charlie Charlie Papa Lima Juliett, autorización IFR correcta, contacte Salvador torre, listo para despegar.

Carretean hasta instalarse en el lugar destinado a las pruebas de motor.

Ante todo, Madeleine examina el funcionamiento correcto de los controles exteriores. Luego, las posiciones de los flaps y se asegura de la respuesta del piloto automático.

Después realiza las pruebas de instrumentos de navega- ción y de motor, para lo cual acelera hasta 1.700 revolucio- nes por minuto. Prueba la hélice que es de paso variable y RPM constantes, y efectúa la prueba de magnetos que sumi- nistran la corriente para el encendido. Acto seguido verifica los instrumentos de motor y el de succión en rango verde. Por último reduce las RPM a 1.200. Contacta la torre de control y avisa que están en condiciones:

-Salvador torre, buenos días, Charlie Charlie Papa Lima Juliett, listo para despegar.

-Charlie Charlie Papa Lima Juliett, autorizado despegar.

Le indica la pista y nuevamente el origen del viento y su intensidad.

Se posiciona en el eje de la pista y María Eliana cam- bia el transponder de stand by a ALT.

Simultáneamente Madeleine enciende las luces de aterri- zaje, verifica el giro direccional y anota la hora de despegue.

Deben esperar a que desaparezca la estela turbulenta causada por un jet que acaba de aterrizar, pues de lo contra-


rio puede voltearlas. La piloto sabe que el despegue seguro se produce posterior a la posada del jet. Recién entonces, toma velocidad y saca el avión después de ese punto.

Son las ocho con veinte minutos del 17 de marzo.











Últimos preparativos

Salvador de Bahía - Natal



El vuelo es con bastante turbulencia y la mayor parte entre nubarrones que como grandes manchas se alternan con el fuerte azul del cielo. Gigantescas formaciones de cúmulos que parecen cincelados en sus contornos se desplazan en un espectáculo espléndido. A la altura de Recife despeja un poco y entre pequeñas nubes observan la ciudad: un gran manchón verde y en el centro destaca la población en una tonalidad café bastante pareja.

Un rato después, sin más inconvenientes que algunos zamarrones, aterrizan en Natal, luego de volar durante cuatro horas y seis minutos.

A punto de cruzar el Atlántico Sur, no tienen previsto el momento exacto del despegue, pues para tomar la decisión necesitan monitorear el tiempo.


María Eliana observa a su amiga, empecinada en hacer de inmediato las tareas de medición y carga de bencina, sin considerar que son más de las tres de la tarde y el sol golpea sin misericordia, con una elevada temperatura acompañada de tan insoportable humedad.

Pero Madeleine piensa en el avión: dejar para después la tarea de llenar los estanques implica un alto riesgo de con- densación en sus paredes y, previo a ello, deben asegurarse de cuánto queda en el situado en la cabina. Como carece de marcador, para determinar la cantidad exacta no queda más remedio que vaciarlo.

-¿No te parece que hace demasiado calor como para hacerlo ahora? -pregunta María Eliana, a sabiendas que Madeleine ya tomó la decisión. Y no se equivoca:

-Cuanto antes salgamos de esto, tanto mejor, además debemos impedir que se produzca condensación -aclara, sin dar espacio a otra opción.

-Pero hacen más de cuarenta grados, nos derretiremos

-insiste María Eliana.

-No nos demoraremos nada -dice Madeleine y antes que su amiga vuelva a reclamar, encorva el cuerpo con una agili- dad sorprendente para movilizarse como una rana bajo el ala, llevando un balde metálico que recién ha conseguido.

Apoyada por un mecánico, el único dispuesto a prestar su ayuda en tales condiciones, sentados sobre el pavimento, con las cabezas rozando el ala izquierda, sacan el tapón y observan correr el líquido.

María Eliana huele los vapores emanados del combus- tible, apenas convencida de estar ahí, con aquel endemo- niado calor.

Resulta inusual observar en la losa a dos pilotos junto a su monomotor, que por culpa del estanque interior parece cargado como carretela. Una bajo el ala drena un estanque, mientras la otra conversa con los encargados de echar el combustible para que tengan paciencia, comprendan las razo- nes de Madeleine y esperen para cargar.

Entremedio aprovecha de tomar fotografías para plasmar el recuerdo de aquella insólita situación. Más pintoresca, aun,


por el hecho de que las protagonistas son mujeres.

Aunque es una escena propia de serial cómica, a María Eliana, pese al buen humor demostrado, no le parece gracio- so y cree que tampoco a las demás personas que las ven, en especial a quienes se hicieron a un lado para ayudarles. No le cabe duda que es una situación fuera de lo común.

Sin darse cuenta cambia de escenario y comienza a pen- sar en diversos detalles y cada peligro: el síndrome de cabina, por ejemplo, que acecha sus cuerpos casi rígidos, pues resulta imposible reclinar los respaldos. No quiere imaginar cómo estarán de hinchados sus tobillos al llegar... si es que lo logran. Ni pensar en un trombito que se le ocurra descolgarse para ir a tapar quizás qué arteria...

Medita acerca de la maravilla que significa usar la mente para entrenar el cuerpo: estarán alrededor de doce horas sin ir al baño... ¿y si son más?... Podría significar llegar a cero combustible... La autonomía de vuelo varía según a qué alti- tud se puedan desplazar y cuánto sean retenidas por el clima y el viento en contra, que puede hacerlas disminuir la veloci- dad. Apenas podrán esquivar cualquier tormenta que se pre- sente. Deberán calcular todo el tiempo. Será un trabajo agota- dor. Ello, suponiendo que los 285 caballos de fuerza del motor se porten a la altura y el estanque de cabina no les jue- gue otra mala pasada...

Aparece un policía de gran tamaño y cabellera rubia, que las increpa de manera impertinente:

-Señoras, no pueden estar aquí, salgan de inmediato.

-Somos pilotos y tenemos mucho qué hacer -responde Madeleine, mientras saca del bolsillo su licencia, con tono hosco, molesta por el modo y la absurda orden.

-No sé qué tendrán que hacer, pero salgan.

-Tenemos que drenar el estanque de nuestro avión.

Al desconcierto suma su enojo, pues cree que se burlan.

-No estoy para bromas, señoras, menos en circunstancias de que el grueso de los policías está en huelga...

Un funcionario del aeropuerto se acerca al uniformado y le explica que en efecto son pilotos y deben sacar el combus- tible para medirlo, por absurdo que parezca; que necesitan


saber con exactitud cuánto quedó en el estanque interior para calcular el consumo de cada uno.

Entonces, no contento con haber perdido su tiempo y dejar las cosas hasta ahí, les pide los papeles, suyos y del avión, que revisa con acuciosidad en el intento por detectar alguna anomalía.

Le cuesta comprender que no estén timbrados en el aero- puerto de Natal. Interpreta que vienen de Europa, mientras ellas tratan de hacerle entender que es al revés. Procedentes de Salvador de Bahía, en un trayecto nacional, van a salir al día subsiguiente hacia Cabo Verde. Han escogido ese aero- puerto por ser el más nororiental de Brasil...

Por fin el hombre se da a la razón. Comprobado que todo está en regla, no le queda más remedio que devolver los documentos, lo que hace con tal energía que están a punto de desprenderse de sus manos y caer al suelo.

Dice adiós entre dientes y se aleja refunfuñando, con paso marcial.

María Eliana conversa con otro funcionario, quien luego de un rato accede a conseguir un segundo balde, pues el que Madeleine tiene no es suficiente. Entonces monta uno sobre el otro para hacer una especie de copa, de manera que el avgas caiga de inmediato desde la abertura.

Ahora las botellas de oxígeno son el motivo que las complica:

En Santiago cargaron tres, luego de ciertas dificultades, pues la persona encargada de tales menesteres, de la confian- za de Madeleine, había salido de vacaciones. Donde su habi- tual proveedor, Madeleine arrienda permanentemente una botella de oxígeno, ya que a menudo vuela a altitudes donde se requiere su uso. El dueño, en la oportunidad, tuvo la buena disposición de prestarle, a modo de auspicio, otras dos. Usaron parte de una en el cruce de la cordillera y el sobrante de la misma con posterioridad.

Terminado el asunto de drenar, medir y chequear la carga del combustible, reabastecen el faltante desde un camión cis- terna y efectúan una revisión general a los implementos.

Al momento de sostener los dos tanques de oxígeno que


hasta ese momento no tocaban, perciben lo mismo y se miran:

-¿No te parecen muy livianos? -interroga María Eliana. Madeleine gira la perilla de uno, que topa sin resultado.

Afirma con una voz que evidencia su incredulidad:

-Estas cosas están vacías.

-Bueno, ya solucionaremos eso. Ahora, por favor entre- mos al edificio, porque necesito ir con urgencia al baño.

Después se dirigen a una oficina para cumplir con algu- nos formulismos y Madeleine se retaca.

-Me siento mal -dice con dificultad.

María Eliana observa su palidez y deduce que está pron- ta a desmayarse.

-Sí, con este calor y el olor a bencina no me extraña... Siéntate aquí un rato -le ayuda a caer con suavidad sobre un banco en el recinto donde venden alimentos y bebidas al paso-. Iré a buscarte un café. ¿Crees que puedas quedarte sola?

-Sí, anda, un café cargado y caliente me pondrá bien, deben ser los vapores de la bencina, además de estos más de cuarenta grados de calor... Por favor, esta vez no lo cortes y que sea con mucha azúcar.

Al volver, mientras Madeleine toma cortos tragos, María Eliana se da cuenta que está parada frente a la placa conme- morativa de la travesía de Jean Mermoz por el Atlántico, la que inmortaliza el primer traslado del correo desde Toulouse en Francia.

Madeleine también se emociona al observarla y sentirse realizando su propia hazaña en la misma ruta.

Una vez repuesta, fotografía el texto y la imagen que están grabados en bronce. Después caminan hacia la oficina de operaciones para revisar la meteorología.

Los brasileños resultan muy afables y, apenas se enteran del problema relacionado con el oxígeno, llaman a un oficial para que les ayude a resolverlo.

Mientras Madeleine ejecuta el monitoreo del tiempo, el uniformado, amable y comprensivo, guía a María Eliana has- ta la base donde cargan los estanques de oxígeno.

Saluda con formalidad a un soldado y le solicita:

-Por favor, cargue estas botellas para que las damas pue-


dan despegar con su equipo completo.

El hombre lo mira con una sonrisa socarrona, dispuesto a aprovechar la oportunidad y reírse por la ignorancia del joven aviador.

-Llénelo usted, si quiere, mi teniente, pero antes deme tiempo para arrancar.

El oficial no entiende la impertinencia y molesto abre la boca para hacerle notar su actitud insubordinada, pero antes que eso ocurra, el subalterno agrega:

-Mire a su alrededor, mi teniente.

Por doquier hay inmensos tubos cargados o en espera de serlo.

-Ahora, observe los que trae la señora.

La ve sostener las pequeñas botellas entre sus brazos.

-Aquí, señor, se llenan tanques de cuarenta y cinco kilos y estos hacen sólo tres... Yo no pondré en riesgo la base por agradar a estas señoras, así que si usted quiere...

Hace una pausa y continúa:

-No tenemos adaptador para esas botellas. Tendríamos que cargarlas con uno de los nuestros y calcular la presión, con el consecuente peligro. ¿Se da cuenta?

El oficial asume de inmediato su falta de conocimiento y prefiere no polemizar.

En otras circunstancias hubiera reído con ganas, pero ante aquel indigno deterioro de su imagen se lleva la mano a la visera y gira en ciento ochenta grados para salir con rapi- dez, seguido por la piloto.

-Lo lamento, señora, pero como ve, tendrán que solucio- nar su problema fuera del recinto -sin perder su amabilidad, es el único comentario que hace.

-No se preocupe, teniente, entiendo perfectamente la situación. De todos modos, mi compañera y yo le estamos muy agradecidas.

Regresa donde ella con la noticia:

-Lo siento, pero tendremos que cargar las botellas en algún lugar fuera de aquí.

Madeleine la observa sin comprender.

-Se necesita un adaptador especial y aquí no lo tienen,


porque cargan unos tremendos tanques, así que tendremos que buscar un lugar adecuado fuera del aeropuerto.

Madeleine consulta su reloj y comenta:

-Está bien, pero no sé quién lo podrá hacer a esta hora, tal vez en un hospital...

-Será mañana. Pidamos un taxi para que nos lleve al hotel y buscaremos el lugar adecuado a través de la guía tele- fónica.

-Y capaz que el chofer sepa...

En efecto, el taxista conoce un lugar y las lleva para ave- riguar desde qué hora atienden al día siguiente; sin embargo, nadie abre y continúan al hotel.

Alrededor de las siete un cuarto se registran, dejan sus cosas en la habitación y recorren el recinto para encontrar dónde cenar.

Llegan a un comedor tipo Buffet con la decepción de encontrarlo cerrado hasta las ocho, a pesar de estar todo pre- parado. Es tal su hambre, que piden hablar con el encargado, quien se comporta muy amable y les permite entrar.

Apenas terminan se dirigen a una sala de Internet para revisar sus correos y vuelven a la habitación.

Madeleine intenta ubicar por teléfono a Hans, pero no lo encuentra y debe conformarse con dejarle recado.

Casi de inmediato suena la campanilla. Es Valentín, quien a diario hace de puente entre ellas y el General Sarabia, para informarle y ver en qué las puede ayudar.

Luego apagan la luz y no demoran en quedarse dormidas. En la mañana se levantan sin apuro, desayunan y María

Eliana aprovecha para caminar por la orilla de la playa y nadar durante un rato. Después se instala frente a Internet para encon- trar la manera de resolver el asunto de las botellas de oxígeno.

Mientras, Madeleine, que ha subido a la habitación, ordena el maletín de vuelo que como de costumbre, después de cada tramo, está muy desordenado. Prepara el próximo trayecto y llena la bitácora personal y las tres del avión: la del casco, la de la hélice y la del motor. El casco tiene 4.244 horas de vuelo desde el año de su fabricación, en 1981; 185 el motor, nuevo desde marzo del 2003; y 295 la hélice.


Su tarea es premiada por partida doble: repiquetea el teléfono y se encuentra con la voz de Hans. Apenas cuelga vuelve a sonar y esta vez es el Comandante José Miguel Astorga, de la DGAC, avisándole que el Coronel Oscar Saa, agregado aéreo de Chile en Brasil, ha salido de su base en Brasilia, comisionado para asistirlas en todo lo que necesiten. Su avión debe llegar a Natal a las dos cuarenta de la tarde.

Baja a la piscina para encontrarse con su amiga, contarle las últimas novedades y nadar un rato.

En la tarde, el Coronel recién llegado las pasa a buscar en un automóvil arrendado y las acompaña a la dirección que encontraron cerrada el día anterior, donde supuestamente les solucionarán el asunto de los tanques de oxígeno.

Pero ahí tampoco tienen la válvula requerida y les sugie- ren dirigirse a la Casa del Oxígeno, donde cargan balones para hospitales. Para simplificarles el quehacer, ponen a su servicio un muchacho que las guíe y presente, de manera que reciban pronta atención.

El empleado de este nuevo lugar les pide que lo esperen unos momentos y desaparece con las botellas en sus manos.

Al rato regresa sonriente y les dice:

-Señoras, no hay necesidad de cargarlas. Ellas se miran, confundidas.

-Despegaremos mañana a medianoche y no podemos cruzar el Atlántico sin oxígeno -protesta María Eliana.

-Exacto, no podemos salir sin ellos -apoya Madeleine. Él agranda su sonrisa:

-Temo que no me han entendido...

Ellas vuelven a enfrentar sus miradas cómplices. Proyectan incomodidad y preocupación. Necesitan hacer aún una serie de diligencias, distraerse un poco y descansar. En lugar de eso van y vienen en busca de cargar los tanques. Y para colmo, esta aparente broma.

-Las botellas están llenas, señoras.

Las pilotos se miran una vez más, del todo sorprendidas. El dependiente continúa:

-La llave tiene un primer tope. Debe girarse un poco más y abre.


-Pero están muy livianas -acota de inmediato Madeleine.

-No, señora, tienen el peso exacto. Simplemente son estanques pequeños y por lo tanto...

-Livianos -interrumpe María Eliana, avergonzada. El hombre asiente con la cabeza.

Ellas, dentro de todo contentas, regresan al auto y viajan rumbo al aeropuerto a monitorear el tiempo. Allí se enteran que la mejor hora para despegar serían las once de la noche del día siguiente, de manera que en ese instante toman la decisión. De ahí se dirigen a la plataforma donde está esta- cionado el Julie, pues su gentil acompañante quiere conocer- lo y conversar sobre la estiba.

Satisfecho las traslada al hotel, donde comparten algunos alimentos y se despiden para descansar.

El viernes 19, luego de tomar desayuno, van a la sala de Internet y pasadas las nueve se encuentran con el Coronel Saa, quien las lleva nuevamente a la oficina AIS, donde revisan la meteorología y presentan el plan de vuelo para la noche.

De ahí hacen algunas diligencias: compran rollos foto- gráficos y cosas de última hora.

-Ahora las pasearé un poco -ofrece amable el Coronel. Ambas asienten, dispuestas a airearse.

-Si les parece, las llevaré a conocer la costa. También están de acuerdo con aquella propuesta.

Les impresiona la combinación de cerro, vegetación, pla- ya y mar, con hermosas palmeras, grandes edificios y un agradable aroma a humedad salina.

Pasan junto a un impresionante parque de dunas natura- les que les parece un verdadero santuario de la naturaleza.

-Qué ganas de conocer más a fondo estos lugares -esta vez es Madeleine quien se lamenta-, pero ya habrá una próxi- ma oportunidad -agrega a modo de consuelo.

María Eliana murmura no muy convencida.

Regresan al hotel para almorzar y visitan la sala de Internet. Revisados los últimos correos, suben a la habita- ción con la intención de dormir el tiempo que les queda disponible, vale decir hasta las siete, pues han quedado de reunirse con el Coronel a las ocho, alojado en el mismo


recinto, para ser llevadas al aeropuerto.

Pero suena el teléfono.

-Era Rodrigo -explica María Eliana apenas cuelga.

-¿Cómo está? ¿En Suiza? -pregunta Madeleine, a sabien- das de la excelente relación que mantiene con aquel hijo menor, al que siempre ha considerado como un regalo del cielo.

El aparato vuelve a repiquetear: esta vez es su hijo Luis Alejandro que llama desde Maui en Hawai. Su voz suena realmente preocupada:

-Mamá, ¿estás segura de lo que vas a hacer?

En la respuesta de María Eliana no hay muestras de vaci- lación.

Él la conoce y decide no insistir. Cambia el tema para trasmitirle los saludos de los miembros de su Iglesia en Hawai y agrega:

-Todos aquí han querido reunirse para orar por ustedes -y para terminar, su voz adquiere tono de advertencia-. Recuerda que esta Travesía sólo tiene sentido y tendrá éxito si buscan la gloria de Dios...

Apenas corta, como si se hubieran puesto de acuerdo, campanillea de nuevo y aparece en el auricular la voz de su hijo mayor, Marcelo, quien junto a Benjamín y Nathalie, des- de Santiago, siguen las alternativas del viaje. Le cuenta que sus nietos marcan en un mapa la trayectoria del vuelo, lo que de paso ha sido muy instructivo, pues van descubriendo nue- vos países y lejanas ciudades.

Al poco rato suena otra vez. Ella misma contesta.

-Es la Ministra Cecilia Pérez -susurra a Madeleine. Luego de terminar la comunicación le comenta la con-

versación:

-Ha sido muy deferente. Sabe que necesitamos apoyo y por eso llamó. Nos desea el mejor de los éxitos.

-Es muy amorosa en llamar -reconoce Madeleine y muestra una de sus sonrisas relámpago.

Otra vez suena el teléfono. Ahora es Valentín. María Eliana percibe en su tono de voz, más que el deseo de darles buenos augurios, una última despedida que tiene característi- cas de ser para siempre.


La siguiente llamada está dirigida a Madeleine.

-Es Hans -dice María Eliana, mientras le pasa el auricular.

-Ya era hora que me tocara -dice en broma y recoge la llamada.

Después de tanta despedida, la habitación queda en silencio y deciden tratar de dormir un poco.

María Eliana percibe algo muy fuerte y profundo. Es cierto que confía en que tendrán éxito, pero al mismo tiempo está consciente de las dificultades para lograrlo. Y esto, sin pensar en problemas mayores como ser tomadas de sorpresa por alguna tormenta eléctrica y mucho menos una falla en el único motor del avión.

Siente lanzarse a lo desconocido, una experiencia nueva más allá de todo lo que había probado. Centra la mente en su primer salto en paracaídas, también cuando por primera vez se subió a un avión...

Pero esto va mucho más allá. El desafío es mayúsculo y la empresa gigante. Reconoce el duro trabajo efectuado, con una larga y concienzuda preparación. Dieron lo mejor de sí, han hecho los estudios necesarios y analizado todas las varia- bles. Ahora les queda el último paso y entregarse en las manos de Dios.

Se estremece al pensar que lograron vencer todos los obstáculos y salir por la puerta ancha, con el beneplácito de todo el mundo: maridos, familias, Fuerza Aérea, amigos por doquier... Y el apoyo moral de todos los chilenos.

“Es fantástico” se dice y hace un esfuerzo para no dejar salir una exclamación que interfiera con el aparente sueño de su compañera.

Más despierta que lo deseado, evoca la losa, el avión, el estanque interior, los golpeteos de la bencina contra las paredes, la odisea en la cordillera e imagina lo que se les viene encima. De inmediato visualiza las aguas del Atlántico bajo las alas.

Da un salto mental para evocar que su vida siempre ha estado plagada de desafíos y aventuras. Recorre algunas de ellas: el curso de acrobacia que hiciera en Mentor; también rememora la invitación de Los Halcones, el famoso grupo de


acrobacia de la FACH. Jamás olvidará aquel vuelo con ellos. Sonríe al pensar en tan sorprendente vivencia y lo que expe- rimentó al volar invertida, así como la sensación de caer como hoja seca, o cómo las fuerzas G, vale decir de grave- dad, afectaban el cuerpo y producían sensaciones inefables.

Visualiza Portugal, el Bonanza de Antonio Faria e Melho y los vuelos juntos sobre el Atlántico haciendo rolles. Su son- risa se agranda al recordar la cara de espanto de Valentín que la miraba desde otro avión... Pero es tan diferente cuando se tiene el control y la práctica es efectuada en lugares adecua- dos. Otra cosa ocurre cuando ello sobreviene de manera ines- perada... Ha recordado la situación de máximo riesgo vivida en medio de la cordillera, cargadas de combustible hasta en el lugar para los asientos traseros.

Sus pensamientos cambian de rumbo y recuerda las dili- gencias previas, más bien las peripecias que tuvieron que rea- lizar, convencidas de que los sueños pueden ser convertidos en realidad.

“Ojalá todo el mundo así lo creyera” se dice, mientras echa una rápida ojeada a sus pacientes: los que han salido adelante y aquellos que aún se encuentran pegados en sus frustraciones, temores e incapacidades.

“Si todo el mundo -se repite- tuviera la valentía de de- safiar y desafiarse... Si la gente aceptara salirse de la zona de comodidad para dar un paso a lo desconocido. Entonces, cómo se ampliaría nuestro mundo. Cuánto más fácil sería adquirir nuevos aprendizajes y sacar desde lo más profundo los mejores recursos”...

Madeleine tampoco logra conciliar el sueño. Piensa en los preparativos, esas largas noches de cálculos durante varios meses y las interminables comunicaciones con cada uno de los diversos destinos donde debían hacer escala.

Una organización responsable aseguraba disminuir las dificultades a nivel de los imprevistos, donde por cierto se producía la mayor concentración de peligro.

“Sólo podemos influir en su disminución, pero en ningún caso erradicarlo. Por lo demás, sin éste, el desafío perdería todo su sabor” piensa convencida.


Se pregunta si su compañera, vuelta hacia la otra pared, se habrá dormido.

Observa el GPS que descansa sobre el velador y decide ingresarle la ruta, a pesar de lo mal que se ha portado, pues nunca tomó satélite alguno.

Lo devuelve a su lugar original y repasa el fantasma naci- do en la cordillera de Los Andes. Otra vez hace una compara- ción entre lo sucedido y las piruetas de ese curso de acrobacia básica tomado años atrás. Detiene unos momentos sus ideas en la gran diferencia existente entre el terror sentido en aquella caída y lo mucho que disfrutaba esa modalidad de vuelo.

La diferencia parece sutil y, sin embargo, al vivirla se hace profunda.

Sin duda fueron experiencias muy distintas: mientras en el rotor de la cordillera el Julie se negó a responder, causando la consecuente sensación de impotencia de la piloto, en el otro caso lo divertido consistía en manejar las circunstancias aplicando la pericia adquirida, con el incentivo adicional pro- ducido por la sensación de riesgo controlado.

Suspira al recordar que el manual del Julie prohíbe hacer spin intencional. Reconsidera que sus alas carecen de la viga de refuerzo existente en el Bonanza acrobático. A diferencia de uno de ese tipo, no puede soportar todas las fuerzas G, menos esta versión con tres estanques adicionales.

Cambia de escenario. Se siente llena de entusiasmo y su corazón vibra de emoción. Le parece subyugante la expectativa de cruzar y desafiar la inmensidad del Atlántico Sur en un monomotor. Son 1.539 millas náuticas. La cifra revolotea en su mente. Un trayecto en el que no habrá luga- res o pistas que tienten a un piloto para aterrizar; sólo olas gigantescas y más de algún tiburón ávido de tragarse a dos intrépidas mujeres. Piensa en dirigir la mirada firme hacia delante y vislumbrar un feliz aterrizaje en el destino: Isla de Sal. Se regocija con la idea de conocer a las amables perso- nas con que estuviera en contacto por e-mail durante los últimos cuatro meses.

Mira de nuevo a su amiga y le pregunta en voz baja, por si acaso:


-¿Estás dormida?

-No, no he pegado un ojo -responde de inmediato.

-Yo tampoco. ¿No crees que sería buena idea levantar- nos?

-De todas maneras y así tendremos más tiempo. Tal vez hasta podamos despegar un poco antes.

-Sí, porque además, acuérdate que los policías están en huelga.

Avisan al Coronel su decisión y a las siete veinte bajan con su disminuido equipaje, para encontrarlo en la recepción.

El uniformado, a pesar de su sacrificio personal, les ha tomado cariño. Eso permite que su labor se haga placentera.

-Cuando ustedes digan -dice apenas las encuentra.

-Como ve, estamos listas.

En el aeropuerto aprovechan que aún hay luz natural para revisar la estiba del avión.

Luego se acercan a la oficina de operaciones para echar una última mirada a la meteorología, ver los notams y hacer los trámites de emigración, muy agradadas con los emplea- dos, quienes desde que las conocieron se portaron deferentes, incluso vibraron junto a ellas por la Travesía.

Acompañadas por mucha gente y la infaltable prensa, luego de una gran demora abordan el avión. Agradecen al Coronel y le solicitan extender los agradecimientos al General Sarabia.

-Las echaré de menos, buen viaje.

-Buen regreso, Coronel y muchas gracias por todo.

Estaremos agradecidas para siempre.

-Sí, jamás olvidaremos todo lo que hizo por nosotras. Ha sido una gran compañía.

Cierran la puerta y con sus chalecos salvavidas puestos carretean, dispuestas a efectuar la prueba de motores.






Lanzarse a lo desconocido

Natal - Isla de Sal



El Julie, cargado de combustible al máximo de lo permiti- do por los ingenieros aeronáuticos más unos pocos galones extra por proposición de Madeleine a María Eliana, corre un largo trecho antes de elevarse. Ellas esperan pacientes, a sabiendas que en su condición eso es normal. Desbordan opti- mismo. Sus rostros reflejan el alto grado de disposición alcan- zado para realizar sus planes.


La nariz del Julie se levanta un tanto y comienzan a tomar altura.

-Mira la luna, qué hermosa está -dice María Eliana, mien- tras percibe en el estómago un cosquilleo, propio de la sensa- ción de jugarse el todo por el todo.

-Y el millar de estrellas que nos acompaña -agrega Madeleine.

El pájaro metálico guarda sus ruedas y avanza veloz en busca de la altura deseada por sus peculiares tripulantes.

-Mira las luces de la ciudad reflejadas en el agua -indica Madeleine, que las observa alejarse.

-Sí, la vista es bellísima. Y la calma que se siente es fan- tástica... de momento -agrega María Eliana.

Ambas saben que aquella grata condición climática cam- biará en cualquier momento y sin aviso.

-¿Qué te parece a la hora que terminamos saliendo? Son casi las dos.

María Eliana piensa en la gran demora y responde:

-No quiero ni acordarme que nos hayan puesto a la cola de cuatrocientas personas.

-Y ellos, además, andaban de turistas.

-Exacto, mientras nosotras viajaremos durante toda la noche por encima del agua.

-Sí, justo nos tocó la huelga de policía. María Eliana insiste una vez más:

-Realmente hemos vivido hartas dificultades; no nos hemos saltado prácticamente ninguna. Es como si las inventá- ramos para hacer más impactante el desafío.

-Sí, pero también hemos conocido a tantas bellas personas que han dado lo mejor de sí para ayudarnos.

-Ah, bueno, no me cabe duda; es el principal aliciente de la Travesía.

Se produce un silencio que interrumpen para hacer un corto comentario sobre la isla Fernando de Noronha, que se encuentra a no mucha distancia, lo que las deja pensando en lo mismo:

En un comienzo fue el lugar escogido para hacer su última escala y cargar combustible antes de cruzar el Atlántico Sur, lo


que resultaba complicado pues allí no hay Oficina de Inmigración y, por tanto, los trámites de salida había que reali- zarlos en Recife. Tampoco le era posible proveer combustible del octanaje que usa el avión, lo que significaba tener que pedirlo por barco con el consecuente aumento de su precio. Despegar desde Fernando de Noronha acortaba la travesía en más de dos horas; sin embargo, el aumento de combustible logrado gracias a la enorme capacidad del estanque interior les permitió partir desde Natal. Fue el único que Madeleine encontró en Estados Unidos durante meses de búsqueda por Internet y preguntando a diversos pilotos.

-Hasta ahora hemos salido triunfantes de todas -dice con optimismo y ofrece otra de sus veloces sonrisas.

-Y así seguiremos. Mira qué vista más hermosa.

-¿Esto es lo que llaman tan terrible? -dice en broma, a sabiendas que pronto terminará la tregua.

A sus espaldas desaparece la costa y al poco rato pierden la comunicación con el continente, lo que está en el libreto, pues debido a sus reducidos recursos económicos no cuentan con equipo de largo alcance.

Llevan en su lugar un teléfono satelital que fue de gran ayuda en algunos lugares; sin embargo, la empresa que lo prestó les había advertido que en ciertas latitudes no tendría cobertura.

-Veo que no has filmado nada -dice Madeleine.

María Eliana abre unos tremendos ojos. Recuerda haber tenido la filmadora en sus manos. De pronto se le acercó un grupo de pilotos con sus familias, quienes con inmenso cariño querían decirles adiós. Para abrazarles la dejó en el piso del maletero y después, conmovida, cerró la puerta.

-Es que... la filmadora se me quedó atrás -balbucea, cons- ternada.

Durante unos segundos permanecen calladas, en actitud de asumir el golpe.

-¿Ves que tengo razón cuando digo lo molesto que es que a una la desconcentren de lo que está haciendo? Ahora no podremos filmar y perderemos una oportunidad maravillosa

-reclama Madeleine.


María Eliana sabe que tiene razón y guarda silencio, pues debido al estanque de cabina no hay modo de llegar.

-Bueno, nada sacamos con darle más vueltas -dice-. Aprovechemos el vuelo y grabémoslo en nuestras mentes. Esto es lo que nos gusta. Mira, la vista es majestuosa.

Gozan durante un rato el reflejo de la luna, pero el panora- ma amenaza con cambiar.

-No nos malacostumbremos, observa la sorpresa que tene- mos al frente -advierte de pronto Madeleine.

-Mmmh, vamos directas hacia ese oscuro cúmulo.

Se acaba el recreo y entran en una oscuridad total. El avión es recibido por un fuerte sacudón, para que no les quepa duda de estar en medio de una turbulencia.

Se miran. Están habituadas a cambios repentinos en el cli- ma, pero no a aquella tropical manera de llover: sobre las alas y los vidrios rebotan grandes y tupidos goterones que golpean como raras veces habían escuchado.

-Me recuerda el vuelo ferry, cuando compré el Bonanza y lo tuve que llevar de Caracas a Santiago. Sobre Buenaventura me tocó una lluvia torrencial con tormenta y fuerte actividad eléctrica, también de noche -observa Madeleine.

-Parecen pelotas de golf -comenta su compañera.

-Son magníficos, aunque habrá que sacrificar algo de la pintura del valiente Julie -agrega Madeleine, con humor, a pesar que aún no se repone del todo de las vivencias en la cor- dillera de Los Andes.

El optimismo no las ha abandonado y se atreven a exclamar:

-¡Esto es vivir! -y lo hacen a coro, como si se hubieran puesto de acuerdo, por lo cual de inmediato se largan a reír.

Vuelven a concentrarse en sus tareas de cálculo, conscien- tes que ha comenzado la odisea, mientras el Bonanza avanza, finalmente estabilizado a 10.000 pies.

-Somos un pájaro solitario -comenta María Eliana. Madeleine asiente con un rápido movimiento de cabeza.

En efecto, cualquier avión comercial que pueda estar por ahí, va al menos a 35.000.

-Hay mucho viento -indica Madeleine.


-Debemos cuidar la bencina.

Madeleine usa un computador Shadin, de flujo de com- bustible, recibido como auspicio. Resulta de suma utilidad para los cálculos de consumo durante los trayectos, especial para el que realizan.

Observa la indicación del instrumento, luego registra la velocidad terrestre indicada en el GPS y las millas que faltan por recorrer. Con estos tres elementos y el dato de cuanto com- bustible queda, calcula hasta qué punto les alcanzará.

Este recálculo de la autonomía de vuelo lo harán durante todo el viaje y con mayor frecuencia cada vez que la velocidad baje, pues no hay lugar para cometer equivocaciones.

El viento en contra es tan fuerte que obliga al Julie a redu- cirla de 140 nudos a sólo 90, incluso llega a 85. Ambas fruncen el ceño. No es un panorama alentador.

Se miran permanentemente, calculan y en sus rostros se refleja la decisión por cumplir la hazaña.

-¿Qué te parece si tratamos de alcanzar 14.000 pies? Allí el viento en contra debiera ser menos intenso -propone Madeleine, basada en las interpolaciones que hiciera, con pro- nósticos de vientos de ruta no cada 3.000 pies como en Chile, sino cada 5.000, 10.000 y que de allí saltan a 18.000.

Con lo pesado que va, el Julie tarda un buen rato en subir y el panorama empeora: los zamarrones que sufren son atro- ces, el avión vibra, la puerta cruje y el líquido en el estanque interior azota las paredes.

-Esto es venir por lana y salir trasquilada -comenta María Eliana.

-Sí, será mejor volver a bajar.

Así, llegan a 13.000 pies. La hélice parece cortar los gote- rones y da la sensación de trancarse, en medio de una oscuri- dad sobrecogedora. Apenas distinguen sus siluetas, y eso, gra- cias al tablero de instrumentos, iluminado con luces muy tenues diseñadas para que los ojos, acostumbrados a la oscuri- dad, no se encandilen.

Continúan su rutina, conscientes de que no deben distraer- se. Tienen todavía un buen trozo de noche por delante y saben que no pueden ni pensar en la posibilidad de dormir.


Por las ventanas sólo ven negrura y se siente el golpeteo de la bencina.

-Por favor, aprovecha de mirar cómo estamos de oxíge- no -pide Madeleine.

Entonces, María Eliana alumbra con la linterna el manómetro de la botella que yace sobre el estanque, tras los asientos.

-Hay que cambiarla.

-La conexión de la nueva está del lado tuyo, en el piso -el tanque descansa tras los pies de las pilotos.

María Eliana saca con dificultad las mangueras del que va tendido sobre el depósito de combustible y trata de conectarlas en el de abajo, pero luego de un prolongado intento advierte que tiene dificultades para lograrlo.

Madeleine se inclina sobre ella para probar, pero no llega. Entonces le pide que se eche hacia delante e intenta por atrás.

-No puedo -dice-, no tengo los brazos tan largos como un mono.

Otra vez trata por el frente y mientras se entierra la caña arrastra y retuerce el cuerpo igual que un reptil, hasta que hecha una mazamorra con su amiga, consigue llegar. Están dadas todas las condiciones para acalambrarse y sería, sin duda, el peor momento.

-¡Por fin! -exclama y comienza a recogerse tratando de ordenar sus partes corporales para volver a sentarse, mientras ríen como si estuvieran en una fiesta.

El Julie, entretanto, continúa con los remezones y los crujidos.

Una vez en posición normal, Madeleine toma la botella de agua para beber un sorbo y descubre que está vacía. En algún momento el tubo la golpeó y se destapó.

-No te importe -dice María Eliana-, compartamos la mía.

Han apagado la linterna y sus ojos demorarán una media hora en volver a acomodarse para percibir con más nitidez en la penumbra de la cabina.

Son tan fuertes los remezones, que María Eliana dirige los ojos hacia las alas para percatarse de que siguen en su lugar. La vibración de la puerta parece haber aumentado y da la impre-


sión de que en cualquier momento pudiera abrirse y ser arran- cada de cuajo. Por otra parte, parece milagroso que las aspas de la hélice sigan en su lugar.

A ratos el estanque de cabina cruje como si el avión roda- ra sobre calamina y la bencina no deja de golpear contra las paredes.

Llevan seis horas de vuelo y están por el punto de no retorno.

-Todavía podemos volver a la isla Fernando de Noronha

-comenta Madeleine, inquieta porque han gastado más tiempo y combustible de lo calculado.

-Sí, es la última oportunidad, pero acuérdate que ahí no hay avgas ni Oficina de Inmigración.

María Eliana traga saliva y siente como si sus moléculas de adrenalina hubieran adquirido vida propia. Medita y se da el tiempo de consultar con su hija María Verónica, que la acom- paña a todas partes.

La rapidez de sus pensamientos es impresionante. En pocos segundos pasa por su mente la dureza de aquellos años:

A los tres meses de embarazo, respaldados por una serie de radiografías, los médicos diagnosticaron una hidrocefalia en la pequeña. Al mes de nacida le instalaron una válvula para drenar el líquido del cerebro y tres años y medio después, con su esposo consiguieron que el Hospital de Niños de Rhode Island, en Boston, se encargara de tratarla. A cambio, María Eliana se desempeñaría como psicóloga. Por otro lado, a su marido le consiguieron trabajo en la clínica de un dentista nor- teamericano, mientras se preparaba para revalidar su título.

Viajaron a Estados Unidos con el fin de hacer los prepara- tivos y regresaron a Chile para recoger a los niños y empacar sus cosas, con el alma llena de esperanzas por aquella nueva oportunidad para María Verónica.

En la misma pista de aterrizaje de Los Cerrillos, ape- nas detenido el avión, divisaron a sus parientes cercanos y al doctor de cabecera de la pequeña. A María Eliana le extrañó que les autorizaran entrar a la losa y de inmediato reconoció a su amigo, el Edecán Naval del Presidente de la República, Comandante Víctor Henríquez. Entonces, un


mal presentimiento se apoderó de su mente.

Él la acogió con un abrazo firme y prolongado que hizo innecesarias las palabras. Ella comprendió que ya nada de lo planeado tendría sentido.

La noticia fue trágica: luego de morir, el día anterior, María Verónica había sido enterrada, lo que ni siquiera les per- mitió el consuelo de verla por última vez.

Con los ojos marcados por una tristeza infinita, puestos sobre la noche que le parece eterna, se hace una vez más las mismas inquietantes preguntas: ¿De qué murió?, ¿cómo?,

¿quién estaba con ella en ese último momento?

La sobrecoge pensar que todas quedaron sin respuesta. Con su marido el tema se convirtió en tabú. Al comien-

zo, él consideró masoquismo dar vueltas al asunto y después le pareció que era reabrir la herida. Así, el silencio creció entre ellos, infranqueable, como una inmensa pared. Nunca se permitieron llorar juntos y buscaron consuelo cada uno por su lado, sumergidos en las actividades propias de sus profesiones. Por lo mismo no hubo roces importantes y en apariencia hacían un buen matrimonio, pero el muro desgas- tó la sensualidad y la relación se hizo insostenible. Veintitrés años demoró en tomar la decisión de separarse, luego de permanecer casada durante veintiocho.

Para no continuar con aquellos tristes recuerdos, elabora una corta oración: “Dios, me entrego en tus manos y que sea lo que tú quieras”.

Mira a Madeleine y plantea con tono firme:

-Volver es una locura. Si lo hacemos, estoy segura que la aventura se acaba ahí mismo. Al partir sabíamos que no iba a ser fácil; si no estábamos dispuestas a arriesgarnos no debiéramos haber salido de Chile. Estamos en camino y no hay vuelta atrás.

-La verdad es que ya no la hay -informa Madeleine, con los ojos puestos en la hélice de tres aspas que corta la nada y la mente en su brujita de abre camino, que descansa en la cartera, después de haberse caído una decena de veces de cada lugar donde pretendió sujetarla. Recuerda que ahí va también un dibujo sobre la Travesía que sus nietos hicieran bajo su percep-


ción de niños de 6 y 8 años, que impresionados veían a su abuela ante una aventura inédita.

Siguen con los cálculos. Los recientes permiten pensar que a duras penas alcanzarían a llegar a la isla de Santiago, perteneciente al archipiélago de la República de Cabo Verde. Las pilotos la han considerado su alternativa, aunque corres- ponde a un caso parecido al de Fernando de Noronha; es decir, no ofrece combustible ni hay Oficina de Inmigración. La única ventaja es que tiene una pista de aterrizaje que se encuentra aproximadamente a dos horas de vuelo al sur de su destino ini- cial, la isla de Sal, que ofrece una entrada internacional.

-Bien, a Cabo Verde, entonces -anuncia María Eliana, que piensa en cómo será ver África desde el aire.

“Si es que lo vemos” se dice y su boca marca una mueca con expresión indefinida, mientras los vientos remecen al pequeño Julie, que continúa sus quejidos sin vergüenza.

Mientras otra vez sacan cálculos, perciben un gran remezón.

-¡Éste sí que fue fuerte! -exclama María Eliana.

-Sí, ¿quién nos mandó estar aquí? -pregunta Madeleine. La respuesta de María Eliana no se hace esperar:

-Si pudiera, me bajo. Nunca pensé que sería tan atroz. No sé cuánto más resistiré.

-Bueno, en todo caso no nos queda más remedio que ape- chugar. Es preferible seguir volando en vez de bañarnos en alta mar junto a los tiburones -agrega Madeleine.

Se lo toman con humor, conscientes de que necesitan más que nunca desplegar todo el valor que puedan acopiar. Su resistencia está en juego y no tienen derecho a fallar, pues hacerlo puede ser fatal.

Advierten que la componente de viento en contra otra vez aumenta y no abandonan la meticulosidad de sus cálculos. Luego de un largo silencio, Madeleine se da una licencia para hacer un rápido recuerdo de la salida en el aeropuerto de Natal:

-Me cuesta enfrentar los tumultos, especialmente cuan- do hay que preparar el avión. Ya ves que nos distrajimos y la filmadora quedó atrás.

-Pero eran simpáticos.


-Sí, estoy de acuerdo, eran super amorosos, pero no era pre- cisamente un momento ideal para posar, no antes de una travesía como ésta. Es un desafío inmenso y no tiene nada de broma.

Callan para recordar lo mismo: el grupo de pilotos civiles que apareció con sus familias para despedirlas, insistiendo en que se tomaran unas últimas fotografías con ellos...

Las sobresalta un fuerte crujido y el estanque de cabina regresa a sus mentes. Sobre éste descansa el bote salvavidas, casi pegado al techo y se esfuerzan por esquivar la idea de un amarizaje, que trata de acaparar sus pensamientos. Para lograr- lo cambian radicalmente de tema:

-¿Cómo habrá sido la llegada del primer correo aéreo entre Europa y América? Es emocionante hacer la misma ruta setenta y seis años después.

-Y somos las primeras mujeres aviadoras en realizarlo desde Chile.

-Y un año después, luego de vencer gran cantidad de difi- cultades, se inauguró la distribución de correo vía aérea por el Atlántico Sur, enlazando desde Toulouse en Francia hasta Santiago de Chile.

-Un saludo a Jean Mermoz y esos valientes pioneros de aquella histórica realización, piloteando el primer avión con la correspondencia de Europa para ser repartida en Sudamérica. Y en esos tiempos era puro vuelo visual, muchas veces en aviones descubiertos, incluso hidroaviones. Deben haberse demorado una eternidad... Y aterrizado en cualquier parte... Claro que estaba permitido.

-Sí, un saludo también para Saint Exupéry.

-Saludos al Principito.

Ríen y regresan al tema anterior:

-En todo caso tienes razón, la gente en Natal fue muy cariñosa.

-Lástima que debimos dejar allá los regalos.

-Sí, sobretodo esas frutas trabajadas a mano en madera que nos regalaron los del servicio de aviación, a pesar de no contratarlos.

-Las recuperaremos al regreso, total han quedado seguras guardadas en la bodega del hotel.


-Eran maravillosas -recalca.

Su atención vuelve al momento actual: el cansancio adquiere presencia en sus cuerpos y lamentan ir tan estrechas sin poder reclinar un poco los respaldos. Sienten los tobillos gruesos y a ratos se les duermen las nalgas. Están tensas y ado- loridas. Es tanto el trabajo a bordo, que incluso han olvidado hacer sus ejercicios isométricos.

Madeleine rememora las innumerables veces que recorrió con la imaginación las posibles rutas. En particular las del Atlántico Sur. Con el dedo en la carta repasó las aerovías y los misteriosos nombres, siempre de cinco letras, de los puntos de intersecciones donde los pilotos notifican su posición, la hora del paso sobre éstos y la estimada para el que sigue.

Dudan sobre la posibilidad de tener comunicación durante aquel largo trayecto en que bajo las alas sólo habrá agua. 1.539 millas náuticas, equivalentes a 2.850 kilómetros, donde las ondas de radio VHF no tienen suficiente alcance. Ni siquiera podrán contactarse con jets de líneas aéreas, pues éstos vuelan a más o menos 12.000 metros, mientras para un monomotor convencional a pistón como el Julie la altitud máxima anda por los 4.500.

A Madeleine le parece casi inverosímil que toda la planificación hecha con tanto esmero se esté transforman- do en realidad.

Ingresa las coordenadas de un GPS al otro. “Mejor contar con dos indicaciones simultáneas” se dice y piensa en el terce- ro, obsequio de una empresa a modo de colaboración, que des- tinado a ser la estrella por sus sobresalientes características, jamás tomó los satélites. En cada escala se lo entregaron a un experto y, aun así, nunca funcionó.

“Qué pena” piensa y la voz de María Eliana interfiere:

-En todo caso, si Dios nos salvó en la cordillera y después, en la tormenta entre Porto Alegre y Salvador de Bahía la Virgen nos protegió al interior de un túnel, resulta absurdo que no lo hagan ahora.

Madeleine asiente con su silencio. Tiene absoluta seguridad de esa garantía y también agradece por el resultado de la misión a su ángel de la guarda, con quien tiene una relación muy íntima.


Las fuertes corrientes de aire que amenazan con desviarlas de la ruta y el viento que arrecia, implican un esfuerzo adicio- nal del motor que también les hace temer por la duración del combustible; sin embargo, asumen que de mutuo acuerdo deci- dieron continuar con la Travesía y ahora deben apechugar.

-Si continuamos así, podremos ver Cabo Verde -advierte Madeleine-. Seguiré enfilando rumbo a la isla de Santiago.

-Mejor, porque de mantenerse estas condiciones no nos alcanzará el combustible hasta la de Sal.

-Y si la velocidad terrestre disminuye más, los cálculos indican que quedaríamos cortas de bencina también para la de Santiago, incluso variando los porcentajes de potencia...

Las distrae la aparición de los primeros indicios del amanecer reflejados en unos tímidos rayos provenientes del horizonte. A pesar de lo atareadas que van, no pueden dejar de emocionarse al percibir que la negrura se convierte en oscuros cúmulos de nubes entre los cuales se cuela la luz del sol, que se cobriza a medida que asciende hacia el cenit, mientras da la impresión de que el cielo a la altura del hori- zonte se incendiará.

Madeleine se regocija con el panorama y no resiste la ten- tación de aprovechar que los vidrios están secos para registrar con su cámara fotográfica aquel impresionante colorido.

Aparece el mar con un tono café dorado y los estanques de punta de ala recuperan su color terracota, mientras las nubes varían su aspecto gris para tomar diversas tonalidades a medi- da que la luminosidad avanza. Algunas se ponen rojizas, otras verdes y degradan con rapidez hacia el blanco. Ya se ven las alas en su color real y el agua comienza a tomar un tono azul muy oscuro.

El cielo continúa abriéndose y ellas regresan a sus cálcu- los, lo que las distrae de la nostalgia y la soledad, acompañadas sólo por el ruido del motor.

Tratan de establecer comunicación, pero la radio no emite más que silencio. Sintonizan la frecuencia de emergencia, pero tampoco hay quien responda.

Llevan diez horas de vuelo y sienten con mucha fuerza el desgaste físico y emocional.


Los pensamientos de María Eliana la llevan a tierra, a una empresa en el puerto de Valparaíso, donde recurrió para certificar la balsa que llevarían, prestada por el amigo y pilo- to Günter Mund.

Un primer presupuesto de cuatro mil dólares fue rebajado por esta compañía a setenta y cinco mil pesos y, luego de un regateo, lo dejaron en cincuenta mil.

Recuerda que con posterioridad se enteró que los marinos lo hubieran hecho gratis. Entonces reconoce la importancia que tiene cotizar diferentes opciones.

Por su mente cruza el ensayo que hicieron de abrirla y armarla:

“Eso sí fue un chiste” se dice y piensa en las condiciones reales de un amarizaje: entre saltos y golpes del avión contra el oleaje, antes que se hundiera tendrían que soltar sus cinturones, abrir la puerta que está a su lado para bajar al ala, echar los asientos hacia delante, sacar la botella de oxígeno instalada arriba del estanque de bencina, retirar la balsa, echarla al agua cuidando que no se les soltara de las manos con olas de seis a siete metros de altura, abrirla, armarla... Y eso sin considerar que llevan los chalecos salvavidas desinflados, pues el aire se les debe echar afuera de la cabina.

Percibe un tanto absurda la certificación y haber tenido que pagar por ella; sin embargo, prefiere no comentarlo con Madeleine. Lo que menos necesitan en aquellos momentos es agregar negativismo. La observa y no le cabe duda que va tan incómoda como ella.

El GPS indica a cien millas náuticas la isla de Santiago y continúan con sus cálculos. El viento en contra hace rato que mermó, lo que les ha permitido aumentar la velocidad y lograr un mejor aprovechamiento del combustible, que al ser muy poco aliviana el avión, que sube ágil a las alturas desea- bles para un menor consumo.

Los últimos cálculos son positivos, al punto que deciden enfilar con rumbo directo al destino original: la isla de Sal.

Han pasado diez horas incomunicadas sin recibir noticias ni tener a quien notificar, después de haberlo hecho por última vez con las intersecciones Fémur e Intol, al sumergirse en la ITCZ.


Intentan una vez más con la radio.

Pero no hay respuesta y cambian de frecuencia. Entonces, su suerte varía al escuchar:

-Charlie Charlie Papa Lima Juliett, Dakar control, ade- lante.

Sus semblantes parecen despertar desde las profundidades del cansancio.

-Dakar control, buenos días, Charlie Charlie Papa Lima Juliett -responde de inmediato Madeleine-. Posición POMAT a las uno tres cinco cero, estimando Sal a las uno cinco uno cua- tro.

-Charlie Charlie Papa Lima Juliett, Dakar control, copiada su información...

Ocurre una interrupción de frecuencia y la transmisión se cae.

Ellas insisten varias veces.

Han salido de la región de información de vuelo de Dakar y entrado a la de Sal.

Madeleine toma su cámara para fotografiar la pista de ate- rrizaje Francisco Mendes ubicada en la ciudad de Praia, en la isla de Santiago.

Su amiga no se perdona haber dejado la filmadora atrás. “Tal vez en otra ocasión pase por aquí -se dice-, pero nunca será lo mismo”.

Madeleine se siente como una verdadera extraterrestre con los anteojos de sol sobre los ópticos que usa para leer, además de la naricera y los fonos con el micrófono.

-Hay mucha bruma. Es por culpa de esa tempestad de are- na -comenta

Las dos saben que viene del continente africano y a medi- da que se acerquen reducirá la visibilidad. Aún median casi trescientos kilómetros.

Perpendicular a la isla logran divisarla con más claridad.

Madeleine vuelve a accionar su cámara y agrega:

-En todo caso, después de muchas millas de pura noche y otras tantas de sólo ver agua y nubes, es una revelación avistar tierra.

-Sí, a pesar de lo pelada que se ve. Da la impresión de


poca vegetación y mucha roca.

No han vuelto a comentar lo de la filmadora, pero ambas la imaginan descansando atrás, entre los bultos.

Guardan silencio y Madeleine aprovecha para recordar sus idas a la isla de Juan Fernández en un bimotor Piper Navajo, invitada de copiloto por el aviador Ricardo Schaefer, como entrenamiento para acostumbrarse a volar ratos largos sobre el mar.

Una vez más tiene la oportunidad de sentir la impresión que produce observar tierra después de tanta agua.

De repente la radio revive y aparece Sal control. Se sorprenden con el mensaje que reciben:

-El combustible está disponible según lo acordado.

¿Cargarán de inmediato?

Les parece curiosa la pregunta. A punto de cum- plir una hazaña que será hito en la historia de la avia- ción, lo que más les interesa es saber si lo primero que harán será cargar los estanques. Conversan sobre el asunto y no demoran en comprender: para las auto- ridades del aeropuerto Almilcar Cabral de Sal, espe- rarlas con un camión cargado con avgas forma parte de una magnífica recepción, sobretodo que correspon- de a una reserva de origen español, especialmente dis- puesta para el Julie.

Hay que tener en cuenta, además, su demora en llegar, pues las fechas de arribo a los diferentes aeropuertos se habían corrido, por lo que no concordaban con las solicitadas original- mente. Fuera de programa, los países otorgan un período de validez que varía según el lugar: pueden ser veinticuatro horas y hasta dos o tres días. Pasados esos tiempos, hay que presen- tar solicitud de prórroga. Madeleine lo hizo la tarde anterior. Antes de emprender el arriesgado cruce llamó por el teléfono satelital a Paulino Brito, subdirector del aeropuerto en Cabo Verde, para asegurarse de la prórroga de su permiso de llegada. Ellos, por su parte, pudieron organizarse para recibirlas con el máximo de honores al alcance de sus posibilidades, o sea, lis- tos para cargar el combustible...

Como su avión es el único que vuela en las cercanías, son


autorizadas para aterrizar sin entrar al circuito de espera.

-Aquí vamos -advierte Madeleine.

Los ojos de María Eliana miran al frente. Están muy abiertos y brillan.

Al acercarse a la isla la visibilidad es completa y más allá de la nariz del Julie aparece la aridez de Sal, bordeada por una ancha franja de agua color turquesa que contrasta con el azul oscuro del resto del gran océano.

-Mira, es fascinante ver tierra, aunque sea pelada. Apenas puedo creer que estemos llegando.

-Sí, y después de doce horas y media sobre el mar.

-Tengo todo cuadrado.

-Los tobillos me pulsan.

-Pero lo logramos.

-¡Felicitaciones, eres la primera!

-¡Somos las primeras! Y lo tenemos bien merecido.

-¿Qué te parece si dedicamos este tramo a la FACH, que a fin de cuentas se jugó de una manera increíble?

-¿Para su setenta y cuatro cumpleaños?... Excelente.

-¡Feliz cumpleaños, entonces, Fuerza Aérea de Chile! -gri- tan a coro y ríen.

El viento en la aproximación es muy fuerte; sin embargo, las pilotos están tan entusiasmadas con la llegada que no las inquieta y el cansancio ha desaparecido por completo.

Se acercan a tierra y las ruedas toman contacto con la pis- ta, por donde corren con suavidad hasta detenerse ante un fun- cionario del aeropuerto que las guía al lugar donde el Julie des- cansará hasta su próximo despegue. Abren la puerta deseosas de pisar la losa. Aterrizar en suelo africano arriba de un avión tan pequeño, sin duda tiene una inefable connotación.

Nunca imaginaron que la sensación de volver a poner los pies sobre terreno firme iba a ser tan impresionante. Superar todos los escollos con éxito les resulta indescriptible y sus ros- tros, que se han relajado de manera impresionante, exhiben sendas sonrisas.






Una tierra diferente



Aún con los chalecos salvavidas puestos, son recibidas con mucho cariño por una delegación que preside Paulino Brito. Les acompaña el camión cisterna, para que ellas lo vean. Están listos para llenar de inmediato los estanques.

María Eliana lo único que desea es no mirar al avión y entrar a un baño, pero ellos insisten en echar bencina de inmediato y por mientras sacarse fotos con la famosa aero- nave y con ellas.

Madeleine saborea aquella combinación de emociones: haber cumplido esa meta, sentir una especie de simbiosis avión-humana y experimentar una gratitud desbordante por la protección divina que las ha acompañado. Echa una mira- da al motor que funcionó de maravilla y aún despide su


calor. Lo recompensa con un par de suaves palmadas, como si fuera su fiel caballo. Ha olvidado por completo la tensión y el cansancio producido por el desvelo, así como saciar las necesidades inmediatas.

Agradece la gentileza del personal y les explica que antes de echar bencina debe calcular con precisión el consu- mo de cada estanque. Esta vez, contra su costumbre de car- gar al llegar, quiere postergarlo. Ellos comprenden y de inmediato son trasladadas en un auto hasta las oficinas.

Lamentan la ausencia de Américo Medina, director del aeropuerto y muy amigo de un hermano de Hans que fue cónsul honorario de Cabo Verde en Alemania, pero hay elec- ciones locales y su mujer participa como candidata.

Madeleine tiene muchas ganas de conocerlo, pues había mantenido contacto vía e-mail y por teléfono desde agosto del año anterior. Siente no poder agradecerle en persona todo lo que durante meses hizo por ellas. La llamó varias veces a Santiago para ayudarles con su importante proyecto de vuelo y contestó en detalle las preguntas que ella le hiciera. Incluso le mandó por Internet y por correo aéreo el AIP (Airman Information Publication) de Cabo Verde, es decir, la información manejada por cada país, que es lectura obligatoria para el piloto, pues ofrece todos los datos rele- vantes para la planificación y la ejecución del vuelo. También le hizo llegar cartas de ruta y de aproximación, así como meteorología local e información respecto a la ITCZ. De este modo, aquel incógnito destino terminó por resultar- les sumamente familiar.

Al interior del edificio hacen el trámite de inmigración con mucha fluidez gracias a la ayuda del subdirector. Después muestran orgullosas su página web a todos los fun- cionarios.

De pronto, un joven se acerca a María Eliana y le dirige la palabra:

-¿No es usted la mamá del Negro?

Ella lo reconoce de inmediato: se trata de un surfista, amigo de su hijo radicado en Hawai.

-¿Qué haces tú por aquí? -le pregunta ella.


-Estoy aprovechando las maravillosas olas de este lugar... ¿Y usted?

María Eliana se divierte con la pregunta. De inmediato comprende que el muchacho no ha leído, visto ni escuchado noticias. Mientras le pone al corriente, observa cómo la expresión de su rostro cambia y sus ojos se ponen brillantes a medida que abre la boca.

A poco despedirse, las aviadoras se dan cuenta que aún no han ido a un pequeño lugar, muy importante, que no exis- te en el avión.

De ahí las transportan al hotel que había reservado Américo Medina. El camino a la ciudad es árido, con apenas unas palmeras al paso. Madeleine hace una analogía con pai- sajes de Antofagasta en el Norte de Chile, mientras huele un delicioso aroma a mar limpio.

En el pueblo han plantado otras pocas palmeras. Despierta su atención que lo hayan hecho en medio de la calle y, según parece, sin planificación.

Mientras se registran, en el recinto de la recepción comienza un despliegue periodístico con cámaras de televi- sión, micrófonos, grabadoras y una serie de preguntas que se encaraman unas sobre otras.

Las pilotos, a pesar que el cansancio vuelve a aparecer con cierta cuota de agobio, actúan con cordialidad y se dan el tiempo para satisfacer todas las inquietudes. Además, se arman de paciencia para posar frente al flash de cada cámara fotográfica.

Terminada esta faena, pasan por su habitación para refrescarse y de inmediato van a comer, en lo que no demo- ran mucho, ansiosas por dormir.

Apenas entran a la habitación suena el teléfono. Es Hans, con quien Madeleine habla durante casi una hora.

Él escucha con paciencia e interés las miles de palabras que vehementes salen de su boca.

Al día siguiente, que cae domingo, asisten a una misa que les parece muy linda, con hermosas canciones en la voz de un coro de niños lugareños.

Madeleine se emociona y siente un fervor fuera de lo


común, así como una tremenda gratitud hacia Dios.

Al salir y pasear por el pueblo, independizado de Portugal apenas en el año 1975, observan la sencillez con que viven. Al mismo tiempo son testigos de una genuina gentileza y se sienten muy cómodas, gracias a la tranquili- dad que produce su honradez.

Les llama la atención que en todas partes hay diversos carteles informativos. Uno en especial: “Mamá, inscribe tus hijos al nacer para que tengan libreta de nacimiento”.

Visitan algunas tiendas de artesanía popular, donde todo les parece muy bonito, pero excesivo para sus bolsillos.

En un acto de rebeldía contra sus finanzas, coinciden que merecen celebrar el hecho de estar vivas con una locura: averiguan cuál es el mejor restaurante en la playa, que resul- ta ser el del hotel en que se alojan. Allí ordenan nada menos que langostas. Aplazan el término del almuerzo, aterradas de pensar en cuánto les saldrá la cuenta. Cuando deciden enfrentar aquel momento y comunican al mozo que quieren pagar, se acerca el maitre, quien les comunica que la dueña las ha reconocido, considera un honor tenerlas allí y que por supuesto son invitadas de la casa. Agrega una petición: que le dejen sus autógrafos...

Las playas son espléndidas y están tan felices con lo acon- tecido, que deciden aprovecharlas para descansar toda la tarde, de manera que recién el lunes se ocuparán de las necesidades del avión para luego volar el martes a primera hora.

María Eliana viste su traje de baño azul combinado con lunares en el mismo color sobre fondo blanco y Madeleine el lila con un ribete fucsia. Están decididas a gozar aquel mar de aguas templadas y transparentes, con olas de buen tamaño, así como a tomar sol sobre la suave arena rubia.

El extenso lugar les permite, además, dar un largo paseo con los pies inmersos en el agua que sube y baja entre las rodillas y los tobillos, haciéndoles un delicioso masaje que les ayuda a deshincharse.

Llegan hasta un muelle donde aprecian gran actividad relacionada con la pesca artesanal. Allí los pescadores tien- den y filetean los peces sobre las mismas tablas.


Llama la atención de Madeleine la habilidad con que una joven rubia, que a todas luces es extranjera, se desempe- ña en las mismas tareas.

Los maderos del piso están rotos en muchas partes. Tanto, que por algunos hoyos podrían caer al agua varias personas juntas. Alrededor las embarcaciones, todas meno- res, son de vivos colores, donde predominan el rojo, el ama- rillo y el celeste.

Piensan coronar este gran día con un reparador sueño, de manera que de vuelta al hotel comen y se retiran tempra- no a la habitación.

El lunes amanece tan despejado como el día anterior y, por fin, luego que Madeleine ha efectuado los cálculos de consumo y otorga la autorización, el camión puede recargar los estanques. Pero la tarea se complica, pues por ahí no lle- gan aviones como el Julie y por tanto no disponen de la bomba eléctrica adecuada, por lo cual hay que bombear en forma manual. Las dos aviadoras, entonces, aparte de super- visar, deben alternarse con el encargado del combustible, bajo el ardiente sol africano.

Están cansadas y esperan dormirse temprano; sin embar- go, por la tarde reciben innumerables llamadas con cariñosos saludos, procedentes de diversos lugares del mundo.

Con posterioridad comienza una bulla infernal, produci- da por gatos que pelean y gimen sobre el tejado y los muros. Cuando por fin se callan y creen poder descansar, las sor- prende la algarabía que produce un grupo de gente alojada en el mismo hotel.

De este modo, a partir de las tres de la mañana no logran conciliar el sueño y entre intentos llega la hora: la campanilla del reloj les avisa que son las cinco.

A las siete pisan el aeropuerto y encuentran de turno a una empleada de inmigración, que con una antipatía inexpli- cable les dificulta los trámites todo lo posible.

Para empezar no deja que acerquen sus bultos en un carro, lo que las complica bastante, pues por la estiba en lugar de maleta trasladan varios paquetes chicos. Además, en una actitud inconcebible, a pesar de ser los únicos pasaje-


ros, las hace pasar por la última puerta de rayos, por lo cual deben hacer varios largos viajes.

Es tan extraño el comportamiento de la mujer, que les dificulta hasta el acceso al baño.

Una hora después de iniciados los trámites, aparece Paulino Brito, quien se encarga de ellas y termina el fastidio.

Nunca conocieron al director del aeropuerto. Su esposa no ganó las elecciones y las últimas noticias acerca de él dijeron que estaba consolándola.

Temprano aún, despegan con rumbo a la isla Gran Canaria.









Socias honorarias del Real Aeroclub

Isla de Sal - Isla Gran Canaria



Se alejan del archipiélago africano durante poco más de tres horas para volar sobre aguas atlánticas a tres mil metros de altitud y a una velocidad crucero aproximada de doscien- tos veinte kilómetros por hora, en una travesía que durará poco más de seis horas y media.

Las primeras cuatro son de absoluta tranquilidad, con muy buen tiempo y bajo las alas se extiende la monotonía del océano; sin embargo, de pronto, escuchan en la frecuen- cia una saturación debido al reporte de diversos jets de líne- as aéreas que comienzan a informar cizalladura de viento a todos los niveles, incluida la aproximación al aeropuerto de Gran Canaria, además de turbulencia moderada, lo que para un avión chico significa severa.


La cizalladura de viento o windshear, como también se le llama, es un cambio brusco en la intensidad y dirección del viento. Esto hace que el avión llegue a una velocidad mínima crítica, teniendo el piloto que aumentar la potencia; o, por el contrario, el velocímetro muestra un exceso de velocidad para condiciones turbulentas con el consiguiente peligro de sufrir daño estructural. En tal caso debe reducirla sin demora.

-Esto no será agradable... -Madeleine no alcanza a terminar este comentario y el Julie es sacudido.

De inmediato desconecta el piloto automático, ya que es un dispositivo muy sensible y se podría dañar.

La constante y notoria variación de altitud y velocidad indicada exige a Madeleine manipular el cambio de la mezcla para regular la potencia, de manera que el motor se hace pro- penso a una posibilidad de fallar.

Varias veces solicita por radio cambio de niveles, pero es inútil conseguirlo, pues la fuerte turbulencia arrecia y no la deja cumplir con altitudes ni rumbos. El Julie cae y sube en remezo- nes que no quieren cesar.

“Menos mal que ya he asimilado casi por completo el susto de la cordillera, pero cómodo no es” piensa a raíz de la situación.

Transcurrida más de una hora y media en esta agotadora condición, pues además de la presión psíquica se necesita des- plegar bastante fuerza física para mantener el avión en una rela- tiva horizontalidad, se dice exasperada: “¿Quién me mandó a meterme en esto?”

Por fin avistan el aeropuerto internacional de la isla Gran Canaria y efectúan una linda aproximación ILS, o sea, instru- mental con una trayectoria predeterminada de planeo lateral y vertical por el descenso.

Hay mucho viento, lo que acrecienta el placer que siente cada vez que hace una aproximación o un aterrizaje, consciente de que al pilotear cumple con el sueño de décadas. Así, queda relegado al olvido su reciente reclamo.

Al bajar emocionadas del Julie, las esperan tres aviones del Real Aeroclub de Gran Canaria “El Berriel”, cuya pista de ate- rrizaje está situada a quince kilómetros del aeropuerto principal,


donde les han preparado una gran recepción.

Los pilotos son muy efusivos y cordiales. Entre ellos está Pedro González, quien durante meses hizo un incansable inter- cambio de mails con Madeleine, en los cuales no se limitó a contestar sus preguntas, sino también le dio valiosísimos conse- jos prácticos para tan arriesgada hazaña. Él ha acumulado mucha experiencia de vuelo en un bimotor entre las islas Canarias y África por motivos de trabajo. Ella se alegra de poder agradecerle en persona tanta colaboración.

Además, ellos han conseguido que Policía Internacional tenga la deferencia de timbrar sus documentos ahí, en la losa, sin más trámites.

Las invitan a probar un riquísimo café, pues deben hacer hora, ya que como su llegada estaba condicionada a diversas circunstancias, decidieron avisar a las autoridades una vez que entraran en comunicación con la torre de control del aeropuerto internacional.

Al rato vuelan hacia “El Berriel”, escoltadas por los avio- nes que encontraron estacionados en la pista y un helicóptero tripulado por camarógrafos.

En pocos minutos están sobre su destino, pero no aterrizan de inmediato, pues les han pedido que antes de hacerlo efectúen una pasada baja sobre la pista para filmarlas.

Después, al posar las ruedas sobre la losa, encuentran más cámaras de televisión, además de periodistas, gente que corre de un lugar a otro y muchas banderas de Chile.

Junto con abrir la puerta del avión, escuchan los primeros acordes de la canción nacional de España.

Bajan orgullosas y despliegan la bandera chilena, conscien- tes de la obligación contraída con su primer mandatario. A con- tinuación escuchan emocionadas el Himno Nacional de Chile.

Escribir sus nombres y el de la larga y angosta franja de tierra llamada Chile en las páginas de la historia aeronáutica, al haber cruzado el océano Atlántico Sur en un avión monomotor convencional a pistón desde el extremo Sur del mundo, les parece ya un premio considerable; sin embargo, toda la emo- ción producida por tanto cariño y el sin fin de homenajes recibi- dos en los diversos lugares por donde han pasado, se ha conver-


tido en un valor incalculable que guardarán para siempre en sus corazones, como un precioso tesoro.

Las recibe de manera impactante una gran comitiva de pilotos del Real Aeroclub Gran Canaria, El Berriel, encabezada por Pepe Castellano, su Presidente.

Después de algunas palabras de bienvenida aprecian, ade- más, el cariño de muchos chilenos residentes vestidos como huasos que las besan y abrazan.

-Estamos felices y dedicamos este raid al centenario de la aviación mundial, a los pioneros del correo aéreo entre Europa y Sudamérica, y a las mujeres del mundo -afirman ellas-. Y el cruce del Atlántico Sur, al cumpleaños número setenta y cuatro de la Fuerza Aérea de Chile.

No alcanzan a salir de la impresión y entre los aviones se aproximan más de trescientas personas de todas las edades que aplauden, sacan fotos y filman, recibiéndolas como heroínas. Entre éstas se cuenta gran cantidad de autoridades, periodistas y muchos medios de comunicación, en especial españoles.

Como parte del esplendoroso homenaje, observan con lágrimas en los ojos algunos coloridos pies de cueca con que las recibe la colonia de chilenos residentes.

El Doctor Juan Alonso Castellano, miembro del Aeroclub, desprende de su solapa la característica insignia de piloto comercial labrada en dorado sobre un fondo azul profundo y se la entrega a Madeleine, lo que la conmueve de manera muy especial.

Luego de discursos, flores, diplomas y regalos, son condu- cidas a un hotel que catalogan de maravilloso, con estadía rega- lada por la Autoridad Canaria del Cabildo, comunidad autóno- ma de Islas Canarias. Son habitaciones de lujo individuales, lo que para ellas resulta del todo extraordinario, pues desde que salieron de Chile, con el fin de economizar, siempre han com- partido la misma pieza. Así que aprecian este inesperado des- canso individual.

Una vez registradas, Pepe Castellano se despide y las deja invitadas para una cena de honor en el Aeroclub, junto a los pilotos.

Al día siguiente, las recoge él mismo. Ha postergado todos


sus asuntos personales para acompañarlas y, como primera acti- vidad, se dirigen a la entidad de la Fuerza Aérea de las Canarias, MACO, para saludar al General Carrasco, encargado de la zona; luego van donde el Presidente del Cabildo y de allí las traslada para recibir el saludo de la Alcaldesa, quien acaba de regresar del horrible escenario producido por el atentado en el Metro de Madrid.

En todas estas recepciones son homenajeadas con regalos y preciosos libros que Pepe Castellano ofrece enviarles a sus domicilios en Chile, ya que por problemas de peso no les será posible transportarlos en el Julie. Como estas ceremonias cuen- tan con la presencia de la televisión y de todos los medios informativos, en las calles las reconocen, les tocan la bocina y les hacen señas de aliento y felicitaciones.

Luego de una conferencia de prensa y de recibir más obse- quios, son invitadas por Pepe para almorzar en una típica tasca española, donde para su sorpresa, los comensales de diferentes mesas se acercan a pedirles autógrafos y les solicitan fotogra- fiarse con ellos.

Durante el resto de la tarde, con el ánimo a la altura del cie- lo, continúan visitando autoridades.

Las deja en el hotel para cambiarse de ropa y más tarde las recoge para llevarlas a la cena de gala en su honor.

Allí, Juan Martín Guerra, piloto socio del Real Aeroclub, recita una adaptación suya del poema “La Araucana”, de Alonso de Ercilla y Zúñiga, escrita en honor a ellas.


Cuántas y cuántas vemos que han subido a la difícil cumbre de la fama;

Judith, Camila, la fenicia Dido,

a quien Virgilio injustamente infama; Penélope, Lucrecia, que al marido lavó con sangre la violada cama; Hippo, Tucia, Virginia, Fulvia, Clelia, Porcia, Sulpicia, Alcestes y Cornelia.


Bien pueden ser entre éstas colocadas, nuestras chilenas, pues parecen

en la rara hazaña señalada

cuanto por el piadoso amor merecen;


así, sobre su vuelo levantadas,

entre las más famosas resplandecen; sus nombres serán siempre celebrados, a la inmortalidad ya consagrados.


Y continuó con un discurso titulado:

DESDE SANTIAGO DE CHILE A LA ISLA GRAN CANARIA.


En esta noche de gala, para gloria sempiterna de respetadas señoras

y admirables compañeras que acometieron la hazaña y han hecho la tal proeza, permítanme romanzar

con un sencillo poema en "romano paladino"

para que todos lo entiendan.


Hace tiempo, un conocido, machista para más señas, cuyo nombre no recuerdo, pues no merece la pena, díjome que a las mujeres si las dejas solas piensan, y si piensan, pueden, dijo, armar la "marimorena"...

¡Menuda la que han armado estas dos damas chilenas!


Pilotando una "Bonanza"

y no en bonanzas concretas, desde Santiago de Chile hasta la suiza Ginebra,

y como dice la copla cruzando la cordillera, ya dejan el ancho mar estas jóvenes abuelas, aviadoras de fama, afamadas compañeras de todos los que volamos en dimensiones etéreas.


Atrás quedaron ventiscas y dejan atrás tormentas,


niveles altos y bajos, peligrosas turbulencias, lluvias que arreciaron fuerte y hasta las nieves perpetuas; y ya por dejar, dejaron impacientes a sus nietas.


Matemática estimada, cumplida al pie de la letra, también cumplen la palabra y a la Gran Canaria llegan, aterrizando en Berriel

con vientos que zarandean, que en Berriel si no hay viento y el avión no se menea, parece que falta algo

para la toma de tierra, que aterrizar con la calma no da gloria postinera.


Si no van a Tenerife

y en nuestra isla se quedan, Dios nos coja confesados, porque habrá de nuevo "guerra" y el "pleito insular", sin duda, con más furia macabea

surgirá por el "agravio",  y disculpen la eutrapelia.


De corazón, pues, les pido a nuestras damas dilectas

que al hacer luego el retorno, en pro de evitar "peleas", aterricen sin rodeos

en Los Rodeos, sin niebla; porque al "Chicharro" le gusta agasajar a las féminas.


Y retomando de nuevo mandos y ruta magnética, loemos a nobles damas

por su gesto y por su gesta; porque muy pocos "los tienen" tan "bien puestos" como ellas, pilotos insuperables

que a Ícaro ya superan, porque éste se quemó


y ellas huyen de la quema.


Osadas donde las haya, aguerridas e intrépidas, heroínas del Arauco, aquella indómita tierra (lo dijo Alonso de Ercilla, que nadie la duda tenga), debemos pues valorarlas

en justicia y en conciencia, que el valor de estas mujeres a las grandes se reserva,

a las grandes de altas miras confundidas con estrellas

que brillan con luz tan propia por las celestiales sendas.


Y, embargado de emoción ante doña Magdalena (permítalo en castellano, sino la rima se altera)

y doña María Eliana, para mí, águilas regias, a don José Castellano

le propongo en esta cena, y veo que dice sí

de antemano a mi propuesta, hacerlas socias de honor

de nuestra real hacienda: el Real Aero Club

de Gran Canaria, ¡pues sea!



Para nombrarlas socias honorarias, deben atenerse a los reglamentos y, por tanto, no es posible hacerlo de inmediato. El Presidente se compromete a presentarlo a la consideración del Directorio, aunque no ve inconveniente para su aprobación.

Además, el Real Aeroclub de Gran Canaria las premia con un paseo aéreo: cubrir la isla en un helicóptero Bell 407 casi nuevo.

Resulta sorprendente, pues sobrevuela la ciudad para que aprecien desde lo alto su gran belleza. Se ve limpia, con muchas edificaciones blancas que entran al mar. Los acantila- dos son impresionantes, así como sus embarcaderos y construc-


ciones, con amplias extensiones de áreas verdes.

Ambas disfrutan, extasiadas con la pericia del piloto y la ductilidad de la máquina. Es un sujeto encantador, de nacio- nalidad austriaca, que ejecuta unos eslaloms con bastante inclinación, dentro de un desfiladero. “Es mi pista de carre- ra” bromea, mientras ellas ríen, pues presienten que él quiere ver su reacción; sin embargo, están confiadas en la habilidad y experiencia que demuestra.

Además, como si aquello no fuera suficiente, las regalone- an con un salto “tandem” en paracaídas, que harán desde el mismo helicóptero.

Después de haber recibido las instrucciones en la Es- cuela de Paracaidismo, de cómo saltar con el instructor ama- rrado atrás de cada una, se lanzan desde una altura de 12.000 pies, con 8.000 de caída libre sobre Más Palomas, en la pla- ya del Inglés.

Madeleine, que nunca lo había hecho a pesar de siempre desearlo, salta primero junto a su instructor.

María Eliana, por su parte, aunque ha sido experta en esta disciplina, hace algunos años que no la practica, por lo cual también prefiere saltar en “tandem”, acompañada por otro instructor.

El dueño de la escuela de saltos, Pepe Romero, uno de los experimentados instructores que las acompaña, destaca por registrar más de 14.000 saltos.

Próximo a tierra, cada instructor las previene de que el ate- rrizaje resultará brusco, pues están en presencia de un viento rotor, que producirá un cuasi colapso del paracaídas.

Al llegar a tierra María Eliana sufre un fuerte golpe que le repercute en la columna.

Después de este lamentable acontecimiento, el instructor de la academia les explica que este fenómeno sucede aproxima- damente cada quinientos saltos.

Como sistema, él y sus instructores siempre filman el evento y obsequian el registro a las personas con que saltan.

Para Madeleine la experiencia ha resultado grandiosa y lle- varse aquel recuerdo aumenta su euforia.

Los dolores de María Eliana son agudos, pero no desea


ensombrecer el panorama y se los calla. Al llegar al hotel recurre a un masajista quiropráctico y se da un largo baño en el sauna.

Por e-mail contacta a su amigo José Ramón Sánchez, que es médico neurocirujano del hospital naval de Viña del Mar, quien presume una fractura de columna y le da algunas instrucciones.

Luego de haberse hecho la valiente durante toda la tarde, por fin está quieta. Toma unos calmantes y se acuesta. A pesar de ello, el dolor se agudiza y debe comenzar a evitar ciertos movimientos. En la mañana para bajarse de la cama, por ejem- plo, lo hace más como bloque que como persona. Se faja y con- tinúa fingiendo estar bien.

El Real Aeroclub Gran Canaria les regala la revisión de cincuenta horas ordenada por el fabricante del Julie. También el combustible, el aceite y paga los permisos de aterrizaje. Están impresionadas y la gratitud que sienten ante tanta generosidad se suma a la que irá siempre con ellas.

A las seis y media del día siguiente despiertan y a las ocho, luego de tomar desayuno, son recogidas por Pepe Castellano para llevarlas al aeródromo. María Eliana recibe de manos de un joven alumno piloto una foto del grupo de aviadores, con una dedicatoria suya. Por otra parte, el aviador Pedro González, muy precavido y atento, les entrega un fajo de información de primera utilidad, que incluye formularios de planes de vuelo y fotocopias de aproximaciones y SID de las Islas Canarias, Marruecos, España y Portugal. Otro piloto les regala una canti- dad importante de cartas de información meteorológica sacadas del computador.

La despedida con Pepe Castellano es muy emocionante y ellas, una vez más, desbordan agradecimiento. No se conformó con pasearlas y regalarles, sino que jamás las abandonó y ade- más se ocupó de todos los detalles, tanto grandes como peque- ños; en persona, también se hizo parte en la preparación del Julie; incluso estuvo presente durante la revisión.

Abordan su avión conscientes de que todas las palabras de reconocimiento que se les ocurren quedan cortas ante tanta generosidad.





Reencuentro con el pasado

Isla Gran Canaria - Cascais - Madrid




Carretean, esperan, se comunican y una vez más ruedan veloces para encumbrarse.

Iniciadas las primeras palabras con el controlador, se les presenta un serio inconveniente: no necesitan pasar por el aeropuerto internacional, pues se encuentran en la comuni- dad europea; sin embargo, al cursar el plan de vuelo o en su traspaso, en alguna instancia se produjo un error: en vez de Papa Lima Juliett, su matrícula fue informada a la torre de control como Papa Juliett Lima.

Esto produce una tirantez entre los controladores y Madeleine, que no quiere acceder a dicho cambio de nom- bre, pero tampoco está dispuesta a bajar en el aeropuerto principal a corregirlo, entre otras razones por el costo y la


pérdida de tiempo que significa.

También se produce un problema con el transponder, pues a baja altura no toma la señal del radar y debido al trá- fico, el control de aproximación no le permite subir a niveles más altos, indicándole que debe regresar.

Luego de un sin fin de desencuentros con los controla- dores, logra que la autoricen a montar, con lo cual, tal como ella insistiera, la señal aparece.

Habían solicitado vuelo directo desde Gran Canarias a Tires en Portugal, pero el control de tránsito aéreo de Portugal no aceptó, indicándoles que por seguridad debían bordear por Marruecos, lo que les parece irrisorio, después de los prolongados trayectos hechos sobre el océano.

El control aéreo portugués no transó y tienen que volar más pegadas al continente, lo que alarga de manera consi- derable el tramo. Para aumentar el absurdo, de todos modos están alejadas de lugares posibles donde aterrizar, por lo cual, en caso de una falla de motor, dicho trayecto tampoco ofrece la posibilidad de planear hacia un lugar adecuado en tierra.

Al llegar al espacio aéreo de Portugal, vuelven a encon- trar el mismo problema con la matrícula y Madeleine insiste en que es una incongruencia reportar con ese error.

María Eliana la convence para que acepte hacer ese tra- yecto con el nombre cambiado, pues conoce a los portugue- ses y no le cabe duda que son más tozudos que su amiga.

Por fin, después de tan agotador tira y afloja entre la piloto y los controladores, avistan la costa de Cascais.

En la memoria de María Eliana aparece su última visita a Portugal y el regreso a Chile, el 11 de septiembre del 2001. En el camino al aeropuerto, en el automóvil de una amiga, escuchó la noticia del primer impacto de un avión contra las torres gemelas en Nueva York.

Luego, antes de abordar el suyo, en la sala de espera vio por televisión, tan desconcertada como el resto del planeta, la repetición de ambos impactos.

Su vuelo era en un Lufthansa que salía de ahí, con un alambicado itinerario, pues iba a Lisboa para devolverse


hasta Frankfurt y recién iniciar camino a Chile...

Sus pensamientos son interrumpidos al posar el Julie su tren de aterrizaje sobre la pista del aeródromo de Tires, sede del Aeroclub de Portugal, uno de los primeros clubes aéreos del mundo, con más de noventa años de existencia, del cual María Eliana es socia desde que vivió en aquellas embrujadoras tierras.

Su reloj indica las tres con dieciocho. Han hecho un vuelo de cinco horas con cuarenta y ocho minutos.

Salen de la cabina y luego de saltar del ala, son recibi- das y agasajadas por el doctor Manuel Silva Salta, Presidente del Club Aéreo y por muchos socios, con un gran despliegue de hermosas flores.

También está el Embajador de Chile en Portugal, Manuel José Matta, quien con anticipación había tenido la deferencia de enviar un correo electrónico a Valentín, solicitando el nombre del hotel o lugar en donde se alojarían, así como la hora de llegada, para recibirlas personalmente. Lo acompaña Jorge Salinas, Primer Secretario Cónsul de la embajada.

Junto a ellos, María Eliana recibe la grata sorpresa de encontrar a un grupo de ex pacientes y muchos amigos, entre los que destacan su amiga sudafricana Cheryl Roup, que fue en Portugal como su alma gemela; Leonardo Sagayo, dueño de una villa para pilotos; y el aviador Antonio Faria e Melho en su silla de ruedas, cuyo avión es igual al Julie, salvo que tiene los comandos a un solo lado. Recuerda su sorpresa cuando en una de sus salidas a hacer acrobacias, en medio de la bahía de Cascais, a 1.500 pies sobre el agua, él soltó un pasador e invirtió los mandos, con lo cual le entregó el avión pronto a iniciar un roll...

Siente una gran emoción al ver ahí a su admirado amigo agitar con gracia una bandera chilena. Y ésta aumenta, tanto como la de su amiga, cuando a modo de homenaje les entre- ga unos versos y un dibujo.

Madeleine rememora aquella vez en que la invitó a volar en su Bonanza, al cual, autorizado por un permiso especial, le pudo sustituir los pedales por accionadores manuales, los que adaptados con ingenio, le han permitido


manipularlo en su condición, de igual forma que lo hacen todos los integrantes de la organización mundial de pilotos minusválidos. Contagiada con su entusiasmo, admiró su gran pasión por volar.

Piensa en las arduas luchas legales de este grupo de aviadores para conseguir autorización y continuar su activi- dad de pilotos, una añoranza que muchos vieron truncada de improviso.

Apenas abandonan el lugar, son conducidas por el Presidente del Club Aéreo y María Mendes, la gran amiga de María Eliana, al estudio de televisión del canal portugués SIC, para un programa de corte femenino.

Al no encontrar la dirección y ante la dificultad de dete- nerse por el tráfico, decide ingresar a una rotonda, donde comienza a girar para aprovechar su derecho a vía y mante- nerse en el mismo lugar. Así, habla con tranquilidad por el celular y le explican cómo llegar, lo cual les parece ingenio- so y al mismo tiempo resulta muy cómico.

Llegan cuando el espacio está por salir al aire, así que las preparan con rapidez y entran al set.

De ahí son trasladadas a casa de María Mendes, quien no sólo les abre las puertas de su casa, sino que para mayor comodidad de sus invitadas ha arrendado otro departamen- to que cede a Madeleine, mientras ella comparte el suyo con María Eliana.

Hace mucho frío y las aviadoras no tienen ropa adecua- da, de manera que le presta algunas prendas a Madeleine, con la cual tiene talla similar. En cambio debe conseguir un abrigo con otra amiga para auxiliar a María Eliana, quien al día siguiente decide ir de compras al centro de la ciudad, pero se encuentra con que por estar a punto de terminar el invierno, las tiendas sólo ofrecen moda primaveral. Después de mucho caminar descubre un local con algunas vestimen- tas de rezago. Allí adquiere un abrigo, pantalones gruesos y una chomba.

Esa noche son invitadas a una comida en un atractivo res- taurante de Lisboa. Es una bóveda transformada y decorada con una armoniosa combinación entre lujo y ambientes rústicos.


Han preparado una larga mesa especial para la ocasión y Madeleine tiene el agrado de ocupar el asiento a la izquierda de Isabelinha, la primera mujer paracaidista de Portugal, que hiciera su primer salto en 1956. El idioma no es impedimen- to para tener un intercambio bastante fluido, lo que les per- mite pasar una gran velada.

A ratos Madeleine contempla por el rabillo del ojo a la pequeña de Manuel Silva. Ella, entre puros adultos, para dis- traerse del aburrimiento, dibuja en minúsculos papelitos diversas imágenes con dedicatoria para las pilotos. A medida que las termina, se levanta para regalárselas y ellas las reci- ben con mucho cariño.

Parte de la magia del lugar está en los cantantes que hacen una magnífica presentación de “fado”, el canto nacional.

Desde su lugar, María Eliana observa a Madeleine, quien durante algunos momentos cierra los ojos.

Imagina que como no entiende el idioma portugués y probablemente está muy cansada, se ha dormido; sin embar- go, sucede algo del todo diferente: siempre que escucha una música que la conmueve, baja los párpados. Esto le permite vibrar con más fuerza. La interpretación le cala tan hondo que le parece beber los melódicos sonidos.

De hecho no está cansada, pues mientras su amiga ha salido mucho con sus amistades, ella aprovechó para cami- nar con calma y descubrir el pueblo a través de sus callejo- nes y rincones, recogiéndose temprano para acostarse y reponer fuerzas.

Han cambiado la hora y ello contribuye a que se les haga bastante tarde. Abandonan el restaurante y se encuen- tran con que las calles de acceso al departamento de María están cortadas debido a una maratón que se iniciará a prime- ra hora de la mañana, por lo cual deben hacer un largo reco- rrido alternativo. Al llegar al edificio, María revuelve su car- tera y les comunica que se le han quedado las llaves en el interior del departamento.

-Pero no se preocupen -dice con serenidad-, tengo un duplicado en casa de una amiga.

-¿A esta hora? -preguntan las aviadoras a coro.


María las mira y responde:

-No hay problema, es una buena amiga y entenderá per- fectamente.

María Eliana y Madeleine enfrentan sus ojos y estallan de la risa, pues recuerdan que algo parecido les ocurrió en Viña.

Tocan el timbre en el piso de la amiga...

Terminan acostándose rendidas a las cuatro de la maña- na, aunque muy contentas por haber disfrutado de aquella encantadora velada.

Al otro día Madeleine recibe una sorpresiva llamada telefónica desde Alemania. Es su gran amigo piloto, Dieter Guttman, a quien cariñosamente apodan Tito. Le comunica que hizo algunas investigaciones respecto al cambio de ruta que ellas han estado analizando para el regreso, lo que le había comunicado Hans desde Suiza.

-Las he buscado por cielo, mar y tierra, sin poder encon- trarlas. A todas partes he llegado atrasado -le dice con humor.

Entre otros intentos, llamó a Pepe Castellano a la isla Gran Canaria. El inicio de la conversación fue más o menos así:

-...Habla Tito...

Antes que terminara la frase, Pepe Castellano respondió con un afecto que a Tito le pareció excesivo, pues no se conocían:

-Tito, qué gusto de saludarte, ¿cómo has estado?

-Bueno, bien, pero...

Pronto descubrieron que lo estaba confundiendo con Tito Muñoz, Presidente de la Federación Aérea de Chile.

Madeleine ríe con ganas. Agradece a Tito Guttman la atención y quedan de mantenerse comunicados.

Invitadas para almorzar en Las Docas de Lisboa, las recoge Serafín Pereira, el Presidente anterior del Club Aéreo, junto a otros pilotos y sus esposas. Entre ellos están Rui Leite Monteiro, Mario Gomes y Antonio Faria e Mello. Les acompaña, también, Isabelinha. Es un hermoso lugar a orillas del Tejo, emplazado en una atractiva zona costera muy apreciada por el turismo, donde antes había bodegas para guardar carga de barcos.

A modo de recuerdo les regalan unos hermosos flore-


ros pintados a mano y leen algunos escritos en homenaje a la hazaña.

Madeleine espera con ansias volar a Madrid, pues allí las recibirán sus amistades con un almuerzo festivo. Han invitado a personas de diferentes partes del mundo y les piden que lleguen a la una de la tarde. Piensa en la felicidad de reencontrarse con su esposo y con Brigitte y Manfred Schlemermeyer, una entrañable pareja amiga desde hace más de treinta años.

El veintinueve termina el frente de mal tiempo en Cascais y al otro día amanece con un sol radiante. Se despla- zan al aeropuerto, acompañadas por el Embajador, el Presidente del Club Aéreo, María y otras amistades. Al revi- sar la meteorología se encuentran con la desagradable sor- presa de que las condiciones imperantes en Madrid son pési- mas, lo que no les permite partir, obligadas a dejar el asunto para el día siguiente.

Madeleine lamenta no poder llegar a esa capital y María Eliana la comprende, pues se había hecho la idea de compar- tir aquel almuerzo con tanta gente querida.

Para compensar aquella frustración, el Embajador las invita a almorzar a uno de los restoranes más elegantes de la ciudad: el Gremio Literario, un club cultural inaugurado en el año 1846, lleno de antigüedades y cuadros de impor- tantes pintores.

María Eliana hace un pequeño recorrido mental por esa hermosa Lisboa, donde naciera San Antonio, su patrono. Visualiza el Castillo San Jorge, construido sobre el anterior alcázar de los moros; Alfama; La Baixa y el Chiado; el Museo de los Coches de Belem y el Monasterio de los Jerónimos.

Piensa que allí el pasado está presente en cada rincón, con sus estrechas calles de adoquines y la ropa colgada en los balcones para secarse al viento, llenando de colorido el lugar. Una ciudad construida sobre colinas, que se aprende a amar con facilidad.

Ubicada a pocos minutos de Cascais, quizás en cuánto tiempo no volverá a ver sus calles y construcciones, así


como sus plazas, parques y monumentos. Sus tranvías, que suben y de improviso, para el desconcierto de quienes son nuevos en el lugar, giran con brusquedad y comienzan a bajar para atravesar la ciudad y en otro cerro hacer la misma llamativa figura...

Un rayo de historia cruza su mente: Portugal, tierra de lusitanos colonizada por fenicios, griegos, celtas, cartagine- ses y romanos, que pasó a ser habitada por los suevos y los visigodos, luego dominada por moros y sucesivamente por Sarracenos, y en el siglo XII conquistada para la cristiandad. Su Catedral se alza como testimonio vivo del estilo romano- gótico imperante en esa época.

También piensa en el impresionante río Tejo, que proce- de de España, donde recibe el nombre de Tajo. Cruza el Centro de Portugal y desemboca en el mar por Lisboa. Navegable, permitió que de allí salieran las carabelas en busca del camino hacia Las Indias en el siglo XV y a Brasil en el XVI.

Lisboa es un puerto que está sobre el Atlántico, antaño recorrido obligado de los romanos para entrar al Mediterráneo e ir a la Península Itálica.

La historia reconoce a los portugueses como grandes navegantes, característica plasmada en el arte manuelino, que consiste en un gótico tardío, ornamental y exuberante, trabajado en base a frutos tropicales y cuerdas marinas, sien- do la Torre de Belem un gran exponente de este estilo. Como el país estuvo durante cinco siglos dominado por los árabes, dicha influencia se aprecia en sus cerámicas y azulejos, que revisten muchas fachadas en las casas de Lisboa. Es una expresión artística tan importante, que poseen el único museo de este tipo en el mundo, en cuyos motivos resaltan un azul muy especial y el amarillo. Corresponde a un anti- guo convento de religiosas que al centro tiene un invernade- ro lleno de plantas con una inmensa glorieta construida con vidrios montados sobre estructura metálica.

Sus muros y escaleras son impresionantes obras azuleja- das y exhiben maravillosas piezas de loza pintadas a mano, cuyos motivos dependen del lugar de procedencia.


Entre las más finas está Vista Alegre y hay otras típicas como Caldas da Rainha, que se destacan por sus frutas; tam- bién las de Coimbra con figuras de animales diminutos pin- tados a mano y, así, existe una infinidad de alternativas. Las hay que datan de quinientos y hasta seiscientos años.

Piensa en el perfil de los portugueses: sus ancestros, aventureros y amantes del comercio, conquistaban territo- rios con la intención de expandir la actividad y no para dominar. Sensibles en extremo, son capaces de sentirse heridos por una mirada. Prudentes, poseen una rara mezcla entre soñadores y pragmáticos. La tristeza que expresan sus Fados demuestra su tendencia a la melancolía. Les cuesta entregarse, aunque si lo hacen es a cabalidad. Son, al mismo tiempo, delicados y finos, tanto quienes viven en la pobreza como los ricos.

Algunos creen que la peculiar idiosincrasia de este pue- blo vasto en tradiciones, que toca el Suy como los dioses, tiene mucha relación con lo que significa colgar de la Península Ibérica...

Se van el día y la noche. Las aviadoras descansan unas pocas horas y despiertan dispuestas a continuar.

Madeleine lo hace con el cantar de los pájaros. Corre las cortinas y observa que se avecinan amenazantes nubes. Termina de vestirse y comienza a llover de nuevo.

Tito Guttman la llama y le lee el METAR de Madrid, que corresponde a las condiciones del tiempo actual entre- gadas cada hora y el TAF, que es el pronóstico informado cada seis horas.

Según esto la meteorología, no siendo óptima, parece viable; sin embargo, el panorama cambia: a punto de salir se comunica con ellas Manuel, el Presidente del Aero Club de Portugal, para decirles que recibió una llamada del Agregado Aéreo de Chile en España, Coronel José Luis Valenzuela, advirtiendo que el tiempo está peor que el día anterior y continuará así, por lo cual no merece la pena ir al aeropuerto.

Así son los fenómenos meteorológicos, a veces contra- rio a lo que por costumbre se espera que ocurra, como en


este caso: Alemania, Suiza y Francia están con un sol espléndido, mientras España tiene nubes hasta el piso, ade- más de mucha lluvia y fuertes vientos.

Almuerzan con María en su casa y van a un ciber café. Después se separan y Madeleine sale a buscar ropa de invierno para usar también en Madrid y Suiza, con peor suerte que María Eliana, pues no encuentra. Entonces, se dedica a pasear.

De regreso en el departamento conversa con María, le explica la situación y ésta accede a venderle su abrigo rega- lón, comprado el año anterior en Argentina y que le prestara al llegar.

Durante la noche vive una extraña situación: el departa- mento facilitado por María es de una amiga. Suena el teléfo- no y del otro lado de la línea una voz pregunta por la dueña.

Madeleine, media dormida, contesta que por unos días lo habita en su lugar.

Al poco rato escucha llover muy fuerte y entre sueños le llama la atención la regularidad de aquella torrencial lluvia. Inquieta de pensar que otra vez se quedarán sin despegar, duerme bastante mal.

Suena la campanilla del despertador, abre los ojos y sor- prendida observa el auricular mal colgado. La supuesta llu- via parece no ser más que el ruido producido por la línea telefónica.

Para estar segura se levanta y corre las cortinas. De inmediato sonríe: contrario a lo que expresara el teléfono, el temporal terminó en algún momento de la noche y el cielo está del todo despejado...

Trece minutos para las diez, luego de una conmovedora despedida, inician la rutina que permitirá el despegue.

Para María Eliana dejar otra vez aquel país resulta dolo- roso. Le parece un reencuentro demasiado corto y a la vez un despliegue de cariño incalculable.

“Es el precio del amor” se dice, mientras el Julie toma altura. Siente que los ojos se le humedecen.

Mientras atraviesan un denso y frío cúmulo de nubes, aquel estado impregnado de sensibilidad la hace pensar en


la gran admiración que tiene por ese piloto portugués minusválido, quien las recibiera con tanto afecto. Un hom- bre impresionante, ejemplo para el mundo por su amor a la vida, quien día a día demuestra lo que pueden las ganas, el valor y la constancia.

En su historia, repleta de mensajes y testimonios, hay material para llenar las páginas de un grueso libro: como botón de muestra, en circunstancias de quedar paralítico, persiguió y logró la autorización para continuar volando. Desde entonces, ha dado dos veces la vuelta al globo.

Sus pensamientos son interrumpidos por Madeleine, con tono grave:

-Mira las alas.

María Eliana fija los ojos y de inmediato comprende la gravedad del asunto.

-Sí, me doy cuenta. Y para serte franca, no le encuentro la gracia.

-Yo tampoco. Y por el ruido, las aspas también están con hielo.

El Julie no está provisto con sistema de antihielo ni de deshielo. Hay aviones que tienen un circuito eléctrico que recalienta el borde de ataque de las alas, de las aspas de las hélices y el parabrisas. Otros lucen una especie de botas neumáticas que el piloto debe accionar al ver una pequeña cantidad de hielo en formación. Las botas se inflan y lo frag- mentan. Son costosos equipamientos adicionales que sobre- pasan el presupuesto de la propietaria.

El congelamiento ha sucedido porque vuelan entre nubes, con una temperatura inferior a los 5ºC. Las nubes son humedad visible y el peligro de formación de hielo existe cuando el rango dentro de éstas corresponde a una aproxi- mación entre +5ºC y -15ºC.

-Descenderé para encontrar un aumento de temperatura

-informa Madeleine.

A los 6.000 pies la fría capa comienza a derretirse y res- piran con mayor tranquilidad.

Dejan la radioayuda VOR sobre Toledo y continúan el vuelo visual hacia Cuatro Vientos evitando nubes, pues este


lugar de aterrizaje no cuenta con aproximación IFR. Al poco rato Madeleine advierte:

-Estamos llegando, mira, ahí está el aeropuerto. Acto seguido avisa tramo con el viento y base para Cuatro Vientos.

La torre la desconcierta:

-No le tenemos a la vista -dice la voz del controlador. Madeleine cae en la cuenta:

-Nos equivocamos, estamos sobre la base militar Getafe.

María Eliana saca el ojo de la filmadora y la mira extrañada.

-Deja de filmar y ayúdame a buscar la pista; cuatro ojos ven más que dos.

Ambos aeropuertos están muy cerca entre sí y como el avión vuela tan bajo, el radio visual es mínimo y los GPS se desdicen.

Durante algunos segundos sufren la intranquilidad de no saber dónde aterrizar. Dando giros, la fiel aguja del ADF tampoco sirve, así que miran alrededor, pues saben que la pista está muy cerca.

Pronto avistan el lugar correcto y pueden hacer la apro- ximación.

“¿Cómo sucede algo así?” Es la pregunta de pero grullo; sin embargo, los oficiales de la base están acostumbrados, pues ocurre a menudo. Precisamente por eso el inconvenien- te no es más serio. En Chile sucede algo similar entre la base aérea El Bosque y el aeródromo Los Cerrillos, cuando se vuela a baja altura, en condiciones de esquivar nubes y con desconocimiento del área.







Recibimiento histórico

Madrid - Ginebra



Dos horas y dieciocho minutos después de haber despe- gado, en el vuelo más corto de la Travesía, aterrizan y son guiadas hacia el lugar de estacionamiento, sobre una gran extensión de césped.

El edificio principal es muy antiguo y atractivo, con una imponente cúpula.

Por otra parte, llama la atención la cantidad de tráfico: despegan y aterrizan un avión tras otro, mientras varios se desplazan por la losa al mismo tiempo. La radio no para de transmitir. Apenas se puede introducir palabra.

Son recibidas por el Agregado Aéreo de Chile en


España. También por José Luis Olias, Presidente del Real Aeroclub de España (RACE); por el Presidente de la Fundación Infante de Orleans, el Vicepresidente del Ilustre Colegio de Pilotos Comerciales, el Director General de la empresa Azor y el representante en España de la compañía Beechcraft. Este último regala a las pilotos una insignia del avión Bonanza F 33 A. Además, ha colaborado con el aloja- miento en el hotel.

Lamentan que su amigo piloto Harald von Unger no esté presente, debido a la llegada atrasada de ellas y a moti- vos de trabajo de él. Están muy agradecidas por la asesoría que les hiciera con datos relevantes acerca de los vuelos dentro de Europa, ya que él a menudo se desplaza en su Bonanza por esos cielos.

Además hay un grupo de periodistas, por lo que presu- men que en aquella ciudad también tendrán una buena cobertura en las noticias.

Y por supuesto, ha ido a esperarlas una gran cantidad de amigos.

De pronto alguien sale de la muchedumbre y se acerca al ala, de donde recién Madeleine ha saltado.

Es Hans, muy emocionado, con un gran ramo de rosas rojas para cada una de ellas.

Madeleine está conmovida, tanto por la presencia de su esposo como por la de su gran amiga Brigitte, que avanza junto a él.

Estar en compañía de Hans le parece una situación fan- tástica luego de todo el peligro vivido, el cansancio, incluso las mismas celebraciones, donde en cada una, así como en cada lugar, le echó tanto de menos. Lo mira y apenas puede creer tenerlo enfrente alargándole aquellas hermosas flores.

María Eliana recibe las suyas agradecida y piensa en Valentín. Desea tenerlo a la vista y la ataca un profundo des- consuelo. Pero “el show debe continuar” y hace un esfuerzo por mantener la sonrisa, mientras con la aplicación de auto- hipnosis controla el dolor de su espalda.

Una joven comandante de Iberia, junto a Juan, les entre- gan una placa conmemorativa de su Travesía, encargada por


el Círculo de Pilotos Profesionales de España, instigado por el piloto Daniel Larradiez, yerno de Brigitte, quien con ante- rioridad les había colaborado con fotocopias de cartas.

Fue también una gran alegría conocer en persona a José Luis Olias, con quien Madeleine tuvo contacto desde el año anterior, cuando en Cracovia, Polonia, Tito Muñoz, Presidente de la Federación Aérea de Chile, presentó el pro- yecto de la Travesía Atlántica 2004 ante la conferencia anual de la Fédération Aérienne Internationale (FAI).

Los relojes en Madrid están una hora más avanzados que en Portugal, de manera que la mayor parte de la gente ya almorzó.

Los que no, entre ellos las dos recién llegadas, además de Brigitte y Hans, lo hacen en el casino del aeropuerto, donde se fotografían y continúan con los homenajes y una conmovedora entrega de diplomas.

Madeleine añora comer algo casero y observa una opción que sin dudar pide: un contundente plato de lentejas.

El avión ha quedado guardado en un hangar facilitado por el Aeroclub, que también asumió la tasa de aterrizaje y les regaló la bencina.

Las llevan a conocer sus instalaciones y, en la sala de conferencias, delante de un mural histórico que exhibe la misma ruta hecha por ellas, las vuelven a homenajear con más flores, regalos, diplomas y discursos.

Juan Castaño de Meneses, Comandante retirado de Iberia, en conocimiento de la posibilidad que han analizado de variar sus planes originales y regresar a través del Círculo Polar Ártico, aprovecha para ofrecer conseguirles las cartas de dicho cruce. A pesar de ser con las aerovías altas para los jets, ellas saben que les servirán en muchos aspectos y agra- decen el gesto.

Las aviadoras y Hans son conducidos hasta la casa de Brigitte y Manfred, quienes insisten con cariño en que olvi- den el hotel y sean sus huéspedes.

Madeleine aún está bastante incrédula de estar ahí, en Madrid, aquella querida ciudad que habitara algunos años en su juventud, reunida con tan buenos amigos y en


especial junto a su marido.

María Eliana, por su parte, no logra sacar de su mente el rostro de Valentín y trata de imaginar qué estará haciendo.

El jueves primero de abril desayunan junto a sus anfi- triones y a las once el Real Aeroclub de España envía un taxi que las lleva a Cuatro Vientos, para que participen en la transmisión de un programa de televisión junto al avión.

Brigitte está muy agripada y decide quedarse en cama. Para facilitarle las cosas, invitan a Manfred a almorzar en un restaurante.

A las tres de la tarde se encuentran con el Coronel Agregado Aéreo de Chile en España, quien ofrece su ayuda para apoyarlas en todo lo que necesiten y las invita a una comida en su casa, por lo cual en la noche las manda a buscar.

Ha llovido durante todo el día y el frío es intenso. Madeleine se alegra que el Julie haya quedado al abrigo del hangar.

El viernes se ponen al día con la inmensa cantidad de correos que les ha llegado a través de Internet. Por la noche, Brigitte, que se ha repuesto, invita a cenar a dos de sus tres hijas con los maridos, pues la otra está en Alemania. Llega, también, un matrimonio que Madeleine conoce desde 1967.

El sábado en la mañana, Manfred acompañado por Madeleine llevan a Hans al aeropuerto. Su pasaje lo obliga a partir. El destino es Suiza, donde está radicada su familia de origen. Allí, en pocos días tendrán el placer de vivir otro feliz encuentro.

Las aviadoras son invitadas a almorzar por el Embajador de Chile en España, Enrique Krauss Rusque, jun- to al Ministro Consejero, el Primer Secretario, el Cónsul, el Agregado Aéreo y las respectivas señoras.

Su anfitrión les regala un libro de la piloto norteameri- cana Amelia Earheart, quien antes de su desgraciada desapa- rición en el cruce del Pacífico tuvo notorios logros aeronáu- ticos, entre éstos la travesía a solas en un avión Lockheed Vega 5B sobre el Atlántico Norte, la misma que hiciera el destacado aviador Lindberg.

En la primera página, el Embajador Krauss escribe una dedicatoria de su puño y letra, para acompañar el par de her-


mosos ramos de flores que les hiciera enviar el día anterior a casa de Brigitte.

Esa tarde, mientras preparan el vuelo y empacan, llama Tito Muñoz. Lo hace desde la Feria Internacional FIDAE, en Santiago de Chile, donde la Federación Aérea de Chile (FEDACH) tiene un stand, para pedirles que envíen un salu- do a los miles de visitantes. También les comunica la apro- bación de este organismo para contribuir con tres mil dólares como forma de cubrir parte de los gastos de combustible, anuncio que es recibido con gran alegría por las aviadoras.

Después Madeleine llama por teléfono a la instancia aeronáutica de Cuatro Vientos y pasa el plan de vuelo para el día siguiente, con lo cual adelantan un trámite.

En Madrid, como ocurre en otros aeropuertos de mucho ajetreo, hay que pedir con anticipación una hora para despegar. Ellas solicitan hacerlo a las once y quince, pero es tanto el movimiento que el control aéreo las ade- lanta para las once y cinco.

El Coronel, su señora y Brigitte las llevan al aeropuerto, donde llegan al filo de esa hora y tratan de acceder directo de la calle al hangar, pero no hallan la entrada, mientras cada uno carga con un bulto del equipaje.

Van de una puerta en otra, en vano. Entonces deciden dar la vuelta, pero se encuentran con que han cerrado casi todas las entradas, pues hay una exposición de aviones anti- guos y vuelos de demostración. Además, por este mismo motivo, a partir de un momento más el aeropuerto estará cerrado por varias horas para las demás aeronaves.

Por fin descubren un lugar por donde meterse. Corren entre la gente y la exposición, hasta llegar al hangar, donde hay muchas personas esperándolas, deseosas de tomar fotos, entregarles regalos y hacer un sin fin de preguntas.

Entre la algarabía, Madeleine hace la revisión de pre vuelo, estiba el equipaje y lo asegura.

En la oficina ARO, mientras revisa los notams y la meteorología, los pilotos de una línea aérea le fotocopian las últimas cartas de aproximación IFR de Ginebra, donde hay mucho tráfico. Según el pronóstico meteorológico se aveci-


na a Suiza un frente de mal tiempo.

-No podemos perder ni un minuto más en salir -comen- tan las aviadoras y se apuran lo que más les permite el siste- ma, para cumplir con la hora de autorización. De lo contra- rio las demorarán mucho para despegar y corren el riesgo de ser alcanzadas por el temprano cierre de Cuatro Vientos, amenazadas por la meteorología en Ginebra.

Comienza a girar la hélice y sacuden sus manos en son de despedida, embargadas por una emoción inefable, a punto de iniciar el último trayecto hasta su destino.

Carretean. Son el número cuatro y el reloj marca las once un cuarto. A mitad de camino les avisan lo que temían: perdie- ron su hora de SLOT, por lo cual tendrán que esperar hasta que les den otro espacio de tiempo para partir. Casi de inme- diato les notifican que podrán hacerlo a las doce y quince.

Madeleine informa a la torre que las condiciones de mal tiempo en Ginebra no les permiten esperar y solicita una salida VFR para continuar IFR.

Su solicitud es aceptada; sin embargo, ello les significa hacer un cambio completo de cartas, pues deben acatar los canales visuales de entrada y salida publicados.

Por fin despegan. Madeleine se contacta con el radar y solicita interceptar la aerovía en determinado punto. Ya en sus manos se dejan guiar por vectores, según ellos determi- nen.

Vuelan desde Valencia a Barcelona dos horas y media sobre agua y enfilan a la costa francesa. Al cruzar sobre Lyon entran y salen de nubes.

-Creo que nos perderemos los Alpes y la vista tan mara- villosa del Jura -se lamenta María Eliana.

-A ocho mil pies hubiera sido un espectáculo, pero la gra- cia es poder llegar a pesar del mal tiempo -agrega su amiga.

Están próximas a ingresar en uno de los circuitos de espera antes de ser autorizadas a aterrizar y Madeleine exclama contenta:

-¡Qué privilegio! No puedo creer que estemos por llegar a nuestro destino. Un sueño convirtiéndose en realidad.

¡Simplemente fantástico!


-Es una experiencia que jamás olvidaremos. Creo que ha sido un importante aporte para nuestras vidas. Sin duda, no somos ya las mismas -acota María Eliana.

Madeleine otorga con su silencio, ya que acatar las ins- trucciones del radar de Ginebra requiere de toda su atención. Éste les informa que deben esperar su turno, dando vueltas sobre el lago Léman durante veinte minutos. Mientras lo hacen, escuchan en la frecuencia un jet tras otro iniciar la aproximación a la pista 23.

Aparte del exceso de tráfico aéreo, hay otro motivo para que las hagan aguardar...

Intermitente, entre las nubes, ven el lago rodeado por las típicas casitas suizas y a veces, a lo lejos, la pista. Les resul- ta un placer inesperado hacer el circuito sobre aquel maravi- lloso paisaje.

-¿Te das cuenta que estamos a punto de llegar a nuestro destino?

-Sí, en verdad parece absolutamente increíble...

Algunos individuos destacan por la enorme capacidad que han desarrollado para dirigir sus existencias a través de vidas que valen la pena. Sin duda, entre ellos se encuentran estas dos mujeres que han logrado un alto nivel de desempeño.

Madeleine llegó a Chile en 1980. En esta tierra que ha hecho suya, coronó el que desde la infancia fuera su mayor sueño. Tiene a su haber quince años piloteando aviones, dio inicio a la Travesía con 2.308 horas de vuelo y su licencia la habilita para volar IFR, modalidad en la que ha juntado 579 horas. Además, está autorizada para comandar aeronaves multimotores. Su profesionalismo, conocimientos y expe- riencia, le han permitido llegar a ser instructora para aque- llos que comienzan a hacer realidad su sueño de conducir una aeronave.

María Eliana, por su parte, registra licencias de piloto privado y paracaidista, con treinta y seis años de vuelo. A las más de 2.500 horas en el aire, de las cuales 850 realizó en Europa, suma una serie de entrenamientos como piloto y psicóloga experta en aviación.

Además, ha dedicado parte de su vida a elevar el status


de las mujeres: organizó a las pilotos en Chile y fue la pri- mera aviadora sudamericana integrada a las Mujeres Pilotos del Mundo, las famosas Ninety Nines, compartiendo expe- riencias con sus homónimas de Australia, Nueva Zelandia, Europa y Estados Unidos.

Hay otra grande del aire que vale la pena recordar: Graciela Cooper Godoy, la primera piloto que tuvo Chile. El año 1929 hizo su primer vuelo sola, siendo joven alumna pilo- to del instructor Capitán de Bandada Rafael Saenz Salazar.

También es la ocasión de rendir homenaje a las primeras pilotos de Chile que lograron cruzar la Cordillera de los Andes: Adita Zerbi de Goycoolea y Dora Domínguez de Picó. Juntas, como nuestras heroínas, el 4 de junio de 1948 efectuaron un vuelo a Mendoza, ida y vuelta, en un avión Stinson.

Y no olvidemos a Margot Duhalde, quien siendo una piloto muy joven dejó su casa en Chile para participar en la segunda guerra mundial. Su base principal estuvo en Londres y, como piloto civil voluntaria, tuvo entre otras la misión de transportar aviones desde las fábricas a las bases donde debían operar.

Madeleine siente el orgullo de haberla tenido como com- pañera de vuelo en diversas travesías al sur de Chile. En una ocasión, incluso, experimentaron un efecto de cizalladura de viento que, por un momento, al llegar a Castro, volteó el avión en noventa grados, nada menos que en la aproximación. Nuestras aviadoras están a punto de lograr la gran haza-

ña que hace un año se propusieron. Sin embargo, éste no es el final. A pesar de casi haber cumplido, la verdad es que sólo están a mitad de camino, pues no es el caso de meter el avión en un maletín y llevarlo de regreso a Chile; no, como ellas muy claro lo tienen y han dicho: “deberemos repetirnos el plato de vuelta, incluido el Atlántico Sur”.

Durante esta espera han estado muy ocupadas, pues las vectorean por radar.

La historia continúa con la sensación que sienten al irrumpir una vez más la radio:

-Charlie Charlie Papa Lima Juliett, autorizado intercep-


tar el localizador para la aproximación ILS directa a pista 23 de Ginebra. Notifique establecido.

Madeleine se da por enterada y una vez en la senda de planeo, confirma:

-Ginebra radar, Charlie Charlie Papa Lima Juliett, esta- blecido en el localizador...

Al poco rato de comunicarse con la torre, el Julie se encuentra sobre la pista a punto de posar sus ruedas.

Son las cuatro cuarenta y cuatro de la tarde del domingo cuatro del cuarto mes del año dos mil cuatro.

María Eliana se inquieta por el sentido que pueda tener esta especie de cábala. Madeleine se pregunta lo mismo. Es demasiada coincidencia y ella también conoce de esas cosas. El avión rueda y al frente se sitúa un automóvil con un gran letrero apoyado en el vidrio trasero que reza: “Follow me”.

Las aviadoras se miran contentas, ya que esto las exime de la complicada tarea de encontrar las vías correctas que a veces parecen un laberinto en los grandes aeropuertos interna- cionales. Le siguen obedientes a través de las pistas de rodaje que el auto guía recorre con lentitud, alejándose del terminal donde paran los aviones de línea aérea, con dirección al sector en que, según el plano del aeropuerto, está Aviación General y a la vez se alberga la sede del Aeroclub de Ginebra.

Divisan dos carros bomba que les parecen inmensos. Pertenecientes a la compañía de bomberos que presta servi- cios en el aeropuerto, están estacionados uno a cada lado de la pista, lo que despierta su curiosidad. Pocos metros antes de cruzar entre éstos, son sorprendidas: de cada vehículo sale un gran chorro de agua que se cruza con el otro, armándoles un arco. Mientras pasan por debajo, la lluvia desprendida cubre el parabrisas y las ventanas del avión. Sienten una profunda sensación visceral y quedan unos segundos sin visibilidad, pues el avión no posee sistema de limpiaparabrisas.

El agua escurre y pueden ver mucha gente. El auto guía sigue al frente. Ellas continúan atrás. Es algo tan inesperado, extraordinario e impactante, que están estupefactas y al mis- mo tiempo rebosan alegría.

Nunca esperaron un homenaje de tal calibre, visto sólo


una vez en la historia de ese país, al gran corredor de auto- móviles Kurt Schumacher, cuando salió campeón mundial de Fórmula Uno por tercera vez.

El vehículo conductor hace una pequeña curva y se detiene. Ellas lo hacen tras él y la nariz del Julie queda enfrentada con el terminal, aunque a una gran distancia.

Apagan el motor y se aprestan a descender, impresiona- das y conmovidas, pues aquella demostración hecha por sui- zos, con lo reservados que son, tiene doble valor. La emo- ción es incontrolable y se convierte en lágrimas que corren por sus mejillas.

Detenido el avión junto al contingente de bomberos, abren la puerta y escuchan los vítores de la gran cantidad de personas que las esperan, muchas de ellas con llamativos ramos de flores.

Aparecen también la Embajadora de Chile en Suiza con sede en Berna, Cecilia Mackenna; el Embajador de Chile ante las Naciones Unidas en Ginebra, Juan Martabit; autori- dades del prestigioso Aeroclub de Ginebra; una diversidad de autoridades locales; y muchos chilenos de la colonia resi- dente en Suiza.

Entre los amigos y familiares, María Eliana divisa al menor de sus hijos, Rodrigo, junto a uno de sus nietos, quien orgulloso corre hacia ella.

Otra vez, entre la multitud, aparece Hans. En Madeleine se repiten las mismas sensaciones de júbilo percibidas al verlo en Madrid.

Observa que junto a él camina su amigo piloto Tito Guttman acompañado de su esposa Dolly. Trae en brazos una caja que contiene las cartas de navegación y aproxima- ciones que le ofreciera de regalo para preparar la posible tra- vesía del Círculo Polar Ártico.

Se entera que han ido especialmente a recibirlas y lle- varles esa importante información. Partieron temprano de Alemania, donde residen, y deben continuar de inmediato, pues viajan a Austria en auto.

Este enorme gesto de amistad se suma al cúmulo de emociones, que continúan:


El Aeroclub les regala unas finas mochilas, repletas de sorpresas útiles para un piloto, como una pequeña frazada térmica, una calculadora, un polar, una linterna... Todo con el emblema institucional.

En la misma pista, los integrantes de la colonia chilena residente en Ginebra, ataviados con los trajes típicos de Chile, les ofrecen un emotivo esquinazo.

Completa el cuadro una serie de periodistas y cámaras de televisión pertenecientes a diversos medios nacionales e internacionales.

Las aviadoras tienen considerado permanecer en Suiza dos semanas antes de emprender su retorno a Chile, en una travesía que tomará otros casi treinta días. Aún prima la idea de volver a atravesar el Atlántico Sur y desde Natal circun- navegar la costa Este y Norte de Sudamérica para bajar por la del Pacífico hasta Chile.

Entregan varias declaraciones en las cuales agradecen la grandiosa recepción además del apoyo recibido por tanta gente chilena y de otras nacionalidades.

Terminado tan magno acto, el Club Aéreo de Ginebra las invita para la tarde siguiente a otra celebración.

Las aviadoras se separan: Madeleine y Hans parten a su acogedor departamento en Fiesch, un pequeño pueblo a tres horas al Este de Ginebra, donde casi todos los habitantes son familiares de él.

María Eliana lo hace al de su hijo, en Cossonay, a casi sesenta minutos de ahí, para aprovecharlos a él, su nuera y los nietos, aunque entremedio deberá cumplir con algunos compromisos, como el del día siguiente.

En la sala del evento observan emocionadas que en el muro del escenario han montado una pantalla con su página web, donde en primer plano aparecen sus rostros.

Están presentes Cecilia Mackenna y otras autoridades. Además el Presidente del Aeroclub de Genève, Michel Favre con su esposa Florence; el agregado de prensa del Aeropuerto Internacional de Ginebra, Philippe Roy; el Director del Aeropuerto Internacional de Ginebra (AIG), J.P. Jobin; el Presidente GVM, Jean Christian Marti; muchos


socios del Aeroclub y diversas visitas.

El acto se inicia con una conferencia de prensa que fina- liza con la solicitud de una breve reseña de la Travesía y sus vivencias.

María Eliana cede la tribuna a Madeleine para que hable en nombre de las dos. Su dominio del francés es de gran ayuda y la presentación le resulta muy bien. Percibe un buen reen- cuentro con este idioma, como si se sumergiera en sus raíces. Recuerda que de chica, en su casa, lo hablaban indistintamente con el alemán. Se siente muy cómoda y hace un entretenido resumen con los detalles que le parecen más importantes.

Luego responden a diversas preguntas y una vez más reconocen, con gratitud, que las han tomado por sorpresa.

El Presidente del Aeroclub de Ginebra hace un sentido discurso y otra vez las asombra, pues la entidad ha decidido agasajarlas con la distinción de socias honorarias.

Para quedar acreditadas reciben un diploma y la piocha de oro que representa a dicho organismo.

El Director, señor Jobin, continúa el mensaje y les infor- ma que la única obligación contraída consiste en asistir a la asamblea anual de socios.

Todos ríen.

Madeleine responde de inmediato:

-Nos parece muy bien, cuenten con que apareceremos todos los años... -Agranda su sonrisa-. Con el Julie.

La sala vuelve a reír en pleno.

Allí mismo, para dar término al homenaje, las festejan con una cena.

El restaurante está construido alrededor de un enorme y antiguo avión Breguet Atlantic a turbina, con todo original, incluido el panel, los instrumentos de vuelo, los asientos de piloto y copiloto con su cuero ajado por el uso y el tiempo.

Madeleine se divierte parada junto a una rueda que incluido el amortiguador son de su tamaño. Como lo hacen otros comensales, de las diversas mesas, sube por una esca- lera que comunica con la cabina y ocupa durante un rato el lugar del comandante.

El piloto Jean Michel Karr, socio del Consejo de


Administración del Aeropuerto de Ginebra, comparte la mesa sin su esposa, también piloto, quien ha debido regresar a casa. Lo conocieron apenas al llegar y de inmediato les pare- ció un ser muy especial y simpático, agradecidas por su inte- rés en la aventura y el elocuente despliegue de generosidad.

Entrada la noche se despiden de la Embajadora, quien regresa en tren a Berna. El hijo de María Eliana la espera para abordar el auto. Madeleine y Hans han aceptado la invi- tación del Aeroclub para pasar la noche en un hotel de la ciudad, pues al día siguiente tienen una serie de compromi- sos en las cercanías y desean evitar la gran cantidad de kiló- metros que les separa de su departamento.

La despedida es conmovedora. Han cumplido su haza- ña; sin embargo, les queda la vuelta. Están cansadas, en especial María Eliana que no logra desprenderse de sus dolores de espalda. El Julie, por su parte, ha sido muy apo- rreado como para exponerlo a otro cruce del Atlántico Sur. Ya tendrán tiempo de conversarlo con calma, pues no es éste el momento, pero algo interior les dice que el regreso es más desafiante aun que la ida.













Segunda Parte

El Regreso























TRAVESÍA 2004 RUTA DE VUELTA



FECHA


01-May 02-May 03-May 04-May 06-May 08-May 14-May 15-May 16-May 17-May 18-May 20-May 21-May 23-May

CIUDAD DE

DESPEGUE

Ginebra Stornoway Reykjavik Kangerlussuaq Iqaluit Kuujjuaq Montreal Raleigh

Key West Managua Panamá Guayaquil Lima Arica

CIUDAD DE

ATERRIZAJE

Stornoway Reykjavik Kangerlussuaq Iqaluit Kuujjuaq Montreal Raleigh/Durham Key West Managua Panamá Guayaquil Lima

Arica Santiago

PAÍS DE

DESTINO

Escocia Islandia Groenlandia Canadá Canadá Canadá

U. S. A.

U. S. A. Nicaragua Panamá Ecuador Perú Chile Chile

CONTINENTE


Europa Europa América América América América América América América América América América América América

MILLAS

NÁUTICAS

923

574

730

479

355

855

750

728

896

530

780

680

584

940

HORAS

DE VUELO

06:30

05:00

05:42

04:12

03:06

06:06

05:48

05:36

07:06

04:18

05:48

05:54

04:24

06:48


14 ciudades

10 países


9.804

76:30






Hace ya mucho tiempo



La mamá tomó algunas hojas de los árboles y le dio de chupar a la pequeña. Luego cogió otras pocas y las introdujo en su boca, consciente que sería toda el agua a beber durante el día y les esperaba una larga caminata sin descanso hasta que cayera la noche, donde las pillara...

En su dormitorio, Madeleine se prepara para ir a su pró- xima conferencia. Mientras arranca un mordisco a la manza- na que sostiene en su mano derecha, se detiene ante la venta- na y observa el jardín. Aquellos recuerdos le roban un pro- fundo suspiro y se pregunta cómo traspasar a otros su expe- riencia, no de aviadora, sino de vida. De qué manera hacer


sentir a otras personas que la existencia comienza a cada ins- tante y, mientras ello ocurra todos los días, es posible reali- zarse con éxito y felicidad. Si para ella fue posible superar las barreras que el destino le puso, no le cabe duda que cualquier individuo, cual sea su condición, también lo puede hacer.

Echa una mirada a Hans que silencioso anuda en su cue- llo la sedosa corbata y viaja más atrás en el tiempo para enfocar imágenes ajustadas a las historias que su madre le contó a medida que crecía:

Se imagina como una criatura que, recién nacida, apenas podía abrir sus ojos... Y a su mamá cubrirla con su regazo, mientras el papá estaría asustado, mirándola con ternura...

Stettin, la pequeña ciudad ubicada en la costa noreste de Alemania estaba en llamas y el ruido de las bombas era ensordecedor. Los rusos la destruyeron sin misericordia, dis- puestos a lo que fuera por conquistarla. Sus padres compren- dieron que debían huir cuanto antes. Recogieron algunas ropas y con ellas al hombro salieron a la calle, cada vez más aterrados con las impresionantes explosiones y el completo caos circundante.

Retrocede más todavía:

Sin duda ese día de su nacimiento, el 29 de abril del año 1943, no era el mejor momento para abrir los ojos a la vida, pero no tuvo elección y tan cierto resultó, que a partir de entonces la rodeó el terror: lo escuchó, lo vio y casi se acos- tumbró a él, como parte inherente a la vida de un ciudadano común y corriente.

En aquel duro escenario su vida transcurrió por milagro a través de caminos plagados de dificultades. La primera se presentó debido a su particular condición de ser francesa de sangre, pero alemana de nacimiento. Y para complicar otro poco las cosas, en 1945 se corrieron las fronteras y su ciudad natal pasó a ser de Polonia. Además, como si todo esto no fuera suficiente enredo, sus papeles se quemaron. Así, agre- gó la carga de crecer sin nacionalidad definida.

Hoy la contextura de Madeleine, tanto en su aspecto físico como en la forma de comportarse, se corresponde con una simpática ardilla de cortometraje infantil. Está siempre


en movimiento y sonríe de cuando en cuando, como para no dejar dudas de que anda feliz por el mundo.

Esta mañana, aunque tiene mucho qué hacer, algo inte- rior la ha obligado a detenerse para recordar y son pensa- mientos violentos... Da otro mordisco y masca con rapidez. Mira su cara en el espejo y levanta el mentón. Decididamente entre Dios, en quien cree sin reservas, y ella, que se considera una criatura digna de él, han construido una valiosa persona.

Una de sus fugaces sonrisas cruza por el rostro y termi- na de darse algunos toques que resalten su feminidad para dejar en claro que ser una mujer exitosa en el mundo de las alas nada tiene que ver con parecer hombre. Por el contrario, es su obligación testimoniar que las oportunidades se abren indistintas al género si se les sabe descubrir y manejar. Ambos pueden ser, si así lo deciden, un individuo completo. Vuelve a enfocar la huida de sus padres con destino a Berlín, esperanzados en recibir protección, aterrados por las locuras que los rusos venían haciendo en contra de esa sociedad donde ellos estaban insertos como por una inescru-

table maldición.

Hicieron un largo camino a pie, entre el tronar de las bombas y ráfagas de balas aparecidas de cualquier parte y en dirección desconocida, angustiados por no saber cómo hacer- les el quite, pues ni siquiera sabían qué tan cerca cruzaban.

Piensa en su padre, a quien nunca conoció. La máxima aproximación lograda de su apariencia ocurrió en un cine, cuando su mamá comenzó a llorar:

-¿Qué te pasa? -le preguntó Madeleine con curiosidad, pues no era una escena cargada de tanta emotividad como para ello.

-Es tu padre -respondió.

La muchacha hizo una mueca que indicó evidente interés.

-Jean Louis Trintignant... Madeleine siguió sin comprender.

-Quiero decir que tu papá era muy parecido a él.

Los sollozos reaparecieron y consideró un gesto de con- sideración callarse y continuar mirando la película, lo que hizo con un grueso nudo en la garganta y muy confundida,


concentrada en cada rasgo y actitud del actor.

Asume que sabe muy poco de su padre, pues cada vez que Yvonne le contaba sobre él, pronto era vencida por la angustia y los sollozos. Por otra parte, ella, entre sus afanes de adolescente y el deseo por escapar al fantasma de la post guerra, nunca se dio el tiempo para saber más sobre aquel médico francés, que considerado de mucha ayuda por los rusos, fue detenido para que les ayudara en misiones de atención a los heridos caídos bajo las armas alemanas.

En un sorpresivo ataque del cual no quedaron antece- dentes, llegó su hora. Yvonne, entonces, a pesar del golpe y la inmensa pena, decidió huir con su guagua, acompañada también por su madre.

Aquella travesía fue mucho peor que la anterior, pues los rusos estaban cerca. Esta vez conocían la procedencia de las balas, incluso de vez en cuando les era posible avistarlos, aterradas de ser descubiertas, ya que sólo tenían un papel de identificación sumamente confuso, que de hecho las involu- cró en una terrible situación...

Evoca la historia de sus abuelos maternos. Ella, también con sangre francesa, nació en la ciudad de Rótterdam, en Holanda. Poco después de cumplir tres años de vida, sus padres se embarcaron junto a varios matrimonios. El barco naufragó y quedó huérfana.

Su niñera la llevó a Berlín, donde creció y conoció a su futuro esposo, que también era francés. Se trataba de un comerciante en joyas que por su actividad nunca paró más de uno o dos años en cada lugar.

Con esta vida nómada, Yvonne nació en Moscú, en 1917. Once años después, mientras hacía negocios en la

Alemania del Sur, su abuelo murió víctima de un accidente automovilístico. La abuela, entonces, cansada de viajar, decidió radicarse allí con su única hija...

Se detiene de manera abrupta y vuelve a la historia de aquella huida de la abuela con su madre y ella en brazos:

Lograron esquivar a los rusos escondiéndose por aquí y por allá, entierradas de pies a cabeza, mientras oían el tronar de las ametralladoras, temerosas de que una ráfaga las cortara en dos.


Al sonar de las sirenas corrían aterrorizadas a través de los bosques, sobresaltadas por las fuertes explosiones y las inmensas llamaradas.

De pronto se detuvieron demudadas ante un contingente ruso aparecido de la nada. Perplejas quedaron paradas frente al jeep que hacía de líder.

Dos soldados saltaron de inmediato del carro descubier- to que le seguía y las encañonaron.

-No estamos armadas -gritó Marie-Yvette.

-Somos mujeres y llevo mi guagua -aclaró Yvonne, escondiendo la criatura lo más que pudo.

Pero a los rusos nada de eso les importó y con frialdad exigieron:

-¡Sus papeles!

-¡Queremos verlos de inmediato!

Con cuidado su abuela los sacó de entre la ropa y se los alargó.

-¿Francesas? Mmmh...

-¿Nacida en Holanda, viviendo en Alemania? -preguntó uno de ellos a Marie-Yvette.

-Sí -respondió con timidez.

-Y tú, veamos... Eres hija y...

Yvonne aterrada, aferraba a la niña, temerosa que se la arrancaran de los brazos.

-¿Nacida en Moscú, también con residencia en Alemania? Asintió con la cabeza, sin saber qué agregar.

-Estas mujeres son espías -acusó el soldado más alto. Las dos mostraron cara de espanto. Sabían a la perfec-

ción el patético significado de que ellos mantuvieran aquella acusación.

-No, no somos espías -se defendieron al unísono.

-¡Vamos, andando! -exigió el otro soldado, enterrando el cañón de su arma entre las costillas de Marie-Yvette.

-Caminen si no quieren que les volemos la cabeza

-agregó el primero con su arma zigzagueando entre Yvonne y la guagua.

Pasaron junto al jeep. Por la vestimenta, sin duda sus ocupantes eran oficiales. Sus presencias intocables asusta-


ban más aun que las armas en manos de los soldados.

Por los papeles de Madeleine no mostraron interés, lo que les pareció una suerte, pues como no tenía, pensaron que sólo hubiera complicado las cosas. Tal vez tan poco les importó que por eso no se la quitaron para tirarla por ahí. En todo caso, fueron sólo presunciones, pues mientras no la tocaran era absurdo preguntar.

Recorridos unos cien metros las hicieron subir a un camión cargado con personas de pie, donde parecía imposi- ble caber.

-¡Vamos, arriba, arriba. No querrán que se escape una bala! -gritó uno de los soldados mientras las empujaba con el cañón del fusil.

-¡Malditas espías! -exclamó el otro golpeando sus espal- das con la culata del suyo.

Del camión aparecieron algunas manos para ayudarles.

A los pocos segundos la lona del fondo cubrió la vista hacia el camino y el vehículo partió dando brincos sobre las gruesas piedras.

Entrada la noche se detuvo y escucharon mucha algara- bía y órdenes. La parte trasera se abrió y a gritos las hicieron bajar junto a los demás, recibiendo golpes que los soldados lanzaban en cualquier dirección, dirigidos a quienes fortuita- mente les cayeran. Aterradas comprobaron que su destino era un maloliente campo de concentración.

Las narraciones de Yvonne acerca de aquella estadía, los maltratos y los abusos, fueron cruentas. Allí quedó la única foto de su padre, destruida entre la tierra y la suela del zapato de un soldado, luego que la arrancara desde el interior del sostén de la joven mujer, donde inocente, creyó que estaría segura.

Respecto a la huida, Madeleine no está segura de cómo ocurrieron los hechos. La información que tiene es vaga. Alguien, no sabe bajo qué circunstancias, les facilitó la salida. Tampoco sabe el costo de aquello y prefirió no averiguar más de lo que le contaron, pues nada bueno hubiera ganado con saberlo. Sí está segura de que sucedió muy a tiempo, pues la abuela en su desesperación por las patéticas condiciones de vida, había pensado con seriedad en un suicidio colectivo.


Por fortuna Yvonne estuvo dispuesta a resistir, pues con- sideró imprescindible proteger a su indefensa hija. Sin embargo, la locura rondaba y en cualquier momento podía ser vencida, sobre todo debido a los golpes recibidos, que día tras día le destruyeron los huesos de la espalda al punto de convertirla en una minusválida.

Cuando llegaron al sector occidental de Berlín, asignado a los franceses, lo encontraron en ruinas.

Allí, la comandancia les asignó una vivienda y declaró a la madre con invalidez parcial del cincuenta por ciento, lo que le dio derecho a un seguro cobrable de por vida, pero las penurias continuaron, pues era un aporte del todo limitado para satisfacer sus necesidades. Con hambre, frío y condiciones mínimas de salubridad, la amenaza contra su salud era una espada dispuesta a caerles encima en cual- quier momento. Por ello, Yvonne, a pesar del deterioro físi- co, intentó hacer algunos trabajos, pero no era fácil en aquel espacio donde tantos con sus cuerpos completos luchaban por lo mismo.

La ropa, por otro lado, provenía de donaciones a la Cruz Roja. En general muy vieja, debía ser ajustada por ellas...

Recuerda cuando su abuela la obligaba a subirse sobre una mesa para probarle. Hace una mueca de disgusto al pen- sar en cuánto le cargaba.

En aquella ciudad vivió hasta terminar sus estudios secundarios, lo que ocurrió al poco tiempo de cumplir die- ciocho años.

Evoca algunos aspectos de su mamá, quien también tuvo aires de vuelo, aunque le cortaron las alas de golpe: entre 1928 y 1935 hubo grandes avances en la aviación y ella soñó con ser piloto, nada menos que de acrobacias, pero Marie-Yvette se lo negó bajo el contundente argumento de ser, ésas, “cosas de hombres”.

Entonces quiso optar para hacerse profesora de matemá- ticas; sin embargo, recibió también una rotunda negativa, por la misma razón. “Tendrás que ser cosmetóloga diploma- da” se le ocurrió a Marie-Yvette. Deseo que para su hija fue una orden. Con posterioridad a su paso por el campo de con-


centración ruso, debido al gran daño físico sufrido, todas las posibilidades se esfumaron...

“Al menos, Mami, yo lo logré y no poco mérito tiene tu apoyo sin restricciones a todas mis aspiraciones” se dice, mientras recoge su cartera.

La abnegada Yvonne permitió a su única y joven hija “volar del nido”. Fue tan generosa, que no trató de detenerla con lamentos, confiada en que se iba a defender, que tenía fortaleza de carácter y tantas ganas de realizarse para vivir. Le había entregado lo mejor que según ella podía dar una madre: amor y educación. Por más que le doliera ver partir lo único que le restaba de familia, su corazón comprendió ese llamado del “mundo”, ese anhelo de querer descubrir nuevos horizontes, aparentemente alojado en sus genes des- de hacía muchas generaciones...

Cuando la dejó ir a diferentes países para perfeccionarse en idiomas, intuyó que algún día se iba a cumplir la promesa que la muchacha le hiciera: “Mami, yo te haré viajar de nue- vo, como lo hacías antes de la guerra. Sé que aún añoras esa vida de antaño”. La madre no tuvo dudas de que Madeleine lograría sus objetivos y en su inmenso corazón pensó que su felicidad era la de ella.

A pesar de las distancias geográficas, cultivaron un amor entrañable y sus lazos afectivos se fortalecieron. Por años se escribieron larguísimas cartas. No disponían de telé- fono en la casa y cada llamada era un lujo, inalcanzable para la mayoría.

Hans la ha seguido por el rabillo del ojo, respetando sin restricciones su silencio. Sabe que para ella esa mañana es muy importante y, de seguro, también es muy fuerte todo lo que pasa por su cabeza.

-Estoy lista, me voy -le informa, interrumpiendo sus cavilaciones- besitos.

Él sonríe con cariño y responde con su acostumbrada suavidad:

-Tendrás un buen día, no tengo duda.






La vida continúa



Entre diversos pensamientos que recorren su vida des- de la infancia hasta este momento, a María Eliana el cami- no se le ha hecho muy corto. Está casi a la altura de Maipú y mantiene la aguja del velocímetro sobre los ciento diez kilómetros por hora, concentrada para tomar la salida correspondiente a Américo Vespucio.

Sus pensamientos también cambian de rumbo. Revisa mentalmente el material que deberán exhibir ante las personas que vayan a escuchar la conferencia que a


poco rato darán junto a Madeleine.

Le gusta aquello de ser testimonio para que a través de su experiencia otros comprendan la grandeza de ser arqui- tectos de sus propias vidas. Cada día está más convencida de la importancia que tiene salir de la pasiva comodidad, para arriesgarse a romper los límites y escapar de la rutina de la cual se es prisionera. Ir a lo desconocido agranda el mundo interior, lo que si se hace habitual permite crecer.

Mientras en la realidad del tercer milenio la tecnología deshumaniza a pasos agigantados al hombre sometido, ellas han demostrado la importancia que tiene vivir tras un ideal, donde los sueños se pueden convertir en realidad si uno así lo decide a través del empeño, la perseverancia y el entusiasmo.

“Además -piensa, consciente del beneficio de recono- cer los propios valores- abrimos una ancha puerta a quie- nes creen que la edad es un límite para alcanzar una meta con éxito”. Es uno de los momentos en que el apodo “Abuelas Voladoras” le agrada. Sonríe al pensar que alguien muy joven, de treinta y seis años, por ejemplo, puede ser convertida en abuela porque a su hija se le ocu- rrió ser madre.

Además, aparte de la riqueza interior ganada por la experiencia, está consciente, al igual que Madeleine, de haberse transformado en una importante promotora de la aviación, con un gran testimonio para motivar a la juventud y en general a las mujeres interesadas en la gran cantidad de oportunidades profesionales que tal actividad ofrece. Como piloto, por supuesto, pero también en una diversidad de importantes ramas como son la meteorología, la enseñanza teórica, las tecnologías aeronáuticas, las ciencias del espa- cio, el control de tráfico aéreo, el despacho de vuelo, la mecánica de los aviones, la ingeniería aeronáutica...

En esta magnífica historia, lo que más lamenta, al igual que su compañera, es que su proeza, reconocida a nivel mundial, haya tenido que ser financiada en gran medida por ellas mismas, con los enormes costos que eso ha significa- do, dejándolas con una gran deuda por enfrentar.


Pero en fin, nada les cambiará la idea de que cuando realmente se va tras un sueño no hay límites.

“Hemos hecho algo inédito -repite para sí-. Somos adul- tos mayores y hemos demostrado que, sin lugar a dudas, nunca es tarde para tener sueños y alcanzarlos. La edad no sólo no es un inconveniente, sino por el contrario, la sabidu- ría es una buena aliada para esforzarse, luchar y ganar”.

A continuación piensa en su próximo sueño, el que ini- ciado antes de la Travesía, más bien desde hace muchos años, también se va convirtiendo en realidad. Sonríe, pues es aun mayor. Tal vez a lo máximo que puede aspirar todo ser humano: ayudar a otros a cumplir los suyos.

Son tantos los jóvenes que necesitan una mano, los enfermos terminales que no saben enfocar su realidad, los adultos mayores que se sienten acabados...

Ha tenido una vida con tantas oportunidades de apren- der, que quiere dar lo más posible para agradecer a Dios. Así, está dispuesta a testimoniar por duro que sea y ofrecer su ayuda a los agredidos, porque ella fue una niña golpea- da; también desea apoyar a los que se sienten solos, pues durante una larga época su lista de amigos se redujo a puros animales.

Nunca olvidará la gallina, que luego de seguirla por todos lados, dormía bajo su ventana; tampoco a los peque- ños gatos recién nacidos que la gente echara al canal de regadío y ella recogía para sanarles...

Hace unos días, en una de sus conferencias, dirigida a niños de pocos recursos, recuerda haberles testimoniado que el sueño de la Travesía tuvo una gestación de treinta y seis años.

“Un poco mucho” se dice y sonríe al pensar que la vida adquiere valor cuando está llena de desafíos que a dia- rio se convierten en realidad.

Parte de esta nueva generación de realizaciones está alimentada por el sueño de enseñar a otras personas a aumentar la tolerancia al dolor, tanto físico como psíquico. Aprender a dar más allá de los límites... Y tener fe. Por una buena razón, todo se puede...


Mira la hora en el tablero del auto y comprueba que lleva veinte minutos de adelanto. Imagina que su amiga aún no ha llegado. Entra al estacionamiento que está casi vacío y aparca con toda calma bajo un frondoso árbol.









Siempre pensé en el cielo



Madeleine enciende el motor de su automóvil. En pocos segundos abandona su calle y avanza por otra bastante con- gestionada. Observa el reloj y calcula que a pesar del alto tráfico llegará unos quince o veinte minutos antes de lo necesario.

Le parece increíble la distancia con su difícil infancia. Entre las cosas que jamás olvidó está su primera experiencia en un avión, posible gracias a la nueva nacionalidad adquiri- da por su madre al casarse con un suizo.

Sucedió cuando sólo tenía cinco años y la relación duró apenas tres meses. Por eso no recuerda más que su gran tama- ño, la gordura y que con sus enormes manos la tomaba de los codos para alzarla por los aires; sin embargo, esa nueva condi- ción les dio acceso a todos los beneficios que el consulado suizo en Berlín entregó a las víctimas de la post guerra.

Recuerda las fiestas ofrecidas por este organismo cada primero de agosto para celebrar el día nacional de Suiza.


También el despliegue realizado durante las navidades. Estas importantes fechas quedaron en su memoria por su opulen- cia, contrastada con la realidad diaria de su pobre mundo inserto en la dura vida de una sociedad que aún trataba de comprender lo sucedido. Eran los únicos días del año en que gozaban de una buena comida.

El consulado, consciente del sufrimiento infantil y para que los niños se repusieran de los duros efectos de la guerra, puso en práctica la iniciativa de enviarlos durante parte de las vacaciones de verano a otras ciudades, a convivir con fami- lias que desearan aportar su generosidad a tan noble causa.

Como Madeleine carecía de papeles y a su madre le ate- rraba que los rusos pudieran volver a detenerla, además en consideración a las marcas psicológicas que el gran sufri- miento experimentado registró en la niña, el consulado hizo una excepción y a diferencia de los demás pequeños que iban en bus, debido a que éste atravesaría territorio soviéti- co, la envió en avión.

Tenía once años y ese día lo lleva grabado a fuego. Cuando subió a la enorme aeronave de Pan American Airways, su corazón latía tan fuerte que le pareció propio de una treta para abandonar el cuerpo. Aquel vuelo le impactó y agradó de tal modo, que antes de llegar al aeropuerto de des- tino había decidido ser auxiliar de vuelo apenas terminara sus estudios secundarios.

A partir de las primeras averiguaciones que hizo supo de las altas exigencias impuestas por las líneas aéreas y com- prendió lo difícil que era llegar a ser finalista en una selec- ción. Desde entonces, se esmeró por ser una alumna destaca- da; sin embargo, al salir del colegio no pudo postular, pues era muy joven y se requerían veintiún años.

Entonces, decidida a cumplir su sueño, optó por esperar. Y consciente de la importancia que tenía dominar varias len- guas, realizó trabajos como traductora y secretaria trilingüe en francés, inglés y alemán. Pero no contenta con ello, quiso perfeccionar sus idiomas foráneos, para lo cual se trasladó al occidente de Inglaterra, lugar completamente aislado del ale- mán, donde sólo se hablaba inglés. Después fue a Londres


por seis meses y continuó a Francia con la idea de radicarse durante un par de años.

Pero allí conoció a Elisa, una española con la cual se comunicaban en inglés. Ella la entusiasmó para que dividie- ra esos dos años entre Francia y España, lo que aceptó de inmediato, pues con ello agregaría a su currículum un cuarto idioma, del cual tenía nociones, por haber tomado en el cole- gio el castellano como ramo extraprogramático. Por otra parte, en París había asistido a unos cursos vespertinos. No le pareció difícil, además, gracias a la base proporcionada por los tres años de latín estudiados durante su educación superior. En aquel entonces lo detestaba y jamás imaginó cómo se haría realidad en ella el dicho: “No hay mal que por bien no venga”.

El año en España pasó rápido y se quedó más tiempo.

Apenas cumplió los veintiún años, comenzó a enviar sus antecedentes personales a todas las líneas aéreas.

La selección para auxiliar de vuelo fue tan rigurosa como esperó, pero su preparación le permitió quedar entre las elegidas por una compañía canadiense y al momento de recibir la última respuesta, en momentos que todo apuntaba a su aceptación, ¡sorpresa!, la dureza de la vida no quiso dar- le tregua y fue rechazada. El motivo casi la noqueó: su pasa- porte indicaba nacionalidad indefinida.

Cuando con la ayuda de su madre logró conseguir la documentación que le reconocía su nacionalidad alemana, sin la menor intención de asumir un fracaso, envió de nuevo sus datos e intenciones a varias líneas aéreas.

Esta vez la buena nueva no se hizo esperar. Muy pronto recibió respuesta positiva de la compañía Colombiana Avianca.

No era la ideal, pues tenía varias diferencias con las europeas y norteamericanas, por ejemplo que el pago por sus servicios correspondía a cerca de la tercera parte. Pero la oportunidad le pareció irrenunciable y el dinero, a pesar de las dificultades económicas, estaba lejos de ser su motor principal. En lugar de lamentarse agradeció la posibilidad de conocer Sudamérica y fue trasladada a Bogotá para iniciar el


curso. Entonces, comenzó a volar.

Cada día más fanática por su actividad, no le bastó con sólo atender a los pasajeros. Su deseo por tener mayor con- tacto con el cielo la llevó a poner los ojos en la cabina, los mandos y la actividad desarrollada por los pilotos, quienes convencidos de su amor al oficio, le permitieron pasar algu- nos momentos con ellos. Pronto consiguió su aprecio y con éste, la posibilidad de sentarse tras el comandante, en un asiento llamado “del observador”, para presenciar, siempre que fuera factible, los despegues, las aproximaciones y los aterrizajes. Esto con el tiempo se hizo tan usual, que llegó a apropiarse de dicho lugar.

Sonríe al pensar que aquella costumbre se le quedó pegada: desde que obtuvo la licencia de piloto, cada vez que iba de pasajera en un vuelo cualquiera, solicitaba ser admiti- da en la cabina de mando. Le placía observar el quehacer y escuchar la frecuencia, debido a que por lo general le presta- ban los auriculares. Lamenta que a partir de los trágicos sucesos del 11 de septiembre del 2001, tal posibilidad quedó estrictamente prohibida.

La sensación de que volar era lo suyo se convirtió en seguridad y nunca sintió miedo. Por el contrario, las circuns- tancias extremas que hacían transpirar a los pilotos, la emo- cionaban de manera inefable. Jamás pensó que una dificul- tad en el aire pudiera terminar en tragedia, por el contrario, era una oportunidad para que el comandante de la nave demostrara sus habilidades.

Entonces, decidió inscribirse en un curso para piloto en el Aeroclub “Guaymaral”, en las afueras de Bogotá, donde tenía amigos aviadores que la invitaban a volar, incluso en planeador.

Entusiasmada fue a su primera clase que duró una hora, realizada a bordo de un avión Piper PA18.

Como es de esperar, salió fascinada con la experiencia y llena de ilusiones; sin embargo, al llegar a su casa por la tar- de, encontró una sorpresa que no le produjo agrado respecto a su nuevo desafío. Por debajo de la puerta el cartero había tirado, entre varias cartas, una enviada por su línea aérea,


que comunicaba su traslado a Madrid, pues la compañía, luego de abrir una nueva base, la seleccionó como parte del nuevo personal requerido.

Allí averiguó sobre la posibilidad de continuar con el curso, pero era muy caro para sus escuálidos ingresos, con los cuales apenas le era posible solventar sus gastos básicos y ayudar a su mamá.

Luego de cinco años de volar como azafata, decidió aceptar la oferta de un trabajo terrestre. Era en Bogotá y pro- venía de su amigo alemán Herbert Steinberg, Subgerente de la agencia de viajes Exprinter, en pleno auge, quien desde mucho tiempo antes trataba de interesarla.

Para esta nueva actividad laboral se preparó a través de diversos cursos en Europa, iniciando una promisoria carrera. La labor era compleja, pues no existían los medios com- putacionales que hay en la actualidad y como él tenía fama por su destacada habilidad en el cálculo de tarifas, lo cual le permitía superar a sus competidores, ella debió seguir sus pasos. Tuvo que entrenarse en mecanismos y técnicas inte- lectuales, aplicadas luego para lograr con fluidez las metas exigidas. Así, consiguieron aumentar de manera considera-

ble la cartera de clientes importantes.

Hace una pausa y siente que el estómago se le aprieta un poco. Estos pensamientos la han llevado a recordar su reciente fallecimiento. Y recuerda a su esposa, Petra, con quien mantienen amistad hasta hoy.

Por su mente pasan, también, hechos de juventud rela- cionados con “el corazón”. Aunque tenía cierto compromiso amoroso, conoció a un emigrante alemán llamado Johann Böck, once años mayor que ella, entusiasmado a tal punto con su belleza, simpatía y genio, que la persiguió sin tregua, hasta lograr que pusiera en tela de juicio su relación con el otro pretendiente y le pidiera un receso, lo que él aprovechó para atacar con nuevos bríos.

Así fue como de repente se encontró junto a una nueva pareja, que no demoró mucho en proponerle matrimonio; sin embargo, supo hacerse de rogar durante varios meses, hasta que consideró conveniente dejarse convencer. Y una


vez casada, como lo hacen miles de mujeres, dejó atrás la opción de una prometedora carrera profesional, para dedi- carse en pleno a la familia, lo que le proporcionó muchísi- mas satisfacciones y plenitud.

Piensa en Hans y recuerda la expresión que tenía poco antes de salir de la casa. Han pasado los años y lo encuentra igual de apuesto. Además, ha sido un buen compañero. Comprensivo, luego de ceder a su ímpetu de volar, terminó por apoyarla sin restricciones. Y lo demuestra a diario, en público, cuando pregona cuánto la admira y habla sobre la confianza ilimitada que tiene en sus capacidades.

Su gratitud hacia él aumenta, en consideración a que su esfuerzo y flexibilidad han sido determinantes en la libertad con que ella puede desarrollar sus actividades.

El padre de Hans falleció a comienzos de la segunda guerra mundial, cuando apenas tenía ocho años y era el mayor de cuatro hermanos. Desde entonces ha conocido el esfuerzo y, luego del trabajo de toda una vida, en el año 1996 pudieron adquirir el veloz y complejo monomotor Bonanza, que muy seguido los lleva a recorrer hermosos lugares.

Regresa a sus primeros tiempos de matrimonio:

Mientras los niños fueron chicos, estuvo siempre cerca de ellos, pero al mismo tiempo no dejó de lado sus propios intereses. Asistió a cursos de literatura en francés y alemán e hizo clases particulares de idiomas en su casa. Como era inquieta, agregó a esas actividades un particular interés por el paisajismo y también comenzó a pintar en óleo bajo la tutela de un excelente pintor. Algunos de sus cuadros deco- ran hoy parte de su casa y muchos otros descansan, en cali- dad de regalo, sobre los muros en los hogares de familiares y buenos amigos.

Hace dieciocho años decidió buscar un trabajo de medio tiempo y fue contratada por el dueño de la librería Eduardo Albers para ayudar en la venta y reposición de textos inter- nacionales.

Apenas llevaba algo más de tres años en esta actividad, cuando inició su curso de vuelo y con ello comenzó a hacer realidad el sueño de su vida: ser piloto. Entonces tenía 46


años. Hoy, a los 62, es un ejemplo vivo de que la juventud se lleva en el cuerpo durante toda la vida. Muchas personas deben sacar de aquí una enseñanza y cumplir con sus sue- ños, sin importar qué tan difíciles parezcan.

La Travesía 2004, de alguna manera ha sido el broche de oro para consolidar su carrera de aviadora, con lo cual las vein- ticuatro horas del día no le alcanzaron y tuvo que renunciar a la librería, guardando para siempre en su corazón aquellos her- mosos tiempos y las personas con quienes se relacionó.

Desde lo más profundo de su ser agradece a todos los instructores que le enseñaron a volar y a perfeccionarse en múltiples tipos de avión. Los conocimientos acumulados sumados a las diversas experiencias practicadas en su vasto aprendizaje le permitieron junto a su gran amiga María Eliana, asumir la responsabilidad de un vuelo trascendental como fue esta Travesía. Ahora quiere devolver la mano y se ha puesto como objetivo inmediato entregarse a la forma- ción de nuevos pilotos, lo que ya desarrolla en plenitud como instructora de vuelo.

Con esto ha multiplicado los alcances de su pasión y goza la emoción de traspasar sus conocimientos y experien- cia, a medida que sucede la magia de que con su apoyo otras personas aprenden a pilotear.

Ahora están lejos esos tiempos de niña sobreviviente a la segunda guerra mundial, castigada por una quebrantada salud, con prolongadas estadías en hospitales infantiles, haciendo descomunales esfuerzos para no quedar atrás en los estudios.

Hoy, gracias a la constante preparación física para des- arrollar su principal actividad y responder a la serie de contro- les físicos y de aptitudes, goza de una salud óptima. Además, está consciente de la importancia que tiene cuidar su templo del alma y el espíritu, por lo cual siempre se ha interesado en estudiar y desplegar las alas en busca de nuevos horizontes. Así, puede agregar a su currículum haber aprendido a bailar ballet clásico y jazz-dance, la práctica de la gimnasia rítmica y la obtención del título de profesora en yoga.

El tráfico es denso y el automóvil se desliza con lentitud.


Aunque sus sentidos están puestos en el manejo, queda espa- cio en su mente para que entren más imágenes de su niñez:

Muchas veces su madre le contó historias de su infancia, como cuando a los cuatro años, en circunstancias de la cruda realidad diaria, pensó en ayudar a aliviar tanta penuria. Partió al pequeño huerto que poseían junto a los de las fami- lias vecinas, circunscritos por los bloques de edificios que formaban un cuadrado en terrenos que antes de la guerra fueran espléndidos parques. Arrancó un nabo y corrió hasta la calle, donde comenzó a ofrecerlo a los transeúntes, a cam- bio de una moneda. De pronto un desconocido se detuvo y alargó su mano con ¡Oh, sorpresa! No era una moneda, sino un reluciente billete azul. Con él corrió hasta su hogar y subió las escaleras para entrar al pequeño departamento casi sin aliento, agitando en su manito el billete. Ya junto a Yvonne, se lo entregó con una graciosa parcimonia, manifes- tándole que desde ese momento y en adelante, gracias a tan importante venta, no sufrirían más carencias.

Penetran también a su mente diversos recuerdos de acti- vidades remuneradas que siendo colegiala desempeñó para ganar algún dinero y ayudar en la casa, además de ahorrar para comprar una bicicleta más nueva: recogió pelotas de tenis, repartió un semanario y entregas de la lavandería. Ríe al recordar aquel vehículo de dos ruedas con enormes canas- tos atrás y adelante llenos de paquetes, que apenas le permi- tían ver. También trabajó durante algunas vacaciones en cosechas de porotos verdes y frutillas. En otra ocasión fue de un domicilio en otro ofreciendo invitaciones para visitar un restaurante en el cual cierta empresa haría la demostra- ción de una forma para cocinar en un nuevo tipo de olla a presión...

Aprovecha la ocasión para recorrer la variedad de traba- jos realizados a la par de sus estudios superiores:

En Londres, por ejemplo, fue contratada por una bouti- que para ayudar en las ventas, los sábados por la mañana; en París, algunas tardes y los sábados, lo hizo, y muy contenta debido a su fascinación por los libros, en la “Librairie St. Germain” y en la librería americana “Brentano’s; en Madrid


fue secretaria e intérprete trilingüe; también recuerda el ins- tituto de idiomas “Practiphone”, donde se desempeñó como profesora de inglés, alemán y francés.

Sus pensamientos se hacen más profundos al evaluar su situación de entonces y compararla con la actual; cómo las escalas de valores cambian según las necesidades, sobretodo cuando no se manejan las circunstancias. Piensa en su abue- la Marie Yvette, quien nunca se conformó por haber queda- do en la ruina luego de pertenecer a una familia muy acauda- lada. Yvonne, en cambio, a pesar de la dramática pérdida de su querido esposo Bernard y de todos los golpes recibidos en el campo de concentración, con las grandes dificultades eco- nómicas sufridas durante la guerra y después, agradecía al Creador por haber conservado su vida y en especial la de su hija Madeleine.

Así, el espíritu de lucha de su mamá se centró en sobre- vivir y “poner buena cara al mal tiempo”, dejando aflorar su optimismo, impulsado por la alegría que le procuraba aque- lla única hija, que se convirtió en su razón de ser. La crió con firmeza, pero al mismo tiempo desplegó el amor mater- nal que a ella le negó el destino.

Para Yvonne la vida fue dura, con una madre que muchas veces usó la violencia como forma de imponer su voluntad, de manera que logró en ella una sumisión total. Para suerte de Madeleine, la suya no siguió esos pasos, pues desde siempre se juró que si era bendecida con hijos, los col- maría de amor, comprensión y justicia.

Incluso de adulta, Yvonne debió soportar maltratos por parte de Marie Yvette. Muchas veces tuvo que huir del huracán para cobijarse en casa de alguna vecina, tanto con Madeleine en brazos como después, ya mayor, de la mano y aterrada.

Por fin, cuando la niña cumplió los once años, tomó la decisión de abandonar aquel duro hogar. Era insostenible continuar viviendo con su madre, pues su agresivo compor- tamiento asustaba a la pequeña al punto que empezó a pre- sentar evidencias somáticas, con inexplicables y prolonga- das fiebres, en general muy altas.


Después de muchos exámenes y absoluta falta de diag- nóstico por parte de los médicos, en una de las estadías de la niña en un hospital infantil, apareció un psicólogo que pidió una entrevista con Yvonne para indagar sobre el ambiente hogareño que rodeaba a Madeleine.

Enterado de las circunstancias, el psicólogo no dudó en ser tajante:

-Aquí, usted tiene sólo dos opciones -le dijo-. Conserva a su madre y pierde a su hija o pierde a su madre y conserva a su hija.

Arrendó, entonces, una diminuta pieza en casa de una señora viuda, quien resultó ser una buena mujer. Muy reser- vada durante los primeros años, con el tiempo les tomó cari- ño y la relación se acercó al punto que Madeleine llegó a considerarla como una segunda mamá. Después, cuando ella se independizó, pasó a ser una gran compañía para Yvonne.

Se detiene en estas remembranzas y piensa en el curioso hecho de que con posterioridad, en cada país donde vivió, siempre hubo algún ser especial convertido en su confidente: su “mamá de repuesto”.

Mira el reloj y se alegra de haber salido de su casa con suficiente tiempo. Falta un buen rato para iniciar la presenta- ción. Con esa tranquilidad, la congestión no le molesta, más bien le gusta, pues le ha permitido rememorar gran cantidad de cosas que no tienen muchas oportunidades para aparecer. Así, se da la licencia de volver a meditar sobre su niñez. Aunque tenía algunas muñecas, más le gustaban los autos para jugar. Su entretención predilecta era salir a la calle y aprenderse los nombres  de  las  marcas,  con  lápiz  y  papel  en  mano. Aparte de los edificios y el huerto, el resto del terreno estaba abandonado y entre la maleza crecían algunos árboles y arbustos. Era un lugar ideal para jugar y encaramarse.

También ella lo usó en muchas oportunidades para retirarse a leer sobre alguna gran rama, lo más alta posible.

Su primera idea de una profesión para cuando fuera mayor la divisó alrededor de los cinco años: quiso ser cow- boy. Los adultos se reían con ella y le rectificaban que ten- dría que ser cowgirl.


A pesar de su vehemente abuela, de ser los “ojos de su madre” y de tener la tendencia a buscar una confidente “segunda mamá”, siempre tendió a la independencia. De hecho durante las vacaciones, a los dieciséis años, junto a tres compañeras de colegio y el hermano de una de ellas, apenas dos años mayor, hicieron en sus respectivas bicicletas la que hoy considera su primera travesía, para conocer el país en un “vuelo” que duró tres semanas. Recuerda sonriente las muchas veces que se arrancaron de su joven “chaperón”.

De improviso una pena golpea a la puerta de su men- te: se centra en Hans y su familia. Ha recordado a Ken... La llegada de un nuevo hermano para los niños, un peque- ño sano y alegre. Tenía un mes... Entonces, para que no se acostumbraran a tanta dicha, la vida lo arrancó de este mundo sin previo aviso. La muerte súbita le tomó en sus brazos y se lo llevó.

Los días, ensombrecidos a partir de entonces, cada vez se pusieron más negros.

Hans fue de la idea que Madeleine viajara a Berlín Occidental para visitar a su mamá y se ofreció para cuidar a los niños.

Ella aceptó; sin embargo, allá las cosas no fueron bien. Yvonne sufrió mucho con el reciente drama y ver a su hija tan afligida, sin poder ofrecerle consuelo. Pero lo peor sobrevino a las tres semanas de la muerte del pequeño Ken, pues el destino la enfrentó a otro de sus incomprensibles jue- gos: Yvonne tenía 58 años. De pronto, de manera fulminan- te, dejó de existir.

Al borde de la locura, después de los funerales regresó junto a Hans y los chicos. Ellos desplegaron todo su cariño para acogerla y con él se acompañaron en la pena que cada uno sufrió desde su propia óptica.

Poco a poco ella volvió a tomar conciencia de su tarea maternal y de la importancia que tenía estar presente para los demás hijos. Así, pudo reanudar su vida hasta volver a la normalidad. Un año más tarde percibieron la infinita bondad de Dios, con el nacimiento de una niñita...

Con una mano seca las lágrimas de su rostro, mientras


con la otra gira el volante hacia la derecha para entrar por una angosta calle. Sin notarlo, casi ha llegado a su destino. Unos metros más adelante cruza entre dos pilares y autorizada por el guardia ingresa al recinto para estacionar el vehículo.

Antes de bajarse contesta una llamada por el celular, se acomoda un poco el pelo, observa su rostro en el espejo y repasa el color de sus labios.

Saca de la cajuela su chaqueta de piloto y se la pone.

-¡Ahora sí! -exclama-. ¡Estoy lista!

Los ojos buscan entre los autos aparcados, hasta que distinguen el de María Eliana. Entonces mira el reloj y apura el paso, mientras contesta el teléfono, que ha vuelto a sonar.











Reminiscencias desde Arica

Lima - Arica



Han pasado raudos los días. Apenas creen estar otra vez en medio de la vorágine que significan sus actividades labora- les, a las cuales han agregado el trabajo en conjunto para entregar su mensaje de liderazgo empresarial a diversas orga- nizaciones. Esto hace, sin duda, que el viaje se acerque a ellas y lo revivan. Por ello no es raro que les parezcan tan próximas las casi cuatro horas y media de vuelo entre Lima y Arica.

Traían el pecado de no acceder a la última propuesta de la Fuerza Aérea, que sugirió cambiar su arribo a Iquique como primer punto de ingreso a Chile y después del 21, para no coincidir con las actividades oficiales propias de esa fecha. Pero Madeleine tenía una poderosa razón para aquella negativa: iniciada la planificación de la Travesía, sus amigos pilotos organizaron con la FEDACH, en el Club Aéreo de Santiago, un raid para ir a recibirlas en gloria y majestad.


Era una decisión complicada, pero para ella primó el esfuerzo que significaba movilizar esa gran cantidad de pilo- tos y aviones hacia un destino tan lejano de Santiago como Arica. Y la fecha debía ser el 21, para que los participantes aprovecharan el feriado que caía en día viernes.

Por su parte, María Eliana era partidaria de considerar la propuesta de los uniformados, convencida de que la insisten- cia de Madeleine por no llegar unos días después tenía mucho que ver con la renovación de su licencia, aunque ésta venciera recién el día veintinueve. En todo caso, en favor de su amiga evaluó cómo le afectaría a dicha ciudad ser cam- biada por Iquique, después de haber anunciado todo el tiem- po que su puerto de entrada a Chile sería Arica.

Acostumbrada a analizar sus conductas y las de quienes la rodean, sin perder de vista el fin último que se persigue, estuvo dispuesta a ceder. De paso valoró el trabajo interior realizado durante la Travesía, en especial con su ego, así como el gran despliegue de paciencia para no hacer cortocir- cuito. Pero también asumió que ese fuerte carácter de Madeleine la hacía confiable. Suma y resta, resultaba ser una excelente compañera de viaje. Algo recíproco, pues a pesar de la diferencia de temperamentos y costumbres de vuelo, a Madeleine tampoco le cabían dudas de volver a ele- girla como compañera. En pro del mutuo afecto y la búsque- da de cualquier otro logro excepcional, estaba dispuesta a demostrar la misma disposición de adaptación.

No resultó fácil mantener una empresa de este tipo durante setenta y seis días. Presionadas por diversas varia- bles como el constante peligro, alojar casi siempre en la mis- ma habitación y el hecho de no pilotear ambas, necesitaron grandes cuotas de tolerancia; sin embargo, su capacidad para trabajar en equipo les permitió hacer todo lo necesario para alcanzar el éxito.

Con posterioridad han revisado el asunto y están de acuerdo con que en otra ocasión plantearán algunas cosas fundamentales de manera diferente.

Luego de la situación vivida al llegar a tierra peruana y las más de cuatro horas que al día siguiente las demoraron


para salir del aeropuerto de Lima, debiendo presentar un cúmulo de papeles y fotocopias, algo hasta entonces inédito en el viaje, tuvieron un trayecto tranquilo, donde hubo mucho espacio para dejar volar sus recuerdos sobre España y Suiza.

La estadía en Suiza fue bastante más larga de lo presu- puestado, debido al cambio de planes para el regreso.

Madeleine rememoró la sugerencia del Comandante en Jefe de la FACH, que a ojos de María Eliana, más bien era una orden. Condición que, en todo caso, ambas tomaron con dignidad e inteligencia.

Sucedió durante su estadía en España: basado en la opi- nión de los ingenieros aeronáuticos, consideró imprudente que se arriesgaran de nuevo en un trayecto tan largo sobre el Atlántico Sur y exponer la sufrida estructura del avión y la firmeza del estanque interior a los posibles estragos de la ITCZ. Cumplida su hazaña era razonable revisar otra ruta para el regreso y aunque a las pilotos la idea les agradó, su amor propio las inclinó a protestar.

También se barajó la opción de un avión Hércules C- 130 para el Julie y dos tickets en una línea aérea para ellas.

De mutuo acuerdo escogieron la primera propuesta, pues... ¿Qué capitán abandona su nave? No les pareció correcto dar la espalda al pequeño avión, luego de haberse portado tan bien.

Para ambas, toda aventura está inserta en un marco de nobleza y valentía; de lo contrario pierde su encanto y tam- bién el sentido de llevarla a cabo. Como más adelante le confidenciara a Madeleine el intrépido piloto venezolano del liviano trike, Omar Contreras, el lema de su mejor amigo ya fallecido: “Conquistar sin riesgo es triunfar sin gloria”...

“¡Qué cierto!”, piensa cada vez que lo recuerda.

Escogida la primera opción, se hicieron a la tarea de diseñar su nueva ruta, con el consecuente trabajo que ello implicaba, pues tendrían que hacer un sin fin de nuevos pre- parativos y trámites. Aunque significaba más trabajo, tiempo y dinero, a la voz de la prudencia estuvieron dispuestas, acostumbradas a pensar en el poco sentido que tenía una


vida sin complicaciones que resolver.

Luego de muchos análisis y cálculos, decidieron viajar vía Norteamérica y planearon el nuevo trayecto por el Círculo Polar Ártico, pasando por Escocia, Islandia, Groenlandia, la costa Éste de Canadá, Estados Unidos, Nicaragua, Panamá, Ecuador, Perú y así llegar a Chile por Arica.

Pero no sería simple, con innumerables vericuetos anda- dos y desandados para afinar su camino de vuelta.

El mayor escollo fue que al entrar en su propio avión a cielos estadounidenses no les servía la visa normal y tendrían que solicitar otra, que no era fácil de conseguir por la enorme reticencia de ese país a otorgar este tipo de autorización, des- de el detestable ataque a las torres gemelas; sin embargo, especialistas en poner en práctica la solidez de su actitud mental positiva, tan importante para crear recursos, se dieron a la tarea de lograrlo, para lo cual comenzaron por hablar con la Embajadora de Chile en Suiza.

Ese martes, Madeleine fue a buscar a María Eliana a Cossonay, a la casa del hijo, en un auto que, para cubrir aquellas grandes distancias, había arrendado Hans antes de irse. Luego de tomar un café con la nuera, acompañadas por los nietos, partieron a Ginebra para encontrarse con el Embajador Juan Martabit en la representación chilena ante las Naciones Unidas en esa ciudad, sorprendidas una vez más con la ley de las coincidencias, pues encontraron la calle sin necesidad de buscarla, por casualidad y de inmedia- to, como si alguien las guiara por arte de magia.

El Embajador las llevó a la sede principal, donde fueron recibidas por el Subsecretario General y Director General de Las Naciones Unidas en Ginebra, cargo que por tradición ocupa un ruso, en este caso Sergei A. Ordzhonikidze. Resultó ser una persona muy amable que las felicitó por su acción, que consideraba un gran ejemplo en pro de la paz.

Con Juan Martabit regresaron a su oficina y, de allí, ellas continuaron camino. Como faltaba una hora y media para su siguiente compromiso, decidieron ir a tomar un café y echaron otra moneda en el parquímetro.

Sin proponérselo, otra vez fueron dirigidas por la mano


mágica. Llegaron al “Café de Soleil”, aún cerrado, pues a pesar del nombre era restaurante. Se miraron sorprendidas al descubrir que estaban precisamente donde habían quedado de juntarse más tarde con sus anfitriones. Muertas de la risa cruzaron la calle para tomar la taza de café y comer un trozo de kuchen.

Madeleine llamó por celular a Jean Michel Karr para contarle acerca de tanta casualidad y acordaron encontrarse en el estacionamiento del restaurante.

Y de una historia sale otra, porque no pueden dejar de recordar tantas situaciones asociadas: el Café de Soleil tiene un chef experto en la preparación de diversas clases de fon- due. Lo inusual es su nacionalidad colombiana y la peculia- ridad de su situación legal.

En cierta oportunidad le llegó una orden de extradición y fue devuelto a su país de origen. Lo increíble es que sus clientes, encantados por la maravillosa mano para preparar aquellos deliciosos platillos suizos, protestaron arguyendo razones humanitarias respaldadas por una cantidad impor- tante de firmas. Fueron tan insistentes y convincentes que el sudamericano pudo regresar a Ginebra con su situación del todo legalizada.

Los aviadores llegaron puntuales. Eran interesantes per- sonajes admirados por ellas, al punto de sopesar significati- vamente sus opiniones.

Acompañaban al matrimonio de la iniciativa, formado por los pilotos Maîté y Jean Michel, su homólogo escandina- vo Flemming Pedersen y Ángela, su esposa, de nacionalidad británica, ambos residentes en Suiza. Él, entre su anecdota- rio registraba una vuelta alrededor del mundo en un pequeño avión Mooney, de características similares al Julie, incluida dos veces la ruta entre Suiza y Brasil, la misma hecha por nuestras dos aviadoras, sólo que prefirió acortar en 2 horas el tramo y aterrizó en la isla Fernando de Noronha.

Estar con él en persona fue para ellas muy emocionante, puesto que entre los antecedentes estudiados durante los nue- ve meses previos a la Travesía, estuvo la información recopi- lada de su página web, relacionada con rutas, velocidades y


una serie de otros datos que les resultaron muy útiles.

Lo habían conocido al llegar, en la conferencia de pren- sa, y ese restaurante fue el lugar perfecto para entablar una conversación desbordante de interesantes consejos y emo- cionantes historias.

El otro comensal era Richard Carrupt, piloto de una línea aérea suiza, además controlador aéreo e instructor.

Conversaron diversos temas y, por supuesto, atrapados por la Travesía cayeron en el viaje de regreso a Chile.

Con sólidos argumentos, los integrantes de la mesa con- vinieron en que esa época del año no era adecuada para hacer la ruta del Círculo Polar Ártico y les sugirieron hacer- lo por el Atlántico Medio, por las islas Azores, dejándolas casi convencidas.

Al despedirse fueron cálidas para agradecer su presen- cia, en especial la de Pedersen, conscientes que debía madrugar para volar en viaje de negocios a New York. Así y todo, se había dado el tiempo para acompañarlas.

Alojaron donde los Karr y al día siguiente tomaron la autopista, invitadas por la Embajadora de Chile en Berna.

-Luego de su Travesía, imagino que les será fácil dar con mi casa -dijo ésta a Madeleine en tono festivo, cuando cerca de la ciudad se comunicó por teléfono para pedirle algunas señas de cómo llegar.

Almorzaron con ellas el Agregado Cultural de la emba- jada y el Cónsul. También Rodrigo, el hijo de María Eliana, gentilmente convidado por la diplomática.

Para las aviadoras eran muy importantes las noticias que la Embajadora pudiera tener respecto a las diligencias que se había comprometido a hacer para ayudarles con las visas para entrar a Estados Unidos. Y resultó que las nuevas no eran buenas, pues Madeleine tendría que solicitar la suya en Alemania. Por otra parte, entre la entrevista, la aprobación y su entrega, la demora era de cinco semanas.

Esto hizo que la balanza terminara de cargarse a la idea de evitar territorio estadounidense.

Volvieron a estudiar la posibilidad de regresar de Suiza a Portugal y continuar por las islas Azores, Santa María y la


isla Flores, donde verificaron la inexistencia de avgas, así como de una Oficina de Inmigración, situación similar a la que encontraron en la isla Fernando de Noronha como posi- ble alternativa a Natal.

Barajaron la posibilidad de conseguir permisos especia- les y llevar la bencina en un barco desde Santa María. Trazaron la ruta por Las Azores a Terra Nova, St. Johns, en Canadá. Después, para evitar el paso por Estados Unidos, proyectaron hacer escala en Bermudas, donde también habría que averiguar sobre la existencia de combustible, que en el directorio de aeropuertos y FBO de Madeleine, apare- cía como no disponible. Y todo sobre agua hasta Bahamas y luego República Dominicana.

De vuelta en el departamento, se avocaron a la tarea de reorganizar el regreso.

Las llamó Tito Guttman, quien desde Alemania gustoso les dio la nueva ruta, pues estaba completamente de acuerdo con el cambio. Averiguó en Internet las distancias y los tiem- pos según las velocidades entregadas. Además, les pidió que le devolvieran por correo aéreo urgente algunas cartas aéreas de las que él mismo les entregara en el aeropuerto de Ginebra, para cambiarlas por las que ahora necesitarían.

Tito se transformó en cliente habitual de la tienda de pilotos, ubicada a bastante distancia de su casa. La señora encargada, muy comprensiva y amable, entendió todas las explicaciones que le proporcionó sobre el dilema de las aviadoras. Así, logró llevar el nuevo paquete de cartas al correo y lo mandó de inmediato. Éstas demoraron tres días en llegar desde Frankfurt al pequeño pueblo en Suiza.

También Jean Michel les colaboró con lo de las islas Azores y desde Ginebra les dictó una serie de datos por teléfono.

Las llamó el Agregado en Londres, lo que hacía con amabilidad casi todos los días y le informaron la decisión de cambiar la ruta.

Por encargo de su Comandante en Jefe les ofreció trasla- darse a Suiza, pero Madeleine declinó la gentil oferta, pues consideró que no había nada que realmente les pudiera aportar. El viernes dieciséis se levantaron a las seis de la maña-


na, tomaron desayuno y se aprontaron a recorrer las tres horas en auto que las separaba de Ginebra, para una serie de actividades que se iniciaban con la visita organizada por Jean Michel a la oficina central de la Organización Mundial de Meteorología (OMM), ubicada en un edificio tan grande como el de las Naciones Unidas.

Este organismo fue el que asesoró en la meteorología al piloto Piccard, cuando un par de años antes dio la vuelta al mundo en globo.

Guiadas a diversas oficinas, tuvieron la oportunidad de conocer interesantes trabajos de meteorólogos y sus equipos. Desde el último piso, ocupado por un autoservicio para los empleados y las visitas, apreciaron la hermosa vista sobre los jardines, el lago y las montañas, encantadas con la idea de almorzar ahí.

Después fueron al Aeroclub de Ginebra, donde Jean Christian Marti las esperaba para hacerles un recorrido por las instalaciones, en su calidad de socias honorarias. Pasaron por el área de esparcimiento, la oficina para hacer los planes de vuelo, los hangares, la escuela de vuelo, la sala con simuladores y la oficina de planificación, donde tuvieron la oportunidad de saludar a Arlette Borradori, pilo- to jefe del Aeroclub.

De ahí las llevaron a conocer el programa de prevención de colisión con pájaros, que María Eliana llama graciosa- mente “el espantapájaros del aeropuerto”. El encargado es un destacado ornitólogo que lleva treinta años en la materia y para cumplir con su cometido cuenta con un furgón com- pletamente equipado.

Madeleine recordó uno de sus tantos vuelos como azafa- ta. El destino era Nueva York y al hacer escala en Miami, un pájaro entró en la turbina del avión y despedazó el aspa. Al aterrizar le aseguraron que era imposible salir antes de cua- tro días y la autorizaron para ir a ver a un buen amigo en Carolina del Norte. Ella se puso feliz gracias al pájaro, a diferencia de la compañía y los pasajeros.

Uno de los peligros que a diario enfrentan los aviones, es la posibilidad de chocar con un ave. En aviones chicos y


medianos pueden destruir el plexi de la cabina de mando, con consecuencias fatales. En los jets, el riesgo mayor es que se metan entre las aspas de una turbina.

Son muy pocos los aeropuertos provistos de personal y un sistema para deshacerse de los pájaros, sin dañarlos, para no contravenir las normas y leyes que los protegen.

De ahí fueron al sector de los bomberos y el jefe hizo que uno de ellos se pusiera su traje especial para subir al carro más grande y recorrer el lugar jugando a echarle espu- ma a los aviones, incluido uno enorme en desuso, destinado a pruebas.

Mientras, el simpático piloto Philippe Chandelle filmó esta visita como lo hiciera con la conferencia de prensa. Todo quedó en un video editado con extraordinaria calidad, del cual el Aeroclub obsequió una copia a las aviadoras.

Después fueron a tomar café con Michel Favre, su Presidente, quien les prestaba el hangar de su avión particu- lar para que descansara el Julie.

Madeleine le preguntó si era necesario que lo sacara y él respondió que no, pues le estaban haciendo una reparación electrónica en otro lugar.

A ella le asaltó la duda de si era cierto o una gentil for- ma para no hacerla sentir incómoda por ocupar el privilegia- do lugar.

Después, Jean Michel y Maîté las guiaron hasta la ofici- na ARO, donde está la información de la meteorología. De ahí fueron a una de las dos torres de control (una se encarga sólo de los despegues y aterrizajes y la otra es para las apro- ximaciones) a mirar el trabajo de los controladores de tráfico aéreo, quienes estaban consternados por el asesinato de un colega, quien en circunstancias de estar con licencia médica por depresión, fue ultimado por un ciudadano ruso emparen- tado con uno de los deudos del choque entre dos aviones cerca de la frontera suizo-alemana, donde estaría comprome- tida su responsabilidad profesional...

El vuelo hacia Arica continuó con óptimas condiciones meteorológicas. Más aun, el sol les brindó un panorama espectacular, desde que comenzó a ponerse. Sus rayos obli-


cuos sobre las dunas producían un contraste magnífico con las sombras estiradas que dibujaban diversas figuras, mien- tras por el otro lado el horizonte parecía incendiarse a partir de un brillante tajo anaranjado.

Esto, junto con deleitarse del panorama, les permitió seguir con sus pensamientos puestos en Suiza y la planifica- ción del regreso.

Recordaron cuando el Coronel John Teare les comunicó por teléfono que según su libro de informaciones, en el tra- yecto por Bermudas tendrían problemas con el combustible, lo que sin duda, sumado a los datos en poder de Madeleine, las hizo repensar la posibilidad de hacer la ruta por el Círculo Polar Ártico.

Pero no transcurrió mucho tiempo y se desdijo, pues hizo algunas averiguaciones que indicaron la existencia, en todos los puntos, de bencina apta para el Julie. Sin embargo, el Agregado en Londres pronto volvió a llamar con una nueva información que esta vez era definitiva: sólo había combusti- ble para jet y entonces no era viable regresar por Bermudas.

Otra vez, entonces, retomaron la idea de Groenlandia y Estados Unidos, haciendo correr a Tito Guttman en Alemania. Se presentó en la tienda para apelar a la paciencia de la buena vendedora, pues las cartas devueltas tenían que ser ordenadas cuidadosamente en el lugar que les correspon- día dentro de las gruesas carpetas, en los archivos.

Con el nuevo set de cartas en su poder, volvieron a su actitud mental positiva y avisaron, entre otras personas, al ingeniero Jorge Traub, quien junto con los técnicos de ENA- ER y el personal de NIMBUS hiciera las instalaciones de los estanques adicionales y la presentación de las modificacio- nes del avión ante la DGAC. También a Jorge Montes, Presidente del Club Aéreo de Santiago. Este último se con- tactó con la Coronel Gwen Linde, Agregada Aérea de Estados Unidos en Chile, socia activa del Club Aéreo de Santiago, pues le gusta intercalar entre su actividad relacio- nada con aviones de combate, la emoción propia de los vue- los en monomotor.

Ella se comunicó de inmediato con las pilotos y conoci-


da de primera mano la situación, llamó a la Embajada de Estados Unidos en Berna, consiguiéndoles una entrevista para el viernes siguiente a las ocho y media de la mañana.

Allí nació la necesidad de otro gasto: con tantos e-mail urgentes de ida y vuelta, sumados a los diversos planes de vuelo y sus respectivas informaciones de meteorología, se les hizo imprescindible un computador, de manera que fue- ron a comprarlo a otro pueblo con más comercio.

El hijo de una familiar de Madeleine les ayudó con la instalación y los arreglos del PC, que a cada rato se caía. Así, pudieron hacer las gestiones vía Internet y averiguar más sobre las múltiples opciones.

La embajada les exigió algunos antecedentes y llevar una foto cuadrada de cinco centímetros, con fondo blanco, trabajo que curiosamente no pudieron conseguir en las pocas tiendas afines. Para no empantanarse en aquel detalle, com- praron cartulina y trataron de hacer un injerto que les resultó un desastre. Entonces continuaron la búsqueda, hasta ente- rarse de que existía un fotógrafo profesional.

-Necesitamos sacarnos una foto para unas visas...

-Ah, tamaño cinco por cinco...

Las aviadoras se miraron estupefactas.

-Y tiene que tener fondo blanco. No se preocupen, se las tomo y en un par de horas pueden volver a recogerlas. Sin entender, el hombre las vio lanzar una carcajada.

Pero la risa les duró poco, pues al llegar al auto, excedi- das del tiempo permitido por el parquímetro, habían sido infraccionadas con cuarenta francos.

El miércoles 21 de abril, luego de trabajar todo el día en Internet, fueron invitadas por los familiares de Madeleine a cenar en su casa. Al regresar, recibieron una llamada telefó- nica de Tito Guttman, quien les recomendó retomar la idea de volver por el Círculo Polar Ártico, ya que los tramos eran más cortos, mientras que por las Azores significaba hacer dos cruces sobre el océano que, aunque sin las inclemencias meteorológicas del Atlántico Sur, eran bastante largos. Además requerían la radio con HF para larga frecuencia y esta vez -hizo mención a la travesía del Atlántico entre Natal


y la isla de Sal- no les darían el permiso para volar transoce- ánicamente sin llevar una a bordo.

Con Internet a su disposición, pudieron verificar todos los días la climatología de los posibles lugares involucrados en su regreso. Un aspecto desalentador eran unos vientos feroces desde Gander hacia el Atlántico. Y en el vuelo por la ruta Azores-Canadá, la peor batalla se desataría durante la última parte: agotadas por el largo trayecto sobre el Atlántico Medio, enfrentarían vientos de 60 nudos, o sea, más de 110 kilómetros por hora, con nieblas costeras bajas.

De paso, el piloto Flemming, que desde su viaje a Estados Unidos se mantenía al tanto de sus planes, les envió un e-mail para recordarles su ofrecimiento de los trajes de inmersión exigidos por reglamentación internacional.

A la luz de todos estos antecedentes, el regreso por Estados Unidos se hizo inminente y, por tanto, necesario conseguir las visas.

El jueves a las dos de la tarde fueron a Morges, cerca de Ginebra, a una cata de vino presentada por un grupo de viñas chilenas, convidadas por el hijo de María Eliana. Como es enólogo, la Embajada de Chile en Suiza le había pedido que hiciera las presentaciones.

La Embajadora, que se trasladó desde Berna, les facilitó las cosas para su reunión al día siguiente, invitándolas para regresar con ella y alojar en su casa, a pesar de tener que salir por la noche a cumplir con un compromiso.

Tomaron juntas el desayuno a las seis y media y las aviadoras partieron a la embajada de Estados Unidos, donde les exigieron llenar un formulario que debían retirar en el correo por un costo de ciento treinta francos.

Por tener la nacionalidad suiza, en un par de horas auto- rizaron la visa para María Eliana. En el caso de Madeleine, insistieron que debía ir a Alemania y le devolvieron todos los documentos.

Al verse con ellos en las manos, fue tal su consterna- ción, que se quedó inmóvil y de sus ojos comenzaron a bro- tar lágrimas de incredulidad e impotencia.

El oficial la observó y un tanto confundido se ablandó:


-¿Sabe qué?, devuélvame los papeles, probaré otra cosa.

Hablaré de nuevo con mi jefe.

Al rato regresó con una sonrisa de oreja a oreja.

-Queremos demostrar que los norteamericanos somos buenas personas, así que también le otorgaremos la visa.

Ese marco dio pie para mostrarle un alto de información sobre la Travesía, incluido un reportaje publicado en la pren- sa estadounidense; sin embargo, al poco rato, sus resplande- cientes caras se opacaron.

-Pueden regresar el lunes a buscar sus visas -les informó con amabilidad.

-Pero estamos a tres horas de distancia y tenemos tanto que hacer -protestaron-. Hemos preparado un vuelo en pocas semanas, lo que en condiciones normales demora meses...

-Bueno -las interrumpió-, si no tienen inconveniente en esperar media hora...

-Con el mayor gusto -dijeron de inmediato, otra vez sor- prendidas, convencidas una vez más de que cuando se desea y se hace lo necesario, la puerta se abre por el lado menos pensado.

Mientras esperaban vieron salir a muchas personas: unas llorando y otras muy contentas. Era fácil hacer un recuento de los rechazados.

No pasaron más de cinco minutos y apareció el funcio- nario con sus documentos en la mano.

Apenas lo creían y de inmediato se fueron al mercado para almorzar. Como no les gusta la champaña, celebraron a la hora del postre, cada una con un wafle en la mano.

Al salir y recoger su automóvil, encontraron pegada al vidrio otra infracción de tránsito, también por cuarenta fran- cos. Esta vez por estacionar en zona residencial azul y no exhibir el cartón que les proveyó la arrendadora del auto...

Entre el rutinario trabajo y la inmensidad de recuerdos, luego de adquirir el cielo la hermosa variedad de colores y efectos que se producen al atardecer, las envolvió la noche, condición bajo la cual alcanzaron a volar durante casi dos horas.

El control de Arequipa quedó fuera de sintonía y avan-


zaron un rato sin comunicación. Casi una hora antes de ate- rrizar, la radio, luego de varias llamadas en vano, contestó y emocionadas escucharon el saludo del controlador chileno, desde Arica, quien de inmediato les leyó un comunicado ofi- cial del Comandante en Jefe de la FACH, a través del cual les daba la bienvenida a Chile.

El Julie sobrevoló en la oscuridad, por la aerovía, las arenosas tierras propias de las cercanías al Norte Grande de Chile. Sus rostros apenas eran capaces de contener las enor- mes sonrisas producidas por la alegría y la emoción.

Para efectuar la forma de gota previa al aterrizaje, se alejaron hacia el mar como si la oscuridad se las tragara y dieron la vuelta para enfrentar las luces del aeropuerto, inter- pretando los instrumentos en el panel y en base a la radio ayuda terrestre. Transcurridas cuatro horas y veinticuatro minutos de surcar aires sudamericanos, las ruedas del Julie tocaron suelo chileno.

La bandada de aviones provenientes del Club Aéreo de Santiago, incluidos algunos institucionales, era inmensa. Les pareció que podían llegar a cincuenta.

El recibimiento fue impresionante: igual que en Suiza, dos carros de agua cruzaron sus chorros sobre el Julie, y en este caso agregaron el ulular de las sirenas, lo que sin duda las hizo sentirse en una dimensión especial. Sus ojos llenos de lágrimas brillaron y durante algunos instantes se les entró el habla.

Fue uno de los pocos momentos en que María Eliana logró desprenderse del dolor en la columna. Aun así, al abrir la puerta puso los pies sobre el ala con sumo cuidado.

Proveniente de la negrura de la noche, escucharon por los parlantes del recinto las primeras voces de recibimiento.

Entre la multitud apareció Valentín y el corazón de María Eliana aceleró sus latidos. Fue un prolongado abrazo, como si trataran de acortar la distancia de aquellos dos meses y medio.

Madeleine saltó a la losa. Conmovida vio aquel memo- rable gesto de amor y con sus nerviosos ojos buscó entre la gente, impresionada al ver a tantos amigos, entre ellos una


cantidad increíble de aviadores que se acercaron a recibirlas con abrazos y besos. También vio un grupo de pilotos de la Fuerza Aérea venidos desde Iquique y a diversas autorida- des, entre ellas el Gobernador y el Alcalde de la ciudad, quien las condecoró como visitas distinguidas de la Ilustre y Real ciudad San Marcos de Arica.

Apareció el piloto venezolano Omar Contreras, que más temprano había aterrizado en su trike -una aeronave descu- bierta más liviana que un ultraliviano-. Él también estaba haciendo su propia hazaña. Al acercarse por los cielos, impactado vio la muchedumbre y pensó que lo esperaban por alguna gestión de su agencia promotora.

¡Oh, sorpresa! No era a él. Justo estaban por llegar las famosas aviadoras. Atrapado por los brazos de la solidaridad que envuelven a los pilotos, se quedó a esperarlas y lo con- vidaron a la cena de recibimiento en el Hotel Arica, donde ellas alojarían como invitadas especiales.

Al día siguiente fueron al aeropuerto para despedir a Valentín y a los amigos pilotos del raid, quienes regresaron juntos al aeródromo de Tobalaba.

Luego de verlos despegar, decidieron cargar combusti- ble y dejar el avión listo para su partida. Cuando pretendie- ron pagar con sus tarjetas de crédito, “mostraron la ojota”, como dicen en el campo chileno, pues la de Madeleine esta- ba saturada y la de María Eliana le permitió retirar del cajero automático sólo veinte mil pesos, marcando un contrapunto increíble con su hazaña y aquel magno recibimiento. Se miraron en busca de una solución para conseguir el dinero y María Eliana recordó a su gran amiga Fresia Cabellos, quien sin dudar les prestó lo necesario.

Luego de un día de paseo y tranquilidad, a la mañana siguiente se alistaron para iniciar su último tramo.

Antes de despegar conocieron otro aventurero que daba la vuelta al mundo en un monomotor, aunque bastante más moderno y sofisticado que el Julie. Dotado de una potente turbina, tenía cabina presurizada y estaba preparado para volar entre hielos. Era un magnífico Pilatus, deseo escondi- do de todo piloto.


Ellas recorrieron con sus ojos y las manos aquella belle- za. Al hacer él lo propio con el Julie, quedó atónito al ver el pequeño avión en que ellas viajaban, más aun, cuando se enteró de la magnitud del trayecto. Entonces, no pudo evitar expresarles su admiración.

Un cuarto de hora después que él despegara hacia Lima, ellas se elevaron para continuar en vuelo directo a Santiago. Tenían por delante casi siete horas con excelentes informes meteorológicos.

María Eliana se permitió la licencia de recordar esos días en casa de su hijo en Suiza. Allí aceptó lo mal que se sentía y él la llevó a un servicio de urgencia en Laussane. La dejaron inmovilizada durante tres días, con fuertes calman- tes y antinflamatorios.

También meditó respecto a su gran capacidad para tole- rar el dolor y mirado desde el punto positivo consideró su niñez y a su madre como entrenamiento para cumplir con los compromisos adquiridos. Nunca se hubiera perdonado abor- tar aquella hazaña por culpa de un sufrimiento físico.

Esto la condujo a recordar cómo le había afectado el frío del Ártico. Pese a ello desbordaba, igual que Madeleine, ale- gría y emociones agolpadas con mucha fuerza.

Ambas estaban deseosas por reencontrarse con la losa del aeródromo Tobalaba.






La ley de Murphy en acción

Panamá - Guayaquil - Lima




El motor ronroneaba y el Julie, deslizándose, parecía un orgulloso halcón de vuelo tan alto como el sueño de sus pilotos.

Por primera vez conversaron respecto a los sucesos ocurridos entre Panamá y Perú:

En la lluviosa losa panameña las esperaba una ingrata situación, pues para ser trasladadas del avión a las oficinas les trataron de cobrar una descomunal suma a punta de palabrería. Era personal de una empresa de Handling -espe- cializada en resolver los trámites para pilotos en tránsito-. Un servicio muy cómodo, pero inalcanzable para ellas por su elevado costo.

En busca de la forma para zafarse, divisaron una pareja


con sendos ramos de flores en las manos, que les pareció familiar: eran el Embajador de Chile en Panamá y su señora. Al mismo tiempo aparecieron dos canales de televisión y diversos medios de prensa que las rodearon y alejaron del lugar. De reojo comprobaron que los agentes de la empresa Handling las observaban. Supusieron que estarían intrigados por tan inusual movilización de autoridades y medios, agra- decidas por no haber tenido que pagar aquel elevado monto.

Pablo Torrealba, hijo de una querida amiga de María Eliana, las acogió junto a su familia en su departamento y las invitaron a cenar en un restaurante típico. Las cariñosas hijas del matrimonio les cedieron su dormitorio, de manera que durmieron en dos pequeñas camas, rodeadas por muñe- cas, peluches y el peculiar aroma que emana de la infancia.

En la mañana llegaron al aeropuerto y después de dos horas de burocracia, consiguieron ser trasladadas por personal aeronáutico hasta su avión. Despegaron y se repitió la varie- dad de climas. Justo antes de cruzar el canal de Panamá, lamentaron la aparición de unos cúmulos de nubes que no les dejaron ver el tráfico marítimo. Madeleine siguió levantando la nariz del Julie y por fin salió a cielo descubierto.

En el último punto de notificación, antes de estar próxi- mas a Guayaquil, recibieron una gran alegría desde un avión de Lan Chile que había escuchado a Madeleine dar su posición. Su tripulante y amigo Hugo Concha, les dio una efusiva bienvenida por la frecuencia radial.

En la tarde, aún con luz, aterrizaron con tanta lluvia como en Managua y Panamá. Detuvieron el avión en las instalaciones del club aéreo, a pesar de tener también el ofrecimiento de estacionar en el recinto de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, pero Ronny Rehpani, a quien Madeleine cono- ció cuando hizo su curso de vuelo en Chile, les había conse- guido alojamiento bajo techo para el zamarreado Julie.

Sobre la losa las esperaba, además, una multitud de amigos, periodistas y pilotos.

Ronny se había esmerado en prepararles un recibimiento acorde con la hazaña, para lo cual intercambió con ellas corre- os electrónicos desde que llegaron a Canadá. En el área del


Club las sorprendió con una concurrida conferencia de prensa Llamó la atención de las aviadoras que los pilotos civi-

les estuvieran uniformados, todos con camisa blanca y gra- dos sobre los hombros. De inmediato Helga, amiga de Madeleine por casi 40 años, les entregó unas barritas para poner sobre las hombreras de sus chaquetas.

Ella y su esposo Franz Moser las acogieron en el Hotel Hilton Colón del cual él es Gerente General, demostrándo- les una vez más su amistad. El lugar contribuyó con el aus- picio de brindarles alojamiento y alimentación. Además, llamaron a Hans y le ofrecieron su apoyo para reunirse una vez más con Madeleine.

Franz y Hans son amigos desde antes que cada uno conociera a sus respectivas esposas, mientras que ellas tra- baron amistad en las alas de Avianca.

Como las aviadoras quedaron en habitaciones separa- das, Helga, en un tierno gesto, dejó en la de María Eliana un hermoso ramo de flores que incluía una gentil tarjeta con palabras de bienvenida.

El matrimonio las invitó a cenar en su departamento dentro del recinto del hotel y él para agasajarlas, las deleitó con su arte culinario. Después Helga acompañó a su amiga al cercano aeropuerto para recoger a Hans.

Por la mañana prosiguieron las entrevistas. La primera fue en televisión, muy temprano, a eso de las seis. En el traslado las interceptaron automóviles de otros canales y diversos medios. Durante la Travesía se acostumbraron a causar revuelo por donde pasaban, por lo cual no se sintie- ron incómodas con la falta de privacidad.

Entre cámaras y periodistas apareció el Coronel del Canto, Agregado Aéreo de Chile en Ecuador, con quien almorzaron. Comisionado por el General Sarabia, las enteró que debido al cambio de planes en Managua, desde donde partieron un día antes de lo programado, produjeron un des- encuentro con el oficial designado por el alto mando naval de Panamá para atenderlas, quien llegó a buscarlas al otro día, poco antes de su partida.

Además les retransmitió la sugerencia hecha por su


General de no llegar a Chile el 21 de mayo, pues considera- ba inapropiado interferir con las fiestas navales inherentes a ese día, en que el país celebraría el heroísmo de su prócer Arturo Prat. Les hizo presente la invitación de la Fuerza Aérea del Perú para quedarse hasta el veintidós, lo que incluía todos los gastos, incluso el combustible, y les propu- so que de ahí volaran hasta Iquique para recibirlas con todos los honores en la sede del grupo de la FACH, donde descansan los Mirage y los F-5.

La planificación original consideraba volar directo entre Guayaquil y Arica en un prolongado trayecto de 1.243 millas náuticas, sólo 296 menos que en el cruce del Atlántico Sur, lo que suponía volver a usar el estanque inte- rior y afrontar interminables horas sentadas en el minúsculo espacio de la cabina. Pero en una evaluación posterior deci- dieron que era aconsejable hacer una escala en Perú. “Nos merecemos una tregua” se dijeron. Sin embargo, entre las dos alternativas de aeropuertos internacionales, Lima y Trujillo, Madeleine eligió la segunda opción, pues durante unos vuelos ferry que le tocó hacer se percató de las enor- mes diferencias entre uno y otro: como regla general, Trujillo goza de sol durante 350 días al año y el volumen de tráfico aéreo es mínimo. El recorrido entre aeropuerto y ciu- dad es corto y el lugar luce una hermosa plaza central con un acogedor hotel. Además, las dependencias de aduana e inmigración permiten ejecutar con fluidez los trámites para entrar y salir, pues su personal se esmera al máximo en demostrar su eficiencia. En cuanto a la pista de aterrizaje, es larga y está muy bien ubicada, en la playa, sin obstáculos en la aproximación desde el mar.

En cambio en Lima es al revés: por lo general tiene mucha niebla y el movimiento de aviones es infernal. Como en toda metrópoli, las distancias son prohibitivas para una persona de paso y las oficinas donde ejecutar los trámites de llegada y salida están siempre sobrecargadas.

Luego de analizar la sugerencia de aterrizar en Lima, atrasar en un día el regreso y entrar a Chile por Iquique, Madeleine planteó que sólo estaría dispuesta a ceder si su


elección de Trujillo y mantener la fecha de arribo a Arica afectaba las relaciones políticas entre ambas Fuerzas Aéreas.

El Agregado Aéreo consultó y la respuesta fue que no; sólo que les gustaría, pero era decisión de ellas.

Entonces quedó elegido Trujillo y dejaron Lima como aeropuerto alternativo, aunque por la lógica climática era casi imposible que lo usaran.

El miércoles después de almuerzo María Eliana conce- dió una entrevista telefónica a Tomás Cox, quien la llamó desde su programa de radio en Chile. Desde los inicios de la Travesía lo había hecho varias veces, entrevistándolas a ambas del mismo modo. Más tarde el hotel habilitó una sala para realizar un programa de televisión con ellas, conducido por la reconocida reportera María Sol Galarza, una buena amiga de Helga Moser.

Después, con el joven piloto chileno avecindado en Ecuador, Jean Paul Lasere, acompañados por su esposa, recorrieron la hermosa parte nueva de Guayaquil. Madeleine y Hans cenaron con Helga, Franz y Ronny, quien les regaló una muy buena recopilación de las entrevistas y los reportajes, grabados por él mismo.

Al día siguiente Jean Paul, al tanto de las dificultades económicas que atravesaban, entregó a María Eliana un sobre con una contribución de cien dólares para los gastos de combustible, delicadeza que las aviadoras agradecieron de corazón.

Junto a los directores del Club Aéreo, el Agregado Aéreo, otros amigos, autoridades, algunos chilenos resi- dentes y por supuesto Hans y Helga, las despidió en el aeropuerto.

En la oficina ARO, al verificar la meteorología y los notams, Madeleine se topó con dos sorpresas: una, en la hora actual, Trujillo presentaba cielo parcial a 300 pies y cubierto a 400, 2.500 metros de visibilidad horizontal,

+15°C de temperatura ambiente / +15°C de temperatura de rocío. La Ley de Murphy: el asoleado Trujillo con niebla...

“Bueno, de aquí a que lleguemos va a mejorar” se con- soló la piloto.


La otra información decía que la trayectoria de planeo estaba fuera de servicio. Es una de las componentes del complejo sistema instrumental instalado en tierra y que tie- ne su contraparte reflejada en el panel del avión. Significa que los mínimos de altitud a los cuales el avión puede des- cender, según su carta de instrumentos, están más altos. Por este tipo de situaciones resulta relevante informarse bien de los notams para no apoyarse en alguna radioayuda inexis- tente por mantenimiento u otras causas.

Operativas las demás componentes del sistema, es posi- ble efectuar esa aproximación por instrumentos o elegir otra cualquiera, como una VOR/DME, simple VOR, una NDB... La decisión es de quien pilotea. Siempre existen varias con diferentes requerimientos para las pistas importantes.

En este punto mínimo del descenso el piloto tiene que ver claramente la pista, sus luces o marcas. En caso negativo inicia de inmediato el procedimiento de aproximación frus- trada, impreso en la misma carta de aproximación. Es una maniobra segura, predeterminada para ser ejecutada con cero visibilidad, que garantiza no toparse con algún obstáculo.

Despegaron con destino a Trujillo, conscientes de haber perdido todas las regalías ofrecidas por la Fuerza Aérea del Perú. Decisión que involucró, además, a una serie de perso- nas que las esperaban en esa ciudad, entre éstas Lissa Palacios, señora del cónsul de Chile en Lima, y el Coronel Ricardo Gutiérrez, Agregado Aéreo de Chile en Perú, quie- nes debieron dar excusas por no participar en una fiesta organizada por la marina, para trasladarse por tierra durante ocho horas desde Lima.

Una hora antes de arribar, el controlador irrumpió en la radio del Julie para informar que Trujillo estaba con niebla baja, por lo que debían pensar en el aeropuerto de alternativa.

-Haré un intento -comunicó Madeleine una vez que lle- garon a las cercanías del aeropuerto. Había preparado a conciencia el procedimiento en las cartas, delante de ella, sobre la caña, como en todas las demás aproximaciones por instrumentos que hiciera en la Travesía.

Informó de los procedimientos a María Eliana y agregó:


-Si realmente quedamos en la altitud mínima sin visibi- lidad, no reconociendo luces ni marcas de pista, haremos el procedimiento de frustrada publicada para dirigirnos inevi- tablemente a Lima.

De inmediato suspiró, pues aparte que ese aeropuerto no era de su preferencia, le pesó el esfuerzo desplegado por el Coronel Gutiérrez y la amiga de María Eliana, quienes para recibirlas habían hecho el sacrificio de aquel largo e incómodo viaje.

A Lima Madeleine le tiene cariño, pues con su familia vivieron allí ocho felices años, viajaron por todo el país y siempre encontraron gente muy acogedora. Incluso aún uno de sus hijos trabaja ahí. Además, reside en el lugar un grupo de excelentes amigos... Pero el aeropuerto es otra cosa.

El controlador comunicó que un avión comercial aca- baba de frustrar después de haber hecho el descenso para aterrizar.

-Bueno, lo mismo tendremos que hacer nosotras des- pués de verificar la imposibilidad -dijo Madeleine. Dado que la niebla y las nubes no son estáticas y se pueden correr, persistió en la idea de efectuar el intento.

María Eliana la observó, desconcertada por aquel com- portamiento que le pareció impropio en su amiga.

Para mayor seguridad la piloto interceptó el VOR a

3.000 pies, se alejó hacia el mar sobre el radial 193°, inter- sección ESPIR, gota 223° un minuto, viraje izquierdo, inter- ceptando trayectoria final 013° en descenso programado.

La aproximación VOR/DME a pista 02 pide 2,8 kiló- metros de visibilidad horizontal y tiene como altitud míni- ma 550 pies (504 sobre tierra o mar) a dos millas del VOR.

La aproximación ILS a pista 02 con su componente “glide slope” inoperativa, requiere 1.600 metros de visibili- dad horizontal y permite bajar a 370 pies (324 sobre tierra o mar) a una milla  del localizador.

Se acercaron a la superficie y sólo se veía un denso gris. María Eliana no pudo evitar que de su boca saliera una desesperada exclamación:

-¡Ya está bien de bajar!


Al ver las olas, sintió una inminente sensación de terror, temerosa de que no alcanzara y las ruedas entraran en contacto con el agua. En tales condiciones, nada de lo que sucediera sería para contarlo.

Cuando el altímetro con el QNH de Trujillo mostró 500 pies y el DME 1.8 millas del VOR, Madeleine inició el pro- cedimiento de frustrada publicada. Puso full potencia, de inmediato hizo viraje izquierdo, ascenso positivo, tren arri- ba... velocidad... rumbo...

Aquel susto fue para María Eliana lejos mayor que el percibido en la cordillera, el Atlántico Sur o en los vuelos con hielo sobre las alas, y del todo fuera de programa, pues nunca esperó que Madeleine descendiera tanto, con aquella insistencia y sin darle tiempo para pensar, ni siquiera rezar. El peligro se agolpó en su mente, como a bordo de una tre- menda bola a punto de chocar y desintegrarse.

Sin embargo, Madeleine confió en los instrumentos, convencida de la imposibilidad de que el Julie tocara agua a la altitud en que había iniciado la aproximación frustrada. Su compañera permaneció largo rato con la angustia clava- da en el estómago. Pálida como un papel, no fue capaz de articular palabras.

Mientras cumplía la aproximación frustrada publicada, Madeleine informó a la torre del procedimiento y al poco rato escucharon por frecuencia la voz del Coronel Gutiérrez, invitado por el controlador a la torre:

-Sabemos que fue imposible aterrizar. Escuchamos el rugido del motor, pero es tan densa la niebla que en ningún momento pudimos ver el avión. Buen vuelo a Lima. Allá serán recibidas por mi colega del ejército.

Las aviadoras agradecieron el mensaje y Madeleine, decepcionada, guió el avión hacia la aerovía conducente a dicho aeropuerto. En silencio compadeció a las nobles per- sonas que en vano se habían trasladado a Trujillo y debían enfrentar el regreso a Lima por un largo y penoso camino.

Tanto para un trayecto IFR como para uno visual, antes de la salida se deja presentado un plan de vuelo en las dependencias ARO y se indican múltiples datos, como la


velocidad de la aeronave y la ruta prevista para llegar a su destino. En base a este material, el control aéreo forma una especie de mapa del flujo aéreo, principalmente en pantallas. El tráfico IFR no está reservado sólo para aeronaves de líneas aéreas, pues los aviones pequeños pueden participar en él, siempre y cuando tengan su certificación IFR al día y el piloto su habilitación IFR válida, demostrando experien-

cia reciente comprobable en su bitácora personal de vuelo. Cuando se da la situación de alta congestión en las con-

fluencias de las aerovías y en las llegadas IFR a los aeropuer- tos, la velocidad de una aeronave es crucial para expeditar el tráfico; sin embargo, si un avión chico está dentro del siste- ma, tiene su lugar secuencial y lo mantiene hasta aterrizar.

Como en toda regla hay excepciones y, por alguna urgen- cia, a otro avión se le puede otorgar la preferencia. El radar vectorea los demás tráficos y deja libre el espacio a la aerona- ve que imperiosamente necesita adelantarse. Pero por norma la secuencia se respeta, pues el control aéreo sabe de antema- no qué situaciones se producirán a la llegada de los distintos aviones, debido a que dispone de todos los planes de vuelo.

Por fortuna el Bonanza, aunque pequeño, es bastante rápido: al llegar a pistas largas de grandes aeropuertos es factible que aproxime a 140/150 nudos, con poca diferencia respecto a los aviones de mayor tamaño que despliegan una razón de descenso más alta. Eso ayuda en algo a no entor- pecer demasiado los últimos tramos de la aproximación, sabiendo que hay jets atrás que procuran evitar cualquier minuto de demora por el alto costo de su vuelo.

A Madeleine le encanta escuchar durante la aproxima- ción la pregunta del control: “¿Charlie Charlie Papa Lima Juliett, puede mantener alta velocidad?”. Al ser positiva la respuesta, siente que los pacientes pilotos de jets que le siguen emiten un respiro de alivio.

En la cercanía de aeropuertos con mucha afluencia existen circuitos de espera con mil pies de diferencia de altitud entre ellos. El control radar permite a los aviones abandonar este hipódromo (palabra usada en términos de la “caballería aérea”) de a uno, bajando como por pisos en el


aire hasta alcanzar la altitud correspondiente para intercep- tar la trayectoria final a la pista.

En las proximidades de Lima, ellas fueron parte de esa cadena de aviones en espera, incluso apareció uno que tras- ladaba a un niño de urgencia. Era ya de noche y después de muchas vueltas, instruidas por el radar, llegó la hora al Julie para alinearse con el localizador del ILS y ser conducido por los instrumentos de a bordo y en tierra a la pista, en medio del impresionante espectáculo que significó observar a través de la bruma las luces, tanto fijas como móviles, que componen ese maravilloso sistema de aterrizaje.

No esperaban una gran recepción en la losa, ya que el Coronel y la amiga de María Eliana tardarían “un poco más” que el Julie en volver a Lima, de manera que al abrir la puerta observaron asombradas la presencia de cámaras y focos de televisión. René Gastelumendi, un reportero que les pareció muy simpático, filmó su llegada y apenas salta- ron del ala les hizo una entrevista, mientras las acompañaba hasta el edificio. Antes de despedirse consiguió que le con- cedieran otro momento para el día siguiente, ya que deseaba armar un pequeño programa en televisión sobre la Travesía.

En la oficina ARO, denominada CORPAC en Perú, el personal fue amable y aunque trató de colaborarles, fue superado por el complicado sistema. Así, los presagios de Madeleine comenzaron a ser hechos. En ninguna parte, ni siquiera en Estados Unidos, tuvieron que mostrar el sin fin de papeles que aquí les pidieron: documentos, licencias y certificados médicos; bitácoras personales, del avión, de la hélice y del motor; permisos, firmas, manifiestos; y otros papeles que debieron entregar para ser fotocopiados.

La idea de Madeleine era dejar avanzadas las diligen- cias para no tener mayores retrasos al salir en la mañana siguiente y arribar a una hora prudente en Arica; sin embargo, fueron presas de la incredulidad al escuchar que no tenían permiso para abandonar el país. Con el cambio de aeropuerto, los trámites burocráticos se confundieron entrelazados en un caótico nudo y de nada servían las explicaciones respecto a que Lima era su aeropuerto de


alternativa por no poder aterrizar en Trujillo.

Las consultas internas iban y venían mientras corría el tiempo sin dar con una solución, por lo cual el asunto se transformó en una desesperante espera.

De nuevo les pidieron todos los papeles y Madeleine debió registrar completo el maletín de vuelo hasta encon- trarlos. Enviados por fax a otra oficina, tropezaron con una nueva dificultad: la persona a la que le correspondía estu- diar el permiso de despegue no estaba disponible y, luego de otra larga espera, les comunicaron:

-Habrá que ver mañana.

Ambas palidecieron: aparte de la contrariedad, habría que pagar diversas y elevadas tasas. Todo se les complicaba más de la cuenta.

Pero no tuvieron más alternativa y Madeleine solicitó el teléfono, a lo que el atento empleado de CORPAC accedió.

Marcó un número...

-¡Moniquita, hola!

-¡Madeleine!, ¿dónde estás? -preguntó la voz por el auricular.

-En Lima, en el aeropuerto. Me tengo que quedar hasta mañana.

-Pues vente a mi casa.

-Pero somos las dos, María Eliana y yo...

-Por favor, están invitadas las dos. Han caído en el momento preciso, pues tengo disponibles los cuartos de nuestros hijos.

-Magnífico, gracias -respondió de inmediato y mientras col- gaba pensó: “contar con buenos amigos es un regalo del cielo”.

Salieron muy tarde de la aduana y se encontraron con el Agregado Militar del Ejército de Chile y su encantadora señora, quienes les obsequiaron unos lindos ramos de flores y las condujeron en su auto hasta San Isidro, donde los ami- gos de Madeleine. Antes de despedirse les anunció que esta- ban invitadas a una fiesta de marinos peruanos y chilenos, donde el Embajador de Chile en este país quería presentar- las oficialmente.

Fieles al molde de la Travesía, de estar presentes en ins-


tancias protocolares y de difusión, a pesar del cansancio debieron aceptar ser recogidas por el oficial en cuarenta y cinco minutos.

Apenas entraron al departamento de los Thiermann, se encontraron con que en desconocimiento de este compromi- so, Mónica, entusiasmada con la idea de ser entretenidos por las aviadoras y su hazaña, había improvisado una invi- tación a uno de sus hijos y a los Eggers, otro matrimonio también muy amigo de Madeleine, para cenar juntos.

Luego de refrescarse, las pilotos pudieron compartir nada más que media hora de efusiva tertulia y comprendi- das por sus anfitriones salieron como torbellino para ser trasladadas por el oficial a la residencia del Embajador, con la feliz coincidencia de que su vivienda estaba ubicada a pocas cuadras.

En la reunión había por lo menos quinientas personas y aunque los motivos de aquella celebración estaban lejos de obedecer a la Travesía, los comensales prestaron gran aten- ción a las protagonistas de tan heroico e histórico vuelo.

Premunidas con llave para el departamento, regresaron a altas horas de la noche, para caer en un corto aunque pro- fundo sueño. El desfase de horario no sólo fue factor de fatiga para las viajeras, sino que también confundió a las personas que deseaban contactarse con ellas. Muy de madrugada comenzaron las llamadas telefónicas: la primera fue de Valentín. María Eliana y él conversaron, felices al pensar que ya se acercaba la hora de reunirse, después de tanta aventura. Un rato más tarde llamó el cineasta René, quien solicitó permiso a la dueña de casa para entrevistar y filmar a las “heroínas” en su departamento, lo que ella con- cedió de inmediato.

Mónica y Juan les ofrecieron un rico desayuno y, mien- tras arreglaban sus pertenencias, llegó René con su equipo de camarógrafos, para completar el programa que termina- ría con la filmación del despegue.

Con posterioridad, les envió una emocionante copia a Chile, que consideraron muy bien lograda.

Con tanto quehacer, Madeleine apenas alcanzó a hablar


por teléfono con su hijo que vive en Lima y que a esa hora ya estaba en su oficina.

En el aeropuerto, por fin pudieron saludar en persona al Coronel Gutiérrez y a la amiga de María Eliana, ambos oje- rosos y trasnochados por el agotador recorrido entre Trujillo y Lima. Él obsequió a cada una un bonito grabado.

Por insólito que parezca, las autoridades del aeropuerto no permitieron que el uniformado pasara al interior de las dependencias para asistir a las aviadoras en los trámites. Y a María Eliana se le prohibió la entrada al recinto donde se encuentran la oficina CORPAC, la oficina de meteorología y las dependencias donde cancelar las fuertes tasas.

Un empleado del aeropuerto acompañó a Madeleine, con su maletín de vuelo y toda la documentación a cuestas, para resolver los asuntos pendientes, como el permiso de salida, verificar que estuviera presentado el plan de vuelo que llenara la noche anterior, enterarse de los notams, pedir la meteorología de la ruta y encargar el combustible.

En la CORPAC la escena de la noche anterior se repitió: vuelta a sacar los mismos papeles y documentos, fotocopiar, esperar, hacer llamadas... Y no existía permiso para salir del país.

Exasperada, miraba el reloj para ver cómo transcurrían no los minutos, sino las horas. Y para complicar las cosas, al pagar las horrendas tasas el computador no aceptó la transacción, ya que para los extranjeros el programa no registraba los impuestos. A Madeleine todo aquello le pare- ció un tremendo lío: corría de una oficina en otra, esperan- do aquí y allá, sin entender cómo todo podía ser tan enreda- do. Y del permiso para despegar, nada. Apenas había logra- do adelantar un poco con los demás trámites.

Imaginó el recibimiento preparado para primeras horas de la tarde en Arica y el desencanto hizo que sus ojos per- mitieran el desborde de gruesas lágrimas. Por el inmenso cariño desplegado para esta magna recepción, había defen- dido hasta el final la decisión de no transar la llegada para el día 21 de mayo. Por ello, durante el regreso asumieron el agobio de pernoctar sólo una noche en cada lugar, excepto por motivos de clima o durante la revisión obligatoria de


cien horas del avión, sin permitirse más descanso. Y a punto de cumplir con una proeza única, estaban paradas ahí, “ata- das de pies y manos”.

Pasadas más de cuatro horas interminables, por fin pudieron zafarse de aquella burocracia e ir a la plataforma, donde hicieron la rutina de siempre: chequeo de pre vuelo, estibar y amarrar el equipaje, además cargar combustible, ya que excepcionalmente, debido a la llegada tan tarde la noche anterior, lo habían dejado para el día siguiente.

Y por fin estuvieron a bordo, a punto de comenzar el último tramo para volver a su país de origen. Sacudieron las cabezas: el sueño casi cumplido a cabalidad. Por instantes les pareció algo inverosímil concluir esa tremenda vuelta aérea en un simple monomotor.

Lamentaron que por aquellas demoras no programadas en Lima, arribarían a Arica alrededor de las ocho, completa- mente de noche.






Aeródromo de Tobalaba

Arica - Santiago




En las cercanías de Santiago, sobre Colina, muy por sorpresa apareció un avión Twin Otter de la Fuerza Aérea que solicitó comunicarse con ellas.

Su piloto las saludó y les pidió que volaran más lento.

Entonces aparecieron los mundialmente conocidos acróbatas aéreos Halcones, pintados con los colores de la bandera chilena. Se acercaron para hacer formación con el Julie y les pidieron dar una vuelta por Santiago antes de aterrizar.

A las aviadoras, durante un rato se les cortó el habla por tamaña impresión.

Madeleine rememoró algo muy sagrado para ella y sin dudar lo compartió con su compañera. Se refirió a la bendi- ción de ellas y del Julie el 7 de marzo, por el sacerdote


Eliodoro Gómez, Capellán de la Escuela de Aviación Capitán Ávalos. Este solemne acto culminó con un cóctel de despedida organizado por el Club Aéreo de Santiago, al que concurrió gran cantidad de socios y amigos. También participaron sus compañeros del Club Aéreo de Curacaví, donde Madeleine se desempeña como instructora de vuelo, y por supuesto estaban presentes sus maridos, parientes y otras amistades.

En aquella oportunidad María Eliana presentó al sacer- dote una cantidad de estampas, pulseras con santos y rosa- rios que sus amigos, en un afectuoso gesto, le habían hecho llegar con la intención de que las protegieran. Él las bendi- jo y oró a Dios por ambas.

Ese domingo 23 de mayo, completados setenta y seis días de viaje y aventuras, con 32.058 kilómetros recorri- dos, las ruedas del pequeño aunque cumplidor avión salie- ron de sus escondites para reconocer la losa de su casa en Santiago, el Aeródromo de Tobalaba, donde participaron de otro genial recibimiento con gran cantidad de familiares, amigos, autoridades y personas desconocidas que admira- das por la hazaña llegaron hasta el lugar para aplaudirlas.

Al bajar encontraron una comitiva encabezada por la afable ministra Cecilia Pérez.

En el tumulto tuvieron la tentación de pellizcarse, casi incrédulas de haber logrado unir, a bordo de un monomo- tor, América, África y Europa. Un pequeño cuadriplaza Beechcraft Bonanza convencional, año 1981, con motor a pistón de aspiración normal marca Teledyne Continental IO 520BB de seis cilindros y 285 caballos de fuerza, nuevo de fábrica, montado en marzo del año 2003.

Madeleine observó su aeronave blanca con líneas ocre y terracota, que orgullosa sostenía en el extremo de las alas sus nuevos estanques. La misma que hace tan poco estuvie- ra estacionada en lugares que probablemente nunca volverá a pisar. Por instantes le pareció parte de un sueño. Percibió en su corazón una inefable sensación con diversos compo- nentes: emoción, incredulidad, euforia, gratitud y alegría, aún embargada  por esa sensibilidad que la hacía debatirse


entre ilusión y realidad. Tan poco antes estaba en Ginebra y de pronto ahí, frente a su Club Aéreo, en su querido Aeródromo de Tobalaba en Santiago. Sin duda, como para no creerlo.

Aunque ya no era un sueño, se le hizo imposible des- cribir la inmensa felicidad que invadía todo su ser, pues le pareció que en una paradoja, la realidad superaba con cre- ces el sueño.

Feliz abrazó a su familia y a tantas amistades, mientras pensaba con ganas de gritarlo a los cuatro vientos:

“¡Hemos vuelto, hemos vuelto, sanas y salvas!

¡Gracias a Dios! ¡Gracias a todas las oraciones, los lindos deseos y las buenas vibras que desde Chile y el mundo nos acompañaron!”.

Percibió con todas las fibras de su ser que cada perso- na involucrada, de una forma u otra, en la Travesía Atlántica 2004, compartía el mérito del éxito.

Sintió la losa bajo sus pies como si estuviera construi- da con acolchadas nubes y en ese estado de éxtasis se man- tuvo por largo rato.

Mientras tanto, María Eliana les dirigía la mirada y sonrió agradecida. Aquella emocionante experiencia la acompañaría por el resto de su vida, como un regalo divino ganado al aceptar con la frente en alto el desafío de vivir. El mundo le pareció más amplio, la gente mejor, su familia más próxima y sus amigos tan cercanos que deseó tener brazos lo suficientemente largos como para abrazarlos a todos juntos.

Valentín y Hans estaban ahí, presentes y ausentes; con ellas y al mismo tiempo en segundo plano. Emocionados y orgullosos observaron cómo la gente las quería y solicitaba.

Poco más allá flameaban, celestes, las banderas que orgullosas contenían los escudos de la Fuerza Aérea de Chile y del Club Aéreo de Santiago.

Una banda de la FACH entonó el Himno Nacional en señal de bienvenida y en un podium improvisado para la oca- sión se hicieron sentidos discursos. Ellas saludaron y agrade- cieron. Fue algo tan impactante, que jamás lo olvidarán.


Entre las autoridades, acompañado de otros miembros de su institución, como el General de Aviación Ricardo Ortega Perrier; representantes del Club Aéreo de Santiago y socios del Club Aéreo de Curacaví, estaba el Comandante en Jefe de la FACH, quien entre flores y discursos entregó a cada aviadora la típica chaqueta de vuelo, obsequiada por su institución.











Un nuevo desafío

Ginebra - Stornoway - Reykjavik




En la sala el silencio es absoluto.

Las aviadoras se turnan para describir su aventura, los alcances que ha tenido en sus vidas y cómo se hace extensible a quienes las escuchan.

Madeleine es más técnica: da antecedentes y es exacta en las cifras. Aunque menos espontánea, impacta cuando se suelta.

María Eliana, la psicóloga, es quien se encarga de manejar la emotividad.

Durante un largo rato han llevado a los oyentes a soñar y volar.

Se produce un silencio entre sus últimas palabras y los pri- meros aplausos. Nadie quiere que aquello termine. Desean con- tinuar viajando en su aventura y en la propia, pues se sienten interpretados y admiran tanto valor y destreza. Aspiran a escu-


char una vez más que ellos también pueden. Su sueño en estos momentos es creérselo y confiar en sí mismos.

Una de ellas agrega, de yapa:

-Pareciera conveniente tener siempre todo resuelto, pero en realidad sería muy latoso. La vida se ha construido para vivirla. Cualquier forma es adecuada, mientras la rueda no se detenga.

Y la otra complementa:

-Por eso, comencemos, desde ahora, a volar. Ahora sí, han terminado.

La gente se pone de pie. Aplaude, vibra, se emociona y pide autógrafos. Algunos lloran y todos están con la piel de gallina.

Son más de quinientas personas, todas sorprendidas, pues nunca esperaron haber ido por tanto.

Las aviadoras se miran. Sin duda la conferencia les ha motivado. Sonríen satisfechas. Una vez más han logrado lo que se propusieron.

Sin embargo, algo no les acomoda. Están de acuerdo con que por diversos motivos, en todas sus presentaciones ponen el acento en la travesía de Santiago a Suiza, especialmente en el paso por la cordillera y el cruce del Atlántico Sur. Y el regreso queda en segundo orden, en circunstancias que mirado desde un punto de vista justo, respondió al mayor desafío y fue donde enfrentaron los peligros más importantes.

Tuvieron la oportunidad de saltarse los riesgos de tan expuesto regreso y no la aceptaron; más aun, en ningún momento dudaron de continuar. Incluso hasta el momento en que intervino el Comandante en Jefe de la FACH, su pla- nificación del regreso incluía otra vez el cruce del Atlántico Sur, para luego circunnavegar el continente sudamericano de Éste a Norte y a Oeste...

El tiempo de exposición siempre resulta corto y la emo- ción que las envuelve al contar su experiencia y contestar a las preguntas del público, hace que la primera parte de la Travesía se lleve los aplausos. Pero lo cierto es que el regre- so por el Círculo Polar Ártico tiene un valor agregado incal- culable, tanto o más digno de ser compartido.

-¿Qué te parece si hacemos un cambio y partimos por la cola? -comenta una de ellas.


-¿Tú crees?

-Es que si no nunca lo contaremos, al menos en su real dimensión. Fueron veintitrés días de Ginebra a Santiago y de ida volamos durante veintisiete, casi lo mismo.

-Es verdad y estábamos cansadas, además el Julie, resentido el pobre, tuvo que volar entre los hielos, las tem- pestades de nieve, incluso cargado con hielo. Si lo medimos, fue mucho más peligroso que el paso por la cordillera y el cruce del Atlántico Sur.

-Así es. Entonces, ¿cómo empezamos?

-Igual, pero esta vez ponemos el énfasis aquí y ya verás qué bien resulta.

-Sí, además mantener la camaradería durante dos meses y medio de andar juntas para todos lados es un logro valioso para compartir como testimonio.

-Incluso casi siempre compartir en la misma pieza.

-Y después de tanto tiempo, se hace bastante más difícil mantener las buenas relaciones. Eso habla bien de nuestras habilidades. Más allá de ser emprendedoras, ser capaces de mantener la empresa, a pesar del cansancio y de todas las dificultades.

-Partamos desde Escocia ¿te parece?

-Me parece bien. Hagamos una exposición de la reali- dad tal como fue, porque el regreso definitivamente fue tan- to o más interesante que la ida. La salida de Ginebra nos permitirá comenzar con algo de humor. ¿Recuerdas?

-Sí, humor hoy, pero entonces...

-Nos veo corriendo...

-Tal vez debamos comenzar con el quehacer de los últi- mos días, después de solucionar lo de las visas.

-Parecíamos locas cambiando el programa a cada rato, según nos encontrábamos con dificultades y a la par con soluciones.

-Sí, parece que nos pasamos de flexibles.

-Bueno, para tener éxito en una misión es conveniente ser- lo cuantas veces parezca necesario.

-Los de la compañía de seguros estaban aturdidos.

-Sí y por otra parte a cada paso encarecíamos el viaje.


-Era un chiste -dice Madeleine-. Fui doblando, marqué y remarqué la carta mundial según cada ruta que haríamos. Las mesas de la cocina y el comedor cubiertas con cartas de las aerovías, reglamentos para estudiar la travesía, planes de vuelo que con el cambio de recorrido tuve que rehacer varias veces... Y Tito Guttman, siempre presente, sobretodo cuando estábamos sin computador. Recuerdo las conversaciones por teléfono, viendo distintos puntos, si por ejemplo por el sur de Groenlandia o más por el centro... Debo reconocer que sin las cartas de la caja que nos dio en el aeropuerto hubiera sido mucho más complicado armar aquel puzzle.

-Y cuando nos encontramos con que faltaba llenar el for- mulario TSA Waiver para el avión ¿recuerdas? -dice, haciendo referencia a esa especie de visa para el avión, imprescindible para que le permitieran entrar a cielo norteamericano.

-Ahí nos ayudó un matrimonio de pilotos en Chile.

-Y Flemming, que nos envió un teléfono de contacto.

-Y el e-mail de la agente de gobierno con ese extenso for- mulario de varias páginas que debíamos llenar, firmar y devol- ver por fax.

-Ahí nos colaboró el marido de Erna con el que tiene en su consultorio médico...

El lunes 26 de abril por la tarde, María Eliana se trasladó en tren hasta Brig. En la misma estación la recogió Madeleine y pasaron donde Erna a buscar el formulario enviado y la autori- zación para el Julie.

Durante los días siguientes se dedicaron a trabajar en los planes de vuelo, amenizándolo con algunas caminatas por los atractivos bosques del lugar.

Un nuevo inconveniente se presentó cuando Frank, el pilo- to que les hiciera en Estados Unidos los trámites del estanque para el interior de la cabina, se comunicó con Madeleine y le recordó que tenían una deuda pendiente por casi cinco mil dóla- res, correspondiente al estanque y su flete. Ella, muy consciente de eso, había apelado varias veces a su paciencia, lo que se con- virtió en una situación embarazosa e insostenible.

Luego de una serie de trámites, el 27 lograron pagarle.

El miércoles llamó Hans y les informó que las pólizas esta-


ban listas y las mandarían de inmediato, lo que les permitió pla- nificar su salida para el sábado.

El jueves 29 era el cumpleaños de Madeleine. Habían pen- sado celebrarlo en Arica y luego en Guayaquil con Helga, pero el destino dispuso otra cosa y lo tomaron con humor. Las difi- cultades aún las retenían ahí, en aquel pequeño pueblo de Suiza. Durante el día recibió con alegría las llamadas telefónicas de Hans, de sus hijos, de los nietos y de muchas amistades.

Su compañera le regaló unos guantes delgados llamados segunda piel para usar dentro de los otros, un gnomo que repre- sentaba al hada de los sueños, una hermosa tarjeta con gatitos y la invitó a cenar en un restaurante.

Trabajaron todo el día: María Eliana aprovechó para copiar los planes de vuelo y su amiga continuó ocupada entre el com- putador y las dos mesas repletas de información.

El 30 dijeron adiós al departamento, incluidos el com- putador y los apacibles parajes entre bosques que las habían acogido con su especial encanto. Partieron temprano con dirección al aeropuerto en Ginebra para encontrarse con Maîté, que les llevaba los trajes de inmersión facilitados por Flemming y Ángela.

Cargaron el equipaje y se probaron los llamativos atuen- dos. Entre bromas, determinaron que por lo tiesos y abultados eran inusables, o sea, un mero trámite.

Abandonaron el aeropuerto y, de repente, Madeleine echó de menos su teléfono celular, de manera que volvieron al Aeroclub para buscarlo por todos los lados en donde habían estado. En el hangar abrieron los paquetes de los trajes de inmersión y nada. De pronto, a Maîté se le ocurrió llamar al número del celular y apareció el sonido en el avión, tras el asiento, lo que puso una nueva nota de humor.

La noche se les fue encima y acompañadas por una copio- sa lluvia con sonoros truenos, decidieron cenar en el restaurante del aeropuerto, ya que Jean Michel no regresaría de Alemania hasta muy tarde. Después, según lo planeado, alojaron en Ginebra, en casa de los Karr.

Si bien la ruta por el Círculo Polar Ártico les evitaría el paso por el Atlántico Sur y por el Atlántico Medio, se enfrenta-


ban al gran desafío de volar varios tramos por zonas de bajísi- mas temperaturas y fuertes nevazones, con alto riesgo de que se formara hielo en el avión al pasar por nubes en el rango aproxi- mado de los +5ºC y -15ºC.

Madeleine recuerda haberle pedido a Jean Michel que ave- riguara con un mecánico respecto a la viscosidad conveniente para el aceite a usar en esos fríos países nórdicos. Vuelve a agradecer lo mucho que él y tantas personas hicieron por ellas con absoluto desinterés. Sin duda, como ya muchas veces lo conversaran con María Eliana, el mayor ganancial de la Travesía estaba en la gente.

Al carecer el Julie de antihielo, era posible que por con- gelamiento se trabaran los mandos sin poder mover los alero- nes ni tampoco virar a la izquierda o a la derecha, montar o descender. Además, al formarse hielo la aeronave podría per- der su perfil aerodinámico, especialmente en las alas y en la hélice, pues cada aspa es un pequeño perfil alar cuyas caracte- rísticas de diseño están expuestas a distorsión. Como conse- cuencia era previsible una pérdida de sustentación, con riesgo a caer sin aviso, igual que un saco de papas lanzado al vacío. Y esto ocurriría antes que el excedente de peso, imposible de ser calculado, llegara a un punto peligroso.

Otra contingencia a considerar, era entrar en tormentas de viento y nieve propias de esas latitudes, que por la altitud de vuelo y las características del avión, lo pudieran echar a tierra. Y en caso de caer enteras en aquellas aguas, resultaba imposible sobrevivir, pues para poder maniobrar se pusieron los trajes sólo hasta la cintura. Y eso, por cumplir con la norma, ya que en caso de un accidente hubiera sido imposible colocarse la par- te de arriba y cerrarlos para que quedaran herméticos.

De Islandia a Groenlandia “cumplieron” con usarlos, pero era tal la incomodidad y tan poca la garantía ofrecida, que consultaron y les comunicaron que por los mismos moti- vos algunos pilotos no los usaban. Así, para el trayecto de Sondrestromfjord a Iqaluit, luego de discutirlo a conciencia, decidieron no ponérselos.

Sabían que no era la mejor época para realizar esta trave- sía, pues se recomienda hacerla durante los meses de julio y


agosto; sin embargo, consideraron que entre las pocas alternati- vas, que de manera paulatina disminuyeron, de todas las varia- bles era la menos adversa.

Otro inconveniente estaba dado por el inclemente clima propio de la zona. Debieron estar dispuestas a esperar en cada escala que meteorología les diera el pase para continuar al pró- ximo destino y hacerlo siempre bajo condiciones de alto riesgo.

En consecuencia, no les era posible predecir con exactitud la fecha de arribo a Chile, que debía ser a más tardar el 21 de mayo, pues para esa fecha sus homólogos del Club Aéreo de Santiago y la FEDACH habían determinado la llegada del raid especialmente organizado para recibirlas en Arica.

Luego de tres semanas en esas queridas tierras suizas y puesto en orden el papeleo, incluida la renovación del seguro, estuvieron listas para volar con rumbo a Escocia.

Acompañadas por Maîté abandonaron temprano la residen- cia de los Karr, sin que Jean Michel se percatara. Sin embargo, cuando se dio cuenta las llamó al celular y les pidió que detu- vieran el auto durante un rato y lo esperaran, pues no era posi- ble que se fueran sin despedirse.

Ellas, emocionadas, por supuesto que lo hicieron y él llegó en moto a darles un sentido abrazo.

María Eliana había pedido a su hijo, a su nuera y a sus nie- tos, que no la acompañaran al aeropuerto. Aun así, los adioses sobre la losa fueron muy tristes, con algunas lágrimas, pues se encontraban presentes muy buenos amigos. Entre ellos Maîté, el Presidente del Aeroclub con su señora, otros integrantes del mismo y autoridades del aeropuerto. Quedó grabada para siem- pre en sus mentes la presencia del fiel Philippe Chandel, quien filmadora en mano registraba todos sus movimientos...

La cinta que les hizo llegar a Chile es una de las más emo- tivas que lograron.

El Presidente Michel Favre, a modo de última despedida, pegó una calcomanía del Aeroclub de Ginebra sobre el fuselaje, para recordarles su status de socias honorarias.

Al presentar los planes de vuelo, les informaron que el aeropuerto de Stornoway tenía un restringido horario de fin de semana y por ser sábado, sólo era posible aterrizar hasta


las cinco de la tarde, hora local.

Todos pensaron que despegarían desde la intersección en que se encontraban, pero por prudencia Madeleine decidió apli- car la que considera una regla de oro en la aviación: hacerlo desde el cabezal para tener más pista por delante por si tuviera que abortar el despegue, sin olvidarse que iban muy pesadas con combustible también en el estanque interior de cabina.

Ese cambio de última hora las hizo perder el Slot, vale decir, su turno para despegar, igual como les sucediera en Madrid. Sin embargo, en esta oportunidad debieron esperar veinticinco minu- tos. No era posible salir como lo hicieron entonces, pues ahora tenían que cruzar la pista activa para ir al cabezal.

-Casi no tenía sentido hacer plan de vuelo -recuerda con humor María Eliana.

-Sí -agrega Madeleine-, era tan endemoniado el tráfico aéreo, que los jet comerciales con destino a Francia, Inglaterra y Alemania, en ascenso o descenso, cruzaban por la nariz del Julie, que avanzaba dirigido por vectores radares.

-Impecable el trabajo de los controladores de tránsito aéreo que nos sacaban de nuestra ruta para evitar colisionar.

Rememoran los parajes que apreciaron desde la altura: una estepa con lomas bajas y amarillas como cubiertas de paja. En ésta, enclavadas, se dejaban ver las típicas casas de montaña.

Sobre las seis horas de vuelo avistaron Stornoway, ciudad construida en una isla de las Hébridas Exteriores pertenecientes a Escocia. Al acercarse les pareció encantadora. Con la ayuda del buen tiempo apreciaron con nitidez sus hermosas bahías provistas de extensas áreas verdes. También el centro, muy ordenado, con diversos villorrios alrededor.

A las seis y media horas de haber despegado, las recibió la pista de su primer destino en la segunda etapa de la Travesía, entre dos hileras de luces amarillas.

Era un aeropuerto muy peculiar, con las calles indicadas para rodar hasta el estacionamiento separadas por rectángulos plantados con pasto.

Observaron en todas direcciones sin ver más que al Agregado Aéreo de Chile para el Reino Unido, Coronel John Teare, que se había desplazado desde Londres. Apenas salieron


de la cabina, las recibió con mucho afecto:

-Bienvenidas a Escocia, bellas damas, es un placer para mí recibirlas.

Antes de abandonar el aeropuerto supervisaron la carga de bencina y visitaron la oficina de meteorología y ARO, que en este lugar, como excepción, están junto a la torre.

En el camino a la ciudad llamó su atención la cantidad de ganado ovino. El Coronel Teare las condujo hasta un “Bed and Breakfast”, donde les había reservado alojamiento.

La dueña del lugar era una ucraniana muy emotiva lla- mada Tanya, que trabajaba con su marido, Geoffrey, origina- rio de Inglaterra.

Mientras duró aquella estadía, intentaron agradarlas y llegaron a ser efusivos en el afecto desplegado. Al desayu- nar, por ejemplo, las regalonearon con toda clase de platos rusos e ingleses, preparados por ella, mientras les conversa- ba desde la cocina que estaba integrada al comedor, tentán- dolas para que probaran uno y otro bocado bajo riesgo de ofenderla si no lo hacían.

El Coronel Teare alojó en el mismo lugar, pues era mejor y más económico que el hotel.

En la tarde las llevó de paseo por la isla, que en partes les recordó el paisaje de Chiloé. El restaurante que eligió, en el campo, era de un corte rústico muy acogedor, pero no tenía mesa disponible, así que volvieron a uno ubicado en el puerto del pueblo.

El domingo hicieron los trámites de rigor para salir, pasa- das las doce, pues por respeto a este día el aeropuerto funciona- ba sólo desde esa hora y hasta las cinco de la tarde.

Tanya y su marido les acompañaron y ella quedó impacta- da con el Julie, pues nunca había visto un avión tan pequeño y le pareció una preciosura. Entusiasmada, se transformó en una niña y posó junto a él para que le tomaran tantas fotos como las que contenía el rollo, captando imágenes en diversas posicio- nes, también con las aviadoras.

Terminada esta exposición al lente, comenzaron a des- pedirse.

Las aviadoras fueron a la torre de control y, diferente a


otras partes, entregaron allí el plan de vuelo. El trato les resultó muy cordial. Como recuerdo, los controladores de tráfico aéreo les regalaron un calendario de pared con fotos de Escocia, don- de el personal de la torre había escrito algunas palabras para que ellas recordaran su paso por ese lugar.

Luego subieron al Bonanza para rodar hasta un costado del cabezal y hacer la rutinaria prueba de motor.

Iniciaron un tranquilo vuelo que les permitió conversar sobre algunos aspectos domésticos del viaje. Entre ellos, el que más les inquietaba era el tema de la representación, que se salió de los límites para convertirse en la cojera de su empresa.

Evocaron aquella llamada por teléfono que promovió una cita:

“Nosotros podemos ser sus representantes -ofreció sin rodeos la mujer, acompañada por su marido, un hombre muy tranquilo que daba buena impresión y habló muy poco-. Sabemos cómo conseguirles todo el financiamiento que necesitan”.

Madeleine preguntó a su amiga:

-¿Cómo fuimos a caer con tanta facilidad en sus manos?

-Cada una busca su destino -dijo María Eliana a modo de respuesta, convencida de tener una buena cuota de res- ponsabilidad y que parte de ser empresarias pasaba por reco- nocer las flaquezas-. Una nunca es óptima en todo, tiene sus fortalezas y debilidades...

Sin duda su fragilidad estuvo en el disminuido manejo comercial y financiero: no consiguieron los dineros esperados y el presupuesto inicial aumentó de manera considerable al optar por la ruta del Círculo Polar Ártico. Como resultado obtuvieron un cúmulo de deudas que, aun siendo heroínas, deben solventar.

En los cuentos de hadas no ocurre eso, aunque sí hay que reconocer la existencia de brujas muy malas...

“También buenas” pensó Madeleine, dando cupo en su mente a la brujita verde que descansaba en su cartera, lo que le sirvió para justificar en alguna medida su actuar y de paso tener una esperanza.

Sin desconocer sus cualidades, entre éstas el ñeque para vencer obstáculos y transformarlos en desafíos que les permitie-


ran hacer realidad sus sueños, en paralelo mostraron una confia- da simplicidad que derivó en una inocencia llevada al extremo.

No encontraron un buen agente ni supieron repre- sentarse a sí mismas. Tampoco aceptaron el apoyo de sus maridos, que celosos por protegerles su indepen- dencia decidieron no intervenir.

Lo han conversado varias veces entre ellas y sus opinio- nes coinciden. Asumen que desde el comienzo cometieron errores básicos. Después de las negativas de apoyo de las empresas contactadas con entusiasmo por la Federación Aérea de Chile, acudieron a una muchacha que les mereció confianza; sin embargo, no estuvieron dispuestas a darle el oxígeno que requería para respirar. Claro está que el tiempo se les iba encima y la “representante” montó una empresa sin cuidar de que ellas se sintieran interpretadas y entendie- ran la importancia de cada paso a seguir.

Así, lo que para su agente eran excelentes resultados, fue percibido por ellas como una pérdida de tiempo. Entonces, el esfuerzo de la encantadora mujer, que pretendió armarles un terreno donde moverse comercialmente, se transformó en nada y las expectativas de todas quedaron frustradas.

De pronto apareció en el teléfono de Madeleine una “salva- ción”, escondiendo su roja cola bajo sábanas blancas y con la aureola bien montada para ocultar los sobresalientes cachos.

Ellas, aunque su manera de ser les pareció un tanto brusca, decidieron hacer caso omiso y darle una oportunidad. Más aun, bajo la premisa de que nada tenían que perder, firmaron un con- trato privado que las amarró mucho más allá de lo que previe- ron y les produjo un daño nunca imaginado.

La mujer en cuestión demostró un genuino interés y entu- siasmo en su oficio, pero no demoró mucho en mostrar su tri- dente. Tampoco en mover la lengua para sembrar el desconcier- to, ya que su falta de tino y su áspero estilo espantaron a casi todos los pocos interesados en ayudarlas.

El resultado fue catastrófico, pues aparte de organizar la conferencia de prensa ofrecida en Los Cerrillos algunos días antes de iniciar la Travesía, nada positivo aportó y, en cambio, desarmó todas las relaciones que ellas y sus maridos habían


logrado crear con gran esfuerzo.

Evocaron el interés de Cristián Leighton, productor del programa “Los Patiperros”, por llegar a un acuerdo con el canal de televisión de la Universidad Católica de Chile, interesado en colocar cámaras en la cabina del avión y filmar el arribo de las pilotos en algunos lugares. Esta señora le pidió una cantidad de dinero estratosférica por los derechos y para presionarlo amena- zó con vendérselos a una cadena española, en circunstancias de no mediar negociación alguna. Su estrategia resultó desastrosa, pues en lugar de urgirlo, espantó su interés y las avanzadas con- versaciones quedaron en nada. Peor aun, la mujer logró que el productor no quisiera saber más del asunto.

Recordaron también el caso de César Antonio Santis, quien recibió de “la representante” tal presión, que a pesar de ser pilo- to y amigo de las aviadoras, optó por hacerse a un lado. De paso agradecieron la llamada que les hiciera para felicitarlas, desde la isla Rey Jorge en la Antártica, cuando ellas estaban en Canarias. Igual de conmovedor les pareció escuchar la voz de la esposa del Comandante de la base antártica chilena Presidente Eduardo Frei Montalva, expresándoles sus felicitaciones.

La manager, sin embargo, les aseguró haber conseguido con Santis cuatro millones de pesos y tan explícita fue, que les dijo que contaran con que les depositaría los dos millones correspondientes a la parte de ellas.

Tan convincente resultó, que acto seguido las engatusó con el cuento del tío: se comunicó por teléfono para decirles que al ir a hablar con él al hotel Sheraton, donde tenía sus instalaciones radiales, se había torcido un pie y les solicitó un pequeño préstamo de cincuenta mil pesos para poder hacérselo revisar, prometiéndoles devolvérselo incluido en el depósito de los dos millones.

No dudaron en ayudarla, a pesar de estar fuera de contrato.

-Eso sí, debemos reconocer que en esa liquidación que nos envió, restó ésta y otras cantidades que le habíamos prestado.

-Sí, pero fue una liquidación bastante arbitraria ¿no?

-Bueno, era su estilo.

-Y para colmo nunca hizo el depósito, pues jamás consi- guió algo con Santis.


También la enviaron a negociar los últimos detalles de un convenio prácticamente cerrado con Pisco Capel, que se desin- fló porque los amenazó con hacer el trato con Pisco Control, negociación que nunca existió.

-Apenas puedo creer que hayamos perdido todas esas oportunidades.

Y hay otros ejemplos, como el caso de FIDAE, que iba a colocar una pantalla gigante para que sus visitantes pudieran seguirlas a través de toda la Travesía, pero la delegada llegó con tal prepotencia a presionar al Coronel a cargo, que lo obligó a cortar las relaciones. Sin embargo, el uniformado comprendió la situación y mantuvo su buena relación con las aviadoras. Eso sí, debieron lamentar que no se instalara la gran pantalla.

Esta relación contractual y los e-mail que a cada rato la mujer en cuestión les enviaba, pidiendo la cesión de la mitad de lo poco que por sus propios medios y buena voluntad de algu- nos personajes comprensivos pudieron rescatar, para las pilotos se transformó en una espina, que junto al elevado endeuda- miento, las acompañó a donde se trasladaran.

Era tan abusadora, que para terminar con el leonino contra- to exigió el pago de ochenta millones de pesos, que pronto dis- minuyó a ocho. Al encontrar una negativa rotunda por parte de las aviadoras, bajó sus expectativas a uno. Y fue tanta la presión que con maestría ejerció sobre ellas, que optaron por pagarlo y sacársela de encima.

A partir de esos últimos acontecimientos, sin alguien que las representara de manera adecuada, la posibilidad de recupe- rar su inversión peligró de ser arrastrada por las aguas. Debían hacer algo y pronto para recuperar el sitial que les correspondía. María Eliana echó una última ojeada a la apariencia que guardaba de la mujer: pequeña, maciza, de pelo corto, facciones toscas y trato muy agresivo... “¿Estaré exagerando?” se pregun-

tó, consciente de estar muy molesta con ella.

-Si hasta la declararon “persona non grata”.

-Es que no se puede ser tan impertinente, menos con la Primera Dama de la República...

Invitada al acto de homenaje por el Día Internacional de la Mujer, no se conformó con usar uno de los asientos dis-


puestos para los invitados, sino que aprovechó el vacío, jus- to detrás de las aviadoras. Esta ubicación le permitió, una vez terminado el acto, llegar con facilidad a la señora Luisa Durán y con ademanes burdos le exigió ayuda, diciéndole que era su obligación otorgarla...

Madeleine meneó la cabeza con el deseo de despejarla.

Luego de volar durante casi cinco horas, estaban a punto de llegar a Islandia.

-Por fin un tramo relativamente tranquilo -comentó María Eliana.

-Sí, no más que algunos zamarrones por la turbulencia.

Pero hemos podido conversar más que nunca.

-Espero que se mantenga así hasta aterrizar.

-Sí, porque parece que Dios se ha empeñado en ofrecernos harta aventura.

-Bueno, a eso vinimos ¿no? Rieron con ganas.

-Me parece bien hacer todo lo posible por acortar el regreso.

-Yo sé, los socios del Club han preparado hasta un raid para recibirnos.

-En todo caso, todo ahorro de tiempo será automáticamen- te una economía en el presupuesto, así que si llegamos antes, las dos ganamos.

-O, más bien, no perdemos tanto...

Madeleine hizo memoria de los días en Suiza y agradeció a Hans por el préstamo pedido para costear la ruta del Norte, el PC que quedó allá descansando hasta no se sabe cuándo, el arriendo del auto...

El Julie entró por el sur y bordeó la costa oeste de la isla. El paisaje hacia el interior con sus cordilleras y volcanes nevados les pareció impresionante.

Estaban próximas a la pista de Reykjavik y percibieron la vibración producida por el tren de aterrizaje.





Hielos peligrosos

Reykjavik - Kangerlussuaq - Iqaluit




Terminada su última conferencia parten en sus automóvi- les: María Eliana con dirección a su departamento en Viña del Mar y Madeleine a su casa en la Foresta de Los Dominicos.

Mientras manejan, piensan sobre la importancia de revi- sar sus próximas exposiciones, sobretodo en la parte concer- niente al viaje de regreso, que por ser la más dura de la Travesía merece una mayor importancia. A la distancia, ambas evocan Reykjavik.

Luego de posarse sobre la pista, el Julie rodó hasta encon- trar al encargado de distribuir el aparcamiento de los aviones.

-Hemos cumplido exactamente cinco horas de vuelo

-informó María Eliana.

-Te portaste muy bien, Julie -agradeció Madeleine.


-Sí, muy bien -repitió su compañera, mientras giraba la manilla de la puerta. Al salir sintió un frío seco golpear su rostro con una cuota nada despreciable de viento. Puso los pies sobre el ala y saltó a la losa.

Madeleine la siguió y observó que por primera vez no sería necesario ser transportadas al lugar donde funcionaba el FBO, pues estaba a escasos metros.

Entraron al baño y después fueron a revisar la meteoro- logía. Su próximo destino, Kangerlussuaq en Groenlandia, estaba con malas condiciones climáticas, tanto en la ruta como para aterrizar, por lo cual deberían tener paciencia y esperar un par de días.

Tomaron una habitación en el hotel, que por estar ubica- do frente a la pista, era posible ir a pie. Ya registradas en recepción, fueron conducidas a su habitación. Descorrieron las cortinas y divertidas pensaron que si les hubieran dado una pieza del otro lado, podrían observar al Julie de frente.

Con su cámara fotográfica en mano, Madeleine bajó por la espaciosa escalera, cuyos enormes ventanales le permitie- ron observar la pista y vio, parado junto al Julie, un sofistica- do monomotor TBM 700 impulsado por una turbina. En la frecuencia habían escuchado a su piloto notificar posiciones.

“Bien, Julie, tuviste que tener más bravura para llegar al mismo lugar, y desde qué punto de partida” se dijo, mientras lo acariciaba con la vista. Aprovechó para tomarle fotos por enésima vez.

Lo percibió más bello y orgulloso que nunca, con su esbelto fuselaje bañado por los espléndidos rayos anaranja- dos del atardecer. Sintió que le devolvía la mirada, como diciendo: “Lo hice y lo haré. Aunque quede un largo trecho por recorrer, las llevaré sanas y salvas de vuelta a Chile”.

Sus pensamientos continuaron:

“Es para no creerlo, el Julie en la losa del mítico Reykjavik, escala obligatoria de incontables vuelos ferry entre América y Europa, que se han llevado a cabo durante los casi cien años que existe la aviación a motor, la mayoría exitosa- mente... Es el momento de recordar a los no tan afortunados”.

Repasa partes del libro Ocean Flying, a Pilot’s Guide, de


Louise Sacchi y le agradece al piloto Horacio del Club Aéreo Universitario, por habérselo prestado en octubre pasado al enterarse del proyecto Travesía 2004, durante la Exposición Nacional de Aviación Civil (ENACI), organizada por la FEDACH en el aeródromo Los Cerrillos. Allí estuvo el Julie en exposición junto a un pendón de la página web chile.com/travesia2004, dando a conocer el proyecto a la comunidad aeronáutica y a otras personas interesadas.

La lectura de este libro fue relevante para cumplir la hazaña, pues le permitió sacar muchos consejos útiles. Por otra parte, devoró las páginas que trataban de los vuelos por Groenlandia e Islandia, aunque jamás imaginó encontrarse ellas mismas con el Julie en dichos lugares.

El relato está escrito por una piloto profesional nortea- mericana de los años sesenta y setenta, cuando aún había gran discriminación y poca o nula confianza en las aptitu- des de las aviadoras mujeres. Nadie la quiso emplear como piloto ferry, pero ella no se dejó intimidar por esa circuns- tancia y armó su propia empresa, de la cual fue presidenta y piloto jefe. De a poco logró mostrar sus aptitudes y conven- cer de sus habilidades y profesionalismo. Recién entonces prosperó su negocio.

Incansable en su quehacer, trasladó aviones durante años, en su mayoría monomotores, atravesando el Atlántico Norte y el Pacífico, además de otros mares y tierras.

Madeleine preguntó a Sveinn Björnsson, Director del FBO, si se acordaba de ella.

-Pero claro que sí -respondió y rió-. Era muy simpática y además eficiente. Los vuelos ferry eran su vida.

Con cautela indagó sobre su destino.

-Está ya bastante mayor, pero lo peor es que según dicen, está perdiendo la vista.

“Así es el paso del tiempo” caviló Madeleine, consciente de tener puestos los pies donde pisaron tantos pioneros de la aviación; “un lugar tan actual como siempre, al cual aún arri- ban los avioncitos, menores y mayores”. Todo le recordaba las fotos en el libro.

Luego de bajar al aeropuerto dio un paseo por el otro


lado del hotel. No había llevado sus guantes, de manera que el helado viento la obligó a regresar a su habitación. Claro está que desdeñó el ascensor y se deleitó de nuevo con el excepcional panorama desde la espléndida escalera.

A medida que avanzó la tarde disminuyó la temperatura varios grados bajo cero, aunque a las diez y media de la noche aún alumbrara un sol radiante.

Desde la llegada, María Eliana consideró aprovechar la oportunidad para hacer un poco de turismo, deseosa por cono- cer algo de aquel fabuloso país, de manera que se levantó deci- dida a tomar un tour y recorrer la ciudad e ir a los volcanes.

Pero apareció Madeleine, que venía de averiguar sobre las condiciones del tiempo, tanto allí como en el trayecto y en su próximo destino.

-El estudio que hice del informe meteorológico indica que podemos despegar, siempre y cuando sea de inmediato -le infor- mó, echando por el suelo sus expectativas turísticas. También las propias. Lamentó no visitar las termas recomendadas por Gwen Linde, la Agregada Aérea de Estados Unidos en Chile. Incluso se había conseguido un montón de folletos turísticos que fomen- taron su deseo por conocer más a fondo ese país.

“Será la próxima vez” se consoló, como lo hiciera en cada lugar donde descendió el Julie.

María Eliana miró por la ventana e imaginó el tour con alas. Sonrió. “No hay caso” se dijo, sabiendo que de inmedia- to era precisamente eso: de inmediato.

-Bien, dame unos minutos.

Aunque la cuenta por alojar era razonable, quedaron sor- prendidas por el elevado precio de la comida y el teléfono. Sin oportunidad de discutir, abandonaron el lugar con dirección a las oficinas del FBO. Allí llamaron su atención aquellas pare- des, adornadas con infinidad de calcomanías de todas partes del mundo. Ellas, en representación de la aviación chilena, agregaron una de “Águilas Blancas” que tenían a mano.

Abordaron el avión con los trajes de inmersión otra vez hasta la cintura, dispuestas a correr el mayor riesgo hasta enton- ces, esta vez a sabiendas, sin posibilidad de hacer cálculos.

Madeleine echó a andar el motor, mientras se quejaba, a


coro con María Eliana, por aquella incómoda vestimenta.

Unas pocas millas al Norte, comenzaron a ver los inmen- sos hielos que flotaban en el océano. Era impactante. De todos los tamaños y formas. Grandes y pequeños, planos y con puntas. Algunos cortados como diamantes gigantes. Otros como pequeños cerros con pronunciadas laderas. Brillantes, albos y de repente con diversas tonalidades prove- nientes de reflejos impresionantes. La piel se les erizaba entre la emoción y pensar que por algún motivo tuvieran que ama- rizar... A pesar de la regularidad del panorama, no había cómo sentir tedio.

Luego de un par de horas, tranquilas, pues la nubosidad era intermitente y por lo tanto en el Julie no se había deposi- tado hielo, entablaron un corto diálogo, otra vez relacionado con Suiza y ciertos acontecimientos que las conmovieron profundamente:

-Esa conferencia de prensa en la tarde del lunes, recién llegadas a Ginebra, fue fantástica. También todo lo que siguió

-comentó Madeleine.

-Te las arreglaste lo más bien con la exposición en fran- cés -afirmó su amiga, sonriente.

-Sí, la verdad es que me sentí muy a gusto, lo que no es mi costumbre, tú sabes, en este tipo de cosas.

-Poco a poco te acostumbrarás, ya verás.

-Sí, es posible -hizo una pausa y cambió de dirección-. Y al otro día, la primera visita a las Naciones Unidas... ¿Recuerdas?

-¿Cómo no voy a acordarme? Si no me equivoco fue después de la entrevista que te hicieron por la Radio Cité Genève cerca del aeropuerto.

-Sí, cuando Juan Martabit nos hizo una ceremonia con todas esas encantadoras personas.

-Sí, eran como treinta.

El Embajador chileno ante las Naciones Unidas las homenajeó, nombrándolas embajadoras de la Paz. Luego leyó una emotiva misiva enviada por la ministra de Relaciones Exteriores de Chile.

-Me emocionó la carta que nos entregaron de Soledad Alvear.

-Fue sorprendente, por decir lo menos.


Tenía fecha 5 de abril y el texto, directo, era un buen reconocimiento al esfuerzo:



LA MINISTRA DE RELACIONES EXTERIORES DE CHILE

Santiago, 5 de abril de 2004 Señoras

Madeleine Dupont y María Eliana Christen Ginebra, Suiza

Presente



Estimadas Madeleine y María Eliana:


Junto con compartir la admiración y orgullo de innume- rables compatriotas por lo que ustedes han realizado, quisiera transmitirles mis más calurosas felicitaciones por su hazaña de volar en su pequeño avión desde nuestro país hasta Europa.


La aventura que ustedes han emprendido ha demostrado que con determinación, mística, constancia y organización, es posible aspirar a grandes metas y que todas las personas, independientemente de nuestra condición, género y edad, tenemos el potencial para hacer cosas extraordinarias.


Reiterándoles mi admiración y felicitaciones, y deseán- doles un regreso sin incidentes hasta Chile.


Se despide muy cordialmente,



MARÍA SOLEDAD ALVEAR VALENZUELA


Este recuerdo las transportó a pensar en Chile y también en otras personas:

-Es increíble todo el cariño que hemos recibido de tanta gente, entre ésta, destacadas autoridades como las ministras Cecilia Pérez y Michelle Bachelet.

-Además los comandantes en jefe...

-Y el Presidente...

-Sí, el de la República y los del Club Aéreo de Santiago y de la FEDACH.

Rieron y el Julie continuó su marcha con suavidad, aún sobre hielos flotantes.

La melancolía que las embargaba entre aquel océano impresionante y el cielo azul, les dio tiempo para conversar otras instancias más románticas:

-Tenemos tanto para recordar...

-Y de todo tipo, si hasta poemas nos hicieron.

-Incluso el discurso en romance, adaptado de la Araucana.

-Ése fue Juan Martín Guerra en Canarias.

-Sí y hasta le pidió permiso a Alonso de Ercilla. Volvieron a reír, entusiasmadas.

-En realidad todo lo que hemos vivido ha sido increíble, como “de película”.

-Y nos falta un buen trecho todavía.

-Sí, siete países por visitar y como relámpago.

-Y cruzar la parte más conflictiva: Kangerlussuaq y el Norte de Canadá.

-Sin duda será lo más complicado, esperemos que el tiempo nos acompañe un poco.

Llegaron entre nubes y les tocó un controlador radar de amplio criterio, quien en conformidad al peligro de acumular hielo, tomó la iniciativa de darles vectores para sacarlas a cielo despejado y se saltó el procedimiento de hacer el circui- to sobre la radioayuda. Les explicó que parte de la pista esta- ba bajo nubes, el resto con sol y continuó dándoles vectores.

Consultó cada cierto rato por si habían dejado atrás las nubes, a lo que Madeleine negó, agradecida, segura de que en cualquier momento divisarían la pista. Sucedió en momentos


de encontrarse laterales a ésta y el controlador, que con su estrategia les había evitado hacer circuito de espera y la gota dentro de nubes, les permitió aterrizar de inmediato.

Habían sido advertidas de la ilusión óptica que hace pare- cer esta pista muy corta, pues tiene una loma en el centro.

-En realidad al aterrizar se ve muy corta -comentó Madeleine-. Si no salieran publicadas las características en la carta ni hubiera alcanzado a verla completa desde arriba, cre- ería que tiene la mitad del largo real.

-Sí y por el contrario, es larguísima.

-Bueno, de hecho, aterrizan jets a cada rato.

En ese momento fue cuando estuvieron más al norte de la Travesía, en el paralelo Norte 67 01.0 Meridiano Oeste 050 41.4. Cabe recalcar que, comparativamente, está mucho más cerca del Polo Norte de lo que la base antártica chilena ubicada en la isla Rey Jorge se encuentra con res- pecto al Polo Sur.

Sorprendidas observaron que el hotel no sólo estaba frente al aeropuerto, sino a orillas de la misma pista, pues el lugar correspondía a un centro meteorológico. El edificio era una especie de container muy largo. Al recorrer el lugar con la vista, confirmaron que, como se viera desde el aire, apenas había otro par de construcciones.

Gracias a las indicaciones de un señor muy amable, esta- cionaron, esta vez al frente, casi adentro del dormitorio.

Luego de pasar por recepción cruzaron extensos corredo- res y subieron por las escaleras, pues no había ascensores.

Al dirigir sus ojos por la ventana sonrieron con entusias- mo y, cómplices, se miraron. Esta vez, ahí estaba el Julie, de cuerpo completo, vigilándolas.

Durante el desayuno observaron caer tupidos copos, mientras una máquina barría para que no se acumulara dema- siada nieve. De momento no vieron más actividad.

Madeleine abandonó el edificio y María Eliana regresó a la habitación.

Por la ventana vio detenerse un avión comercial y muy pronto bajaron a la losa muchos pasajeros. En su mayoría le parecieron esquimales, aunque   había, también, unos


pocos caucásicos. Llamó su atención que de inmediato se llenara de policías.

La sobresaltó el teléfono. Era el recepcionista, quien estando en antecedentes de que saldrían apenas las condicio- nes meteorológicas se lo permitieran, le informó que debían decidir si continuar o no en la habitación, pues de no querer pagar un día más, era requisito abandonarla de inmediato.

Puso los ojos en las cosas de su compañera. La imaginó ave- riguando sobre el estado del tiempo y decidió salir a buscarla.

Madeleine, por mientras, a través de las informaciones espontáneas disponibles para los pilotos consultantes que denominan notam, se enteró que en Iqaluit no había posibi- lidad de cargar avgas, pues debido a un problema de conta- minación no era posible hacerlo hasta octubre. Por esto decidió cargar el estanque interior. Hizo los cálculos nece- sarios para determinar la mínima cantidad posible y super- visó la operación.

María Eliana la encontró en esos trámites y la acompañó mientras terminaba.

La gente del jet volvió a subir y tal como llegara, se fue.

Entremedio arribaron muchos aviones rojos de correo y algunos cargueros, dando al lugar una dinámica muy especial.

María Eliana le explicó la situación con la administra- ción del hotel y Madeleine le informó la condición del tiem- po, tanto allí como en su próximo destino, Iqaluit.

-Podemos salir de inmediato -la sorprendió-. Debemos aprovechar que nieva suave. Además, dentro de lo malo, no lo está tanto. No son las condiciones ideales, pero podríamos pasarnos un mes esperándolas y capaz que ni así las consi- guiéramos, así que traslademos las cosas al avión.

El recepcionista se disculpó por haber sido tan drástico; sin embargo, no dudó en repetir su inflexible justificación:

-Son las reglas.

“Al menos nos avisó” se dijo Madeleine, que excusó su rude- za por vivir en aquel lugar, presa de las inclemencias del tiempo.

María Eliana se dispuso a caminar con sus cosas hacia el avión.

Presentado el plan de vuelo y efectuados todos los trámites,


incluido el pago para limpiar de hielo el avión, lo abordaron.

Un vehículo contratado anteriormente por Madeleine se acercó para calentar exteriormente el lugar donde se produce el enfriamiento del motor, pues congelado era imposible que arrancara. Un generador montado en el mismo auto permitió lanzar un chorro de aire caliente por el hueco ubicado bajo el cono de la hélice.

Terminada la operación, el vehículo se retiró y el motor la impulsó.

Un funcionario les indicó con los dedos dónde estaba la unidad para sacar el hielo formado sobre el casco, ya que en ese aeropuerto no había servicio al avión y carretearon hasta ahí. Desde la cabina observaron la operación: primero barrie- ron la nieve depositada sobre las alas y luego chorrearon un líquido por todo el avión, especialmente por los mandos, el tren de aterrizaje, la hélice y las alas, hasta que el hielo des- apareció.

-Otros seiscientos dólares con alas -informó Madeleine-. Como el efecto de este líquido sirve sólo durante quince minutos, debemos despegar de inmediato.

La nieve continuaba cayendo suave y el viento era tolerable.

Luego de un vuelo que duró cuatro horas con doce minu- tos, en medio de una fuerte tempestad que las obligó a man- tener mucha concentración, entraron a cielos canadienses envueltas en nubes, por lo cual no veían más allá de la nariz.

Durante la aproximación se produjo una desconcertante discrepancia entre tres instrumentos que deben permanecer en armonía: el compás magnético, el giro direccional del sis- tema de compases y el GPS.

Las dos bombas que producen la presión para el funcio- namiento de los instrumentos giroscópicos estaban trabajan- do en su rango inferior, lo que indicó a Madeleine parte del problema. Además, el compás magnético presentaba ciertos errores por la cercanía al Polo Norte.

Con su experiencia y conocimientos no dudó en confiar en el GPS, pues trabaja a través de satélites.

Al salir de las nubes, todo estaba tan blanco, que la posi-


bilidad de referencia era casi nula.

Guiada por las señales de la radioayuda de la pista y el GPS, logró posar las ruedas del Julie sobre la losa, en el para- lelo Norte 63 45.4 / Meridiano Oeste 068 33.4, contentas de haber entrado al continente americano. Apagado el motor, bajaron del avión en medio de una tempestad de nieve.

Como su intención era hacer sólo escala en Iqaluit, realizaron los rutinarios trámites y preparativos del avión para la salida y Madeleine pensó en revisar el estado del clima para proseguir.

Se dirigieron al jefe de los controladores, mister Mira, cuya oficina estaba en el primer piso de la torre de control. Era un individuo muy atento que las guió hasta la pequeña oficina que en Canadá y Estados Unidos reemplaza a la ARO. Consiste en un teléfono disponible para los pilotos, donde al marcar un número 800 se informan de las condicio- nes meteorológicas y los notams. En caso de decidir despe- gar, el piloto presenta verbalmente su plan de vuelo.

El meteorólogo le advirtió sobre la severidad de las con- diciones climáticas, por lo cual era imposible continuar.

Mister Mira les recomendó la línea aérea local Air Nunavut para que les ayudara a encontrar alojamiento, tanto para ellas como para el avión. Así, lo hicieron rodar unos trescientos metros y estacionaron cerca de las oficinas.

La primera noche fue imposible conseguir hangar, pero les dijeron que al día siguiente iba a desocuparse uno, donde en caso de no salir, podrían guarecer al Julie.

No muy conforme, pero sin otra alternativa, Madeleine agradeció.

No pudieron conseguir alojamiento en un hotel, pues había en la ciudad una feria anual y todos éstos, así como las pensiones, estaban copados. Después de muchos intentos fallidos, encontraron cupo en la Residencia para Alumnos de los Colegios Árticos. Ubicada frente a la pista, formaba parte del complejo correspondiente al aeropuerto.

Las trasladaron en una van y les entregaron vales para cenar, ya que la estadía daba ese derecho y el desayuno. Les advirtieron que se apuraran, pues la atención era sólo hasta las seis.


La habitación correspondía a una gran sala con tres espa- cios: uno central y dos laterales, donde estaban las camas. No tenía teléfono ni baño privado, pues el lugar estaba diseñado para los alumnos, por lo cual sólo había recintos comunes con muchas duchas y lavatorios: unos para hombres y otros para mujeres.

Los pasillos aquí también eran interminables y el edifi- cio no contaba con ascensores. Bajaron a cenar y después subieron con la intención de ducharse; sin embargo, se encontraron con la sorpresa de que no había toallas. De inmediato fueron a la recepción, pero por ser muy tarde no encontraron al empleado. Sólo a un guardia al que le expli- caron la situación. Él les dijo que los alumnos llevaban las suyas y lo único que podía hacer por ellas era facilitarles algunas de papel. Las aviadoras se miraron, mientras él sacó de un closet un alto de éstas. Decidieron tomarlo con humor y regresaron al baño, muertas de la risa, a pesar de lo insóli- to que les pareció pagar la abultada suma de trescientos dólares y tener que secarse de manera tan primitiva.

Se acostaron, esperanzadas en poder salir temprano al día siguiente.

Al despertar, la vista a través de la ventana resultó deso- ladora: caía mucha nieve con viento, la pista estaba blanca y observaron algunos vehículos barredores trabajando para que pudieran aterrizar y despegar aviones más grandes, principal- mente jets.

Después de tomar desayuno se separaron.

Madeleine quiso averiguar sobre las condiciones del tiempo para despegar, de manera que se puso el abrigo que le vendiera María en Cascais, acomodó la capucha con apenas los anteojos ahumados a la vista y se observó al espejo. Sintió ganas de lanzar una carcajada, pues se encontró igual a un embutido. Salió a la intemperie y cami- nó hacia la pista, pensando en volver de inmediato para informar a su compañera.

Debido al fuerte viento la nieve se coló hasta su cara. Así caminó durante diez minutos con dirección a las oficinas de la línea aérea Nunavut, que lleva el nombre de la región, para


conversar con el piloto jefe Chris u otro llamado Greg.

Olvidó que para ingresar había una pequeña puerta late- ral y creyó que el recinto estaba cerrado, así que siguió su camino hacia la oficina del jefe de controladores, quien muy servicial sacó por Internet toda la información meteorológica. Después subieron a la torre de control para saludar a los encargados del tráfico aéreo.

La meteorología empeoraba, por lo cual era imposible despegar. Caminó hasta el Julie, estacionado junto a un avión King Air Beechcraft con turbinas, que se veía inmenso. Se alegró, pues ya estaba al abrigo del hangar. A modo de saludo su mano le acarició, como de costumbre, igual que si fuera un noble caballo.

María Eliana, por su parte, regresó a la habitación y en lugar de su amiga encontró una nota:

“Me voy al avión” leyó.

Ante aquello, decidió tomar un taxi para ir al pueblo y comprar toallas.

Llamó su atención la gran limpieza, la carestía y la for- ma de aquella ciudad. Todas las calles eran circulares, excep- to la que iba en dirección al aeropuerto.

Volvió a la hora de almuerzo y al poco rato apareció Madeleine, que le contó:

-No podemos despegar aún, tendremos que pasar otro día aquí.

-Bueno, al menos tenemos toallas. Madeleine la observó con curiosidad.

-Fui a comprar... Y también traje agua mineral.

-¡Genial! -exclamó su amiga, que le obsequió una sonri- sa de gratitud. Pasados unos segundos, agregó:

-Tendremos que consultar a cada rato la meteorología, porque no creo que tengamos mucho donde elegir, así que apenas haya una posibilidad, nos vamos.

-Eso implica un gran riesgo -comentó María Eliana.

-Sabes que lo sé, pero no hay alternativa. No podemos sentarnos a esperar buen tiempo. Aquí puede no llegar quizás hasta cuando. De momento, en todo caso, no hay nada que hacer hasta mañana. A primera hora, ya veremos.


El director del albergue, un inuit canoso, lampiño y medio pelado, las autorizó para usar con libre acceso una sala de Internet que funcionaba a través de un servidor ubi- cado en su oficina. Era un espacio amplio diseñado para acoger a los alumnos, con ocho computadores, todos dispo- nibles por ser época de vacaciones.

Luego de poner al día sus correos, bajaron a cenar. Eran más de las cinco de la tarde y aunque de día, el cielo estaba cerrado y la nieve hacía que todo fuera muy gris.

Con los alumnos ausentes, el lugar acogía a varias fami- lias inuit, debido a una inundación producida en los alrededo- res. También alojaban algunos profesores que por diversos motivos prefirieron quedarse. Ellas entablaron amistad con una maestra que conocieron en el baño, duchándose. Posteriormente las invitó a su cuarto, desde donde pudieron hacer algunas llamadas, mientras les contaba sobre sus activi- dades y la vida de la gente allí.

Llamó mucho su atención el contenido de una serie de afiches que promovían la unión de los inuit con el resto de los habitantes de Canadá. En algunos aparecían dos manos unidas y otros destacaban los valores del pueblo Inuit. En uno de éstos se leía: “Respete a los inuit”.

Aunque la nevazón aumentó durante la noche, amaneció con mejor visibilidad y casi sin viento.

Bajaron a desayunar y Madeleine quiso tomarse un café con leche. Observó en el rincón la máquina y se dirigió a ella con la taza. Apretó el botón correspondiente, pero no salió el producto. Apretó otra vez y nada...

Un inuit sentado en una de las mesas le hizo señas mien- tras decía: “open, open”.

Ella, sin entender, continuó tratando de hacer funcionar los botones.

El hombre se levantó de su asiento, fue hasta ella y abrió la puerta del aparato.

Sorprendida, observó que en el interior había un jarro con leche. Al ver que los botones y manijas eran de adorno, soltó una carcajada.

De ahí fueron hasta la sala de Internet y consultaron


sobre la meteorología para pilotos. Las condiciones del tiem- po, todavía conflictivas, las retuvo un gran rato frente a la pantalla, analizando la posibilidad de despegar.

De pronto apareció un inuit como salido de la nada que llevaba en su mano una carpeta con forma de angosto male- tín. Las saludó con amabilidad y, sin que salieran de su sor- presa, tanto por su presencia como por lo inusual del compor- tamiento, sacó unos dibujos que, según les contó, estaban hechos a dos manos.

Los inuit son individuos tímidos que, debido a su falta de roce social, tienden a bajar la vista sin dar oportunidad para saludarles. Pero este no era así. Aparte de ser muy afa- ble, les dio un dibujo de su tierra y comenzó a bosquejar a María Eliana. Acto seguido, les regaló una insignia con un símbolo de los inuit.

Madeleine se sintió con “las manos vacías”. Entonces buscó en su cartera algo propio de su civilización para obse- quiarle y encontró una pequeña caja para pastillas forrada en piel proveniente de Argentina, donde guardaba sus tapones para los oídos. No dudó en que era la solución, de manera que la vació y se la entregó.

Él, entonces, arrodillado en el suelo, comenzó a dibujarla con sus dos manos.

Aparecieron de repente unos amigos del hombre, se tomaron algunas fotos y se despidieron. El lugar volvió a su antiguo silencio.

Regresaron a su actividad meteorológica y el panorama continuó desalentador. Decidieron conversar con mister Mira y se dirigieron a su oficina en el edificio.

Consultaron su opinión y él, que había estado todo el tiempo a su disposición, asumió su condición de jefe de los controladores y sintió un grado de responsabilidad. Entró a Internet y sacó muchas páginas que durante largo rato anali- zaron.

-Están muy malas las condiciones, pero es su decisión

-comentó, respetuoso del criterio de las pilotos.

-Ya lo sabemos, pero ¿cuál es su opinión? -insistió María Eliana.


-No debieran volar, pero por otro lado se ve que las cosas empeorarán y entonces será imposible despegar y no hay cómo saber hasta cuándo tengan que quedarse.

“Eso significa que ahora o nunca” pensó María Eliana. Madeleine,  por  mientras,  evaluaba  la  situación.

Consideró suya la responsabilidad de tomar una decisión adecuada y, luego de volver a sopesar con prudencia los pro y los contra, propuso a su amiga salir y hacer una escala en Kuujjuaq, donde luego de cargar combustible analizarían nuevamente las condiciones para decidir si continuar algo más al sur o esperar.

A María Eliana le pareció bien. El señor Mira las obser- vó enfrentar sus ojos en un gesto de complicidad y compren- dió que estaban de acuerdo. En su rostro se leían con claridad indicios de preocupación.

-El riesgo es alto, pero no tenemos una mejor alternativa

-expresó Madeleine.

-Es cierto, salgamos de inmediato. Es increíble que haya que tomar de esta manera una decisión de tanta importancia.

-Tomémoslo como un buen entrenamiento.

Esta vez no hubo sonrisas. Ambas habían calibrado bien la decisión y sus graves implicancias.

Terminados los trámites agradecieron al controlador para de inmediato retirarse con dirección al avión.

-Buen vuelo y cuenten conmigo. Seguiremos en contacto y estaré a su disposición todo lo que necesiten -se despidió él. Junto al Julie extendieron la bandera chilena, para cum-

plir una vez más el compromiso contraído con el Presidente de la República, como representantes del pueblo de Chile.






Decisiones con riesgo de vida

Iqaluit - Kuujjuaq - Montreal



-Espero que no se nos forme demasiado hielo en los mandos -comentó Madeleine, mientras echaba a andar el motor. Pensó, en inglés (algo frecuente en ella), que lo difí- cil era saber: “How much is too much?”.

Ese “demasiado” golpeó duro a María Eliana, a pesar de estar consciente del riesgo.

-Me molesta que no haya cómo saberlo hasta que ocurre -agregó, consciente de que ese “hasta que ocurre” implicaba lisa y llanamente la pérdida de sustentación,


con una caída desastrosa.

-¡Aquí vamos! -exclamó Madeleine y las ruedas se des- pegaron del suelo.

Nevaba, aunque con poca intensidad, lo que no les importó mucho, pues los copos no se adhieren ni endurecen. El peligro se presentaría apenas entraran entre nubes frías, por el comportamiento de la humedad a bajas temperaturas. Se concentraron en escuchar diversos reportes de pilotos al alcance de la radio, para conocer el grosor de la capa de nubes y la posible demora en salir a cielo despejado.

Sus ojos incrustados en los instrumentos salían de vez en cuando para observar con dificultad, a través de la forma- ción de hielo en las ventanillas y el parabrisas, el estado de las alas y la hélice, mientras buscaban hacia arriba, con la esperanza de encontrar más claridad y abandonar aquel sobrecogedor gris.

Avanzaron durante un rato largo en esas condiciones. El tiempo empeoró y las nubes fueron cada vez más densas. El Julie, zamarreado por los fuertes vientos, comenzó a acumu- lar hielo. Las pilotos se miraron con preocupación, pues en los bordes de ataque y sobre los estanques de punta de ala se formó con rapidez una capa que aumentaría sin compasión.

Calcularon la conveniencia entre mantener la altitud o subir a cielo despejado. El problema era que de permanecer mucho rato en la humedad, el hielo se haría excesivo, sin saber cuánto era demasiado. Por otra parte, la baja tempera- tura a cielo despejado aseguraba afirmar la capa helada.

Tomaron la segunda opción y el Julie empinó la nariz. El nerviosismo comenzó a punzar en sus estómagos y María Eliana se encomendó a la Virgen, presintiendo que era lo más atinado. Así y todo, la nubosidad resultó más gruesa de lo pronosticado.

Madeleine evaluó la posibilidad de regresar a Iqaluit. Consideró el tiempo que permanecerían en nubes y las dis- tancias hacia delante y atrás. Como de regresar, era muy probable que las condiciones para aterrizar hubieran empe- orado, le pareció más conveniente continuar.

El sonido de la hélice acusaba con toda claridad la for-


mación de hielo en las aspas, la velocidad disminuía y la cantidad acumulada sobre las alas era preocupante.

Volvieron a hacerse la pregunta del millón de dólares: “¿Cuánto es demasiado?”.

Continuaron y la situación climática dio a Madeleine la oportunidad de pedir autorización a ATC para desviarse unos grados y aprovechar los pocos claros que por momentos aparecieron. Abajo, sobre el océano, imaginaron flotar ame- nazantes los carámbanos. Se contraponía la magnificencia del panorama con el temor, ya no sólo de un imprevisto, sino también de algún suceso ocurrido a raíz de una fría decisión. Un nuevo claro permitió que la inquietante acumula- ción de hielo se detuviera, pero en esas condiciones nunca se sabe lo que la meteorología depara y el existente era sufi- ciente para que en caso de necesidad el avión no respondie-

ra de la manera adecuada.

“Al menos no nos hemos caído” pensó María Eliana mientras miraba a su amiga. Regresó los ojos hacia el para- brisas y de inmediato a su ventana. Apenas pudo ver las alas a través del material cristalizado.

La temperatura se mantuvo, pero la tormenta era dura y las vibraciones del monomotor aterradoras, como si de pronto se fuera a partir en dos, salir volando la puerta o des- prenderse un ala.

Madeleine consultó con María Eliana:

-Esta tormenta no va a parar y se nos va a poner muy feo el panorama, creo que debemos buscar más arriba.

-Estoy de acuerdo, es demasiado peligroso seguir por aquí -respondió, sabiendo que a medida que se asciende la temperatura baja y parte de la humedad de las nubes altas se transforma en cirrus, que son minúsculos cristales, por lo cual se detiene la condición de congelamiento en el avión.

De pronto, sobre la empinada nariz del Julie, las nubes se aclararon. Era un buen signo. A los 8.000 pies salieron a un claro y comenzaron a volar en un estrecho corredor, entre la nubosidad que dejaron abajo y la depositada encima.

El recreo no duró mucho. Las nubes más adelante vol- vieron a cerrarse y Madeleine otra vez tuvo que decidir si


mantener la velocidad o empinar la nariz. Optó por hacer una montada en busca de la anhelada luminosidad, el espe- rado sol y un mayor descenso de la temperatura, pues se supone que a partir de alrededor de -15ºC, hay menos peli- gro de formación de hielo.

Casi sobre el estrecho de Hudson, más o menos a 61º de latitud Norte, la temperatura bajó más. Y a 10.000 pies tuvieron la sensación de un cambio en el colorido de las nubes. A los 11.000 la claridad se hizo evidente y haciendo virajes con la nariz arriba, el Julie alcanzó los 14.000 pies.

Las alas, a estas alturas, tenían una gruesa capa y las pilotos seguían haciéndose la dura pregunta: “¿Cuándo mucho es demasiado?”.

Sesenta millas al norte de Kuujjuaq comenzaron el des- censo. Se adentraron otra vez en la nubosidad, con mayor peligro que en el ascenso, pues ya tenían acumulada una buena cantidad de hielo. La fría lonja aumentó y el riesgo de una falta de sustentación pareció llegar al límite.

Cerca del aeropuerto la nubosidad se hizo parcial y con gran alivio se enteraron por el controlador de que Kuujjuaq estaba con sol.

Debido a que algunos mandos estaban trabados, Madeleine debió efectuar las maniobras de aproximación y aterrizaje de una manera inusual. Usó los que aún podía accionar, con una exigencia máxima de su pericia.

Todo, alrededor, estaba nevado. Sujetó con fuerza la caña y esperó a que las ruedas tocaran el congelado pavimento.

Logró ponerlas en la pista con el avión estabilizado, de manera que rodó con normalidad. La carrera disminuyó y el avión se detuvo.

-¡Uff, buena piloto! -exclamó María Eliana, consciente de que su amiga necesitaba una solidaria demostración de afecto. Como si nada, carretearon hasta el suministro de combustible. Al bajar constataron la gran cantidad de agua en estado sólido que tenía el avión, sin posibilidad de derre- tirse, debido a la baja temperatura. El panorama era para ellas algo desconocido, así como un hermoso bimotor Twin Otter con esquís alternativos a sus ruedas, pintado con los


mismos colores del Julie, que posaba ante sus ojos.

Madeleine se emocionó con el sol, contenta de salir por un rato de las horribles condiciones y poder proseguir sin novedad.

Después de echar combustible fueron a la torre, un lugar que les pareció muy solitario. El único empleado que encon- traron les informó que en el piso de abajo estaba la oficina para llamar al número 800, donde averiguar sobre la meteoro- logía y, en caso de despegar, hacer entrega del plan de vuelo.

Aprensiva, Madeleine escuchó decir a la voz del otro lado de la línea que se acercaba rápido un frente y ahí pronto estaría cubierto, con pésimo tiempo hacia el Sur. Y aunque en esa dirección, tanto como al Sureste y Suroeste había diver- sos lugares donde aterrizar, ningún camino era viable.

El corazón “le bajó al bolsillo del pantalón”, como dicen los alemanes cuando quieren explicitar su decepción.

Tuvieron, entonces, que ubicar dónde pernoctar. Divisaron, en lontananza, las paredes verdes del hotel; sin embargo, dadas las condiciones climáticas, era muy lejos para ir a pie. Preguntaron por un taxi y se enteraron de que éstos funcionaban sólo en verano, para los turistas, ya que no eran usados por la gente local.

-Pero hay un albergue para los pilotos, eso sí, sin res- taurante -les dijo el controlador-. Ellos pueden venir a reco- gerlas. De ahí podrán ir caminando a comer al hotel, no está tan lejos.

Esa opción les pareció la más acertada y llamaron por teléfono.

Pronto llegó un vehículo que las transportó a las insta- laciones, que parecían desocupadas.

-Efectivamente, ustedes son las únicas huéspedes hoy

-confirmó el chofer, mientras encendía algunas luces.

-Veo que realmente aquí no hay posibilidades de ali- mentación y estoy demasiado hambrienta -dijo María Eliana.

-En efecto, señora, sólo hay la comida que los pilotos dejan guardada en los freezer, y como comprenderán, es sagrada. Y no podrán comprar algo hasta mañana.

-Entonces, no nos queda más que ir al hotel -propuso Madeleine.


-Bueno, no está tan lejos y no andaremos con las cosas a cuesta.

-¿Usted puede ser tan amable de dejarnos allá?

-Por supuesto, pero más tarde no habrá quien las traiga.

-No importa, pero estamos que nos morimos de hambre. El hombre las dejó en el hotel y desapareció entre la nieve. La vuelta fue más atractiva de lo que esperaron.

Aunque no era fácil caminar con las piernas enterradas has- ta casi las rodillas y una temperatura inferior a los quince grados bajo cero, aún estaba de día y comenzó a ponerse el sol, lo que constituyó un verdadero espectáculo. Lo hizo tras los bosques nevados, con una impresionante franja amarilla que dividía el cielo gris.

-Mañana habrá que comprar algunas provisiones

-comentó María Eliana, con pocas ganas de repetir aquella caminata.

-Sí, lo probable es que no nos podamos mover, aunque en estos lugares nunca se sabe. De pronto se produce una mejora climática y debemos aprovechar.

María Eliana se limitó a murmurar con sus pensamien- tos centrados en esas probables condiciones.

A la mañana siguiente Madeleine abrió las cortinas y exclamó:

-¡Qué contraste! -sorprendida por la tempestad de nie- ve, el cielo gris y todo cubierto de blanco-. Mi pobre avión

-agregó.

Aprovecharon el encierro para escribir en sus diarios y arreglar las bitácoras.

Madeleine percibió una sensación agobiante de aisla- miento al sentirse una presa envuelta por aquella gran nube blanca que la oprimía.

Más tarde se sintió un poco mejor, gracias a las llama- das telefónicas del General de Aviación Marcos Meirelles desde Montreal y del Coronel Ili en Washington.

En la mañana caminaron hasta el hotel para desayunar. Al salir, un viento helado les mordió la cara. Después, el auto del albergue las llevó a un supermercado para comprar víveres. Por último, el chofer, antes de irse a almorzar, dejó


a Madeleine en el aeropuerto para averiguar sobre el estado del tiempo.

Encontró a un capitán de la línea aérea local presentan- do su plan de vuelo, quien le dio una serie de consejos res- pecto a las ciudades posibles de usar como destino. En el caso que se decidieran por Montreal, le explicó las diferen- cias entre los dos aeropuertos grandes: sugirió escoger Presidente Pierre Trudeau, que era la pista usual. Además, le dio una serie de indicaciones prácticas, como dónde diri- girse, la probable dirección de aterrizaje y por qué parte le convenía hacer el carreteo para encontrar el FBO.

Una vez que se despidieron, ella llamó al número 800. Le costó comunicarse, pues era la quinta persona en línea de espera y debió tener paciencia durante más de media hora. Llegado su turno, habló durante casi 20 minutos.

El encargado de asesorarla fue muy amable. Hizo caso omiso de que más personas aguardaran y le informó con minuciosidad. Su actitud paciente y exhaustiva le pareció una especie de recompensa a la espera.

Le dijo que de Kuujjuaq a Montreal había, durante 300 millas al sur, entre los 2.000 a 2.500 pies y hasta los 20.000, una capa de nubes como muro compacto.

Para el Julie era imposible volar en tales condiciones, pues la altitud máxima que puede alcanzar es de 16.000 ó

17.000 pies y en esa montada, demasiado larga, se formaría exceso de hielo. De hacerlo, sin duda sabrían “cuándo mucho es demasiado”.

Sin embargo, el pronóstico para el día siguiente era que en lugar de 300 millas, la extensión nubosa sería sólo de 50; y probablemente con no más de 6.000 pies de altura: un pronóstico bastante prometedor que le permitió sentirse más optimista. Agradeció la excelente atención y dejó presenta- do su plan de vuelo, para así sólo tener que verificarlo.

Fue al hospedaje por su compañera y se dirigieron al edificio de la Municipalidad, el único lugar donde funciona- ba Internet y sólo hasta las cinco y media. Allí no fue mucho lo que pudieron hacer, pues el sistema era lento en extremo.


Regresaron a la residencia y recorrieron sus instalaciones, bastante modernas y con excelentes espacios, como la enorme cocina, con dos refrigeradores grandes y dos lugares donde cocinar. Allí prepararon un pollo asado con tomate y palta.

En la noche cenaron algo frugal con yoghurt y frutas, ya no solas, pues llegaron otros pilotos.

Decidieron que su próximo destino sería Montreal, donde estaba el General Meirelles, a unas 848 millas náuti- cas, vale decir 1.570 kilómetros, lo que volando a 120 nudos, o sea 222 kilómetros por hora, significaría 7 horas.

Estuvieron todo el día encerradas viendo nevar y ocu- paron el tiempo en realizar diversas actividades como hacer el plan de vuelo, leer, escribir y observar el paso de algunos inuit con sus perros, así como de una mujer típica con su guagua cargada sobre la espalda en un atuendo muy espe- cial tipo abrigo blanco, que no se confundía con la nieve sólo gracias a unas líneas rojas que lo adornaban en sus bor- des. Además, fue el momento indicado para pensar en muchas cosas.

Madeleine se preguntó en qué momento se le había ocurrido participar en esta loca aventura. Observó a María Eliana y recordó que se habían conocido en Chile por los años ochenta, en casa de un matrimonio suizo, amigo de ambas, que regresaba a su país.

El otro matrimonio invitado estaba formado por un dentista y su señora, una psicóloga que además era piloto. A Madeleine le llamaron la atención en ella ambas activida- des: en primer lugar era una profesional muy peculiar, pues asistía a su marido con ciertos pacientes alérgicos a los remedios, a quienes anestesiaba a través de la hipnosis. Por otra parte su actividad aérea la hizo pensar en su deseo dor- mido de ser aviadora.

Las sentaron juntas y desde un comienzo tuvieron una muy buena relación, por lo cual continuaron visitándose.

Rememoró que con posterioridad, ella y Hans fueron a Tahití junto a otros matrimonios, donde les tocó hacer todos los vuelos entre las islas en un pequeño avión bimotor.

Al volar junto al piloto afloró la pasión de sus años


mozos como un volcán y a su regreso le contó a María Eliana, quien le ofreció presentarla en el Club Aéreo de Santiago para que hiciera el curso de vuelo. Ella, entusias- mada, habló con su marido y él aceptó apoyarla para que cumpliera aquel sueño hasta entonces desterrado.

En 1989 comenzó el curso y desde entonces ha volado con intensidad.

Después su amiga, separada del dentista, partió con Valentín a Europa, donde la visitaba, contándole sobre sus progresos de piloto.

Madeleine comentó a María Eliana sus pensamientos y recordaron el origen de la Travesía 2004. Estuvieron de acuerdo con que la primera consideración a tener en cuenta era la idea común, en muchos pilotos, de querer ir cada vez más lejos, abarcar mayores distancias y visitar más países.

A Madeleine, por su parte, le fascinaba recortar los artí- culos de los vuelos ferry entre Europa y Estados Unidos y guardarlos. Hacía lo mismo con los de las vueltas al mundo y jugaba por dónde hacerlas ella...

En el caso de María Eliana había otras motivaciones y quien mucho tuvo que ver fue el piloto parapléjico portu- gués, Antonio Faria e Mello, quien sobrepuesto a sus difi- cultades físicas, había logrado grandes hazañas.

El 17 de diciembre del 2003 se cumplieron los cien años de la aviación a motor y, desde los primeros meses, entre las grandes celebraciones que se hicieron, en ambas, que se encontraban instaladas en Chile, se profundizó el anhelo por vivir la experiencia de una hazaña. Al principio no lo conversaron. Era una curiosa cuestión tácita.

Madeleine se preguntaba si podría hacerlo a bordo del Bonanza, alentada por conversaciones sostenidas con Ricardo Schäfer, piloto que traslada los aviones Cisterna usados durante los veranos para combatir los incendios en Chile y Europa, pues según parece hay muy pocos en el mundo.

La primera acción concreta al respecto, fue la modesta medición de la ruta a través de la escala de kilometraje de un atlas, sin cartas.


Comenzaron a conversarlo entre ellas y de a poco las ideas anidaron, hasta que unos tres meses antes del 19 de julio, fecha del cumpleaños de María Eliana, se lo plantea- ron por primera vez como algo posible. Madeleine lo había analizado sólo en términos gruesos, por lo cual aún estaba la incógnita de poder hacerlo en el Bonanza.

Durante esos tres meses estudió las cartas, las caracte- rísticas del avión, la factibilidad de aumentar el combustible para la autonomía, el camino...

Cada vez que se veían con María Eliana, ella tenía un nuevo dato. Conversó con varios pilotos y recopiló conse- jos e información por Internet y a través de diversos estu- dios y cálculos.

Así, poco a poco el sueño tomó cuerpo, hasta que deci- dieron realizarlo al año siguiente, cuando la meteorología fuera adecuada.

Trató de determinar un momento exacto en que hubie- ran tomado la decisión, pero no pudo, pues amasaron la idea hasta que de repente estuvo a punto. Coincidió con el cumpleaños de su amiga y aprovecharon la celebración para comunicarlo. “Sí -piensa-,  ahí el desafío tomó cuerpo”.

Volvió a reinar el silencio en la habitación. María Eliana aprovechó para hacer un giro brusco en sus pensamientos y evocó a su difunto padre, un típico suizo fanático por volar en globo, que por esas rarezas del destino llegó a Chile.

Perteneciente a una importante y rica familia, muy joven tuvo la inquietud de conocer otras tierras. Titulado de ingeniero eléctrico, fue contratado por ABB, quienes le ofrecieron un cargo en Estados Unidos y, pese a la reticen- cia de su padre, abandonó su pueblo natal.

Transcurridos tres años se aburrió de la ley seca y todas sus implicancias en lo que consideraba el buen vivir, así que decidió regresar a Suiza; sin embargo, con una buena situa- ción y sin compromisos, entusiasmó a un amigo para antes recorrer Sudamérica.

Por 1935 llegaron al país más austral del continente, donde conoció a Eliana, de quien se enamoró de inmediato y sin restricciones, de manera que no demoró en casarse. Se


estableció allí, a pesar de pertenecer a una de las familias que formaron la Confederación Helvética, siendo el primero y único en salir a probar suerte al extranjero. A diferencia de otros inmigrantes, invirtió dinero en lugar de abrigar la esperanza de encontrarlo. Compró un gran terreno al inte- rior de la ciudad de Santiago, que dividió en dos partes: una quinta para vivir y una fábrica para trefilar acero, y aunque sus empresas nunca prosperaron, era tal la fortuna y alta posición social de su familia en su país de origen, que ser un pésimo administrador y negociante nunca tuvo mucha importancia.

Nació en Wolfenschiessen, un pueblo ubicado en plena montaña, a mitad de camino entre Lucerna y el centro de esquí Engelberg, habitado en un cincuenta por ciento por familias de apellido Christen.

Como homenaje a su padre, en octubre de 1996, encon- trándose radicados en Cascais, viajó junto a Valentín, para el día 30 casarse. Entonces tuvieron la oportunidad de com- probar cómo el pueblo todavía lo recordaba con mucho afecto y respeto, pues montó la hidroeléctrica que aún lo mantiene con luz.

María Eliana rememoró la manera en que su padre había llegado a piloto: el país tiene un ejército disuasivo, gracias al cual jamás ha tenido que lamentar la participa- ción de su población en una guerra. El servicio militar es optativo para las mujeres que deseen hacerlo y obligatorio para los hombres, quienes mantienen en su hogar armas para una defensa conveniente en caso de ataque. Es tan grande su sentido patriótico que, aunque no sea significati- vo, los jubilados hacen un aporte del propio bolsillo al Estado para esos fines. Así, todos están preparados para una eventual guerra y saben muy bien cómo coordinarse en tal caso, ayudados por la situación geográfica del país.

Arnold escogió hacer su entrenamiento en la rama del aire y se hizo tan amante de la actividad, que no dudó en continuar su práctica de manera privada.

Entre las remembranzas de su niñez, evocó aquellas tardes sentada sobre las rodillas del papá. Muy atenta, escu-


chaba con atención sus emocionantes historias de vuelo. Las más entretenidas eran, sin duda, las aventuras relacio- nadas con sus travesías en globo. Y en éstas, los vuelos rasantes y las precarias condiciones de aterrizaje. No era raro que algunas señoras lo corretearan con sus escobas por asustarles las gallinas y causar más de algún incidente en los graneros u otras instalaciones.

Frente al blanco frío, extendido más allá del ventanal, afirmó con la cabeza. Le pareció tener muy clara la proce- dencia de su afición por los aviones, la necesidad de aden- trarse en la infinidad del cielo con la tierra a sus pies y, por supuesto, saltar en paracaídas.

Una pareja de esquimales que embutidos en sus gruesas pieles atravesaron la calle, junto a sus cuatro perros, la dis- trajeron durante algunos instantes.

Regresó a sus reflexiones para situarse a pocos días, en Suiza. Pensó que si por circunstancias meteorológicas no hubiesen podido continuar hasta Ginebra, hacer esa tremen- da travesía y no tocar aquel suelo le hubiera parecido una omisión imperdonable.

Mantuvo la vista sobre la nieve y los copos que no cesaban de caer. Percibió una gran tranquilidad interior y ello le sirvió para continuar con los recuerdos.

Pensó en su incierto origen: concebida en Suiza, nació en Chile. Se sintió sin raíces que la retuvieran.

Los pensamientos la llevaron hasta su hija. Recordó las veces en que, después de su muerte, para arrancar de aque- lla ingrata realidad viajó al extranjero con la justificación de estudiar, y lo hizo tan a menudo, que además de perfeccio- nar su inglés en New Orleans, logró aprobar la insólita can- tidad de cuarenta postgrados en hipnosis y psicología, en distintos lugares, incluidas China y la India.

Sonrió al pensar que podría inscribirlo en el libro de récords curiosos.

Se detuvo en aquel matrimonio y cómo fue inducida a involucrarse. Eran tiempos en que su vida casi no le perte- necía...

Afuera nevaba con más intensidad, de modo que tenía


toda la tarde para alimentar sus meditaciones. Así, se permi- tió una licencia.

-¿Quieres un café? -preguntó a Madeleine, que enterrada en un cómodo sillón con el bolso de vuelo al costado, revisa- ba una diversidad de cartas de navegación y otros papeles.

-No, gracias, tengo mi agua -respondió, mostrándole la botella, que destapó para tomar un sorbo.

María Eliana regresó con su humeante taza, aspiró el grato aroma del café recién evaporado y sin hacer comenta- rios continuó con sus recuerdos: se casó cuando estaba en segundo año de psicología...

Fue más atrás... Tuvo una infancia poco convencional para una niña, con mucha actividad propia de hombres: campeona para las bolitas, diestra en el armado de volanti- nes y, por supuesto, para encumbrarlos. Vivía encaramada en los árboles, con lo cual no había ropa que resistiera. Pese a los retos y amenazas de su madre, su costumbre de andar todo el día desarreglada no cambió y en muchas ocasiones le significó recibir castigo físico.

Aburrida con este comportamiento impropio en una niña que se suponía debiera ser fina, también inducida por las pocas ganas de seguir trasladándola al colegio, sin que- rer al mismo tiempo que se exhibiera en público, doña Eliana optó por sacarla de las Monjas Ursulinas y la matri- culó interna en el colegio de las Monjas Alemanas, ubicado en calle Bellavista, a los pies del cerro San Cristóbal.

Guarda recuerdos patéticos de aquel lugar... En las noches era despertada por el llanto y los gritos provenientes de las hienas que habitaban en el zoológico enclavado en el cerro, sobre su cabeza. Algo terrorífico. El susto se apodera- ba de ella y muchas veces no volvía a conciliar el sueño, sin saber a quién recurrir para que la protegiera.

La mamá la obligaba a usar el pelo largo y trenzado, el que debido a sus cortos 7 años, nunca aprendió a desenredar ni peinar, lo que las monjas le exigían hacer todas las maña- nas antes del desayuno, bajo la amenaza de privarla de éste si llegaba atrasada, lo que ocurrió sin excepción mientras fue pequeña.


Y sucedió algo insólito: aún no cumplía trece años de edad y su madre la sacó del internado.

-Desde ahora te encargarás de trasladar a tus hermanos desde y hacia el colegio -le dijo y alargó la mano.

La niña observó que sostenía un permiso para conducir consistente en dos pequeñas tapas y algunas hojas. Lo abrió y sorprendida vio en el interior su foto y leyó su nombre.

-Y cuídalo, porque tendré contactos en la municipali- dad, pero no te creas que me fue fácil conseguirlo... Bastante cara me salió la gracia.

María Eliana tuvo la ingenuidad de pensar durante algunos instantes que iba a gozar del auto con autorización de su madre y del municipio; sin embargo, de inmediato la bajó a tierra:

-No creas que harás lo que te dé la gana. Podrás usar el auto sólo cuando te mande y lo harás con los minutos con- tados. Si te atrasas, ya sabes lo que te espera a la vuelta.

“Y todo por no doblegarse ante mi padre” se dijo, recordando las condiciones bajo las cuales nació en la cabe- za de doña Eliana aquella loca idea de que manejara.

Fue en uno de los tantos paseos campestres a los que su madre gustaba ir con la familia completa. El único inconve- niente era que a veces el papá se taimaba por algún exa- brupto de su mujer y no era posible partir sino hasta que se le pasara, para lo cual ella muchas veces debió disculparse.

María Eliana se detuvo unos pocos segundos ante aquel magnífico cuadro mental y sonrió. Cuándo se le iba a ocu- rrir que la señora apareciera con tal idea, aunque en su cabeza todo era posible.

En esa ocasión, una vez más, el papá se bajó enojado del auto y dejó en éste, clavados, a su esposa con los niños.

Entonces doña Eliana se dirigió a ella y con tono auto- ritario le indicó:

-Súbete tú al volante y maneja.

La niña quedó de una pieza, pero conociendo la proce- dencia de la orden, no le cupo duda que mostrar incertidum- bre sólo alentaría a su madre para castigarla al llegar a la casa, si no para perseguirla correa en mano. Por tanto abrió


la puerta trasera y se trasladó al asiento delantero para sen- tarse frente al volante.

-Ya, pues, hazlo andar, que te estoy contando los minutos y por cada uno que te demores te caerá un buen escarmiento.

Una vez más le quedó claro que su madre no tenía lími- tes y aunque era primera vez que tentara conducir un vehí- culo, supo que debía hacerlo ¡y bien!

El automóvil dio unos corcovos y se detuvo.

-Déjate de bromas -amenazó doña Eliana-. Si no mane- jas como se debe, te las verás conmigo.

-Sí, mamá -aseguró María Eliana, aterrada, tratando de imaginar cuál sería la gravedad que su madre daría a esa infracción, mientras encendía nuevamente el motor, con toda la rapidez que le era posible.

Puso la marcha y volvió a acelerar. De nuevo el auto dio una serie de corcovos, pero esta vez no se paró y comenzó a deslizarse. Para la niña era muy difícil mantener la visión y al mismo tiempo usar los pedales, pero debía hacerlo para salvar su integridad física.

El papá escuchó el rugir del motor y se giró sorprendi- do. Cuando comprendió que María Eliana era capaz de con- ducir, comenzó a correr detrás. Doña Eliana esbozó una sonrisa irónica que mostraba sin tapujos su gran placer.

María Eliana hace memoria de lo dura y larga que fue esa época, pues el control que su madre ejercía sobre ella era tan drástico que... Hace un alto, pues le molesta pensar en ello. Era una mujer en exceso exigente y para cada falta, según la gravedad, tenía un castigo diferente. Se considera- ba la madre de niñas de sangre azul y las barrabasadas de María Eliana la sacaban de quicio con tanta frecuencia, que había logrado sobrepasar del todo su capacidad de control. Era como si desatara sus emociones y las dejara al amparo del poder que le daban su fuerza y posición...

María Eliana se entristeció. A pesar de los golpes, con- sideró que era una buena mujer, quien siempre deseó lo mejor para sus hijos; simplemente no supo cómo dominarse y educarla con más paciencia. Lamentó haber sido víctima de la ignorancia más que de los golpes...


Ahora se pregunta si debe contarlo y aparece en su mente tanta gente que justifica su fracasada vida por haber sido golpeada en su infancia. Tal vez reconocer su propia realidad infantil sea una buena forma de gritarle al mundo que se puede ser feliz y se puede tener éxito a pesar del pasado. Y mirado desde el lado positivo, gracias a éste se pueden cumplir los sueños, como por ejemplo, ser una “abuela voladora”.

Entonces, ya no le asusta recordar la colección de correas guardadas en el clóset, una para cada ocasión, según la supuesta gravedad del hecho.

Su ojo de psicóloga especializada en maltrato y tolerancia al dolor le ha enseñado a reconocer lo bueno que hay en lo malo, desarrollar la capacidad de hacer frente a las adversida- des, superarlas y ser transformada positivamente por ellas. Es lo que se ha puesto de moda como “Resiliencia”, materia que trabaja a diario en su consulta. Piensa que si su vida hubiera sido más fácil, nunca habría desarrollado las capacidades que hoy le permiten ser quien es ni hacer lo que hace con éxito, entre otras cosas importantes, la Travesía 2004.

Avanzó unos pocos años para situarse en la época en que entró a la Universidad de Chile a estudiar odontología.

Era bastante agraciada y no demoraron en aparecer varios pretendientes, entre los cuales tuvo la poco feliz idea de esco- ger uno. El muchacho era de su escuela y estaba varios cursos más arriba. Entonces, estudiaba para ser dentista.

A los seis meses se enteró doña Eliana y movida por un ataque de ira corrió a la universidad. La buscó hasta dar con ella en la sala de clases, en mitad de una cátedra. La tomó literalmente de las mechas y la arrastró hasta la oficina del Director de la Facultad. Abrió la puerta con impertinencia y sin importarle en qué estuviera, lo increpó:

-Mire lo que hacen los alumnos en su escuela, mientras usted está encerrado aquí, perdiendo el tiempo en lugar de hacer su trabajo y cuidar a los niños, asegurándose de que estudien y no estén haciendo cosas que no les corresponde.

El hombre observó atónito la escena, desconcertado en grado extremo.


Sin importarle lo que pudiera pensar, ella continuó su perorata:

-No puedo permitir que mi hija siga un minuto más aquí, así que me la llevo.

Volvió a cogerla de las mechas y desaparecieron tras un portazo.

La subió al auto y la hizo manejar hasta la casa. Allí, la arrastró al interior.

-Y de aquí no te mueves para ningún lado ¿entendiste? Estarás castigada durante seis meses, a ver si aprendes que no tienes que andar por ahí, exhibiéndote y menos dejándo- te toquetear por un desconocido impertinente.

María Eliana asintió, sin pensar que hubiera opción.

A los pocos días apareció el muchacho que la cortejaba, con la intención de hacerle una visita y continuar el romance.

Doña Eliana lo acorraló en un rincón y sin darle tiempo a expresarse lo increpó y amenazó. Acto seguido se hizo a un lado para dejarle abierto un corredor por donde salir y lo despidió con agresividad, mientras le prohibía que volviera a pisar aquella casa ni ver a su hija, al menos hasta que fue- ra un hombre hecho y derecho con un título para comenzar a conversar.

-Y si no me hace caso, por su culpa ella pagará los pla- tos rotos.

-Está bien, señora -escuchó María Eliana que le decía-.

Volveré a buscarla con el título en la mano.

Durante los meses siguientes, sus únicas salidas fueron para trasladar a su madre o a los hermanos.

Un día cruzaron Olivares por la calle Dieciocho y enfrente vio un gran letrero de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

“Me gustaría estudiar esa carrera -pensó-. Tal vez sea el único camino para poder entender a mi mamá y superar los traumas infantiles que ella, seguramente sin querer, me ha ocasionado”. Y sin mayores preámbulos, le pidió que le per- mitiera postular.

-El rector es un dominico -argumentó la madre, que era numeraria de la orden-, así que me parece muy bien. Por fin


se te ocurre algo cuerdo...

“Y ahora que se confunden tanto para elegir una carre- ra” pensó sin evitar que apareciera en su rostro otra sonrisa que de inmediato desapareció, al tenor de los recuerdos.

-Pero cuidadito con que te pille de nuevo haciendo de las tuyas. Has de ser una señorita hasta el fin de los tiempos

¿entiendes? Nada de amoríos con desconocidos.

-Sí, mamá, entiendo -respondió ella, contenta de aquella posibilidad para volver a estar con otras personas de su edad.

-Porque ya sabes, Universidad Católica y todo, de las mechas te saco.

-Sí, mamá, no se preocupe. No tendrá que hacerlo, se lo prometo.

-Ya veremos, espero que así sea, porque de lo contrario nunca más volveré a confiar en ti, además de la zurra que te ganarás...

Cuando estaba en segundo año, apareció una tarde aquel antiguo pretendiente que una vez doña Eliana corriera de su casa.

-Vengo a hablar con usted, señora.

María Eliana apenas pudo creer aquello. Desde esa remota época, nunca más volvió a verlo y se encontraba parado ahí, frente a ellas. Por momentos pensó en una bro- ma de mal gusto, porque no era a él a quien le caerían des- pués los azotes.

-¿Y qué desea? -respondió doña Eliana molesta, pero también un tanto desconcertada y a la vez con curiosidad.

-A su hija, señora. ¿Recuerda que en eso quedamos? Se produjo un largo silencio.

De pronto, doña Eliana lo cortó con un comentario que sorprendió a los dos jóvenes por igual:

-Ya que ha demostrado ser un caballero, ¿por qué no se interesa mejor en su hermana mayor? Ésa sí que es una señorita, joven. Es ella la que le conviene. Es una excelente dueña de casa, sabe cocinar y también coser, y borda muy bien. Ella es quien puede servirle y hacerlo feliz. Ésta, en cambio, es una floja que pasa escondida detrás de los libros.

-Lo siento, señora, pero no busco una sirvienta ni una


cocinera. A quien quiero es a María Eliana y según nuestro acuerdo, me casaré con ella.

Doña Eliana observó a su hija y sin preguntar, esperó una respuesta.

Para la joven aquello era una locura, pero cualquier cosa, por demente que fuera, era buena si la sacaba de aque- llas manos, de manera que aceptó sin dudarlo:

-Está bien, mamá, si adquirió este compromiso y es lo que usted quiere, estoy dispuesta.

Ante tales circunstancias, no demoraron en fijar fecha y el matrimonio se convirtió en realidad.

María Eliana sonrió al evocar que cada vez que él pre- tendió ser atendido por ella, de inmediato le recordó sus palabras al pedir su mano:

-Dijiste que no te interesaban esos atributos en una mujer...

La nieve parecía no querer parar más. Pensó que era un buen hombre: la quiso, la comprendió y de paso le dejó la fortuna de sus hijos Marcelo, María Verónica que desde su triste deceso siempre la acompañaba en sus quehaceres como un ángel, Luis Alejandro que nació junto con obtener su licencia de piloto y Rodrigo.

Aprovechó de agradecerle todas las facilidades que le dio para estudiar en el extranjero cada vez que se le ocu- rrió... Y el apoyo brindado a raíz de aquella propuesta de Carabineros de Chile para hacerse cargo de la selección de personal para pilotos, ocasión en que argumentó la impor- tancia de contar con algún grado de experiencia práctica.

“Y fui tan convincente que aquí estoy” recapacitó.

Regresó a unos pocos meses antes, cuando se enteró de una historia sobre su madre que, aunque real, parecía saca- da de un libro de ficción.

Era referente a su primer embarazo: para sorpresa de todos, dio a luz un niño muerto, debido al nocivo efecto de una anestesia inyectada durante un tratamiento dental.

Mientras se reponía en la clínica, no desperdició su leche. Amamantó a la criatura recién nacida de una muchacha que angustiada con su indeseada situación se negaba a hacerlo.


Entre ambas y con la ayuda de algunos contactos tur- bios, se cambiaron las guaguas, de manera que formalmente apareció la otra con un pequeño muerto al nacer y ella como madre de una robusta niña.

Volvió a pensar en su primer marido, en lo bueno que era...“Y es” se dijo.

También pensó en su separación, cuando sus hijos fue- ron autosuficientes y en Valentín, a quien conoció como si hubiera caído parado del cielo. Él también había terminado con su mujer y fue trasladado a París como Director de Codelco France, lo que le permitió acompañarlo y renovar su vida por completo.

“Aunque me costó mi avión, el PMB, que nunca pude recuperar” se dijo con cierta nostalgia que nubló sus ojos.

Eso sucedió en 1989 y vivieron juntos durante casi tres años. Regresaron a Chile y transcurridos seis meses lo nom- braron a cargo del Grupo Internacional de Estudios del Cobre, por lo cual debieron trasladar su residencia a Cascais en Portugal.

Recordó los meses previos a su matrimonio y en espe- cial la condición impuesta por ella: aceptó casarse, siempre y cuando él se lo pidiera lanzados al vacío en una cuerda elástica, aprovechando la llegada de la Expo Mundial a Portugal. A Valentín, tomar la decisión de subir a 30 ó 40 metros para ser soltados le costó seis meses. Lo hizo el últi- mo día de feria y pagó el pecado, pues quedó entusiasmado. Meditó unos segundos respecto a qué era de él en esos momentos, cómo se las arreglaba sin ella y cuánto la echa- ría de menos. Sintió ganas de verlo pronto. Sentarse frente a la ventana de la cocina de su departamento para tomar desa- yuno, con el mar a sus pies; compartir el escritorio, cada uno pendiente de sus cosas; conversar un par de tragos lar-

gos en la terraza...

Por la mañana, otra vez apareció a través de la ventana el desolador panorama. El viento arreciaba a tal punto que la nieve caía casi horizontal, mientras el techo de nubes bajaba amenazante.

Luego de tomar desayuno, el amable chofer las condujo


hasta el aeropuerto. Lo primero que hicieron fue conocer el estado meteorológico: hacia el Este de Kuujjuaq se presen- taba un grueso muro lleno de turbulencia y Madeleine ana- lizó la conveniencia de desviarse al Suroeste, escapando a ese frente que se acercaba veloz. En tales condiciones era factible despegar.

Terminado el trámite con la FSS a través del número 800, se dirigieron a estibar el avión, para lo cual Madeleine tuvo que sacarse los guantes. Sentía que las manos se le congelaban, con mucha dificultad para cargar los bultos, ordenar y anudar.

Aunque las condiciones permitían salir, había que hacerlo de inmediato, pues por el frente en curso pronto el aeropuerto quedaría bajo mínimos meteorológicos, lo que implicaba detener el tráfico aéreo, tanto de aviones que des- pegaran como de los que quisieran aterrizar. Según el pro- nóstico, eso las detendría por lo menos durante cuatro días, y varios más si sus intenciones fueran no correr riesgos de congelamiento, aun así, sin seguridad.

Discutieron de inmediato la situación:

-Es peligroso salir así.

-Lo sé, pero dadas las circunstancias, no veo una mejor opción. Quedarnos cuatro días o más nos atrasa mucho y es muy caro. Además, no soy capaz de soportar durante más tiempo este encierro. No le demos más vueltas y salgamos lo antes posible.

María Eliana, a pesar del aburrimiento, no estaba de acuerdo con correr aquel peligro, pero ante la insistencia y los argumentos de su amiga, cedió y de inmediato prepara- ron la salida, aunque no era tan simple hacerlo con rapidez, pues el avión estaba incrustado en la nieve.

Tuvieron que contratar servicios para calentamiento exte- rior del motor y de-icing, para limpiar el terreno y descongelar el avión. La cuenta significó muchos dólares, que también salieron, con alas, de sus bolsillos. La prolongada nevazón horizontal lo había azotado con tanta fuerza, que la humedad penetró al compartimiento de equipaje y mojó la alfombra.

Como de la demora en atravesar la capa de nubes


dependería el hielo que se les formara, a punto de despegar fueron una vez más a la torre para pedir al controlador que averiguara su grosor. Diligente, se comunicó con el piloto de un avión que en esos momentos iba en descenso.

Asumido el riesgo, que a ojos de María Eliana era mayor que el presupuestado tanto para la cordillera como para el Atlántico, incluso en el último trayecto, estuvieron dispuestas a confiar una vez más en Dios.

“En realidad en Su paciencia” se dijo María Eliana, que consideró haberlo toreado demasiado. Le parecía más lógico agregar unos pesos extras al costo de la Travesía, aburrirse por unos días y que si llegaban después a Arica, “mala suerte”.

Pero Madeleine no estaba dispuesta a caer en las fauces de las circunstancias y, por tanto, fue intransigente. Sus aná- lisis de ruta concluían que a los 8.500 pies quedarían sobre la capa de nubes.

Sin más abordaron el avión, que obediente a los contro- les manipulados por Madeleine despegó con vientos arra- chados de más de 30 nudos. Pronto se elevó y entraron de inmediato en condiciones IMC, pues las nubes estaban casi pegadas al suelo.

Enseguida comenzó la formación de hielo. Según los cálculos, en no más de 10 minutos llegarían a la altitud requerida para saludar al sol con la nariz.

Entretanto, escucharon las informaciones de algunos pilotos de líneas aéreas con destino a Kuujjuaq, avisando dirigirse a los aeropuertos de alternativa, pues ése estaba ya bajo mínimos meteorológicos. Entonces, se les hizo imposi- ble pensar en regresar.

Las alas continuaron engordando, el sonido de las aspas se hizo más ronco y el parabrisas se cubrió.

-Si se nos pone muy difícil, tendremos que escoger un aeropuerto alternativo - advirtió Madeleine y agradeció las cartas obsequiadas por Chris, de Air Nunavut.

-Y abajo se supone que hay puros bosques. Si nos falla el motor y debemos planear, nos despedazaremos -comentó María Eliana.

En efecto, de Iqaluit a Kuujjuaq sólo se puede acceder


por aire y con mucha dificultad por agua, pues no hay carreteras.

-Tenemos que continuar y confiar en la Providencia.

-Claro, pero harto hemos abusado de su buena voluntad.

-Pero no hemos tenido alternativa.

-No sé...

La nariz del Julie continuó hacia arriba.

-A la altitud en que estamos, con la temperatura de allá afuera, será un milagro deshacernos del hielo.

-Pero no tenemos otra opción, estamos demasiado arriba. El avión salió a cielo descubierto, mientras el termóme-

tro de la temperatura exterior marcaba algo más de -25ºC.

Luego de dos horas de vuelo a pleno sol, aún con la helada carga sobre las alas, la gruesa capa de nubes comen- zó a hacerse intermitente y les fue posible observar el pano- rama en tierra.

-Mira los árboles, están cargados de nieve -comentó María Eliana.

-Como pensábamos, los bosques están blancos -agregó Madeleine.

-Es hermoso.

-Es fantástico. Mira esas inmensas extensiones de terreno.

Confiaron en que el motor del Julie no les hiciera una mala jugada, pues como poco antes lo pensaran, aterrizar allí aseguraba un verdadero desastre. También imaginaron que no había mucha diferencia entre ser tragadas por la nieve de los bosques o por el agua del Atlántico y sus tiburones.

A las cinco horas de vuelo comenzó a cambiar el pano- rama: menos nieve y aparecieron unos pequeños lagos, algunos caminos interiores y una carretera.

-Otra vez en la civilización -comunicó María Eliana.

Madeleine, aunque cansada, respondió con una gran sonrisa y agregó:

-Sí, qué diferencia.

Cerca de una hora después llegaron al espacio aéreo de Montreal, donde realizaron las diversas operaciones para aterrizar. Seis horas y seis minutos después de despegar, tocaban la losa.


De inmediato Madeleine pudo comprobar cuánto se le simplificaba la llegada a ese inmenso aeropuerto, gracias a las indicaciones que le diera el piloto en Kuujjuaq.









Tecnología en el cielo

Montreal - Raleigh - Key West - Managua - Panamá




María Eliana ha llegado a su departamento y Valentín la espera con un par de copas, acompañado por la pareja de gatos que no pierden oportunidad para refregar su pelaje contra sus piernas.

-¿Cómo te fue? -es la pregunta trivial que hace cada vez que regresa de su consulta o de dar una conferencia.

-Bien -responde ella y lo saluda con un tierno beso.

-Te he preparado un trago.

-¡Qué rico! Dejo las cosas, paso al baño y de inmediato estoy contigo.

María Eliana le cuenta sobre la decisión que han tomado de darle más importancia al regreso.

-No será una tarea fácil -dice él y trata de hacerle


“entrar en vereda”, pues cree que no hay mucho que contar.

Para ello María Eliana recurre a todos los argumentos que tiene, incluida la parte del viaje entre Montreal y Estados Unidos...

Escogieron esa ciudad en lugar de Quebec, donde las recibieron como si fueran de la familia. La razón de este cambio se gestó en Iqaluit:

Por Internet les llegó una invitación del General Meirelles, jefe de la misión de Chile ante la Organización Internacional de Aviación Civil (OACI), para que pasaran por su sede y dejaran registrada la hazaña como la primera del siglo.

Ya que está en Montreal, decidieron cambiar el lugar de aterrizaje, lo que no les produjo inconveniente, pues les daba lo mismo cualquier aeropuerto, mientras estuviera junto a la frontera con Estados Unidos y no atrasara su itinerario.

Este contacto fue hecho por el Agregado Aéreo de Chile en Estados Unidos, Coronel Luis Ili, quien se tomó la liber- tad de hablar con el General Meirelles, el que a su vez lo hizo con el Presidente de dicha organización, para que deja- ran reseñada la histórica hazaña en los anales de la aviación. Paralelo a lo anterior les llegó el e-mail de un chileno residente en Canadá, médico piloto amante de esa actividad, que al saber que pasarían por Montreal quiso estar presente.

Ubicó una foto en la página web de la Travesía y la amplió para anotar la matrícula de la aeronave y averiguar la fecha.

Al bajar del avión se encontraron con él, el General Meirelles y su encantadora señora Delia. Por fin tuvieron la oportunidad de conocerse, en persona, después de intercam- biar tantos correos electrónicos.

El piloto resultó ser Francisco Asenjo, un médico anes- tesista especializado en dolor, lo que permitió a María Eliana establecer una doble amistad y el compromiso de continuar- la a través de Internet, con intercambios de información para utilidad mutua.

-Bueno -argumenta ella-, nuestras presentaciones nece- sitan más fuerza, porque la gente quiere oír sobre la hazaña, pero también quieren que el relato sirva para el desarrollo de


sus vidas. La tolerancia al dolor, por ejemplo, es un gran tema que no estuvo ausente... Y hay toda una cosa con res- pecto a la parte humana... Ya que toqué el punto de Canadá,

¿qué te parece la sorpresa que nos llevamos al poco rato de llegar, en las oficinas, al entrar a meteorología?

Valentín pone cara de curiosidad y ella continúa:

-Tanto mister Mira de Iqaluit como el controlador de la torre de Kuujjuaq, llamaron respectivamente a Kuujjuaq y Montreal, para saber si habíamos llegado y las condiciones de nuestro aterrizaje.

Valentín mantiene el interés.

-Además, querían transmitirnos sus saludos. Creo que en el desarrollo de cualquier empresa es fundamental la construcción de una red de relaciones motivadas principal- mente por el afecto. Y entre nosotras, también se produjo algo mágico. Sin el regreso nunca lo hubiéramos comprendi- do. Aunque en muchas ocasiones no estuvimos de acuerdo, jamás perdimos el sentido de complicidad. Junto a la con- fianza es lo que por sobre todo nos mantuvo unidas. Cada una hizo lo necesario para buscar y encontrar consenso.

-Y seguro que gracias a tu paciencia -comenta Valentín.

-Bueno, cada una aportó lo suyo...

En Montreal se dieron las condiciones para hacer la revisión de 100 horas al avión. El mismo piloto Francisco Asenjo les informó que allí era menos costosa que en otros lugares. Además, no se puede hacer en cualquier parte, pues tiene que ser un centro de mantenimiento aeronáutico autori- zado por el organismo que en Canadá equivale al de la Federal Aviation Agency (FAA) para atender aviones Beechcraft, con lo que la DGAC de Chile también reconoce el trabajo. Es por los convenios aéreos multinacionales agru- pados en la OACI, que los países suscritos se adhieren a ciertos criterios en común.

Planearon partir el jueves, si les entregaban el avión y las condiciones climáticas eran adecuadas. Su próximo des- tino sería Carolina del Norte, en Estados Unidos, para seguir al día siguiente a Key West.

Pero recién el viernes estuvo listo, pues a lo presupues-


tado se requirió adicionar algunas reparaciones menores, entre ellas reponer una de las bombas de succión.

Durante esos cinco días no contemplados en el plan ori- ginal de permanencia en aquella ciudad, el General Meirelles y su señora Delia se encargaron de pasearlas con real esmero y cariño, lo que convirtió la espera en una esta- día inolvidable. En esto también hizo su parte Francisco Asenjo, que además de ocuparse de ellas, les facilitó el trá- mite de la adquisición de más cartas para Estados Unidos.

Madeleine se sintió muy cómoda con él, pues es íntimo amigo del doctor maxilofacial Enrique Pérez, quien vive en Santiago y conversan a menudo por teléfono. Ella también forma parte entusiasta del grupo médico-dental que en pequeños aviones llegan hasta lugares remotos de Chile para desempeñarse en una labor social de atención médica gratui- ta, donde ésta escasea debido al aislamiento geográfico. Se considera muy afortunada de ser piloto y para cumplir con su anhelo de retribuir, desde hace años colabora junto a este maravilloso grupo humano organizado por la FEDACH.

Así, el doctor Asenjo se mantuvo informado de que su amigo, junto con otros médicos y pilotos como Madeleine, son compañeros en estos operativos médicos.

La ciudad de Montreal les pareció limpia y llena de vida, con antiguas e imponentes construcciones bien mante- nidas y románticos coches tirados por caballos como parte del transporte turístico. Aprovecharon de visitar varias igle- sias, museos y destacados lugares.

Les encantó el mercado, que a la vez es un peculiar cen- tro culinario. En la misma bandeja se pueden servir diversas comidas provenientes de diferentes restoranes: japonesa, francesa, tailandesa... Postres, helados, bebidas... Lo nove- doso es que son diferentes empresas y se paga una sola cuenta. Además, tiene una decoración alegre en base a flores y frutas. A precio módico y de sabores exquisitos, es un novedoso concepto que coincidieron no haber visto nunca.

Otro lugar que llamó su atención fue el oratorio de San José, en la cima de un cerro, con la figura del santo, lleno de miles de pequeñas velas encendidas dejadas por los fieles


peregrinos. Desde allí apreciaron una impresionante vista panorámica de Montreal.

También hicieron algunas diligencias de corte domésti- co, como ir con Delia a la peluquería para cortarse el pelo, permitiéndose así una pequeña licencia de coquetería.

Como la entrega del avión sufrió otro día de demora, Marcos y Delia, con quienes habían establecido un impor- tante lazo de amistad, las llevaron de excursión a Québec, una ciudad a cuatro horas de camino en auto, que recorrie- ron con mucha lluvia y viento.

Terminada la revisión y las reparaciones, por lo cual debieron desembolsar otros varios miles de dólares, aprove- charon las convenientes condiciones meteorológicas del momento para salir de inmediato rumbo a Carolina del Norte, en Estados Unidos...

Madeleine, por su parte, también ha quedado con la inquietud del posible cambio de programa en su mente y apenas llega a su casa se dirige al escritorio, donde Hans lee de espaldas a un muro completamente cubierto de honores entregados a las aviadoras en diferentes partes de la Travesía.

-Recién estoy vislumbrando la magnitud de los riesgos que corrimos -le dice apenas lo saluda.

Él, que se ha parado a recibirla deja el texto sobre la mesa, dispuesto a escucharla.

-Y no me refiero sólo a la cordillera y al Atlántico Sur...

El semblante del marido, quien cálido sonríe, expresa curiosidad.

Ella continúa, como si la hubieran conectado a un enchufe:

-Hay mucho que sacar sobre el Círculo Polar Ártico. Llegamos al paralelo Norte 67º, parece mentira. Está mucho más cerca del Polo Norte que la radioayuda VOR Marambio en la Antártica. Fíjate, también, la lección que tuvimos en los cielos y aeropuertos de Estados Unidos. Una comprende por qué son la primera potencia mundial...

Se queda en silencio. Hans la observa sin hacer comen- tarios. Ella realiza un pequeño viaje mental a Montreal, para


recordar algunos hechos que le resultan importantes:

Antes de partir llegó un team de filmación del conocido piloto canadiense John Lovelace, quien desde hace algunos años se encarga de programar una interesante serie televisiva que se llama “Wings over Canada”.

Enterado de la Travesía 2004, envió a un camarógrafo y a la encantadora promotora Diane para entrevistar y filmar al Julie y sus ocupantes, relatando partes de su odisea.

El avión, sometido a los últimos retoques por el Centro de Mantenimiento Aeronáutico Nu-Tech Associates (CMA), atendido entre otras personas por una mujer mecánica de aviación, fue trasladado a la plataforma donde se hizo la entrevista a la cual también asistió el General Meirelles, irra- diando su acostumbrada simpatía. Junto a Delia, Madeleine le tomó gran cariño, con un sentimiento vivo de comportarse como buenos padres hacia ellas. “Se entiende que en cali- dad, no en edad” se dice cada vez que lo piensa.

Cuando le tocó a María Eliana responder las preguntas, Madeleine aprovechó de cumplir con el requisito estadouni- dense de enviar vía fax a Raleigh su próximo destino, una copia de las visas y hacer una llamada telefónica a los servi- cios de aduana, para informar su inminente llegada al país. De antemano había que elegir un FBO de ingreso y transmi- tir su nombre a la aduana.

-Presentado el plan de vuelo IFR, volvimos a ordenar la carga en el Julie e hice el chequeo de pre vuelo. A punto de encender el motor, recibimos una llamada telefónica de nuestro amigo piloto Pancho, quien por motivos de trabajo estuvo impedido de aparecer en el aeropuerto...

Madeleine hace una pausa, observa al silencioso Hans y continúa:

-Tal es el frenesí del intenso tráfico en Norteamérica, que comenzó incluso en tierra. Al copiar la autorización IFR, me di cuenta que ATC ya me había cambiado la ruta que nos tomara tanto tiempo elaborar. Las cartas IFR de allí están tan llenas de información, que contienen más espacios impresos que en blanco. Felizmente, durante el rodaje, encontramos en la carta los nuevos puntos a los cuales debí-


amos dirigirnos. Estando todas las áreas cubiertas por un servicio de radar completísimo, no necesitan pedir al piloto las horas estimadas de las diferentes posiciones.

Una vez en el aire, recibieron varias veces vectores con más alteraciones. El plan de vuelo hecho en casa, aunque era requisito, les pareció sólo un símbolo.

-Las comunicaciones, profesionales y precisas entre ATC y los pilotos, se siguen unas a otras en unos diálogos permanentes sin un segundo de silencio. Por eso el sistema allí limita al piloto a contestar y repetir el cambio de las fre- cuencias, pero sobre todo a repetir las nuevas rutas que a cada rato le dictan.

Esa parte no les dio tregua. Tenían muy marcada en la carta la ruta que habían planificado, pero estaban sometidas a tantos cambios por el denso tráfico comercial y de otros tipos, en todas las direcciones, sobretodo al Oeste de Nueva York y Washington, que con un plumón de color diferente indicaron los cambios una vez encontrados en la carta.

Hans sonríe, pues recuerda haberla visto, llena de rayas, sólo posible de entender para un ojo técnico como el de su amada esposa.

Madeleine juega con su coqueta sonrisa y continúa su historia:

-En las cartas se ve una maraña de aerovías, radio ayu- das VOR, NDB, y sobre todo intersecciones. Sin conocer el área, cuesta un mundo encontrar y entender tanto nombre nuevo en las rutas y además repetirlos enseguida. Lo aconse- jable es pedir un vector radar al primer nuevo punto y, de esa forma, estar enrumbado correctamente. Entonces, buscar con rapidez los demás que conforman la ruta enmendada. Fue un ajetreo tremendo, pero me dejó una enseñanza y práctica increíbles.

A cada rato se escuchó a ATC anunciar en inglés:

-Charlie Charlie Papa Lima Juliett... Control rerouting, advise ready to copy.

-...Control, Charlie Charlie Papa Lima Juliett, go ahead.

Entonces comenzaban a dictar la nueva ruta que ellas debían copiar.


En este agitado trayecto, sólo por momentos pudieron disfrutar de las lindas formaciones de nubes e intermitentes paisajes. A veces Madeleine solicitó cambio de rumbo por unos grados para evitar cúmulos, otras veces el control radar se anticipó para dar vectores y llevar el avión a esquivar las tormentas.

-El radar funciona de una manera fantástica -dice Madeleine a Hans-. Fuimos guiadas con precisión absoluta especialmente para atravesar un núcleo de tormenta, circun- navegando lo peor...

Las pilotos observaron en el stormscope una actividad eléctrica espeluznante al oeste de su propia trayectoria y escucharon en la frecuencia a numerosos aviones jets notifi- cando tener que salirse de su ruta por la gravedad de la tor- menta.

-Qué suerte que no nos tocó por allá -dice Madeleine y continúa hablando con su acostumbrada precisión-. Luego de cinco horas con cuarenta y ocho minutos de vuelo, llega- mos a Raleigh, Durham. Allí nos impactó la poca burocracia en los diferentes trámites, donde gastamos mucho menos tiempo que en todos los demás aeropuertos, incluidos aque- llos donde mejor nos atendieron...

Alojaron en un hotel elegante, donde por ser pilotos les dieron una tarifa reducida. Con decoración más inglesa que norteamericana, estaba emplazado en un prado amplio y cui- dado como campo de golf, lleno de flores, al borde de una típica carretera a tres cuadras de un mall.

A la mañana siguiente, después de un delicioso desayu- no americano, despegaron con dirección a Key West y varias veces las desviaron para alejarlas del tráfico de Orlando, Cabo Cañaveral y Miami. Otra vez las guiaron por radar, también para evitar que entraran en cúmulos.

A las cinco horas con treinta y seis minutos de vuelo, pisaron el aeropuerto. Les pareció muy bonito. Los aviones no comerciales eran más de cien y estaban estacionados sobre el pasto, donde casi no había espacio para el Julie.

Las esperaba el Coronel Luis Ili, que se había trasladado desde su residencia en Washington. Amable, como siempre,


las invitó a cenar y después las condujo hasta un hotel casi- no de los marinos que él mismo había conseguido. Al día siguiente, al entregar las llaves de la habitación, para su gra- ta sorpresa les devolvieron algunos dólares, pues tenían tari- fa especial.

El Coronel las invitó a tomar desayuno para después trasladarlas al aeropuerto, donde se sorprendieron de encon- trar al Julie solitario. El ciento de aviones que lo acompaña- ban había partido.

Continuaron a Managua en Nicaragua. No tuvieron dudas cuando entraron a cielos caribeños. Las condiciones meteorológicas variaban sin parar: a ratos despejado, otros con lluvia, de pronto entraron en una tormenta y volvieron a estar en pleno cielo azul. Volaron por zona de huracanes y de pronto visualizaron la punta de Cuba. La tormenta arreciaba. Pasaron por el sur de México y llegaron al aeropuerto de destino, luego de siete horas con seis minutos, con una típica lluvia tropical.

Fueron recibidas por oficiales de ejército y de la avia- ción, junto a otras autoridades presididas por el primo de María Eliana, Rodolfo Berlinger, Cónsul de Chile en ese país, acompañado de su señora.

Les había conseguido un hangar militar para guardar el avión, la ayuda personalizada de un oficial y expedición en los trámites. Además, el ejército, a quien pertenece la fuerza aérea de ese país, dispuso un camión para facilitar la carga de combustible, lo que hicieron bajo el resguardo de un ale- gre paraguas escocés azul, verde y amarillo.

Todos, menos ellas, estaban felices con esa lluvia a cán- taros que puso término a un tiempo de larga sequía.

Terminadas sus obligaciones con el avión, la meteorolo- gía y el ingreso al país, fueron llevadas a la casa del Cónsul, donde al poco rato llegaron el Embajador de Chile y su señora.

Las aviadoras aprovecharon de comer todo tipo de fru- tas tropicales y se lucieron con éstas ante el lente de la cámara fotográfica.

Al día siguiente, mientras tomaban un desayuno con más






frutas, llegó el Embajador para acompañarlas al aeropuerto.

Tuvieron un buen despegue bajo un limpio cielo azul que durante el viaje varió muchas veces. Observaron el mag- nífico panorama donde destacaban el lago y los volcanes, y transcurridas cuatro horas con dieciocho minutos, llegaron a Panamá, donde otra vez hicieron la aproximación entre nubes, para aterrizar con una copiosa lluvia...

Hans continúa escuchándola con atención. Ella hace una serie de otras argumentaciones y, por último, recorre una vez más el paso por los hielos del Norte.

Después sale al jardín de su casa y se sienta con la vista puesta en el atardecer sobre el césped. Escucha con respeto el rugir de un avión.

-Es un bimotor -dice, mientras toda su concentración es para el avión.

Hans sonríe.

Ambos saben que una tercera etapa ha comenzado. Al fin y al cabo, la vida es un constante inicio de éstas.

María Eliana, por su parte, triunfó frente al dolor. Luego de meses de tratamiento con traumatólogos y kinesiólogos, la fractura de las vértebras soldó bien y aquellos pesares físi- cos quedaron en el pasado.

A la vista de las radiografías, fue un milagro que no se le produjera una lesión en la médula, lo que hubiera signifi- cado quedar paralítica. Considera que sin duda Dios está de su parte y le tiene preparado algo importante. Desde ya, una vez más sus pensamientos coinciden con los de su amiga: una tercera etapa ha comenzado. La vida es un constante ini- cio de éstas.
















El avión en que se realizó esta inolvidable hazaña, es de propiedad de Madeleine y corresponde a un pequeño monomotor cuadriplaza Beechcraft Bonanza, año 1981, con motor convencional a pistón de aspiración normal marca Teledyne Continental IO 520BB de seis cilindros y 285 caballos de fuerza, nuevo de fábrica, montado en marzo del año 2003.




Alfredo Gaete Briseño



Travesía 2004

Las abuelas voladoras



Historia de las aviadoras que en un avión monomotor convencional, desde Chile, realizaron la hazaña de cruzar el Atlántico Sur para regresar por el Círculo Polar Ártico, uniendo 3 continentes.

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